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personaje de la mitología griega De Wikipedia, la enciclopedia libre
En la mitología griega, los Gigantes (en griego antiguo Γίγαντες, ‘nacidos de la tierra’) son una raza caracterizada por su fuerza y agresividad excepcionales (no necesariamente por su tamaño).[2] Son conocidos por la Gigantomaquia, su lucha contra los dioses olímpicos por la supremacía del cosmos.[3] Conviene distinguir entre ellos a los Gigantes de la mitología primordial, hijos de Gea, de los concebidos posteriormente.
Representaciones arcaicas y clásicas muestran a los Gigantes como hoplitas con tamaño y forma humana.[4] Representaciones posteriores (después de c. 380 a. C.) los muestran con serpientes en lugar de piernas.[5] En tradiciones posteriores, los gigantes fueron frecuentemente confundidos con otros enemigos de los Olímpicos, particularmente con los Titanes, una generación anterior de hijos de Gea y Urano.
Es digno de mención que Homero, así como escritores posteriores, sitúe a los Gigantes en zonas volcánicas, y la mayoría de los expertos lo hagan en áreas de Europa occidental. El origen de la historia de los Gigantes debe pues buscarse probablemente en fenómenos físicos similares de la naturaleza, especialmente en los volcánicos, de los que surgieron las historias sobre los Cíclopes. Estos Gigantes intervienen poco en la mitología. Se dice que los Gigantes que fueron derrotados fueron enterrados bajo volcanes, y que estos eran los causantes de las erupciones volcánicas y terremotos.
Según algunos, nacieron en Flegra (‘campo en llamas’), en Sicilia, Campania o Arcadia y, según otros, Flegra era el nombre mítico de la península tracia de Palene.[6][7] En cuanto a su origen, Homero tan solo dice que Eurimedonte fue el rey de los gigantes,[8] pero Hesíodo los hace desdender de la sangre de Urano en contacto con Gea.[9] Apolodoro explica que nacieron de la unión ordinaria entre Urano y Gea,[10] en tanto que Higino los hace desdencer de la Tierra y el Tártaro, aunque confunde la identidad de estos.[11] Baquílides los refiere simplemente como «hijos de la Tierra», sin especificar más datos.[12] Más tarde el término terrígeno (gegeneis, «nacido de la tierra») se hizo común para referirlos.[13]
Según Homero, los Gigantes eran una raza de hombres salvajes y de grandes dimensiones, gobernados por Eurimedonte, que moraba en el lejano oeste, en la isla de Trinacia. Pero fueron exterminados por el propio Eurimedonte debido a su insolencia hacia los dioses.[14] Homero consideraba pues a los gigantes, como a los feacios, cíclopes y lestrigones, una de las razas autóctonas que (con la excepción de los feacios) fueron destruidas por los dioses debido a su autoritaria insolencia. No obstante Homero no sabía nada sobre la lucha de los dioses con los Gigantes.
Poseidón, el que agita la tierra, a Nausítoo primero engendró en Peribea, mujer de sin par hermosura; fue la hija menor que dejó Eurimedonte, el de altivo corazón, que reinó en los soberbios gigantes y al cabo a su pueblo insensato arruinó y a la par a sí mismo. Con aquélla se unió Poseidón y tuvieron por hijo a Nausítoo el magnánimo, rey de las gentes feacias que a Rexénor y Alcínoo a su vez engendró.[8]
Sin embargo, Hesíodo[9] los considera seres divinos, que surgieron de la sangre que Urano derramó sobre la Tierra, siendo pues Gea su madre. Para ser más precisos, nacieron con sus hermanos y hermanas, las Erinias y las Melíades, cuando Crono castró a Urano, su padre, y la sangre de este cayó sobre Gea. Poetas y mitógrafos posteriores los confunden frecuentemente con los Titanes.[15]
«Pues cuantas gotas de sangre salpicaron, todas las recogió Gea. Y al completarse un año, dio a luz a las robustas Erinias, a los altos Gigantes de resplandecientes armas, que sostienen en su mano largas lanzas, y a las Ninfas que llaman Melias sobre la tierra ilimitada».[16]
Hesíodo los vuelve a mencionar sucintamente en el Catálogo de mujeres, donde dice que «Heracles en Flegra dio muerte a unos gigantes soberbios».[17]
Los Gigantes aparecen esencialmente en el episodio de la Gigantomaquia (o ‘Guerra con los Gigantes’), en la que se enfrentaron a los dioses del monte Olimpo, intentando llegar a ellos apilando las dos cadenas montañosas de Tesalia, Pelión y Osa, una sobre la otra. Sin embargo, fueron derrotados por los dioses olímpicos con la ayuda de Heracles. Esta batalla parece ser solo una imitación de la revuelta de los dioses griegos contra los Titanes, la Titanomaquia. Se decía[6] que Gea, indignada por el destino de sus hijos anteriores, los Titanes, engendró sola a los Gigantes, seres monstruosos e inconquistables con temibles rostros y colas de dragón.[18]
Ovidio también habla resumidamente de la Gigantomaquia. Dice que para que el elevado éter no fuese más seguro que la tierra, cuentan que los gigantes ambicionaron el dominio del cielo, y colocaron los montes apilados en un intento de alcanzar la altura de las estrellas. Entonces el padre omnipotente, con un rayo que envió, destrozó el Olimpo y derribó el Pelión del Osa que lo sostenía. Al yacer aquellos cuerpos espantosos aplastados por su propia mole, dicen que la tierra se empapó, regada por la sangre abundante de sus hijos, y que dio vida a la sangre caliente, y, para que quedase algún recuerdo de su estirpe, la transformó en figuras humanas. Pero también esta raza despreció a los dioses, fue ávida de crueles matanzas y violenta; dirías que surgieron de la sangre.[19]
El relato más extenso acerca de la Gigantomaquia es narrado por Apolodoro, y es como sigue. Se dice que Gea, irritada a causa de los Titanes, procrea con Urano a los gigantes: insuperables por su tamaño e invencibles por su fuerza, mostraban temible aspecto, con espesa pelambre pendiente de la cabeza y el mentón, y escamas de dragón como pies. Habían nacido según unos en Flegra, según otros en Palene. Arrojaban al cielo encinas encendidas y piedras. Aventajaban a todos Porfirión y Alcioneo, que era inmortal mientras combatiera en su tierra nativa; éste expulsó de Eritía las vacas de Helio. A los dioses se les había vaticinado que no podrían aniquilar a ningún gigante a menos que un mortal combatiera a su lado. Conociendo esto Gea busca una droga para que no pudieran ser vencidos ni por un mortal. Pero Zeus prohibió aparecer a Eos, Selene y Helio y, adelantándose, él mismo destruyó la sustancia y por medio de Atenea llamó a Heracles en su ayuda. Éste primero disparó su arco contra Alcioneo, quien al caer en tierra se reanimó. Por consejo de Atenea, Heracles lo arrastró fuera de Palene y de este modo acabó con él. En la batalla Porfirión atacó a Heracles y a Hera. Zeus le inspiró deseo por Hera, y cuando Porfirión le desgarró los vestidos queriendo forzarla y ella pidió ayuda, fue fulminado por Zeus y asaeteado por Heracles. En cuanto a los demás gigantes, Apolo flechó a Efialtes en el ojo izquierdo y Heracles en el derecho. Dioniso mató a Éurito con el tirso, Hécate a Clitio con teas, y Hefesto a Mimante lanzándole hierros candentes. Atenea arrojó sobre Encélado fugitivo la isla de Sicilia, y habiendo arrancado la piel a Palante, con ella protegió su propio cuerpo en el combate. Polibotes llegó a Cos perseguido a través del mar por Poseidón; éste desgajó la parte de la isla llamada Nísiro y se la echó encima. Hermes, cubierto con el casco de Hades durante la lucha, mató a Hipólito, Ártemis a Gratión, las Moiras, armadas con mazas de bronce, a Agrio y Toante, y a los demás los destruyó Zeus alcanzándolos con sus rayos. Heracles remató con sus flechas a todos los moribundos.[20]
Diodoro Sículo, en cambio, nos habla del papel de Zeus como dios de la justicia y cómo obtuvo su primacía contra los Gigantes. Dice que Zeus recorrió prácticamente toda la tierra habitada, eliminando a los bandidos y a los hombres impíos, e introduciendo la igualdad y la democracia, y fue entonces, dicen, cuando acabó con los Gigantes, en Creta con Milino y sus secuaces y en Frigia con Tifón y su banda. Antes de la batalla contra los Gigantes que tuvo lugar en Creta, se dice que Zeus sacrificó un buey a Helio, a Urano y a Gea; y en todas las ceremonias sagradas se reveló lo decretado por los dioses respecto a la empresa, al indicar los presagios su victoria y la defección de los enemigos en beneficio de los dioses. Y el resultado de la guerra dio la razón a estos presagios, puesto que Museo desertó del bando enemigo, por lo que obtuvo honores especiales, y los dioses destrozaron a todos los que se les enfrentaban. Se cuenta asimismo que Zeus mantuvo otras guerras contra los Gigantes, en Macedonia junto a Palene y en Italia en la llanura que antiguamente se llamaba Flegrea, a causa de las señales de fuego del lugar, y que posteriormente recibió el nombre de Cimea. Los Gigantes fueron castigados por Zeus a causa de la iniquidad mostrada con los otros hombres, porque, confiados en su superioridad física y en su fuerza, habían esclavizado a sus vecinos, desobedecían las leyes que él mismo establecía en defensa de la justicia y emprendían la guerra contra aquellos que todos consideraban dioses por sus beneficios a la comunidad. Zeus, pues, dicen, no sólo hizo desaparecer del todo a los hombres impíos y malvados, sino que también distribuyó los honores que merecían a los mejores entre los dioses y los héroes, y también entre los hombres. Dada la importancia de sus beneficios y su extraordinario poder, todo el mundo manifestó unánimemente su acuerdo respecto a un reinado perpetuo y a que estableciera su residencia en el Olimpo.[21]
Claudiano también escribió una Gigantomaquia que no ha conservado entera. Dice así. (...) Lo lanzaba hacia el anchuroso [cielo] hostilmente contra la divinidad y el árbol arrojado se convertía todo en ceniza tras haberse encontrado con un rayo. Otro se detiene enfrente de Helios, amenazándolo con asirlo, mirando su luz con torvas pupilas; a él le lanzó el titán un rayo y le obnubiló sus ojos sombríos. Insensatos, en absoluto conocían el fin del fragor del combate, sino que, tras haberse desplomado, eran sepultados por los mismos dardos que llevaban. Un gigante, sintiendo sed (quería beber el agua que fluye a oleadas), extendió muy lejos hacia un río su anchurosa garganta, absorbía todo el líquido de la corriente que rodaba y, acomodándose en la desembocadura del río que iba consumiendo, recibió la abundante agua hasta sus fuentes. Y otro a su vez, habiéndose dejado caer inclinado hacia delante a las olas del mar, bebía el agua con su boca; corría con ruido por su garganta la ola salada de Nereo resbalando barbilla abajo. Bebiéndose el fondo y haciendo desaparecer el agua, la gran profundidad fue despojada, y el mar se convirtió en tierra firme. Delante de la virgen Atenea, de ojos brillantes, luchaban dos hijos de Gea. El uno llevaba la cima de un monte, el otro por su parte alzaba una enorme piedra que había cogido. Y a ellos la diosa que blande la lanza los mató no con una misma muerte. Pues a través del pecho de uno hizo pasar su lanza de madera de fresno. Al otro le mostró luego la cabeza de la Gorgona hecha de piedra en su escudo abombado; y cuando la vio, encadenado en sus miembros quedó inmóvil, semejante a la piedra que llevaba en sus manos. Y Cipris ni dardo ni arma portaba, sino que llevaba su belleza. Pues habiéndose colocado ante los ojos el brillante espejo, en primer lugar separó con un partidor sus cabellos sueltos y sujetó sus entrelazadas trenzas con apretada cinta, pintó con afeites los encantadores lagrimales de sus ojos y, habiendo aflojado las finas costuras de su aireada túnica, no ocultó bajo sus vestidos las flores de sus rosados senos, armada para la caza de las miradas. Pues ella tenía sus trenzas como casco, como lanza su pecho, su majestad como dardo, como escudo su belleza, como armadura sus miembros, alivio en los sufrimientos. Y si alguno le echaba una mirada, era cautivado y, dejando caer de su mano el dardo, perecía por la hermosura de Cipris como por un venablo de Ares. Y todo lo envolvían las tinieblas de la muerte. Sin embargo Tifeo se alzó enfrente de Poseidón. El dios del mar le hirió el pecho con su tridente y Zeus la cabeza con un rayo. Pero Encélado no cesaba en la lucha; cogió una isla arrancada de raíz con sus ciudades, sostenida con sus montañas y, profiriendo terribles amenazas, se situó delante de Zeus. Amenazaba con desgarrar toda la tierra en sus entrañas, con trastornar el cielo y derribar la morada de Zeus. Tales amenazas había proferido. Su madre le excitó el vigor a él que, habiéndola alzado, llevaba como dardo la isla; ésta, al levantarse, ocultó la luz del sol y en ella había árboles, ríos, fieras y pájaros. Y entonces una cólera inmensa agitó al soberano de los dioses. Pues hendió con relámpagos las nubes y juntamente con sus rayos hacía caer sin cesar sobre Encélado una lluvia de fuego (quería aniquilarlo). Y aquél saltó encendido de en medio del ponto. A su alrededor el mar borboteante hervía terriblemente agitándose como en torno a Tera. Y no se calmaba el hijo de Crono y, habiendo arrancado de la tierra de Licaonia una roca, la colocó sobre el funesto gigante, mostrándose irresistiblemente encolerizado. Se precipitó sobre éste una isla que él mismo lanzó al cielo. Juntamente con el fuego y el sufrimiento atormentan a los abominables gigantes.[22]
Según Pausanias, cerca de la cuenca del Alfeo hay fuente llamada Olimpiada, que echa agua un año sí y otro no, y cerca de la fuente brota fuego. Dicen los arcadios que allí tuvo lugar la legendaria batalla entre gigantes y dioses, y no en la Palene de Tracia, y allí hacen sacrificios a relámpagos, tempestades y truenos.[23]
Eratóstenes nos cuenta un episodio que solo mantiene este autor. Se dice que, cuando los dioses salieron en campaña contra los Gigantes, Dioniso, Hefesto y los Sátiros marchaban a lomos de burros. Cuando los Gigantes no habían sido vistos aún por ellos, aunque ya se hallaban cerca, los burros rebuznaron y los Gigantes, al oír el raido, se dieron a la fuga. Por ello se les concedió el honor de figurar en el Cangrejo (se refiere a los Burros, también conocidos como el Pesebre) hacia la parte de poniente.[24]
A continuación se citarán a los nombres individuales de los Gigantes que aparecen mencionados en los textos mitográficos. Muchas veces es difícil diferenciarlos porque las fuentes varían y mudan su naturaleza. Pueden estar confundidos con titanes o autóctonos pero se incluirán en la lista a todos lo que sean especificados explícitamente como «gigantes» en los textos mitográficos. Algunos lucharon en la Gigantomaquia, otros en otras teomaquias y otros más lucharon contra alguno de los dioses sin especificarse el contexto. También se mencionan a otros gigantes que no participaron en ningún conflicto.
Higino, en el prefacio de sus Fábulas menciona varios nombres de los gigantes permanecen corruptos o nada más se sabe de ellos, a saber: Abseo, Alemone, Colofomo, Efracoridón, Elentesmorfio, Énfito, Forco, Menefíaro, Oto, Teodamante, Teomises y Yenio.[25]
Las primeras representaciones de la gigantomaquia aparecen en el siglo VI a. C. en vasos, esculturas y elementos arquitectónicos. En ellas, el aspecto de los Gigantes es el de hombres armados. A partir del periodo clásico, empiezan a perder sus armaduras (a excepción, a veces, del casco y del escudo) y en ocasiones se les dota de un aspecto más salvaje realzando sus barbas o colocándoles pieles de animales. Un lugar destacado donde se representaba la gigantomaquia era en el peplo que se ofrecía a Atenea en la procesión de las panateneas.
El tratamiento más completo de la gigantomaquia en la iconografía se encuentra en el friso norte del Tesoro de los sifnios de Delfos (c. 525 a. C.), con más de treinta figuras, nombradas mediante inscripción (aunque muchos nombres tuvieron que ser reconstruidos). De izquierda a derecha: Hefesto (con fuelle); dos diosas luchando contra dos gigantes; Dioniso caminando hacia un gigante que avanza; Temis[70] en un carro tirado por un grupo de leones que atacan a un gigante que huye; los arqueros Apolo y Artemisa; otro gigante que huye (Taro o posiblemente Cantaro);[71] el gigante Efialtes tendido en el suelo; un grupo de tres gigantes, entre los que se encuentran Hiperfante[72] y Alecto, que se oponen a Apolo y Artemisa. A continuación hay una sección central que falta y que presumiblemente contiene a Zeus, y posiblemente a Heracles, con un carro (sólo se conservan partes de una yunta de caballos). A la derecha aparece una diosa clavando su lanza a un gigante caído[73] (probablemente Porfirión, porque le lee un nombre terminado en «-ριον»); Atenea luchando contra Eríctipo y un segundo gigante; un hombre saltando sobre Astarias (probablemente Asterio) para atacar a Bíatas y otro gigante; y Hermes contra dos gigantes. Luego sigue un hueco en el que probablemente estaba Poseidón y, finalmente, en el extremo derecho, un dios luchando contra dos Gigantes, uno caído, el otro es el gigante Mimón (probablemente el Mimante mencionado por Apolodoro).[74]
En la cerámica arcaica griega también aparecen una serie de enfrentamientos. Mientras que los dioses pueden identificarse por rasgos característicos, por ejemplo Hermes con su sombrero (petasos) y Dioniso su corona de hiedra, los Gigantes no se caracterizan individualmente y sólo pueden identificarse por inscripciones que a veces nombran. Los fragmentos de un vaso de este mismo periodo (Getty 81.AE.211) nombran a cinco Gigantes: Páncrates contra Heracles, Polibotes contra Zeus, Oranión contra Dioniso, Eubeo y Euforbo caídos, con Efialtes. También se nombra, en otros dos de estos primeros vasos, a Aristeo luchando contra Hefesto (Acrópolis 607), Eurimedonte y (de nuevo) Efialtes (Acrópolis 2134). Un ánfora de Caere, de finales del siglo VI, da los nombres de más gigantes: Hiperbio y Agástenes (junto con Efialtes) luchan contra Zeus, Harpólico contra Hera, Encélado contra Atenea y (de nuevo) Polibotes, que en este caso lucha contra Poseidón con su tridente sosteniendo la isla de Nísiros sobre su hombro (Louvre E732) Este motivo de Poseidón sosteniendo la isla de Nísiros, listo para lanzarla contra su oponente, es otra característica frecuente de estas primeras Gigantomaquias.
Posteriormente, en el siglo IV a. C., se relaciona a los Gigantes con los volcanes de Italia. Es en esta época cuando se empieza a representar a los Gigantes con piernas de serpiente. Del periodo helenístico la representación más destacada de los Gigantes aparece en el altar de Pérgamo, donde aparecen algunos Gigantes con piernas humanas y otros con piernas de serpientes. Este modelo, en el que los Gigantes lucen una gran musculatura, cabellos alborotados y grandes barbas, tuvo continuidad en la época romana, aunque en este periodo las piernas de los Gigantes tienen siempre forma de serpiente. Los gigantes del altar de Pérgamo son los siguientes. El mismo grupo central de Zeus, Atenea, Heracles y Gea, que aparece en muchos de los primeros vasos áticos, también ocupaba un lugar destacado en el Altar de Pérgamo. En el lado derecho del friso oriental, el primero que encuentra un visitante, un gigante alado, normalmente identificado como Alcioneo, lucha contra Atenea. Debajo y a la derecha de Atenea, Gea se eleva desde el suelo, tocando el manto de Atenea en señal de súplica. Por encima de Gea, una Nike alada corona a la victoriosa Atenea. A la izquierda de esta agrupación, un Porfirión con piernas de serpiente lucha contra Zeus y a la izquierda de Zeus está Heracles. En el extremo izquierdo del friso oriental, una Hécate triple con una antorcha lucha contra un gigante con patas de serpiente que suele identificarse (siguiendo a Apolodoro) como Clitio. A la derecha se encuentra el caído Udeo, herido en el ojo izquierdo por una flecha de Apolo, junto con Deméter, que blande un par de antorchas contra Erisictón. Las representaciones de los gigantes son muy variadas. Algunos son totalmente humanos, mientras que otros son una combinación de formas humanas y animales. Algunos tienen patas de serpiente, otros alas, uno garras de pájaro, otro cabeza de león y otro cabeza de toro. Algunos Gigantes llevan cascos, escudos y luchan con espadas. Otros van desnudos o vestidos con pieles de animales y luchan con garrotes o piedras. El gran tamaño del friso probablemente hizo necesario añadir muchos más gigantes de los que se conocían hasta entonces. Algunos, como Tifón y Tito, que no eran gigantes en sentido estricto, tal vez fueron incluidos. La inscripción parcial «Mim» puede significar que también se representó al gigante Mimante. Otros nombres de gigantes menos conocidos o desconocidos son Alecto, Ctonófilo, Euribiante, Molodro, Óbrimo, Octeo y Olíctor.
Los Gigantes están prácticamente ausentes en la iconografía de la Edad Media. Reaparecen a partir del renacimiento, como simples hombres musculosos que luchan contra Zeus.[75]
Los Gigantes en la mitología griega no solo tienen un papel importante en las narraciones literarias, sino que también han sido ampliamente representados en el arte, desde la cerámica hasta la escultura monumental. Estas representaciones artísticas no solo sirven para ilustrar los mitos, sino también para simbolizar temas más amplios como el orden cósmico, el caos y la lucha entre el bien y el mal.
La cerámica griega es una de las fuentes más ricas para la representación visual de los mitos, y los Gigantes son uno de los temas recurrentes, especialmente en el contexto de la Gigantomaquia, la batalla entre los Gigantes y los dioses del Olimpo.
Una de las representaciones más importantes de los Gigantes en el arte monumental es el friso de la Gigantomaquia en el Partenón de Atenas (aproximadamente 447–438 a.C.). Este friso monumental es una de las esculturas más destacadas del estilo clásico, y se encuentra en el interior del templo dedicado a Atenea.
La Gigantomaquia no solo fue un tema central en la cerámica, sino también en el arte escultórico monumental. Además del friso del Partenón, los Gigantes aparecen en una serie de otras esculturas y relieves:
La representación de los Gigantes en el arte griego no es solo una cuestión de ilustrar los mitos, sino también de reflejar ciertos temas filosóficos y religiosos.
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