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extranjerismo derivado de la lengua francesa De Wikipedia, la enciclopedia libre
Los galicismos o francesismos son préstamos lingüísticos del idioma francés a otros idiomas.
Los galicismos del español se dan ya en la forma léxica (vocablos, lexías: menú, enfant terrible) ya en forma de estructuras o construcciones calcadas de la lengua francesa (ayer noche por «anoche», cocina a gas por «cocina de gas»).
El uso ha impuesto algunas de estas construcciones como legítimas: suena mal decir "olla de presión" en vez de olla a presión; también es habitual la construcción: sustantivo + a + infinitivo: problema a resolver libros a leer en vez de "libros por leer", o "para leer", o "que leer"... Giros como «fue por aquellos años que...» o «es por este motivo que...», etc. Otros son prosódicos, por acentuación: papá, mamá en vez de "papa" y "mama", por ejemplo; otras veces, se acentúan a la española: chófer en vez de chofer (aguda), del francés chauffeur (pronunciado /ʃofœʁ/).
Aunque hay galicismos muy antiguos en el castellano, introducidos en la Edad Media por los peregrinos a través del Camino de Santiago y por los monjes de Cluny y del Císter, así como por la natural vecindad con el país allende los Pirineos, incluso un sufijo, -aje, y aparecen hasta en el Cantar de mio Cid ("De los sos oios tan fuerte mientre llorando" / plorez des oils), su número no es significativo hasta los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, ya Antonio de Nebrija, en su Vocabulario español-latino (1494), recoge una larga nómina de palabras adaptadas del francés: paje, manjar, forja, jardín, sargento, jaula, ligero, cofre, reproche o trinchar, entre otros.
Pero los galicismos entraron sobre todo en la lengua española a partir del siglo XVIII, coincidiendo con el Grand Siècle de su literatura, los pensadores de la Ilustración francesa y el reinado en España de una nueva dinastía de monarcas de origen francés, la borbónica, cuyo primer representante fue Felipe V.[1] El prestigio de Francia en esa época (su grandeur) hizo que toda Europa imitase las modas de los petimetres afrancesados y por supuesto su lenguaje, del cual entraron algunas palabras, pero no otras que eran sin embargo muy usadas entonces (por ejemplo, remarcable). Es común en la literatura neoclásica de la época la queja o lamento sobre las malas traducciones del francés, y el deseo de una lengua más castiza o purismo. Ya en el XIX empieza a influir la tecnología francesa del vehículo (cabriolé, landó, bombé, etc.) y el purista Rafael María Baralt reaccionó publicando en 1855 un Diccionario de galicismos que a veces se confunde e incorpora no pocos términos autorizados y genuinos, como notó en su crítica el padre Juan Mir y Noguera.[2] Pero el galicismo más pernicioso del siglo XIX fue sintáctico: según la Nueva gramática de la lengua española (2009), la construcción a + infinitivo transitivo […] «se propagó con mayor intensidad en el siglo XIX por influencia del francés, en especial con sustantivos abstractos»[3] Se sustituye con por y para + inf., que se + futuro o que hay que + inf. Manuel Seco en su Diccionario de dudas (2005) aconseja dejar esta construcción para usos bancarios, comerciales y contables: total a pagar, efectos a cobrar, cantidades a deducir.[4] Por otro lado, en el XIX se introducen también algunos galicismos morfológicos, esto es, palabras que han alterado su forma natural castellana por influjo del francés; así, por ejemplo, señala Valentín García Yebra que "los nombres abstractos en -dad formados sobre adjetivos en -io como arbitrario, notorio, precario o serio forman el derivado en -iedad: arbitrariedad, notoriedad, precariedad, seriedad...". Pero por influjo del francés, algunos lo hacen en -idad: solidario no da solidariedad, sino solidaridad, porque en francés es solidarité. En portugués, sin embargo, es solidariedade y en italiano solidarietà.[5] Hay también toda una serie de galicismos morfológicos que afectan a los helenismos españoles que etimológicamente deberían terminar en -o, pero terminan en -a por influjo de la -e final que llevan los derivados franceses de los mismos étimos. Fisiatra, geriatra, pediatra, podiatra, psiquiatra; todos tienen como segundo elemento compositivo el griego -iatro, "médico"; deberían, pues, terminar en -iatro; terminan en -iatra porque en francés acaban en -iatre:
Los campos semánticos más afectados fueron la gastronomía (cruasán, gofre, menú, bombón, foie, foie-gras, chucrú...), la moda (corsé, tisú, frac, bucle, tupé, rapé, muselina, moaré, maniquí, peluquín...)[6] y la burocracia (carné, buró, dossier, croquis, asamblea, departamento, etiqueta, editar, finanza...). Todavía en el siglo XIX siguieron siendo frecuentes, pero en el siglo XX ya son más abundantes los anglicismos, pese a lo cual todavía en la actualidad se han introducido galicismos a través de la prensa:[7]
Algunos ejemplos de galicismos usados en español son:
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