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Escultura en España o española son denominaciones historiográficas para las producciones escultóricas del arte en España a lo largo de su historia.[2] El uso de la expresión "escuela española de escultura" es más ambiguo, pero también se da en la bibliografía.[3]
Con la excepción de la llamada Dama de Arlanpe (una representación esquemática de unos 17.500 años de antigüedad grabada en una cueva de Vizcaya, sobre un bloque de caliza de 70 kg., que sería uno de los ejemplos más antiguos del tipo Gönnersdorf-Lalinde),[4] no se han encontrado en la parte española de la zona franco-cantábrica más muestras de las "venus paleolíticas", pero sí abundan otros tipos de manifestaciones escultóricas, tanto en relieve como en bulto redondo, y en distintos materiales.
Relacionadas con la escultura fenicia están las escasas pero refinadas muestras conservadas de la tartésica en el suroeste peninsular, que serían las más antiguas producciones escultóricas de una civilización protohistórica en España.
En el norte peninsular se han conservado los petroglifos galaico portugueses (de datación controvertida, pues derivan de una tradición mantenida en la zona desde época postpaleolítica) y las estelas cántabras.
La escultura celta de la zona centro-occidental está representada fundamentalmente por los verracos, figuras de animales que se asemejan a toros, protectores de la ganadería. Son característicos los Toros de Guisando (actual provincia de Ávila).
Más desarrollo tuvo la escultura entre los iberos, que además de tener también escultura animalista (Bicha de Balazote, Pozo Moro), tiene como piezas principales las llamadas "damas ibéricas", representaciones de diosas o sacerdotisas, ricamente ataviadas, como la célebre Dama de Elche o la Dama de Baza. Es dudosa la determinación de la influencia púnica en estas esculturas,[6] del sureste peninsular, así como su cronología; mientras que no hay duda alguna del carácter púnico de las procedentes de las necrópolis cartaginesas en Ibiza.[7]
Durante los mejores tiempos de la dominación romana se tallaron en la Península notables imitaciones de las clásicas esculturas mitológicas de Grecia y Roma y acabados retratos de emperadores en busto y en estatua así como preciosos relieves en algunos sarcófagos y bellísimos entalles en piedras finas de joyería[15] (especialmente, en la antigua Clunia de donde se han extraído gran cantidad) según lo demuestran los frecuentes hallazgos que figuran en diferentes Museos españoles. Sobresalen entre estas obras:[16]
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Se han encontrado, además, en toda la Península numerosos idolillos de bronce y de barro cocido representando generalmente a Hércules[20] y Mercurio con sus respectivos atributos y otros varios objetos de pura ornamentación escultórica.
El más notable sarcófago es el de Husillos (actual provincia de Palencia), con relieves mitológicos. El sarcófago de Covarrubias, que algunos han considerado como cristiano, es un bisomo de mármol de sabor pagano que puede remontarse al siglo III. En su frente lleva el retrato de los difuntos (dos cónyuges) en un clípeo central, flanqueado por curvas llamadas estrígiles; en los extremos de la misma cara se representan escenas pastoriles. Sirvió de sepulcro desde el siglo X a Sancha de Pamplona, mujer del conde Fernán González.
La escultura paleocristiana se halla especialmente representada por los sarcófagos, ricamente decorados muchos de ellos con estrígilos, escenas bíblicas y representaciones alegóricas. Destacan el de Leocadius en Tarragona y el de la Iglesia basílica de Santa Engracia en Zaragoza. También se conservan algunas estatuas exentas, como varias con el tema del Buen Pastor, laudas sepulcrales y mosaicos que por su técnica y sentido del color siguen los modelos romanos.
Preliminares remotos de la escultura románica española fueron los relieves visigodos y los de las construcciones asturianas de tosca factura.
La escultura andalusí tuvo un desarrollo muy limitado a causa del aniconismo islámico, pero aun así hay algunas producciones figurativas. Lo que sí está muy presente es la decoración geométrica o vegetal en frisos y relieves.
Las corrientes artísticas de todas las procedencias que invadieron España en los siglos de la Reconquista, sobre todo, en los siglos XI y XII dieron por resultado un espléndido florecimiento del arte escultórico. Pero tomó éste un carácter tan variado y ecléctico que es muy difícil distinguir en cada monumento las filiaciones o influencias a que debe su origen artístico y la parte que en él haya tenido la inventiva local. Por lo mismo, en vez de escuelas artísticas se puede hablar de grupos regionales.
En general, se nota que las obras españolas de alguna importancia ofrecen una mayor tendencia al realismo o imitación de la naturaleza y al detalle individual que sus similares del extranjero, además del eclecticismo que forma su carácter. Y para evitar equivocaciones en la cronología de los monumentos, conviene tener presente que no era raro en aquella época labrar los capiteles y otros relieves de los edificios mucho tiempo después de la construcción de éstos durante la cual se dejaban con alguna frecuencia los capiteles simplemente desbastados para después trabajarlos con mayor calma.
En la región catalana, se observan visibles influencias de las escuelas de Toulouse[21] y provenzal[22] en las figuras que adornan los capiteles y en otros relieves de los claustros, sobre todo, en el de la catedral de Gerona y en el de San Cugat del Vallés. Pero no se descubren tales injerencias sino que más bien debe reconocerse un tipo excepcional, en la soberbia portada del monasterio de Ripoll, acaso de filiación lombarda. Este precioso monumento, que en su labor escultórica parece datar de finales del siglo XI a pesar de su relativa perfección o bien de la segunda mitad del siglo XII, presenta zonas horizontales de relieves figurando pasajes o episodios bíblicos en el paramento en que se abre el arco abocinado de la puerta, el cual, a su vez ostenta variados relieves y se apea en columnillas ornamentadas y en sendas estatuas-columnas. De principios del siglo XIII son ya las labores románicas del claustro catedralicio de Tarragona y las de la catedral vieja de Lérida (continuadas a lo largo del mencionado siglo) ambos monumentos de tipo ecléctico sin exclusión de influencias musulmanas.
La catedral de Jaca (siglos XI-XII), con su rica y compleja iconografía, marcó el despertar de la escultura románica aragonesa y aun conserva un rico muestrario de escultura en capiteles y ménsulas. [23] Grabado sobre el tímpano de la puerta principal es un bajorrelieve que está presidido por un crismón y flanqueado por dos leones en cuyas garras aparecen sendas figuras humanas. Se trata de una pieza románica excepcional por la calidad de la escultura, sus grandes dimensiones y, ante todo, por su significado iconográfico que, en este caso, está reforzado por textos latinos que figuran en el crismón, en cada uno de los leones y en el dintel.[24] El crismón será un elemento característico del románico de la zona.
Destaca, por su buen sentido de la composición y esmerada talla, el Maestro del Sárcofago de doña Sancha, de posible origen italiano, cuyo estilo se aprecia en dos capiteles del antiguo claustro de Jaca, o en la Anunciación de la iglesia de Santa María (Santa Cruz de la Serós). Del maestro Esteban, se conservan hermosos capiteles historiados en la cripta de la iglesia de san Esteban en Sos del Rey Católico.
En la región también sobresalen los claustros de los monasterios de San Juan de la Peña y de San Pedro el Viejo, ambos del siglo XII, con esculturas en sus capiteles, muy vigorosas pero de tosca ejecución y con alguna influencia de la escuela de Toulouse. En el claustro de San Pedro el Viejo, con galerías de arcos de medio punto y columnas dobles, hay 38 elaborados capiteles, de los que 18 son originales y los veinte restantes son reproducciones que sustituyeron a los originales deteriorados con motivo de la restauración realizada a finales del siglo XIX;[25] una parte de los sustituidos se muestra en el museo de Huesca. Los capiteles se atribuyen al maestro de San Juan de la Peña y representan la vida de Jesús, así como escenas de carácter alegórico e histórico.
Se puede apreciar una insólita iconografía en varios capiteles del claustro de la colegiata de Alquézar: una Trinidad tricéfala creando a Adán, un Dios alado, o el sacrificio de Isaac, con claras reminiscencias del arte irlandés y carolingio.
En el siglo XII, el llamado Maestro de San Juan de la Peña (conocido también como maestro de Agüero), aunque con estilo algo arcaico, muestra su interés por el realismo en un rico repertorio bíblico de Epifanías, composiciones de danzantes, músicos, y animales fantásticos, de marcada influencia castellana septentrional.
En la comarca de las Cinco Villas (al norte de la actual provincia de Zaragoza) son evidentes los recuerdos de las escuelas de Borgoña y de Poitou en algunas portadas de iglesias parroquiales del siglo XII y principios del siglo XIII como la de Santa María de Uncastillo. En palabras de Huizinga, es en Uncastillo donde el románico aragonés expresará «una euforia carnavalesca, un llanto y crujir de dientes».[26]
La región de Navarra se vio poderosamente influida por el arte de los benedictinos franceses, tosco en el siglo XI y primera mitad del XII, como lo manifiestan el pórtico de Gazólaz y algunas obras de los monasterios de Leyre e Irache. Pero muy espléndido en lo restante del último siglo y en el siguiente, como lo prueban algunas ricas portadas que denuncian la influencia de la escuela de Saintonge y la de Borgoña. Se atribuye a los monjes cluniacenses el florecimiento escultórico de Navarra y se observa la oposición artística entre ellos y los cistercienses tan sobrios en ornamentación figurada, siendo el monasterio de Leyre (que pasó por alternativas de dominio de unos a otros) el que resume todas las vicisitudes del arte plástico en Navarra desde el siglo IX hasta el XIII inclusive. Los relieves de la magnífica portada de la catedral de Tudela labrados en la primera mitad del siglo XIII, pueden considerarse ya como góticos, aunque de sabor arcaico.
En los reinos de León y Castilla fue determinante para la proliferación del estilo románico el paso del Camino de Santiago, que atravesaba de este a oeste la submeseta Norte. Desde aquí se extenderán los influjos de este arte a regiones más apartadas, gracias a los monasterios benedictinos que se fundaron en gran número protegidos por los reyes leoneses y castellanos. Varios fueron los núcleos y focos destacados del románico castellano, destacándose los de Segovia, Ávila (donde será muy influyente la obra de la Basílica de San Vicente y su sepulcro), Soria, Palencia (muy destacable la iglesia de San Martín de Frómista con valiosos capiteles, y la cercana Carrión de los Condes), Burgos, donde el Monasterio de Silos creará una escuela autóctona, Salamanca y Zamora con sus catedrales como centros irradiadores, y el gran centro que fue la basílica de San Isidoro de León, donde trabajaron algunos de los más originales artistas del Románico hispano.
En la región gallega debe reconocerse como centro artístico para su escultura la catedral de Santiago de Compostela por sus antiguas portadas y su admirable Pórtico de la Gloria. Los relieves de las dos portadas del crucero (hoy en la del Sur, pues la del Norte fue destruida en el siglo XVIII y rehecha en estilo renacentista) acusan influencia de la escuela de Toulouse y datan de los años 1137-1143. Pero los relieves y estatuas del famoso Pórtico debidas como toda la fábrica al inspirado maestro Mateo y terminadas en 1188 revelan un genio artístico independiente y superior a todas las escuelas de su tiempo. La obra de escultura del Pórtico se desarrolló en las tres puertas de este correspondientes a las tres naves del templo y formadas por los respectivos arcos redondos y abocinados, que insisten sobre series de columnillas románicas. Su composición artística es, en breve resumen, como sigue: debajo de las columnillas aparecen como subyugados y oprimidos diferentes monstruos que simbolizan los vicios morales. En el parteluz de la puerta central (única que lo tiene y en el cual apoya el dintel con su tímpano) se fija la estatua sedente del apóstol Santiago y a la misma altura sobre el primer cuerpo formado por el conjunto de las demás columnillas se apoyan las estatuas de todos los apóstoles y de muchos profetas, cada uno con su libro o su filactería donde se inscribió alguna sentencia alusiva al personaje. En el tímpano se ostenta la imagen de Cristo sentado en su trono quedando a sus lados los cuatro evangelistas, de aspecto juvenil y con sus atributos propios, quedando el resto del tímpano lleno de figuras de ángeles y santos. En las arquivoltas de dicho arco central se destacan veinticuatro figuras representando los misteriosos ancianos del Apocalipsis para completar la idea del cielo. Mientras que en las arquivoltas del arco lateral izquierdo otras figuras representan el limbo de los Santos Padres y en el derecho, el purgatorio y el infierno.
No es posible dar con otro monumento de aquella época donde llegan a unirse tan bella y ordenada composición, con tanta sobriedad y relativa calma de las actitudes y a la vez con una ejecución técnica tan propia y expresiva. A su imitación o por su influencia se labraron en el siglo XIII otros pórticos y portadas de iglesias, siendo el que más de cerca le sigue aunque de más acentuada forma gótica y de inferior mérito el llamado Pórtico del Paraíso de la catedral de Orense. También parecen de filiación compostelana las estatuas del siglo XII de la Cámara Santa de Oviedo.
La escultura funeraria en la época románica fue muy escasa en las figuras aunque no en símbolos. Se celebra como obra más importante del siglo XII el sepulcro antiguo de Doña Blanca, madre de Alfonso VIII, en el monasterio de Santa María la Real de Nájera, del que solo se conserva la tapa, en cuyos relieves delanteros se representa la muerte de dicha reina y el tránsito de su alma en forma de niña, llevada sobre un lienzo por dos ángeles; a los lados del lecho mortuorio figuran escenas de dolor de la familia, asunto que se reprodujo muchas veces en sarcófagos en los dos siglos siguientes.
Como obras de escultura en marfil son justamente celebrados los relieves de las dieciséis placas adheridas a la urna-relicario de San Millán que representan, con gran sentimiento religioso, escenas de la vida del santo y algunos pasajes del Evangelio. Se conservan, con otros marfiles, en el monasterio de San Millán de la Cogolla; datan del año 1033 y fueron labrados, con dos estilos diferentes, por un tal Rodolfo y su padre, de nombre desconocido. De la misma época es el precioso crucifijo de marfil que los reyes de León, Fernando I y Sancha, donaron a la colegiata de San Isidoro en el año 1063. Esta joya artística, notable por la profusión de labores que la embellecen, refleja poderosas influencias del estilo árabe, mas no por eso ha de atribuirse a un artista musulmán. Del mismo siglo y del siguiente son unas tapas con marfiles en la catedral de Jaca. De orfebrería y bronce son trabajos dignos de mención especial los frontales o antipéndiums de Silos y las arquetas, cruces y crucifijos de diferentes iglesias y museos.
En la península ibérica, la transición del románico es bien visible en el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela, una obra que aún conserva vestigios de su policromía. Durante la evolución inicial del gótico ibérico, la influencia del gótico francés fue dominante y aunque en general, los resultados fueran menos prolíficos que en Francia, adquirió unas características muy singulares: una asimilación de las influencias árabes, una tendencia recurrente al arcaísmo y el gusto por una decoración floral exuberante. Estuvo vinculado al entorno arquitectónico y los monumentos funerarios se fueron haciendo cada vez más aparatosos. Ejemplos significativos de un gótico en su plenitud se pueden observar en las catedrales de Burgos y de León, que se encontraban en los caminos de peregrinación de la época y fueron decoradas con una estatuaria importante.[28] La política de acercamiento con Francia se reflejaba en el matrimonio de Luis VIII con Blanca de Castilla, hija del rey Fernando III el Santo, este hecho y el que el obispo de Burgos Mauricio había pasado en París años de estudio y conocía la nueva arquitectura y escultura que se practicaba en Francia, propició la venida de artistas galos procedentes de Reims y Amiens, cuando empezaron la reconstrucción de las catedrales de Burgos y León.[29]
A lo largo del siglo XIII, el resto de los reinos cristianos españoles, se mantuvieron más o menos ajenos al gótico y las iglesias siguieron utilizando el estilo románico. Se importaron muchas piezas de dimensiones pequeñas del estilo gótico francés destinadas a la devoción privada y se tiene noticia que varios artistas franceses trabajaron por diversos lugares de la península realizando este tipo de obras. Obras de finales del siglo XIII fueron la Virgen del mainel de la catedral de Tarragona y el apostolado de la misma puerta. En el siglo XIV, el estilo francés ya se había instalado por completo en centros de escultura monumental de Navarra y la Corona de Aragón.[30][31][32] De esta fase son buenos ejemplos las catedrales de Barcelona, Pamplona y Zaragoza. Al mismo tiempo, la escultura se aplicó de manera diversa en otros espacios, como tumbas, coros y edificios civiles. De la primera década, se pueden citar los sepulcros de Pedro III de Aragón, Jaime II y de su esposa Blanca de en el monasterio de Santes Creus. Otro artista de la época fue Jaime Cascalls que trabajó en diversas obras del monasterio de Poblet y realizó la escultura exenta del rey Pedro IV de la catedral de Gerona. Del escultor Pere Moragues es el sepulcro del obispo Lope Fernández de Luna de la Seo de Zaragoza.[33]
A partir del siglo XV, llegó la influencia del arte flamenco y alemán, influencia que se mantuvieron hasta la llegada del clasicismo renacentista durante el reinado de Carlos I, ya en el siglo XVI. En ese momento, fue disminuyendo el interés por la decoración monumental, como en otros lugares de Europa, y proliferaron los retablos y las obras portátiles. Los últimos ejemplos de grandes estatuas de fachada gótica se encuentran en la catedral de Oviedo y en la de Sevilla y, en algunas partes de la catedral de Toledo. Jean de Valenciennes realizó la puerta del Mirador de la catedral de Palma, en su taller se formó Guillem Sagrera que realizó para la misma puerta las figuras de san Pedro y de san Pablo.[33]
El influjo del gótico internacional se hizo patente en la obra de Pere Johan, que entre otras realizó el Sant Jordi (San Jorge) para el palacio de la Generalidad de Cataluña, el retablo mayor de la catedral de Tarragona y el bancal de la Seo de Zaragoza. La pervivencia del estilo gótico es mayor que en otros países, como puede comprobarse al comparar dos ejemplos de escultura funeraria: el famoso Doncel de la catedral de Sigüenza (aún gótico) y el sepulcro de los Reyes Católicos en la catedral de Granada (ya renacentista). Incluso hasta el comienzo del siglo XVI puede considerarse gótico el estilo proveniente del norte de Europa (Alemania y Flandes) de las sillerías del coro de las catedrales de Ciudad Rodrigo, de Toledo y Nueva de Plasencia, debidas a Rodrigo Alemán.
En la Corona de Castilla fue más habitual que triunfaran escultores del norte de Europa (Lorenzo Mercadante, Gil de Siloé o Felipe Bigarny), predominando la influencia flamenca, de modo que se ha podido definir un estilo denominado hispanoflamenco. La escultura comenzó a independizarse de la arquitectura con la consolidación y expansión del retablo y las obras portátiles. Un lugar destacado ocupó la familia Egas o Cueman, artífice de la transición del gótico al renacimiento en el centro peninsular con Juan Guas y Sebastián de Almonacid, responsable quizá del Doncel de la catedral de Sigüenza —o alguien vinculado a su taller de Guadalajara—. En el reino de Navarra destacó Janin Lomme de Tournai.[34] Vasco de la Zarza, discípulo de Domenico Fancelli el autor del sepulcro de los Reyes Católicos, ya puede considerarse plenamente renacentista. En la transición al siglo XVI, apareció una escuela ecléctica llamada plateresco, que desarrolló un estilo decorativo en las fachadas con estatuas enmarcadas por una abundante y compleja ornamentación geométrica y vegetal. Lo mismo sucedió con los retablos platerescos, la riqueza y sofisticación de los cuales sobrepasan los del norte de Europa de la misma etapa: su apariencia es claramente diferente. Uno de los autores más notables en la realización de retablos fue Gil de Siloé, y Alejo de Vahía que destacó en la ejecución de imágenes independientes de grandes dimensiones.[32]
Portugal tuvo su inicio del gótico hacia el 1250, pero la escultura no fue el arte más favorecido. Los principales ejemplos se concretan en algunas tumbas de la nobleza, entre ellas las del rey Pedro I de Portugal e Inés de Castro que se encuentran en el monasterio de Alcobaza. Los centros de producción más importantes fueron Coímbra, Lisboa, Santarém y Évora. Entre finales del siglo XV y XVI, se desarrolló el estilo manuelino, una derivación del gótico que incorporaba elementos clásicos. Su principal monumento es el Monasterio de los Jerónimos de Belém en Lisboa, con un portal diseñado por Juan de Castillo, ricamente decorado con estatuas y varios ornamentos.[32][35]
La aparición de la escultura del Renacimiento en España y del arte renacentista en general tuvo lugar casi un siglo después de los comienzos de este estilo en Italia. El quattrocento no existió como tal estilo renacentista pues predominaban todavía las formas y el gusto por el gótico. Ya en 1339 había llegado a Cataluña el arte de los pisanos con el sepulcro de Santa Eulalia (catedral de Barcelona). Casi un siglo después, el florentino Giuliano de Nofri, discípulo de Ghiberti, junto con otros de mano española, labró en el trascoro de la catedral de Valencia algunos relieves. Pero estos ensayos y tentativas quedaron aislados hasta la verdadera penetración de las ideas y formas escultóricas del Renacimiento italiano con los artistas florentinos que vinieron a trabajar a España a finales del siglo XV y comienzos del XVI, extendiéndose el nuevo gusto por obra de extranjeros de varias nacionalidades y por algunos españoles que aprendieron en Italia. Aun así, no logró implantarse con firmeza el estilo hasta el reinado de Carlos V.[38]
El estilo hispanoflamenco dominante durante todo el siglo XV evolucionó hasta confluir con el gusto italiano, proceso visible en las familias Egas —a la que pertenecen también Juan Guas, Sebastián de Almonacid y Alonso de Covarrubias— y Siloé —Gil de Siloé y su hijo Diego de Siloé, también arquitecto que había viajado a Italia— y el borgoñón Felipe Vigarni (relieves de la Pasión con adornos platerescos de sabor italiano en el trasaltar mayor de la catedral de Burgos, parte de la sillería del coro de la catedral de Toledo, con su retablo mayor —obra colectiva de un gran plantel de artistas, que marca la transición entre el Gótico y el Renacimiento español— y la parte escultórica del retablo de la catedral de Palencia).
En el siglo XVI, que corresponde al cinquecento italiano, aparecieron las primeras demostraciones, como consecuencia de las relaciones políticas y militares con Italia y bajo el mecenazgo y tutela de los reyes y de la nobleza. La escultura renacentista se hizo presente a través de tres vías distintas:
Los escultores españoles del siglo XVI han sido etiquetados con diferentes denominaciones acuñadas inicialmente para la arquitectura: «isabelino» —o «Reyes Católicos»—, «cisneriano», «plateresco», «purismo» —o «Príncipe Felipe», o «fase serliana»—, «manierismo», «romanismo», «herreriano», etc.. Además de los ya citados destacan el catalán Juan Sanz de Tudelilla y el riojano Arnao de Bruselas (fl. 1536-1564) (trascoro de la Seo de Zaragoza), el navarro o francés Esteban de Obray (sillería del coro de El Pilar), los burgaleses Rodrigo (c.1520-1577) y Martín de la Haya (retablo mayor de la catedral de Burgos), y muchos otros (Jamete, Diego Guillén, Andrés de Nájera, Pedro Arbulo Marguvete, Juan Miguel de Urliéns). Gran fama alcanzaron los plateros y broncistas Vergara el Viejo, Cristóbal de Andino (c. 1490-1543), la familia de los Becerril (Alonso, Francisco, Cristóbal, etc.)[39] y los Arfe (especialmente, Juan de Arfe) a quienes se deben primorosas obras de mobiliario eclesiástico. En Santiago de Compostela se desarrolló durante el siglo XVI un notable trabajo de los maestros azabacheros.[40]
En el segundo tercio del siglo XVI, destacan:
En el último tercio cambió por completo el gusto renacentista español que se inclinó al clasicismo representado sobre todo en la figura del arquitecto Juan de Herrera. Fueron llamados a la corte de Felipe II y a la obra de El Escorial los italianos Leoni (León y Pompeyo, padre e hijo) y Jacome da Trezzo (1515-1589), además del español Juan Bautista Monegro (ca. 1545-1621) (estatuas de los reyes de Judá en el patio de los Reyes). A partir de ese segundo tercio surgieron en distintas regiones españolas unos artistas que llegaron a ser los grandes maestros de Renacimiento español, que aunque siguieron las normas italianas, supieron dar a sus obras un carácter puramente español, creando escuela en las distintas regiones del ámbito nacional. El material utilizado fue el mármol y el bronce, pero sobre todo la madera policromada y estofada. De los talleres de los grandes maestros salieron gran cantidad de retablos, sillerías de coro, imágenes y escultura funeraria.[VA 1][An. 3]
También en esta etapa trabajaron el andaluz Gaspar Becerra (1520-1568) (Virgen de la Soledad del convento de Nuestra Señora de la Victoria (Madrid), destruida por un incendio en 1936, antiguo retablo de las Descalzas Reales —destruido por un incendio en 1862—, retablo mayor de la catedral de Astorga (1558-1584), el vallisoletano Esteban Jordán (1530-1598) (retablo mayor y sepulcro del obispo Lagasca en la iglesia de la Magdalena de Valladolid, retablo mayor de Santa María de Medina de Rioseco), Pedro López de Gámiz y el guipuzcoano Juan de Ancheta (1533-1588) (retablo mayor de Santa María de Tafalla).[42]).
La evolución de la escultura barroca en España tuvo un desarrollo propio apenas influido por las escuelas extranjeras, ya que ni los escultores más destacados viajaron al exterior, como sí habían hecho en el siglo anterior, ni fueron numerosos los escultores extranjeros que trabajaron en España —salvo el flamenco José de Arce, el portugués Manuel Pereira o el alsaciano Nicolas de Bussy— ni la importación de obras fue significativa.
La escultura barroca española dependió casi enteramente de los encargos de la Iglesia, por lo que la mayoría de las obras fueron retablos para adornar los altares y pasos procesionales para la Semana Santa. El retablo cobró un enorme protagonismo en los espacios religiosos, tanto por su tamaño, que se fue haciendo mayor con el tiempo, como por su complejidad y espectacularidad, que alcanza su punto máximo. En su realización intervienen prácticamente todas las disciplinas artísticas (arquitectura, talla, policromía, dorado). Tipologías específicas, como el retablo-relicario, el retablo-escenario, el baldaquino, etc., aunque no surgen en el Barroco, llegan entonces a su máxima expresión.[43]
Los temas mitológicos y profanos están ausentes y la temática en esta etapa fue casi exclusivamente religiosa, tanto de los encargos privados como institucionales, destinados a la devoción privada y a la pública. Destaca con mucho la imaginería, siendo el material más utilizado la madera, siguiendo la tradición hispana, con policromía y la técnica del estofado, tanto en bulto redondo como en relieve. Se procura una gran verosimilitud de las figuras, calificada habitualmente de «realismo» o «naturalismo», caracterizadas por sus gestos y posturas muy expresivas; las imágenes tienen un perfecto acabado a las que se añaden postizos para reforzar el verismo (cabello natural, ojos y lágrimas de cristal, ricas vestiduras de tela real), e incluso efectos de articulación y movimiento real en algunos casos, y por la escenografía que las introduce en la vida real como si fuera un decorado teatral. La finalidad era provocar una profunda emoción religiosa en el espectador. Se buscaba impresionar al devoto y atraerlo, según los dictados del Concilio de Trento (el énfasis de la Contrarreforma en el culto a los santos a través de imágenes y reliquias por reacción a la opinión contraria de la Reforma protestante).
La talla en piedra[44] generalmente se limitó a la decoración escultórica de las portadas (fachadas-retablo). Sólo en el ámbito de la Corte aparece la estatuaria monumental (los retratos ecuestres en bronce de Felipe III y estatua ecuestre de Felipe IV se encargaron en Italia, a Pietro Tacca, y también existen modelos de estatua ecuestre de Carlos II un monumento similar para Carlos II, de Giacomo Serpotta).[45]
En la escultura barroca española se reconocen distintas etapas. A principios de siglo se observa el paso del romanismo manierista al naturalismo barroco[46] que a lo largo de la centuria evolucionaría buscando un mayor efectismo a través de los gestos, posturas o del uso de postizos. Este mayor barroquismo es claramente observable en la arquitectura de los retablos. Cronológica y estilísticamente se distinguen dos fases en el Barroco escultórico español:
El tardobarroco o rococó español de la primera mitad del siglo XVIII tiene un estilo muy ornamentado, dominado por las espectaculares portadas y retablos del considerado churrigueresco castellano (la familia Churriguera, Pedro de Ribera, Narciso Tomé), o en Galicia a la fachada del Obradoiro de Santiago de Compostela (Fernando de Casas Novoa), o en Valencia a la portada del Palacio del Marqués de Dos Aguas (Ignacio Vergara).
Con el reinado de Carlos III (r. 1759-1788) se impuso el gusto neoclásico. La escultura hispana fue haciéndose más simple y austera en la segunda mitad del siglo XVIII, no tanto por agotamiento de las fórmulas barrocas, que seguían siendo populares (aunque suavizadas en sus elementos más extremos —Luis Salvador Carmona—), como por la imposición en las élites del nuevo gusto neoclásico a través de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (fundada en 1752, siendo sus primeros directores Juan Domingo Olivieri, Felipe de Castro y Juan Pascual de Mena) y de la crítica ilustrada.[48] El año 1777 la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando asumió la aprobación de los proyectos para los retablos dictando la sustitución de la madera policromada por «mármoles y piedras adecuadas».[49]
La transformación urbanística de la ciudad de Madrid fue un ambicioso proyecto encabezado por el arquitecto José de Hermosilla (1763) que pretendía «higienizar» el trazado urbano, y dotar a la ciudad de un animado paseo arbolado y con el tipo de fuentes monumentales al modo barroco que se había iniciado en la Roma de Bernini (de sur a norte: fuente de la Alcachofa, Cuatro Fuentes, fuente de Neptuno, ésta de Apolo y fuente de Cibeles).La escultura neoclásica tuvo un desarrollo particular y menos visible que en otras artes. En ella pesó poderosamente la tradición imaginera de obras en madera policromada, que había sido habitual en las costumbres devocionales de los españoles, por lo que apenas existía una escultura monumental que no estuviera ligada a las necesidades religiosas. Por ello los primeros indicios de cambio se encaminaron hacia el barroco francés que trajeron los escultores cortesanos.
Desde la Academia, artistas como Francisco Gutiérrez (1727-1782) o Manuel Álvarez de la Peña (1727-1797) crearon esculturas en materiales nobles, en muchos casos destinadas al ornato urbano. Gutiérrez fue autor de la fuente de Cibeles (1780-1786) y colaboró en la parte escultórica de la puerta de Alcalá, ambas en Madrid. Álvarez esculpió la fuente de Apolo o de las Cuatro Estaciones y Juan Pascual de Mena (1707-1784), un precursor de las nuevas tendencias, la fuente de Neptuno, ambas en el paseo del Prado de Madrid. Un discípulo de Mena, el valenciano Manuel Tolsá (1757-1816), viajó a la Nueva España en 1791 con el nombramiento de director de escultura de la Academia de San Carlos de la Ciudad de México, donde realizará la estatua ecuestre de Carlos IV (1793-1802).
Pero la imaginería no desapareció y los escultores, aprovechando las enseñanzas de la Academia, llegaron a hacer una escultura policromada de gran calidad. Un ejemplo fue José Esteve (1741-1802), formado en la Academia de San Carlos de Valencia, autor de bellísimas imágenes como la Inmaculada de la catedral de Valencia. Con Esteve colaboró José Ginés (1768-1822) en la elaboración del Belén del Príncipe (Palacio Real y Academia de San Fernando), un género aún habitual.
Con Juan Adán (1741-1816), que se formó en la Academia de Zaragoza y estuvo pensionado en Roma, se produjo el paso definitivo al neoclasicismo. Nombrado en 1795 escultor de cámara, realizó los retratos de Carlos IV y María Luisa de Parma (1797, Palacio Real); tienen la ampulosidad de los retratos de aparato pero con la severidad en los rostros de la estatuaria romana. Suya fue la Venus del parque de El Capricho de la Alameda de Osuna, una interpretación realmente fiel de los modelos romanos.
El cordobés José Álvarez Cubero (1768-1827) es un ejemplo del neoclasicismo español que, aunque había recibido una educación inicial en el barroco, luego completó su formación en París y en Roma, donde entabló amistad y fue asistente del italiano Antonio Canova y luego también escultor de la corte en el exilio del rey Carlos IV. Fue escultor de cámara de Fernando VII y su célebre grupo La defensa de Zaragoza es muy representativo de este neoclasicismo hispano que debe tanto a la estatuaria clásica como a la lección del mismo Canova que así llegó a España.
En Cataluña, las enseñanzas del clasicismo de la escuela de la Lonja de Barcelona, se manifestaron en el escultor Damià Campeny (1771-1855), que pensionado en Roma, también estuvo en contacto con Canova. Entre sus obras destaca una serie de estatuas mitológicas,[50] Cleopatra y Lucrecia muerta, (1804, Lonja de Barcelona) —que tiene toda la serenidad de la escultura clásica pero algunos atisbos de melancolía romántica— y la Virgen del Crucifijo de Lepanto (1830, catedral de Barcelona).[51] La escultura neoclásica tuvo un largo epílogo en la obra de Antonio Solá (1787-1861), que trabajó en Roma desde 1803 y fue propuesto por Canova y Thorvaldsen, como miembro de la Academia romana de San Lucas, de la que llegaría a ser presidente entre los años 1837 y 1840. Fue autor de Venus y Cupido (1830, Museo de Arte de Cataluña) y del grupo de Daoiz y Velarde (1830, Madrid, plaza del Dos de mayo), un uso convencional del clasicismo para retratar a los héroes románticos.
En Canarias destacó la personalidad de Fernando Estévez (1788-1854), máximo representante del clasicismo en el archipiélago canario. Su obra está formada principalmente por escultura religiosa, aunque también realizó composiciones pictóricas, fue un hábil urbanista y diseñó monumentos conmemorativos. Admirador de Canova y defensor de todo lo que significara progreso, desempeñó el cargo de catedrático de Dibujo en la Academia de Bellas Artes de Canarias. Es recordado por haber realizado la imagen de Nuestra Señora de Candelaria (1827), patrona de Canarias y la magnífica talla del Nazareno (1840) de Santa Cruz de La Palma.
El realismo, y especialmente la escultura realista, no tiene una definición precisa en España y por ellos unos límites cronológicos claros. La segunda mitad del siglo XIX está presidida por la realización de una escultura conmemorativa academicista de convenciones neoclásicas, con monumentos en todas las ciudades, y más que en ninguna en Madrid, con una importante serie de esculturas urbanas, especialmente las dispuestas en el Parque del Retiro. También fueron muchos los encargos de monumentos funerarios, con la inauguración de grandes cementerios, como el cementerio de San Fernando de Sevilla (1852), cementerios barceloneses de Pueblo Nuevo (ampliado en 1849) y de Montjuic (1883), y los madrileños, especialmente el de San Isidro y el de San Justo (1847), la Necrópolis del Este, iniciada en 1883, que incluía el cementerio civil, el hebreo y el católico o de la Almudena (1884). En 1901 se inauguró el Panteón de Hombres Ilustres siendo muchos los panteones realizados.
También fueron muchos los encargos escultóricos destinados al ornato de los edificios públicos, siendo especialmente notables los programas escultóricos de la Biblioteca Nacional (1866-1892), y del palacio de la Música Catalana (1905-1908), o la representación animalística asociada con la escultura romántica (por ejemplo, los leones de las Cortes de Ponciano Ponzano). Un proyecto algo más tardío, fue el Monumento a Alfonso XII en los Jardines del Retiro, compuesto por una columnata a un lado de un gran estanque con muchas esculturas que rodean a una torre mirador que soporta la estatua ecuestre del rey (1904) en bronce y mármol, obra de Mariano Benlliure, y en el que participaron más de veinte escultores, entre los que cabe destacar a Josep Clarà y Mateo Inurria.
Escultores notables de mediados del siglo XIX fueron el zaragozano Ponciano Ponzano (1813-1877) y el madrileño Sabino Medina (1812-1888). Ponzano se formó como alumno de Cubero y fue pensionado en Roma en 1832 para completar su formación, asistiendo a las clases de Thorvaldsen —del que ya en España escribiría una biografía—, Tenerani y Antonio Solá. A su regreso a España, en 1839, fue nombrado académico de mérito de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Desde 1871 ejerció como profesor en la Academia. Su amistad con Francisco Javier de Quinto y Cortés, conde de Quinto y jefe de la casa real, le ayudó a ser el escultor oficial del Congreso, siendo su obra más importante el frontón del palacio de las Cortes (1848), que constituye el mayor conjunto escultórico del siglo XIX en España y representa alegóricamente los poderes de la Cámara. También, tras ganar el concurso que se convocó, realizó los dos leones de bronce situados en la escalinata de acceso al edificio. Medina también se formó artísticamente en Roma. Una de sus obras más relevantes, fue una escultura de Murillo para la ciudad de Sevilla, inaugurada en 1864, que se colocó en la plaza del museo, frente al entonces Museo Provincial de Pintura, hoy Museo de Bellas Artes. Posteriormente se realizó una réplica de la misma que se situó frente a la fachada sur del Museo del Prado, inaugurada por el rey Amadeo I. Intervino también en la decoración del Palacio de las Cortes de Madrid, en cuyo Salón de sesiones, en la parte alta del testero, se encuentran cuatro efigies que simbolizan La Marina, La Agricultura, El Comercio y Las Ciencias
La elección de temas de sensibilidad social y las moderadas innovaciones estéticas que preceden al estallido de las vanguardias, corresponde a los escultores de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, como Ricardo Bellver (1845-1924), Arturo Mélida, (1849-1902), Antonio Susillo (1855-1896), Agustín Querol (1860-1909), Mariano Benlliure (1862-1947), Aniceto Marinas (1866-1953) y Miguel Blay (1866-1936).[52]
Otros escultores coetáneos, como Josep Clará, Josep Llimona, Mateo Inurria, Victorio Macho, Mateo Hernández, Nemesio Mogrovejo, Julio Antonio, Emiliano Barral o Francisco Asorey, manteniendo los principios figurativistas, serán los que darán paso a las vanguardias del segundo tercio del siglo XX, que es cuando se produce la auténtica ruptura formal en la escultura contemporánea española (Pablo Gargallo, Julio González, Alberto Sánchez Pérez) que volverá a reconducirse hacia un tratamiento más tradicional en la escultura del franquismo.
Los inicios del siglo XX fueron prometedores para la escultura española.Destacan figuras como Ángel Ferrant (1890-1961), Alberto Sánchez Pérez (1895-1962), Pablo Gargallo (1881-1934), Julio González (1876-1942) y Daniel González Ruiz (1893-1969). La escultura entra plenamente en la vanguardia con la obra de dos artistas de renombre internacional: el aragonés Gargallo, iniciado en el novecentismo, que comenzó a hacer esculturas metálicas, de fuerte expresionismo y un cierto aire esquemático y primitivista (Gran Bailarina, 1929, El profeta, 1933); y Julio González, que utilizó el hierro soldado, acercándose a formas casi abstractas (Mujer peinándose, 1932, El hombre cactus, 1939).[55]
En el ámbito catalán del Novecentismo, la escultura tuvo la figura excepcional de Josep Clarà (1878-1958), autor de obras figurativas, sólidas y compactas, de aire mediterráneo (La Diosa, 1908-1910; Juventud, 1928). El rosellonés Arístides Maillol (1861-1944) hace contundentes figuras femeninas (Mediterráneo, 1902-1905). Manolo Hugué (1872-1945) tiene un estilo mezcla de clasicismo y primitivismo (Bacante, 1934). Otros escultores destacados son: Frederic Marès (1893-1991) (Homenaje a Barcelona, 1928), Enric Casanovas (Monumento a Narcís Monturiol, 1918), Julio Antonio (1889-1919) (Tarragona a los Héroes de 1811, 1910-1919) y Apel·les Fenosa (1899-1988) (Guitarrista, 1923).[56] Igualmente cabe remarcar el proyecto colectivo realizado en la Plaza de Cataluña para la Exposición Internacional de 1929, donde participaron los mejores escultores del momento.
La poderosa escultura española vanguardista del periodo de entreguerras había quedado descabezada (en 1934 había fallecido Pablo Gargallo, en 1942, Julio González y Alberto Sánchez Pérez y Apel·les Fenosa se habían exiliado), un hiato que causó la continuidad de las formas clásicas o academicistas, adecuadas a la ideología oficial (José Capuz (1884-1964), Victorio Macho (1887-1966), Florentino Trapero (1893-1977), Juan de Ávalos (1911-2006) o Carlos Ferreira de la Torre (1914-1990)). Muy significativamente, a la muerte de Mariano Benlliure (1947), ABC tituló «Benlliure muere, pero no se rinde».[57] No obstante, tanto Benlliure como Victorio Macho hubieron de pasar «la inevitable depuración» por haber trabajado para el bando republicano (bustos del general Miaja y de la Pasionaria respectivamente).[58] También seguía productivo durante los años de la posguerra Josep Clarà.
En la década de 1950 se produjo un renacer del arte español, con la llegada de la siguiente generación, que se lanzó a la innovación con obras expresionistas y abstractas, la llamada escultura abstracta española: Pablo Serrano (1908-1985), Pablo Palazuelo (1915-2007), Eusebio Sempere (1923-1985), Martín Chirino (1925-2019) y Andreu Alfaro (1929-2012). Destacó un núcleo vasco de escultores: Jorge Oteiza (1908-2003), Eduardo Chillida (1924-2002), Agustín Ibarrola (1930-2023), Néstor Basterretxea (1924-2014), Patxi Xabier Lezama (n. 1967)). En los años setenta, ya en plena Transición, la formación del Museo de Escultura al Aire Libre del Paseo de la Castellana en Madrid, significó todavía un escándalo cultural, centrado en las dificultades para exhibir La Sirena Varada de Chillida.[59]
En la década de 1950, después del nefasto periodo de la guerra civil y la posguerra, se produjo el renacimiento del arte español y en concreto de la escultura con las obras expresionistas y abstractas de Pablo Serrano (1908-1985), las voces de Jorge Oteiza (1908-2003) y Eduardo Chillida (1924-2002), cargadas de renovación y contenido cultural vasco, la abstracción de Eusebio Sempere (1923-1985), Martín Chirino (1925-2019) y Andreu Alfaro (1929-2012)
(1982-1985) de Agustín Ibarrola ]]
[[Bakearen Usoa - Nestor Basterretxea - Donostia - 2015-5-6.jpg|thumb|Paloma de la paz]] (1980) de Néstor Basterretxea Destaca el hiperrealismo de Antonio López (n. 1936).
Instituciones culturales generalistas tienen colecciones de gran importancia:
Los museos diocesanos[68] suelen reunir, en el entorno de la catedral o el palacio episcopal de cada sede, colecciones de arte sacro reunidas con fondos procedentes de toda su diócesis, entre las que destacan distintos tipos de muestras escultóricas (tallas en piedra y madera, orfebrería, eboraria). Las diócesis de Castilla y León, mediante la Fundación Las Edades del Hombre, celebran anualmente notables exposiciones temáticas en distintos edificios históricos con los fondos artísticos eclesiásticos ese territorio.
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