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representación artística de animales De Wikipedia, la enciclopedia libre
La animalística o arte animalista es la representación artística de animales.[5] La pintura animalista y la escultura animalista son géneros artísticos de la pintura y la escultura respectivamente; así como también lo son, en su orden, la joyería animalista y la fotografía animalista de la joyería y la fotografía.
En la jerarquía de géneros la pintura animalista y la escultura animalista se les supone un valor inferior a la representación de la figura humana, y se relaciona con la representación del paisaje y los bodegones.
No debe confundirse la animalística con el animalismo, una ideología (la defensa de lo que denominan derechos de los animales —no debe confundirse, a su vez, con el bestialismo o zoofilia—);[6] ni con la animalidad (la condición del animal por contraposición a la del ser humano —humanidad—).[7] Tampoco debe confundirse con la utilización de la piel, pluma y otras partes del cuerpo de los animales para reproducir su apariencia en vida, lo que da origen a objetos artísticos, en la actividad denominada taxidermia.
Los animales domésticos y las especies cinegéticas han sido las más representadas en el arte; siendo la principal el caballo: entre las principales manifestaciones del arte equino están el retrato ecuestre, la pintura de caza y otros subgéneros de la pintura de historia. No debe confundirse el arte equino con el arte ecuestre o equitación.
También hay numerosas representaciones de animales fantásticos, compuestos con partes de distintos animales, o de animales y seres humanos (teriomorfismo); bien míticos (Pegaso, centauros, sirenas, Lamassu, Quetzalcoatl, esfinges, quimeras, grifos, dragones) o simplemente imaginarios (El Bosco).
La utilización de los animales como tema artístico puede tratarlos como figura única (la Vaca de Mirón, el Rinoceronte de Durero, el caballo Whistlejacket de Stubbs, el Perro semihundido de Goya o la Cabra de Picasso), figura central entre otras (el toro en las múltiples representaciones de El rapto de Europa, el corcel dorado de la orfebrería parisina, el caballo de La caída de San Pablo camino de Damasco de Caravaggio), o como figuras secundarias (en pareja —la mula y el buey de las múltiples representaciones de la Natividad, el perro y el pájaro en La Sagrada Familia del pajarito de Murillo—, en solitario —símbolos iconográficos de muchos dioses y santos, el perro de Las Meninas de Velázquez—, o en grupos más numerosos —rebaños de los frescos egipcios y de la Anunciación a los pastores, grupos de caballos en la pintura de batallas—).
Además de las piezas artísticas concebidas por sus autores como obras terminadas, se han conservado algunos extraordinarios ejemplos de apuntes, bocetos y estudios de animales (Pisanello, Leonardo da Vinci, Durero).
Además de la animalística en las artes plásticas hay una literatura animalística protagonizada por animales,[8] en la que, además del género de la fábula, sobresalen algunas obras de muy distintos géneros y de todas las épocas (El asno de oro —Apuleyo—, Viaje a occidente —Wu Cheng'en—, Calila e Dimna, Roman de Renart, El coloquio de los perros —Cervantes—, Moby-Dick —Melville, en la que el animal es más bien una obsesión que una presencia real—, El libro de la selva —Kipling—, ¡Adiós, Cordera! —Clarín—, Colmillo Blanco —Jack London—, Platero y yo —Juan Ramón Jiménez—, Rebelión en la granja —Orwell, una distopía crítica con el estalinismo—, Equus —Peter Shaffer—, etc.)
También hay un cine animalístico (Born Free, El oso, Free Willy, Gorilas en la niebla, Parque Jurásico, etc.) especialmente importante en animación (Bambi, La dama y el vagabundo, 101 dálmatas, El rey león, The Land Before Time, Chicken Run, Antz, A Bug's Life, Ice Age, etc.); al que hay que añadir el cine puramente documental sobre la naturaleza (documentales de naturaleza: El mundo del silencio, El hombre y la Tierra, Planeta Viviente, Le Peuple migrateur), para el que la filmación de animales es parte esencial, como lo es también en los géneros fotográficos correspondiente (fotografía animalística, fotografía de la vida salvaje, fotografía subacuática). Algunas memorables escenas de películas de cualquier género se centran en algún animal (por ejemplo, el caballo en el puente de Octubre de Eisenstein, imitado por Costa Gavras en Desaparecido).[9]
El animalístico es el tema artístico más antiguo de la historia del arte, remontándose a las primeras representaciones del arte rupestre y del arte mobiliar paleolítico.
El hallazgo de los bisontes de la Cueva de Altamira por Marcelino Sanz de Sautuola (inicialmente ridiculizado hasta la confirmación por los franceses de un hallazgo similar en la Cueva de Lascaux), inició el estudio de estas manifestaciones primitivas del arte, que influyeron incluso en la concepción artística de los movimientos artísticos de finales del XIX y comienzos del XX. Las diferencias estilísticas permitieron diferenciar las pinturas de la zona franco-cantábrica de las del arte rupestre levantino o arte esquemático ibérico. Los hallazgos posteriores en la zona del Sáhara mostraron la evidencia de un clima radicalmente distinto, que permitía la existencia de la fauna de grandes herbívoros reproducida en sus pinturas (jirafas, hipopótamos). En otros continentes se hallaron pinturas muy similares, incluso formando parte de la cultura de los aborígenes australianos y otras de las denominadas culturas primitivas, lo que permitió una más amplia integración en los análisis de la antropología cultural de las hipótesis sobre la motivación de estas representaciones animalísticas como propiciatorias de la caza o de la fertilidad (André Leroi-Gourhan).[12]
Representaciones de animales son también frecuentes en el arte de las civilizaciones que se desarrollaron en el Próximo Oriente Antiguo desde el nacimiento de la historia en Sumeria y el Antiguo Egipto. Para el periodo que precede al arte clásico grecorromano, se ha señalado el significativo hecho de que las artes figurativas de la mayor parte de estas civilizaciones (con las significativas excepciones del arte minoico y el arte etrusco) tuvieron en la representación de las figuras humanas rígidas convenciones (frontalidad, rigidez, hieratismo), mientras que las representaciones animalísticas gozaron de una mayor libertad, llegando a un extraordinario realismo en la escultura asiria (escenas de caza conservadas en el Museo Británico). En contraste, el denominado estilo orientalizante (extendido por distintas zonas de la cuenca del Mediterráneo en la primera mitad del primer milenio) se caracterizó por una gran estilización y fantasía, también en las representaciones animalísticas. En todas las civilizaciones de la región, incluso en el extremo del mediterráneo occidental (escultura ibérica) se ha detectado la influencia de la difusión cultural de formas originadas en las civilizaciones del mediterráneo oriental, tanto de los denominados pueblos colonizadores (griegos y fenicios), como de otros no presentes in situ, como los hititas.[13]
En las artes figurativas egipcias la representación de animales era muy frecuente, al ser parte esencial de la iconografía de sus dioses (halcones, ibis, serpientes, cocodrilos, chacales, gatos, bueyes, etc.), así como de la escritura jeroglífica. Provenientes de los rituales de momificación, se conservan en los enterramientos habitualmente los cuatro vasos canopos, tres de los cuales reproducían cabezas de animales (mono, halcón y chacal).
La pintura minoica (los frescos de los palacios cretenses y la decoración de la cerámica) tiene en los temas animalísticos uno de sus principales motivos. En la Casa de los frescos del Palacio de Cnosos se halló un notabilísimo Pájaro azul (ca. 1450), restaurado por Émile Gillieron (hijo), que fue identificado por el arqueólogo Arthur Evans (1928) como un Coracias garrulus.[15]
El arte micénico de carácter animalístico fue más marcadamente escultórico (Puerta de los Leones de Micenas).
En la amplia zona denominada historiográficamente Creciente Fértil, donde se dio la Revolución neolítica, el arte animalístico tuvo un amplio desarrollo una vez iniciadas las primeras civilizaciones urbanas, que se convirtieron en imperios. En los palacios babilónicos, asirios y persas fue muy común la utilización de animales en la decoración, tanto mueble como incorporada a la arquitectura, como las figuras mitológicas que mezclaban rasgos de distintos animales, a veces con rostro humano, como los que protegían las puertas (Lammasu, Kirubi).
El arte persa fue especialmente dado a las representaciones animalísticas, desde sus más remotos precedentes en el Luristán de la Edad de Bronce y hasta el imperio aqueménida.[17]
La prohibición religiosa en el judaísmo (aniconismo judaico)[18] de la representación de animales limitó de forma radical a las artes plásticas del antiguo Israel.
No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas.No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto.
En el propio texto bíblico se refiere la existencia de estatuas de ídolos con formas animales o teriomorfizadas (Moloch, becerro de oro, Nehustan o Nejustán -serpiente de bronce-), y en la detallada descripción del Arca de la Alianza se describe una pareja de querubines enfrentados, que extendían sus alas hasta casi tocarse.
(...) y en sus dos extremos forjarás a martillo dos querubines de oro macizo.
El primer querubín estará en un extremo y el segundo en el otro, y los harás de tal manera que formen una sola pieza con la tapa.Ellos tendrán las alas extendidas hacia arriba, cubriendo con ellas la tapa; y estarán uno frente a otro, con sus rostros vueltos hacia ella.
[Aarón] recibió el oro, lo trabajó con el cincel e hizo un ternero de metal fundido.(...)
[Moisés] tomó el ternero que habían hecho, lo quemó y lo trituró hasta pulverizarlo. Luego esparció el polvo sobre el agua, y se la hizo beber a los israelitas.
Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba curado.
[Ezequías] Hizo desaparecer los lugares altos, rompió las piedras conmemorativas, taló el poste sagrado e hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta esos días los israelitas le quemaban incienso; se la llamaba Nejustán.
La temática animal y el zoomorfismo es usual en peines de marfil y otros pequeños objetos de la civilización fenicia (reales como leones, ciervos o antílopes, o fantásticos como grifos o esfinges).[24] Cartago perpetuó la influencia de esta civilización en el Mediterráneo Occidental entre los siglos VI y III a. C.
Los pueblos prerromanos de la península ibérica se vieron sometidos a un cruce de influencias culturales de distinta procedencia: el arte griego y el arte fenicio de los pueblos colonizadores del Mediterráneo oriental y el arte celta del ámbito cultural centroeuropeo; a lo que se sumó su propia dinámica interna. Fueron especialmente importantes la escultura zoomorfa y los motivos animalísticos en la numismática.
Con el nombre de verracos se conocen las representaciones animalísticas de grandes dimensiones talladas en piedra, de debatida interpretación, que se encuentran en la zona occidental de la Meseta.
La civilización céltica, extendida por Centroeuropa, llegó hasta la península ibérica y las islas británicas. Uno de los animales más importantes era el jabalí, que se representaba en estandartes similares a la águilas romanas.
Los bronces zoomorfos son característicos de la escultura etrusca, a la que se ha atribuido un carácter funerario apotropaico (protección a la entrada de las necrópolis), así como de los elementos decorativos de calderos y otros útiles. La pintura etrusca se desarrolló en los frescos de las tumbas con gran realismo, y hay algunas representaciones animalísticas.[25]
En la escultura griega, a pesar de ser la figura humana el tema predilecto, no faltaron representaciones de animales, especialmente de caballos, como los de bronce que acompañaban al Auriga de Delfos (sólo se conservan fragmentos) o los tallados en mármol de la Acrópolis, obra de Fidias (los caballos de Helios del frontón y los de la cabalgata del friso —mármoles Elgin—). Parte de anatomía equina tenían las representaciones de centauros. Los sátiros se representaban con parte de la anatomía de las cabras. Otras bestias quiméricas se formaban por adición de partes de animales reales, como la Esfinge o Pegaso. En cuanto a animales reales fueron muy frecuentes los leones, como los de la Terraza de los Leones en el Santuario de Apolo en Delos (siglo VII a. C.) y los que aparecen en distintos ciclos mitológicos: el león de Nemea que venció Heracles, o el que ayuda a los dioses en la gigantomaquia.
Para los antiguos, el mayor escultor animalista fue Mirón, especialmente por una vaca de bronce que se hallaba en el Ágora de Atenas y que no se ha conservado, pero que dejó testimonios literarios muy elogiosos[26] que la comparaban a la verosimilitud atribuida a la de madera que habría construido Dédalo, el mítico fundador del arte escultórica, para Pasífae, de cuyo artificio nació el Minotauro:
Hanc tamen implevit, vacca deceptus acerna, dux gregisBurlado con vaca de acebuche, el macho de la vacada
Ovidio, Ars amatoria 1, 235-326..
El estudio y el conocimiento de la naturaleza animal no interesaron a los artistas de la antigua Grecia menos que a sus sabios. Hubo artistas que desearon destacar especialmente en la reproducción de animales: Cálamis en la de caballos, y Nicias en la de perros. Y la vaca de Mirón es más célebre que sus demás obras, y muchos poetas, cuyas obras se han conservado, la cantaron. También fue célebre un perro de este artista, lo mismo que una ternera de Menecmo. Encontramos que los artistas antiguos tomaron como modelos vivos a animales salvajes, y Pasiteles reprodujo un león vivo que tuvo delante.
De leones y caballos se han conservado hermosas piezas, ya sean obras aisladas, en relieves o en monedas y piedras grabadas. El gran león sentado y de tamaño superior al natural que se alzaba en el puerto ateniense de El Pireo y que hoy se halla a la entrada del Arsenal de Venecia puede contarse merecidamente entre las principales obras de arte, y el león del Palacio Barberini, también de tamaño superior al natural, que fue arrancado de un sepulcro, nos muestra al rey de las bestias en toda su terrible majestad. ¡Qué hermosos son también los leones dibujados y acuñados en monedas de la ciudad de Velia!Johann Joachim Winckelmann, Historia del arte de la Antigüedad (1764).[27]
En otros pasajes, Winckelmann indica que los artistas modernos han sobrepasado a los antiguos en las representaciones animalísticas y paisajísticas; y pone como ejemplo de fallos en la observación del movimiento a los caballos del hipódromo de Constantinopla (conservados en San Marcos de Venecia), el de Marco Aurelio y los de los Dióscuros de Monte Cavallo.[28]
Las metamorfosis de Zeus (en toro para raptar a Europa, en cisne para seducir a Leda) obligaron a la representación animalística a los artistas plásticos grecorromanos (y, siglos más tarde, a los recreadores de escenas mitológicas de la Edad Moderna).
Para Roma, la Luperca (la loba que alimentó a Rómulo y Remo) y el águila que portaba como estandarte el aquilifer de cada unidad militar, estaban entre los más importantes motivos animalísticos. Otros se utilizaron incluso de elementos arquitectónicos, como los bucráneos.
Temas con representaciones animalísticas muy demandados por la clientela de los decoradores de villae eran los calendarios agrícolas, las escenas de caza o las venatio (lucha de gladiadores con toda clase de animales —en algunos casos como método de ejecución—) y las competiciones hípicas del circo. Las representaciones del mito de Orfeo, especialmente de la escena en la que calma a los animales con su música, o de los trabajos de Hércules (varios con animales) aparecen abundantemente en el mosaico romano.[30]
Las cuadrigas de las escenas de triunfo fueron de característica representación, tanto en relieve como en bulto redondo, en los arcos de triunfo. Los relieves han sobrevivido, pero las cuadrigas de bronce que coronaban los arcos fueron reutilizados como material de fundición a lo largo del tiempo.
No se ha podido determinar con certeza si una de las más importantes obras animalísticas de la Antigüedad, el Toro Farnese, que se encontró en las termas de Caracalla, es romana o helenística.
Las representaciones animalísticas son muy importantes en el arte de la India, dado el aspecto animal de algunos de los más importantes dioses del panteón hinduista (Hánuman —mono—, Ganesha —elefante—). La figura de un león remata los pilares de Asoka, y es incluso actualmente un símbolo de la India. Las ilustraciones del Panchatantra (un texto fabulístico muy divulgado por el mundo musulmán y cristiano medieval —Calila y Dimna—) incluyen leones, zorros, conejos, elefantes, etc.
El arte figurativo chino y japonés tiene representaciones animalísticas, tanto de animales mitológicos (especialmente el dragón) como reales.
Desde Europa Oriental hasta Siberia, pasando por las estepas de Asia Central, un conjunto numeroso y enigmático de pueblos (tracios, escitas, partos, cimerios, hunos, pueblos túrquicos, etc.), compartían a grandes rasgos una forma de vida nómada basada en la ganadería y la monta del caballo; lo que hizo de las representaciones animalísticas una parte central de sus artes figurativas, con una gran abundancia de joyas zoomorfas; hasta tal punto que se habla de un estilo animal.
Las culturas precolombinas desarrollaron artes figurativos que incluyen todo tipo de representaciones animalísticas, especialmente en escultura, orfebrería y cerámica.
El símbolo totémico de los aztecas (que se representa actualmente en la bandera de México) era un águila que come una serpiente sobre un nopal. Muy difundida estuvo la iconografía de serpiente emplumada, con el nombre azteca de Quetzalcoatl o el maya de Kukulkán.
Las líneas de Nazca son un excepcional ejemplo de geoglifos animalísticos (araña, mono, colibrí, etc.)
La época de las invasiones produjo una retracción de la cultura urbana clásica, y la ruralización de Occidente, sometido a las invasiones. Las representaciones animalísticas fueron habituales en el arte de los pueblos germánicos, principalmente mobiliar (el tierstil o estilo animal germánico); y otros muy peculiares, como el arte insular de las islas británicas (o hiberno-sajón), muy imaginativo en la ilustración de manuscritos, cuyas formas tuvieron continuidad en los scriptorium de monasterios por toda Europa (como los hispánicos, famosos por sus Beatos —arte mozárabe—).
La iconografía cristiana, omnipresente desde la Antigüedad tardía y en todo el arte medieval, es muy abundante en simbología animal, aunque no siempre es unívoca. Una de las más presentes es la identificación de Cristo con el cordero místico (o como Buen Pastor, con lo que las ovejas se identifican con los cristianos) y la del Espíritu Santo con la paloma (o, en otro caso, las palomas que se acercan a beber del agua son las almas que acceden a la gracia de Dios).
Otra muy utilizada son los tres animales que se representan entre las cuatro figuras del tetramorfos (toro, águila y león —la otra es un hombre o ángel—). Pero el león también se usa como iconografía de San Jerónimo o como referencia a distintos pasajes del Antiguo Testamento (el León de Judá, el acertijo de Sansón, los leones del pozo de Daniel); mientras que las ovejas también se usan como representación genérica del pueblo de Dios (Jesús como buen pastor). Las escenas del ciclo de la Natividad dieron excusa para abundantes representaciones animalísticas: la mula y el buey del pesebre-cuna del Niño Jesús, los perros y el rebaño de los pastores (por ejemplo, los frescos románicos de San Isidoro de León), y todo tipo de animales de monta y carga del séquito de los Reyes Magos. Tres grupos de escenas del Génesis (1:20-25): los días quinto y sexto de la creación (creación de los animales, acuáticos, aéreos y terrestres —y la del hombre—), las que transcurren en el paraíso terrenal (especialmente cuando Adán pone nombre a los animales), y las del arca de Noé, han sido especialmente aprovechadas para desarrollar la habilidad animalística de los pintores de todas las épocas.[34]
En la escultura funeraria del interior de las iglesias fue frecuente la representación de leones y perros, como símbolo de valor y fidelidad respectivamente. gárgolas y canecillos permitían el despliegue de la fantasía de los escultores en la decoración externa. La heráldica (que también se despliega como decoración escultórica) tiene entre sus motivos habituales multitud de diversos animales.
Los libros bestiarios incluían miniaturas que reproducían de forma estereotipada todo tipo de animales, tanto reales como imaginarios.
¡Oh creyentes! ¡El vino, los juegos de azar, las estatuas y la suerte de las flechas son abominaciones inventadas por Ax-Xaythan! ¡Evitadlas y sereis felices!
Dios me ha enviado contra tres clases de personas para aniquilarlas y para confundirlas: son los orgullosos, lo politeístas y los pintores. Guardaos de representar sea al Señor, sea al hombre, y no pinteis más que árboles, flores y objetos inanimados
El profeta se acercó a mí y había una cortina llena de pinturas de animales en la casa. Su cara se encolerizó, arrancó la cortina y la destrozó en pequeños pedazos. El Profeta dijo: "la gente que ha pintado estas ilustraciones recibirán un severo castigo el Día de la Resurrección".
La iconoclastia bizantina y la prohibición coránica de representaciones figurativas (aniconismo islámico)[38] limitó las artes plásticas a partir del siglo VIII (decretos de Yazid II —722— y León III el isáurico —726—) en gran parte del espacio cultural mediterráneo y del Próximo Oriente. No obstante, se consintieron históricamente en algunas zonas del ámbito religioso islámico, como Irán o la India, y no están ausentes en muchas otras, como la extraordinaria fuente del Patio de los Leones de la Alhambra de Granada.
Las convenciones del arte islámico persistieron más allá del espacio temporal de la Edad Media; con la consiguiente evolución estilística.
La identificación del arte con la imitación a la naturaleza fue intensificándose en las artes figurativas del gótico, y se intensificó con el Renacimiento; lo que condujo a un cada vez mayor realismo en el arte. Las ocasiones en que llegaron a Europa animales exóticos permitieron su representación por los artistas de la época, como ocurrió con la llamada jirafa Médici en 1486[40] o con el rinoceronte de Durero en 1515.
Un caso especial es el personalísimo universo de animales, reales y fantásticos, que creó El Bosco (El jardín de las delicias, Las tentaciones de San Antonio, El carro de heno, El juicio final), con algunos precedentes (el grabado de Martin Schongauer) y continuadores (el cuadro de Grünewald).[41]
A partir del Manierismo, por ejemplo, en Tintoretto o Veronés, se utiliza la representación de todo tipo de animales como elementos de distracción de los motivos principales.[42] Para representar la historia de Rebeca y Eliecer, en la que figuran camellos, el Veronés los pinta en primer plano. Un pintor clasicista como Poussin, enfrentado al mismo tema, ignoró conscientemente la posibilidad de introducirlos, para evitar distracciones exóticas. No hay que mezclar el estilo frigio con el estilo dorio, dijo, utilizando una una metáfora musical.[43] Una posición intermedia adopta Murillo, que hace aparecer los camellos en la lejanía (Eliecer y Rebeca). Tintoretto dispone la escena de El Lavatorio dejando que el lugar central lo ocupe un perro tumbado. Rubens reservó una buena parte de la superficie del cuadro para los caballos y camellos del séquito de los Reyes Magos. Rembrandt, que no destacó como pintor animalista, sí realizó algunos estudios sobre animales exóticos (león y elefante).[44]
En la pintura barroca fueron frecuentes las representaciones de bodegones y escenas de caza (Frans Snyders, Jan Fyt, Paul de Vos y Cornelis de Vos destacaron como pintores animalistas en la Escuela de Amberes, Alexandre-François Desportes y Jean-Baptiste Oudry en la escuela animalística francesa, y Aelbert Cuyp, Paul Potter y Melchior Hondecoeter en la escuela animalística holandesa[45]), así como de las alusiones metafóricas a distintos temas (como los sentidos) mediante distintos animales (por ejemplo, aves canoras para indicar el sentido del oído), para lo que el tema mitológico de Orfeo (que amansaba a los animales con su música) fue muy tratado.[46]
También comienzan a encargarse representaciones "retratísticas" (es decir, que buscan reflejar las características peculiares que los indiviualizan) de animales especialmente estimados por sus dueños, que de esta manera buscan inmortalizarlos, sobre todo de caballos y perros, aunque también de algunos animales de granja. En un pasaje del Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán (1599) se refleja esta costumbre, al describir la competición entre dos pintores a los que se encarga el retrato de sendos caballos; mientras uno se centra en la representación anatómica, otro se recrea en los detalles de la escena y no en el cuerpo del animal.[48] Uno de los que más destacaron en el género fue el inglés George Stubbs, del que se dice que pintaba del natural en los establos y que estudió cadáveres de caballos dispuestos en todo tipo de posturas, lo que le llevó a la publicación de The Anatomy of the Horse (1766).
El urbanismo barroco y neoclásico reservó para fuentes y monumentos algunas notables representaciones animalísticas, como las fuentes de Roma y las del Paseo del Prado de Madrid, o la cuadriga que remata la Puerta de Brandeburgo. Al contrario que las fuentes de los jardines de Versalles, las pocas fuentes de París del Antiguo Régimen que se han conservado no tienen destacados motivos animalísticos (sí algunas posteriores). Las fuentes de Londres con criterios monumentales se construyeron a partir del siglo XIX.
El prerromanticismo de Füssli, Goya o Blake utilizó animales fantásticos para la ambientación de atmósferas oníricas; como ya había hecho El Bosco y como posteriormente haría el surrealismo (Salvador Dalí,[49] Joan Miró,[50] Marc Chagall,[51] Max Ernst[52]).
Con algunos notables precedentes en el siglo XVIII, como los caballos de George Stubbs, o el enigmático Perro semihundido de Goya, es a partir del romanticismo cuando las representaciones de animales adquieren valor como tema pictórico por sí mismo. Tanto Gericault (cuyo amor por los caballos le llevó a la muerte) como Delacroix (en sus temas vinculados a la moda orientalista) fueron notables animalistas.[53]
El tema animalista fue muy habitual en la escultura monumental, de gran demanda, en la que destacó Antoine-Louis Barye (también pintor);[54] y se emuló en todos los países (en España, los leones de las Cortes de Ponciano Ponzano, la obra de Agapito Vallmitjana, etc.)
La nueva forma de ver la naturaleza en el arte que inauguró la escuela de Barbizon (Camille Corot, Theodore Rousseau, Constant Troyon) no se limitó a la pintura de paisaje de formas vegetales y geológicas, y fue común la representación de animales en su entorno natural;[54] en una renovación estética paralela a la pintura del realismo, que se expresaba especialmente en el ser humano reflejado en su entorno social. Ambas perspectivas no son incompatibles, sino complementarias, y se dan en los mismos autores, como Courbet, el líder del movimiento, que destacó como extraordinario animalista.
Las sucesivas vanguardias artísticas de finales del siglo XIX y del siglo XX no tienen en la imitación de la naturaleza su principal interés. Los nuevos conceptos estéticos incluso desprestigian como sentimental, kitsch y academicista la pintura animalística de tradición realista y contexto victoriano (Edwin Landseer, Rosa Bonheur).[54] Las representaciones de animales, cuando se dan, obedecen a diferentes convenciones; como las ya citadas del surrealismo, los peculiares caballos de Franz Marc, la Cabra de Picasso (1950), el Urano de Gargallo (1933), las teselaciones de Escher (una constante de su obra) o los Músicos de Bremen de Gerhard Marcks (1953).[55]
Entre esas convenciones, paradójicamente, están las referencias intencionales que la postmodernidad hace a lo kitshch, al consciente "mal gusto" consumista del pop art, o el recurso a la ingenuidad infantil que está en la esencia del naïf; exhibiendo en mayor o menor medida el deseo de provocación que caracteriza al arte contemporáneo desde sus inicios.
Tanto los impresionistas como sus precursores y superadores (preimpresionismo, postimpresionismo) tuvieron algunos animalistas notables, especialmente en las representaciones equinas (Fortuny, Fattori, Degas, Toulouse-Lautrec). Rodin, el gran renovador de la escultura que habitualmente se relaciona con la estética impresionista, tiene muy poca obra animalista.
En el modernismo de finales del siglo XIX, son las formas ondulantes de la decoración vegetal las que predominan, pero también algunos animales, como el pavo o la libélula, se ajustaban perfectamente a las necesidades de esa estética. El joyero René Lalique desarrolló la parte principal de su trabajo con motivos animalísticos.
Las muy abundantes manifestaciones del caballo en el arte (el retrato ecuestre, las representaciones del caballo en la guerra, en la caza o en el deporte) están entre las más importantes muestras de la animalística.
La representación de la tauromaquia en el arte (arte plástico taurino) tiene precedentes antiquísimos, en la pintura cretense; hay algunos ejemplos en el arte medieval, y a partir de Goya (La novillada 1780, La tauromaquia, 1816, Los toros de Burdeos, 1825), se convierte en un género muy popular en España, con una vertiene específica dentro del cartelismo (el cartel taurino). Picasso lo trata en muchas ocasiones, con alusiones explícitas incluso en el Guernica (1937).
Las escenas taurinas también atrajeron la atención de pintores no españoles, particularmente de Manet.
También existe un género de la fotografía dedicado a escenas taurinas (fotografía taurina, que suscitó mejoras técnicas para la captación de instantánea, a lo que se dedicó Santiago Ramón y Cajal),[57] y un género cinematográfico (cine taurino), que cuenta incluso con certámenes especializados.
La literatura taurina cuenta entre sus contribuyentes a Vicente Blasco Ibáñez (Sangre y arena), Federico García Lorca (Llanto por Ignacio Sánchez Mejías), Ernest Hemingway (Muerte en la tarde, Fiesta), Henry de Montherlant, José Bergamín (La música callada del toreo), etc.[58]
Los "artistas ananimalísticos o animalistas" son los que se especializan en este género.
El dibujo o ilustración biológica[60] es parte de la ilustración o dibujo científico. Desde el comienzo de la definición científica de su actividad, los naturalistas tomaban apuntes del natural en sus cuadernos de campo y posteriormente realizaban dibujos más detallados en sus gabinetes, a partir de esos apuntes o de las muestras que habían recogido. Tales actividades siguen realizándose a pesar de las posibilidades que ofrece la fotografía científica; puesto que permite seleccionar los detalles de interés para el científico, además de realizar todo tipo de anotaciones, croquis y composiciones. Como es lógico, es entre los dibujantes científicos y no entre los de formación artística donde ha habido más interés por grupos de animales distintos de los vertebrados terrestres.
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