«A la derecha, en la prolongación de aquella cuadra lóbrega, un sicario manchado de sangre daba garrote a las aves. Retorcía los pescuezos con esa destreza y donaire que da el hábito, y apenas soltaba una víctima y la entregaba agonizante a las desplumadoras, cogía otra para hacerle la misma caricia».[1]
«A las doce de un hermoso día de octubre, D. Manuel Moreno-Isla regresaba a su casa, de vuelta de un paseíto por Hide Park [sic]... digo, por el Retiro. Responde la equivocación del narrador al quid pro quo del personaje, porque Moreno, en las perturbaciones superficiales que por aquel entonces tenía su espíritu, solía confundir las impresiones positivas con los recuerdos. [Aquel día, no obstante, el cansancio que experimentaba, determinando en él un trabajo mental comparativo, permitíale apreciar bien la situación efectiva y el escenario en que estaba. "Muy mal debe andar la máquina, cuando a mitad de la calle de Alcalá ya estoy rendido. Y no he hecho más que dar la vuelta al estanque..."]».[3]
«Al volver en sí [Fortunata] advirtió que era ya de día claro, y oyó el piar de los pajarillos que tenían su cuartel general en los árboles de la Plaza Mayor y en las crines de bronce del caballo de Felipe III».[5]
Fuente: [17) IV, vi, 13 (969a):
«Alejándose hasta más allá de la acera de enfrente y subiendo a unos montones de tierra endurecida, se veía por encima de la iglesia en construcción un largo corredor del convento, y aun se podían distinguir las cabezas de las monjas o recogidas que por él andaban. Pero como la obra avanzaba rápidamente, cada día se veía menos. Observó Maxi en los días sucesivos que cada hilada de ladrillos iba tapando discretamente aquella interesante parte de la interioridad monjil como la ropa que se extiende para velar las carnes descubiertas. Llegó un día en que sólo se alcanzaba a ver las zapatas de los maderos que sostenían el techo del corredor, y al fin la masa constructiva lo tapó todo, no quedando fuera más que las chimeneas, y aun para columbrar éstas era preciso tomar la visual desde muy lejos».[6]
Fuente: Parte segunda: IV: Nicolás y Juan Pablo Rubín.-Propónense nuevas artes y medios de redención, III.[7]
«Creo que fue el día de la Concepción cuando Rubín salió de su cuarto con un cuchillo en la mano detrás de Papitos, diciendo que la había de matar».[8]
«Cuando ella salió del convento con corona de honrada para casarse; cuando llevaba mezcladas en su pecho las azucenas de la purificación religiosa y los azahares de la boda, parecíale al Delfín digna y lucida hazaña arrancarla de aquella vida».[10]
Fuente: Parte III, I
El amor es la reclamación de la especie, que quiere perpetuarse, y al estímulo de esta necesidad tan conservadora como el comer, los sexos se buscan y las uniones se verifican por elección fatal, superior y extraña a todos los artificios de la sociedad.[11]
«[Izquierdo había sido chalán, tratante en trigos, revolucionario, jefe de partidas, industrial, fabricante de velas, punto figurado en una casa de juego y dueño de una chirlata; había casado dos veces con mujeres ricas, y en ninguno de estos diferentes estados y ocasiones obtuvo los favores de la voluble suerte.] De una manera y otra, casado y soltero, trabajando por su cuenta y por la ajena, siempre mal, siempre mal, ¡hostia!».[3]
«Jaulones enormes había por todas partes llenos de pollos y gallos, los cuales asomaban la cabeza roja por entre las cañas, sedientos y fatigados, para respirar un poco de aire, y aun allí los infelices presos se daban picotazos por aquello de si tú sacaste más pico que yo..., si ahora me toca a mí sacar todo el pescuezo».[1]
«Maximiliano le hizo notar lo bien que lucía desde allí el apretado caserío de Madrid, con tanta cúpula y detrás un horizonte inmenso, que parecía la mar. Después le señaló hacia el lado del Oriente una mole de ladrillo rojo, parte en construcción, y le dijo que aquél era el convento de las Micaelas, donde ella iba a entrar».[20]
Fuente: Parte segunda: IV: Nicolás y Juan Pablo Rubín.-Propónense nuevas artes y medios de redención, VIII.[21]
«Mujeres chillonas taladraban el oído con pregones enfáticos, acosando al público y poniéndole en la alternativa de comprar o morir...».
Fuente: Parte Primera, IX, I, p. 317. Edición de Francisco Caudet. 2 volúmenes. Tercera edición. Ed.: Cátedra, Letras Hispánicas n.º 185-186. Madrid (1992)[22]
«Por muy grande que nos figuremos la masa de olvido derramado en la sociedad como elemento reparador, esa masa supera todavía a todos nuestros cálculos. El bien y la gratitud son limitados; siempre los encontramos cortos. El olvido es infinito. De él se deriva el vuelva a empezar, sin el cual el mundo se acabaría».
«-¡Si creerán estos tontos que me engañan! Esto es Leganés. Lo acepto, lo acepto y me callo, en prueba de la sumisión absoluta de mi voluntad a lo que el mundo quiera hacer de mi persona. No encerrarán entre murallas mi pensamiento...».[24]
«Su conciencia giraba sobre un pivote, presentándole ya el lado blanco, ya el lado negro. A veces esta brusca revuelta dependía de una palabra, de una idea caprichosa que pasaba volando por su espíritu, como pasa un pájaro fugaz por la inmensidad del cielo. Entre creerse un monstruo de maldad o un ser inocente y desgraciado, mediaban a veces el lapso más breve o el accidente más sencillo; que se desprendiese una hoja del tallo ya marchito de una planta, cayendo sin ruido sobre la alfombra; que cantase el canario del vecino o que pasara un coche cualquiera por la calle, haciendo mucho ruido».[26]
«A partir de este momento [en el que Maxi se fija en la noria, en Parte segunda: IV, III], podemos ver desarrollarse, en el empleo simbólico del «disco de noria» y el consecuente juego de «aire-alegría», un aspecto singular dentro del procedimiento novelístico galdosiano: la elevación, en el plano artístico, de un objeto cotidiano y accidental a un nivel simbólico, y el desarrollo paralelo, en el plano psicológico, del mismo objeto como estímulo consciente o subconsciente del personaje. He aquí el esquema de esta técnica: 1) Una atracción espontánea por un objeto, en su función o condición natural, pronto se convierte en una fascinación:... 2) En virtud de circunstancias perfectamente plausibles, pero bien controladas por el autor, el objeto va adquiriendo potencialidades simbólicas:... 3) El objeto se apodera de la imaginación del personaje y aumenta, a la vez, el realismo de las acciones de éste, dándoles un punto fijo e inmediatamente reconocible, en contraste con el cual las acciones se ponen en fuerte relieve «visual». En sucesivas excursiones diarias «al campo de sus ilusiones», Maxi, como hipnotizado, se deja guiar desde muy lejos por lo que le «comunica» el disco:... 4) Y en la etapa final del procedimiento, el objeto, ya transfigurado subjetivamente por el personaje, se integra plenamente en el aparato simbólico de la narración:...».[24]
Roger L. Utt
Fuente: «"El pájaro voló": Observaciones sobre un leitmotif en Fortunata y Jacinta». Anales galdosianos. Año IX, 1974, pp. 37-40.
Nota: «... el episodio del disco de noria quizás abarque —en síntesis muy embrionaria, claro está— las claves principales de la técnica y visión narrativas del Galdós realista».[28]
«[Fortunata y Nina son] dos gigantescas figuras de mujer que encarnan las dos fuerzas cohesivas y creadoras que nada ha podido abatir: la fecundidad y la misericordía».[29]
Kronik, John W. «Feijoo and the fabrication of Fortunata.» EN: Goldman, Peter B. (1984). Conflicting Realities: Four Readings of a Chapter by Perez Galdos (Fortunata Y Jacinta, Part III, Chapter IV), Parte 4. Tamesis. ISBN 0729301583, 9780729301589.En Google Libros.
Pérez Galdós, Benito (1887). Fortunata y Jacinta: (dos historias de casadas). Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001 (Publicación original: Madrid, Imprenta de La Guirnalda, 1887).Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Pérez Galdós, Benito. Fortunata y Jacinta: (dos historias de casadas). En Project Gutenberg.
Utt, Roger L. (1974). «"El pájaro voló": Observaciones sobre un leitmotif en Fortunata y Jacinta». Anales galdosianos. Año IX, pp. 37-48. Centro Virtual Cervantes.