«Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla».
Fuente: «Prólogo.» El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha[2]
Primera frase
«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla algo más de vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes y algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda».[2]
NOTA: Salvo en los casos que cuentan con referencia en español, la traducción de las citas incluidas en esta sección es propia del usuario que las aporta.
«A lo largo de todas las demás novelas que leamos, el Quijote, en cierto modo, seguirá estando con nosotros».[3]
«Cervantes era un hombre demasiado sabio como para no saber que, aún cuando opusiera los sueños y la realidad, la realidad no era, digamos, la verdadera realidad, o la monótona realidad común. Era una realidad creada por él; es decir, la gente que representa la realidad en don Quijote forma parte del sueño de Cervantes tanto como don Quijote y sus infladas ideas de la caballerosidad, de defender a los inocentes y demás. Y a lo largo de todo el libro hay una suerte de mezcla de los sueños y la realidad».[4]
«Cervantes inventa una pareja dispareja, un hidalgo pobretón que se imagina como un caballero errante de los tiempos antiguos, acompañado por un pícaro, su escudero Sancho Panza: entre ambos, tiende un puente entre los extremos de España, lo picaresco y lo místico; el realismo de la supervivencia y el sueño imperial. De la misma manera, genialmente, se reúnen las armaduras abolladas de don Quijote y los eructos hambrientos de Sancho Panza, el lenguaje de la épica y el lenguaje de la picaresca. El resultado, desde luego, es la ambigüedad misma tan deseada por Erasmo de Róterdam: la locura razonable, la razón relativa, la obra de arte. Don Quijote habla el lenguaje del absoluto abstracto. Sancho Panza, el lenguaje de la concreción relativa. Los dos personajes dejan de entenderse entre sí, y la novela moderna nace cuando sus protagonistas dejan de hablar el mismo idioma. Los héroes antiguos, Aquiles, Ulises, el rey Arturo, Rolando, hablaban todos el mismo lenguaje. En una novela, cada personaje habla su propio lenguaje».[5]
Fuente: «El siglo de oro», El espejo enterrado (2016)
«Con su libro Don Quijote de La Mancha, Cervantes funda la novela moderna en la nación que con más ahínco rechaza la modernidad. Pues si la España de la Inquisición impuso un punto de vista único, dogmático y ortodoxo del mundo, Cervantes, esencialmente imagina un mundo de múltiples puntos de vista, y lo hace mediante una sátira en apariencia inocente de las novelas de caballería. Es más: si la modernidad se basa en múltiples puntos de vista, éstos, a su vez, se basan en un principio de incertidumbre».[5]
Fuente: «El siglo de oro», El espejo enterrado (2016)
«... De estas dos voluntades que aparecen una frente a otra en aquella sociedad calenturienta, se apodera Cervantes y escribe el libro más admirable que ha producido España y los siglos todos. Basta leer este libro para comprender que la sociedad que lo inspiró no podía llegar nunca a encontrar una base firme en que asentar su edificio moral y político. ¿Por qué? Porque don Quijote y Sancho Panza no llegaron a reconcilarse nunca».[6]
«Del Quijote se desprende inmediatamente una filosofía moral muy concreta: la filosofía que ha llegado a convertirse en máxima universal de nuestra alma española: No nos metamos en libros de caballerías. No seamos Quijotes. El que se mete a Redentor sale crucifijado».[7]
Fuente: Don Quijote, don Juan y la Celestina. Ensayos en simpatía. Madrid: Visor Libros, 2004, p. 76
«Demasiado temprano (mucho antes de que pudiera acometer tales lecturas) había caído ya en mi poder una edición ilustrada de don Quijote de la Mancha. Era yo todavía un niño de muy pocos años, y engullía con deleite, aunque sin duda con poco discernimiento, la prosa cervantina que, según quiero recordar aquí, me resultaba demasiado indigesta en ocasiones; [...] ciertos improperios clásicos que en el honesto ambiente burgués de mi familia resultaban malsonantes (aunque hoy día, con el paso del tiempo, suenan sin escándalo en las bocas más inocentes), eran dirigidos por mí en las peleas pueriles a otros chicos de mi edad, o incluso a mis propios hermanos. '¿De dónde has sacado tú esas palabrotas?', me preguntaba con asombro mi madre. Y se quedaba desconcertada al saber que provenían nada menos que de las páginas de la obra magna de la literatura universal... No sin embarazo trataba ella de explicarme enseguida que semejante ilustre lenguaje sonaba mal, sin embargo, en la boca de un muchachete bien educado».[8]
«Duda y fe. Certeza a incertidumbre. Tales son los temas del mundo moderno con los que Cervantes funda la novela europea moderna. Dostoievsky llamó a Don Quijote "el libro más triste que jamás haya sido escrito", pues es "la historia de una desilusión". El aura de las grandes esperanzas apagándose paulatinamente hasta perder las ilusiones sería uno de los sellos de muchas novelas modernas. Al final, don Quijote regresa a su aldea y recupera la razón. Pero para él, esto es una locura. Don Quijote, convertido de nuevo en Alonso Quijada, muere».[5]
Fuente: «El siglo de oro.» El espejo enterrado (2016)
«El estilo es la debilidad de Cervantes, y los estragos causados por su influencia han sido graves. Pobreza de color, inseguridad de estructura, párrafos jadeantes que nunca aciertan con el final, desenvolviéndose en convólvulos interminables; repeticiones, falta de proporción, ese fue el legado de los que no viendo sino en la forma la suprema realización de la obra inmortal, se quedaron royendo la cáscara cuyas rugosidades escondían la fortaleza y el sabor».
Fuente: El imperio jesuitico, página 59. Compañía sud-americana de billetes de banco, 1904.
«El extraño que recorre la Península, debe traer en su maleta, según consejo de cierto viajero entendido, un Romancero y un Quijote, si quiere sentir y comprender bien el país que visita».[9]
Fuente: Flor nueva de romances viejos, que recogió de la tradición antigua y moderna. Madrid, Espasa-Calpe, 1968, 21 ed. p. 8.
«El genio de Cervantes consiste en que, habiendo establecido la realidad de la fe en los libros que don Quijote tiene metidos en la cabeza, ahora establece la realidad de la duda en el libro mismo que don Quijote va a vivir: la novelaDon Quijote de La Mancha. El principio de la incertidumbre queda establecido en la primerísima frase de la novela: "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme". Puesto en duda el lugar mismo donde la novela ocurre, Cervantes procede a establecer la incertidumbre acerca del autor del libro. ¿Quién es el auto de don Quijote? ¿Un cierto Cervantes? ¿Un autor árabe traducido por otro autor árabe? ¿O los autores múltiples de los reales y potenciales Quijotes apócrifos, continuaciones, reducciones del texto original? ¿O es el verdadero autor el escudero analfabeto, Sancho Panza, el único personaje que se encuentra presente a lo largo de todas las acciones de don Quijote, excepto cuando es enviado a gobernar la ilusoria ínsula de Barataria? Al poner en duda la autoría del libro, Cervantes pone en duda el concepto mismo de autoridad. Los nombres son inciertos en Don Quijote: "Don Quijote" es simplemente el nombre de guerra de un hidalgo rural llamado Alonso Quijano —¿o Quijada?—. Pero el personaje también se llama a sí mismo "El Caballero de la Triste Figura", en tanto que otros personajes deforman o caricaturizan aún más su nombre, de acuerdo con las circunstancias. El poder de la imaginaciónquijotesca es tal, que él puede transformar a una yegua desvencijada en el brioso corcel Rocinante. ¿Y quién es la señora ideal de don Quijote?: ¿una simple muchacha campesina, de voz poderosa y olor a ajo, o la dulce princesa Dulcinea?».[5]
Fuente: «El siglo de oro.» El espejo enterrado (2016)
«... en Cervantes esta potencia de visualidad es literalmente incomparable: llega a tal punto que no necesita proponerse la descripción de una cosa para que entre los giros de la narración se deslicen sus propios puros colores, su sonido, su íntegra corporeidad».[10]
Fuente: Meditaciones del «Quijote», pp. 136-137 (1984)
En efecto, no ya hasta Esquirol, sino desde Esquirol hasta la fecha, no se puede encontrar en los libros una descripción tan acabada del delirio sistemátizado crónico parcial, expansivo, megalómano y filantrópico, como en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.[11]
«En fin, orillando la alegoría, toma la pluma Cervantes para historiar los desvaríos de su iluso andante, y vacía de improviso la norma, el tipo y el tesoro actual y venidero de la lengua castellana. Ya van dos siglos muy cumplidos, y seguirán probablemente otros muchos, siendo el Quijote, sin anticuarse, el testo solariego, castizo y terminante del idioma; de modo que el preservativo más eficaz y victorioso contra el torrente emponzoñador del galicismo, es el mismo libro donde se cifra el recreo más racional, y la enseñanza más palpable que se puede proporcionar al corazón y al entendimiento».
José Mor de Fuentes, en Elogio de Miguel de Cervantes Saavedra: donde se deslindan y desentrañan radicalmente, y por un rumbo absolutamente nuevo, los primores incomparables del Quijote.[12]
«Mi primer Quijote fue el que retrata Unamuno en su Vida de Don Quijote y Sancho, un Quijote con aires de Nietzsche y de Kierkegaard, con algo de cristianismo agónico y con una vertiente vasca. [...] Mi impresión actual es inversa a la de Unamuno y Nabokov. Ellos son quijotistas y no toman en serio a Cervantes».[13]
Nota: Del discurso de Edwards durante el III Congreso Internacional de la Lengua Española (2004)
«No comprendo que se pueda leer el Quijote sin saturarse de la melancolía que un hombre y un pueblo sienten al desengañarse de su ideal; y si se añade que Cervantes la padecía al tiempo de escribirlo, y que también España, lo mismo que su poeta, necesitaba reírse de sí misma para no echarse a llorar, ¿qué ceguera ha sido ésta, por la que nos hemos negado a ver en la obra cervantina la voz de una raza fatidada, que se recoge a descansar después de haber realizado su obra en el mundo?».[7]
Fuente: Don Quijote, don Juan y la Celestina. Ensayos en simpatía. Madrid: Visor Libros, 2004, p. 38
«Toda novela lleva dentro, como una íntima filigrana, el Quijote, de la misma manera que todo poema épico lleva, como el fruto el hueso, la Iliada».[3]
«Una de las razones por la que celebrar esta gran novela es que destaca como la novela unificadora entre las literaturas del Oriente y del Occidente. Es la novela a la cual se incorporaron cosas del Oriente y desde la cual se introdujieron cosas al Occidente. La historia de la literatura del mundo proviene de esta novela única».
Original: «One of the reasons to celebrate this great novel is that it stands as the unifying novel between the literatures of the East and the West. It is the novel into which things poured from the East and out of which things poured to the West. The history of the literature of the world comes out of this single novel».[14]
Fuente: «Quixote at 400: A Tribute.» PEN America 7: World Voices, 2005
Variante: «Si los perros ladran es señal de que avanzamos».[16][17])
Variante de Edgar Isch López: «La conocida frase del Quijote: "Sancho, si los perros ladran es señal de que avanzamos", tiene mucho sentido [...]».[18]
Nota: Esta frase y sus variantes son atribuidas al personaje de Alonso Quijano, aunque no aparecen en toda la obra de el Quijote. La referencia publicada más antigua es un artículo necrológico escrito por Nilo Fabra en El Imparcial en 1916, donde afirmaba que Rubén Darío reaccionaba ante las injurias con dicha frase. Se hizo muy popular gracias a la novela de Ricardo León Cristo en los Infiernos, donde afirmaba que la frase había sido pronunciada por Azaña. También se atribuye erróneamente a Vida de Don Quijote y Sancho, de Miguel de Unamuno.[19][20]