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representación arquitectónica de un cuerpo sobre un plano horizontal De Wikipedia, la enciclopedia libre
Una planta (del latín planta)[3] o plano, es la representación de un cuerpo (edificio, mueble, pieza o cualquier otro objeto) sobre un plano horizontal. Se obtiene mediante una proyección paralela, perpendicular al plano proyectante horizontal. Es una de las representaciones principales del sistema diédrico, junto con el alzado. También se denomina planta a la representación de la sección horizontal.
En arquitectura, la planta es un dibujo técnico que representa, en proyección ortogonal y a escala, una sección horizontal de un edificio; es decir, la figura que forman los muros y tabiques a una altura determinada (normalmente coincidente con los vanos —puertas y ventanas—, para que se puedan apreciar), o bien utilizando recursos gráficos para permitir la representación de estos y otros elementos arquitectónicos (como líneas de menor grosor o discontinuas, que permiten la representación de elementos sobre el corte, como arcos y tracerías).
Los planos de un edificio[4] constan en gran parte de planos de planta, generalmente uno por cada altura o nivel de este, incluyendo la planta de cubiertas, que a diferencia de las demás, no secciona el edificio, sino que lo muestra visto desde arriba, tal y como se vería al sobrevolarlo, pero sin distorsiones de perspectiva (vista de pájaro).
Acompañando a las plantas o secciones horizontales, se utilizan también planos de sección vertical (denominados secciones o «planos de sección»), así como planos de alzado, que muestran el aspecto exterior de las distintas fachadas del edificio, sin seccionarlo.
Existen distintos tipos de planos de planta en función de lo que se quiera representar. Los principales son:
A la delineación de la planta de un edificio se la denomina iconografía (del griego ἰχνογραφία, ‘representación de la planta’). Así lo estableció Vitruvio en su obra De architectura, junto a la ortographia para el alzado y la scenographia para la perspectiva. Durante la Edad Media el término cayó en desuso, pero fue recuperado en el Renacimiento por autores como Juan de Herrera.[5]
El modelo generalizado era el de un rectángulo de proporciones aproximadas a la razón áurea[6] en torno a un eje de simetría (orientado astronómicamente de este a oeste en ciertos casos)[7] que marcaba el acceso a través de una avenida de esfinges por una puerta flanqueada por gruesos pilonos. Los distintos patios porticados y salas (sala hipóstila, sala hípetra) con cubiertas sostenidas por gruesas columnas van siendo cada vez más reducidos hasta el santuario más sagrado, que se suele designar con la expresión latina sancta sanctorum.
Las civilizaciones prehelénicas (civilización cretense y civilización micénica) desarrollaron distintas tipologías de edificación; el palacio cretense se caracterizó por una estructura laberíntica, muy visible en su planta, con una gran superficie reservada a almacenaje de todo tipo de productos (función característica de este Estado marítimo de príncipes-comerciantes). Las ciudades micénicas se caracterizaron por sus fortificaciones ciclópeas y el megaron, de uso tanto civil como religioso, como edificio principal de las acrópolis. Las tumbas micénicas circulares —tipología denominada tholos, como el tesoro de Atreo— suponen el paso de la tradición prehistórica de sepulturas colectivas megalíticas a la arquitectura de sillares en aparejo isódomo.
Tras la época oscura, ya en la civilización griega propiamente dicha, la época arcaica determinó de forma definitiva la forma y localización del templo griego, derivadas de las del megaron.
La civilización romana, que parte de elementos itálicos (especialmente de la etrusca), se heleniza profundamente en la época republicana final, de modo que el Alto Imperio homogeneiza todo el espacio mediterráneo con una identidad de formas, visible también en las plantas de los edificios con todo tipo de funciones (religiosas —templo romano—, lúdicas —teatro, anfiteatro, circo—, militares —castrum, burgum—, civiles —basílica—, residenciales —domus, villa—, etc.)[8]
Además de las plantas de los edificios, tiene una particular importancia la disposición urbanística de los mismos en torno a determinados espacios (ágora, foro) que caracterizan la polis (clásica o helenística) y la ciudad romana.
Se han conservado algunas representaciones esquemáticas de época romana, más bien cartográficas que arquitectónicas, como los planos catastrales de Orange.[13]
En el arte cristiano, la historiografía ha establecido denominaciones para las plantas de las iglesias, con criterios formales. Tales formas se establecieron convencionalmente desde la Antigüedad Tardía y la Edad Media hasta el Renacimiento y el Barroco, innovándose conceptualmente en la arquitectura contemporánea.[14][15][16][17]
San Carlos Borromeo (Instrucciones de la fábrica y el ajuar eclesiásticos) prefiere la planta de cruz latina sobre las centralizadas, al considerar que estas fueron utilizadas para «la adoración a los ídolos».[18]
Los particulares requisitos de la vida consagrada según las distintas reglas monásticas se vieron reflejado en las plantas de los monasterios medievales. La tipología es notablemente diferente en Oriente y Occidente, donde la forma más evidente es la del claustro.[25]
La presencia de iglesias en los monasterios, así como de claustros en buena parte de las iglesias occidentales, hace que la apariencia formal de las plantas de muchas iglesias y muchos monasterios sea similar.
Los tiempos de construcción de los edificios religiosos, que se prolongaban a través de los siglos, hicieron que muchos de ellos cambiaran radicalmente sus plantas al cambiarse de criterio en el proyecto. En otros casos fueron resultado de destrucciones parciales o totales.
La catedral de Siena en 1339 se proyectó ampliar de modo extraordinario (convirtiendo el brazo mayor en el transepto), aunque la peste de 1348 obligó a dejar las obras inconclusas (el actualmente denominado facciatone).[26] La de Gerona, cuya cabecera responde a las convenciones del gótico (división en varias naves), fue terminada en el siglo XV con una nave diáfana de extraordinaria anchura y altura, proyectada en 1416 por Guillermo Bofill.
Las plantas de las mezquitas de los distintos territorios incorporados en la expansión del islam de los siglos VII y VIII respondieron a la adaptación de los requisitos religiosos básicos (en teoría derivados de la casa de Mahoma en Medina) a las tradiciones arquitectónicas locales (bizantinas, persas, visigodas, hindúes, etc.)[27]
Los castra y burgi romanos tenían plantas regulares, de base cuadrangular (sobre ellas se levantaron muchas ciudades de trazado urbano ortogonal).
Los castillos medievales muy a menudo se adecuaban a la topografía, resultando plantas irregulares. La traza italiana fue una respuesta al desafío que la artillería suponía para los lienzos de las murallas.[31]
Elementos singulares, bien visibles en las plantas de castillos y palacios fortificados, como la torre del homenaje (donjon), el patio de armas o la sala (hall) denominada en latín curia regis (cour en francés o corte en castellano), de función representativa que va más allá de lo estrictamente militar, tuvieron extensión en la arquitectura palaciega de la Edad Moderna. El mismo concepto francés de château pasó a denominar a un palacio rural (Versalles o los châteaux de la Loire), mientras que el de palais se reservó para el palacio urbano (el Louvre o el Palais Royal). Localmente las denominaciones, tipologías y predominio de la función defensiva o residencial varían extraordinariamente (torres, casas-torre, casas fuertes, pazos, manor houses, etc.)[33]
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