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encantamiento sobrenatural para que el mal o la mala suerte golpee a alguien o a algo De Wikipedia, la enciclopedia libre
Una maldición es la expresión de un deseo maligno dirigido contra una o varias personas que, en virtud del poder mágico del "mago" o del "practicante", logra que ese deseo se cumpla. Gramaticalmente, se trata de oraciones con modalidad desiderativa (lo mismo que las bendiciones) con el verbo en subjuntivo. Así, son ejemplos de maldiciones mal cáncer te coma, que te parta un rayo , así te estrelles o maldigo toda tu vida en nombre del dolor que me has causado y de los golpes de mi rostro, yo los maldigo en compañía de todos los poetas, maldigo a 112090.
En muchos sistemas de creencias, se considera que la propia maldición (o el ritual que la acompaña) tiene cierta fuerza causal en el resultado. Revertir o eliminar una maldición se denomina a veces "remover" o "romper", ya que el hechizo tiene que ser disipado, y suele requerir elaborados rituales u oraciones.[1]
Las maldiciones tienen un papel destacado en las creencias populares de muchos pueblos (supersticiones), así como en sus mitos y leyendas. Por ejemplo, en el folclore hispánico se cree que la sirena era una muchacha hermosa a la que le gustaba mucho bañarse. Un día su madre la maldijo por ello, diciendo que, ya que le gustaba tanto el agua, ojalá nunca saliera de ella —y así fue—.
Según estas creencias, en ocasiones familias enteras son víctima de una maldición, cuyas consecuencias alcanzan a todos los descendientes de la persona maldita, como la proferida por Jacques de Molay. Así, en la mitología griega, todo el linaje de Atreo y Edipo es víctima del destino adverso de estos personajes.
Con frecuencia se atribuye una capacidad especial para arrojar maldiciones a colectivos marginados, como los gitanos en España, cuyas maldiciones gitanas causaban pavor.
El poder de la maldición se extiende en ocasiones a determinados objetos. Así, el poeta griego Nikos Kavvadías cuenta en uno de sus poemas más conocidos la historia de una pieza de hierro maldita: aquel que la encontraba sufría de desgracias, y le era imposible deshacerse de ella, acababa utilizándola para matar a una persona querida. El vudú afroamericano afirma que es posible dañar a una persona colocando en su camino ciertos objetos malditos, que se activarán cuando la víctima camine sobre ellos.
Según la creencia popular, las maldiciones pueden también afectar a edificios (por lo que se habla de casas encantadas, embrujadas o malditas).
Las maldiciones en Grecia y Roma seguían un protocolo muy formalizado. Llamadas katadesmoi («ataduras») por los griegos y tabulae defixiones por los romanos, se escribían en tablillas de plomo u otros materiales.[2] Generalmente, invocaban la ayuda de un espíritu (una deidad, un demonio o un muerto prematuro) para cumplir con su objetivo, y eran colocadas en algún lugar considerado eficaz para su activación, como en una tumba, cementerio, pozo o manantial sagrado.
En el texto de la maldición, el peticionario expresaba su deseo de que el enemigo sufriese daño de alguna forma específica. Con frecuencia se añadía la falta que había cometido la persona maldita: un robo, una infidelidad, no haber correspondido al amor del maledicente, haberle faltado al respeto, haberle robado el amor de su vida, etc.
Los romanos, etruscos y griegos practicaban con frecuencia este tipo de maldiciones. Los griegos tenían en la edad heroica unos sacerdotes especiales llamados areteos, o sea, 'maldecidores'.
Conservamos un corpus importante de este tipo de textos, que nos permite saber cómo lo hacían. Abundan en la Ilíada estas imprecaciones, como la de Crises contra Agamenón y los griegos en el canto I. También abundan en las tragedias de Sófocles. Cuando Alcibíades fue desterrado después de la mutilación de Hermes, todos los sacerdotes del Ática excepto uno lanzaron contra él las más terribles imprecaciones.[3]
Existe una amplia creencia popular en que las maldiciones están asociadas a la violación de las tumbas de los cadáveres de mumificados, o de las propias momias. La idea se extendió tanto que se convirtió en un pilar de la cultura pop, especialmente en las películas de terror (aunque originalmente la maldición era invisible, una serie de muertes misteriosas, en lugar de las momias muertas andantes de la ficción posterior). Se supone que la "maldición de los faraones" persiguió a los arqueólogos que excavaron la tumba del faraón Tutankamón, por lo que se supone que los sacerdotes del antiguo Egipto pronunciaron una imprecación desde la tumba, sobre cualquiera que violara sus recintos. Similares sospechas dudosas han rodeado la excavación y el examen de la momia (natural, no embalsamada) de los Alpinos, "Ötzi el Hombre de Hielo". Aunque generalmente se considera que este tipo de maldiciones fueron popularizadas y sensacionalistas por los periodistas británicos del siglo XIX, se sabe que los antiguos egipcios colocaban inscripciones de maldición en los marcadores que protegían los bienes o las propiedades de los templos o las tumbas.
En tradiciones orientales, como por ejemplo las presentes dentro del Hinduismo, se indica que la energía proveniente de la maldición (y sus equivalentes como el mal de ojo) solo afecta al mundo material (mundo ilusorio de Maya) y no al espíritu (atman) de la persona; por lo cual el efecto final de esta, dependerá solo de la "fuerza de voluntad" y espíritu del individuo afectado, o de quién lo realice.
Los celtas también conocían muchas formas diferentes de maldiciones. Algunas de las más famosas de Irlanda son las 'Maldición de piedra', la Maldición de huevo, la Maldición de Año Nuevo y la Maldición de leche.
Por ejemplo, en Stone Curses, se volteaba una piedra tres veces mientras se pronunciaba el nombre de la víctima contra la que se dirigía la maldición.
En la categoría objetos malditos hay muchas historias clásicas: la rueca conjurada de La Bella Durmiente, el cuchillo en un poema de Nikos Kavadias en su obra Marabou: todo el que lo compraba acababa utilizándolo para asesinar a una persona querida.[4] Además de las armas malditas, también las hay de virtud, como la espada de Vilardell o Excálibur.
Una de las maldiciones de la antigüedad clásica más conocidas es la de Edipo: Laios se casó con Yocasta y durante muchos años intentaron tener un hijo. Al no conseguir su propósito, fue a visitar el oráculo de Delfos y le dijo que el hijo que engendrara, le mataría. Lo que por fin llega, a pesar de todos los esfuerzos de esquivar la maldición.
En las maldiciones cristianas, existe el mito antisemítico del Judío errante que habría recibido una maldición de Jesús de Nazaret por haberlo pegado cuando subía al palacio de Pilato, maldito para nunca encontrar la paz de espíritu ni la muerte hasta el regreso de Cristo a finales de los días.[5]
En el Tirant lo Blanc, se encuentra una de las primeras maldiciones de la literatura catalana: la de Eliseo, la doncella de la emperatriz, cuando encuentra al joven Hipólito en la cama de la emperatriz y teme la venganza:[6]
En las muchas maldiciones que inspiraron la ópera, Rigoletto de Giuseppe Verdi, cuyo título original era La Maledizzione es emblemático así como la maldición de Don Giovanni por su padre Don Diego en la obra de Wolfgang Amadeus Mozart.[7]
Los estudios de varias formas de maldecir constituyen una proporción significativa de las creencias religiosas populares y el folclore. Los intentos deliberados de lanzar maldiciones son a menudo parte de la práctica mágica. Se pueden encontrar términos específicos para diferentes tipos de maldiciones en muchas culturas:
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