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«Quis custodiet ipsos custodes?» es una locución latina del poeta romano Juvenal, traducida en diversas ocasiones como «¿Quién vigilará a los vigilantes?», «¿Quién guardará a los guardianes?», «¿Quién vigilará a los propios vigilantes?», y similares.
En el uso moderno, la frase se emplea para definir el problema genérico de cómo controlar a los que controlan un determinado entorno, asociándola frecuentemente con la filosofía política de Platón y el problema de la corrupción política, pero la fuente original no tiene ninguna conexión conocida con Platón o la teoría política. El contexto original trata del problema de asegurar la fidelidad matrimonial. Si se concede que es un texto satírico de Juvenal, es probable que haga uso de la ironía para decir que a quien se le encarga que vigile la castidad de una esposa puede resultar el adúltero. Aunque, como otros textos antiguos, se ha cuestionado si este pasaje es auténticamente parte de las Sátiras de Juvenal o es una adición posterior al manuscrito.
El problema esencial fue planteado por Platón en la República, su obra sobre el gobierno y la moral. La sociedad perfecta, tal como la describe Sócrates, el personaje principal de la obra (véase diálogo socrático), se basa en obreros, esclavos y comerciantes. La clase guardiana está para proteger a la ciudad. La cuestión que se le presenta a Sócrates es «¿quién guardará a los guardianes?», o «¿quién nos protegerá de los protectores?». La respuesta de Platón a esta pregunta es que ellos se cuidarán a sí mismos. Afirma que se debe decir a los guardianes una «mentira piadosa». Esta consistirá en hacerles creer que son mejores que aquellos a quienes prestan su servicio y que, por tanto, es su responsabilidad vigilar y proteger a los inferiores. Afirma que hay que inculcar en ellos una aversión por el poder o los privilegios, y ellos gobernarán porque creen que es justo que así sea, y no por ambición.
La frase ha sido utilizada desde entonces por muchas personas para reflexionar sobre la insoluble cuestión de dónde debe residir el poder último. La forma en que las modernas democracias tratan de resolver este problema se encuentra en la separación de poderes. La idea es nunca dar el poder en última instancia a un solo grupo; se debe permitir que cada uno (ejecutivo, legislativo y judicial) tome una decisión.
La frase, que normalmente se cita en latín, proviene de las Sátiras de Juvenal, el satírico romano de los siglos I y II d. C. Aunque en su uso moderno la frase se aplica de manera universal a cualquier entorno donde hay alguien encargado del control o a conceptos tales como gobiernos tiránicos y dictaduras, en el contexto del poema de Juvenal se refiere a la imposibilidad de la aplicación de la conducta moral en las mujeres cuando sus guardianes (custodes) son corrompibles (Sátira VI 346-348):
Sin embargo, editores modernos consideran esas tres líneas como una interpolación insertada en el texto. En 1899 un estudiante de Oxford, E. O. Winstedt, descubrió un manuscrito (ahora conocido como O, por Oxoniensis) que contenía 34 líneas que algunos creen que han sido omitidas en otros textos de Juvenal del poema.[1] El debate sobre este manuscrito está en marcha, pero incluso si el poema no es de Juvenal, es probable que conserve el contexto original de la frase.[2] Si es así, el contexto original es el siguiente (29-33 O):
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