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diosas de la mitología griega De Wikipedia, la enciclopedia libre
En la mitología griega, las Erinias o Erinis (en griego antiguo Έρινύες Erinýes) son personificaciones femeninas de la venganza que perseguían a los culpables de ciertos crímenes. También se las llamaba Euménides (en griego antiguo Εύμενίδες, ‘benévolas’), antífrasis utilizada para evitar su ira cuando se pronunciaba su verdadero nombre. Según la tradición este nombre se habría empleado por primera vez tras la absolución de Orestes por el Areópago (descrita más adelante), y posteriormente se usó para aludir al lado benigno de las Erinias.
En Atenas también se utilizaba eufemísticamente la perífrasis σεμναί θεαί semnaí theaí, ‘venerables diosas’. Asimismo se aludía a ellas como χθόνιαι θεαί chthóniai theaí, ‘diosas ctónicas’, y se les aplicaba el epíteto Praxídiceas (Πραξιδίκαι), ‘ejecutoras de las leyes’. En la mitología romana se las conoce como Furias (en latín, Furiæ; o Diræ: ‘terribles’). Es posible que ya estuvieran documentadas en las tablillas micénicas de lineal B bajo la forma del teónimo E-ri-nu.[1]
Tanto en Homero[2] como en Virgilio su función es atormentar a las almas arrojadas al Tártaro.[3] Las Erinis, que en Homero son divinidades vengadoras de las impiedades cometidas contra familiares y que, como hace Epicasta maldiciendo a Edipo antes de suicidarse, son invocadas por el ofendido contra su ofensor. El motivo de la maldición es que la ignorancia, en época arcaica, no exime de una culpa como ésta.[4]
Se representa a estas hórridas deidades vengadoras como genios femeninos con serpientes enroscadas en sus cabellos, portando látigos y antorchas, y con sangre manando de sus ojos en lugar de lágrimas. También se decía que tenían grandes alas de murciélago o de pájaro, o incluso el cuerpo de un perro.
En las fuentes arcaicas y griegas el número de las Erinis suele ser indeterminado y nunca poseen identidades individuales.[2]Virgilio, probablemente inspirándose en una fuente alejandrina, nombra tres: Alecto (Άληκτώ), Tisífone (Τισιφόνη,) y Megera (Μέγαιρα).[5] No tienen funciones muy definidas, por ejemplo se nos dice que Alcmeón fue perseguido por la Erinia del matricido, sin especificar su identidad.[6] Tzetzes dice que las Erinias son tres démones de la venganza y el castigo y que acechan a partir de las maldiciones. Sus nombres también son alegóricos, pues se llamaron así porque Tisífone castiga a los asesinos, Megera está llena de celos y rencor contra los malhechores, y Alecto no cesa en su empeño de castigar a los culpables.[7] La Erinis Telfusa, Tilfusa o Tilfosa solía ser un sobrenombre de la colérica Deméter, a la que se rendía culto bajo el título de Erinis en la ciudad arcadia de Telpusa.[8]
En cuanto a la ascendencia de las Erinias no hay una versión consolidada. Según Hesíodo, las Erinias son hijas de la sangre derramada por el miembro de Urano cuando su hijo Crono lo castró, siendo por tanto divinidades ctónicas: «pues cuantas gotas de sangre salpicaron, todas las recogió Gea. Y al completarse un año, dio a luz a las robustas erinias, a los altos gigantes de resplandecientes armas, que sostienen en su mano largas lanzas, y a las ninfas que llaman melias».[9][10] Otros dicen que Crono de mente retorcida tomó en matrimonio a la joven Evónime; de él nació la áurea Afrodita de hermosos cabellos, y las Moiras inmortales y las Erinias de variopintos dones».[11] También se dicen hijas de Crono y la Noche porque sus castigos vienen siempre sin ser vistos.[7] Sófocles dice que las Erinias, temibles y poderosas diosas, eran hijas de la Tierra y de lo Oscuro (Skotos).[12] Para Esquilo las Erinias son hijas de la Noche: «nosotras somos las tristes hijas de la Noche. En nuestra morada, bajo la tierra, somos llamadas «Maldiciones».[13] En la Eneida, del poeta romano Virgilio, las Erinias son hijas de Plutón (Hades)[14] y Nox (Nix).[15] Dice Estacio que las Furias son hijas naturales de Plutón.[16] En la tradición órfica se nos dice que «la renombradas Euménides, con benévola voluntad, son las castas hijas del gran Zeus infernal (Hades o Zeus) y de Perséfone, la agradable doncella de hermosos bucles».[17] Valerio Flaco hace descender a las Furias de la propia Pena, diosa y personificación de la venganza.[18]
En cuanto su descendencia, algunos dicen que el dragón ismeno, que guardaba la fuente Tilfusa[19] de Ares, y que fue muerto por Cadmo, era hijo de Ares y de la Erinis Tilfosa.[20] Hera envió a una de las Erinis para que atormente a Ío, en vez de un tábano.[21] Un mito cuenta que Tisífone se enamoró de Citerón. Furiosa por sus desprecios, le lanzó una serpiente de su cabeza que, tras oprimirle el pecho, le mató.[22] También Bóreas, unido a una de las Erinis, engendró a los cuatro caballo de Ares.[23]
Es probable que al hablar de las Euménides nos estemos refiriendo también a las Moiras, en la misma mitología griega, las cuales personificaban el destino de las personas. Las similitudes en sus características no son pocas y se tiene en cuenta que el folclore y la abundancia de pueblos que fueron influenciados por la cultura griega pudieran haber introducido variaciones en leyendas ya antes conocidas.
Las Erinias son fuerzas primitivas anteriores a los dioses olímpicos, por lo que no se someten a la autoridad de Zeus. Moraban en el Érebo (o en el Tártaro según otras tradiciones), del que solo volvían a la Tierra para castigar a los criminales vivos; durante su estancia en el inframundo, sometían a los eternamente condenados a torturas sin fin. A pesar de su ascendencia divina, los dioses del Olimpo muestran hacia estos seres una profunda repulsión, mezclada con temor reverencial, y no los toleran. Por su parte los mortales les temen pavorosamente y huyen de ellas. Es esta marginación y la consecuente necesidad de reconocimiento lo que, en la obra de Esquilo, llevará a las Erinias a aceptar el veredicto de Atenea pese a su inagotable sed de venganza.
En la Ilíada, cuando una maldición ritual invoca a «vosotros, que en lo profundo castigáis a los muertos que fueron perjuros», «las Erinias son simplemente una encarnación del acto de automaldición que conlleva el juramento».[24][25] Son las encargadas de castigar los crímenes durante la vida de sus autores materiales, y no más tarde. No obstante, siendo su campo de acción ilimitado, si el autor del crimen muere lo perseguirán hasta el inframundo. Justas pero sin piedad, ningún rezo ni sacrificio puede conmoverlas ni impedir que lleven a cabo su tarea. Rechazan las circunstancias atenuantes y castigan todas las ofensas contra la sociedad y la naturaleza, como el perjurio, la violación de los ritos de hospitalidad y, sobre todo, los crímenes o asesinatos contra la familia. En épocas antiguas se creía que los seres humanos no podían ni debían castigar tan horribles crímenes, correspondiendo a las Erinias perseguir al desterrado asesino del fallecido en venganza, hostigándole hasta hacerle enloquecer (de ahí su nombre latino, derivado de «furor» como sinónimo de «locura»). La tortura solo cesaba si el criminal encontraba a alguien que le purificase de sus crímenes.
La diosa Némesis representa un concepto similar y su función se solapa con la de las Erinias, con la diferencia de que castigaba las faltas cometidas contra los dioses. Por su parte, la diosa Niké tenía originalmente un papel parecido, como portadora de una victoria justa. Castigaban la hibris o exceso y también prohibían a los adivinos revelar fielmente el futuro para que este conocimiento no acercara al hombre a los dioses.
Las Erinias solían ser comparadas con las Gorgonas, las Grayas y las Arpías debido a su espantosa y oscura apariencia y al poco contacto que mantenían con los dioses olímpicos. Atormentan a los que hacen el mal, persiguiéndolos incansablemente hasta volverlos locos. En un sentido más amplio, las Erinias representan la rectitud de las cosas dentro del orden establecido, protectoras del cosmos frente al caos. En la Ilíada privan de la palabra a Janto, el caballo de Aquiles, por culpar a los dioses de la muerte de Patroclo y privan de descendencia a Fénix. El filósofo Heráclito decía que si Helios decidiera cambiar el curso del Sol a través del cielo, ellas se lo impedirían.
En Las Euménides, tragedia de Esquilo, la tercera parte de la Orestíada, las Erinias persiguen a Orestes. Este había matado a su madre, Clitemnestra, en venganza por el asesinato de su padre, Agamenón. En su primera representación esta tragedia provocó verdadero terror entre los espectadores, siendo las Erinias las integrantes del coro.[26]
Lo único que interesa a las Erinias es el acto de asesinato cometido por Orestes, sin sopesar las circunstancias que podrían explicarlo. El propio Apolo debe oponerse a su venganza implacable concediendo protección a Orestes, a quien había incitado a vengarse del asesino de su padre, que resultó ser Clitemnestra. Las Erinias, nos cuenta Esquilo, persiguen a Orestes hasta Delfos, el más importante santuario de Apolo. No le liberan hasta que los dioses las convencen para que acepten el veredicto del tribunal de Atenas, el Areópago.
Allí, Atenea interviene como patrona de la ciudad y equilibra el fallo. Orestes es absuelto, pero debe traer de la Táuride una estatua consagrada a Artemisa. Las Erinias son referidas desde entonces en Atenas bajo las formas más clementes antes citadas: Euménides (‘benévolas’) o Semnaí Theaí (‘venerables diosas’).
A pesar del precedente anterior, las Erinias persiguieron igualmente a Alcmeón, que había matado a su madre, pues, como a Orestes, Apolo le había incitado a vengar a su padre. Alcmeón es perseguido por las Erinias a través de Grecia, hasta que halla refugio en una tierra que no existía aún en el momento del asesinato de su padre, escapando así al poder de sus perseguidoras.
A las Erinias se les sacrificaban ovejas negras y libaciones de νηφάλια nêphália, mezcla de miel y agua.
Hay en la Arcadia un lugar que posee dos santuarios consagrados a las Erinias. En uno de ellos se las da el nombre de Μανίαι (Maniai, ‘las que vuelven loco’). Fue en este lugar donde, vestidas de negro, sitiaron a Orestes por primera vez. No lejos de allí, cuenta Pausanias, se encuentra otro santuario donde su culto se asocia al de las Cárites (‘diosas del perdón’). En este lugar, vestidas de blanco, purificaron a Orestes, el cual, tras su curación, ofreció un sacrificio expiatorio a las Maniai.
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