Arte aqueménida
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El arte aqueménida es el propio del Imperio aqueménida, no exento de influencias de los precedentes arte asirio, babilónico, urartiano y medo, con su propias características. Alcanzó su esplendor con el rey Darío I y sus sucesores. Culmen de la arquitectura aqueménida son entre otros, los palacios de Persépolis, Susa y Pasargada, tumbas, como la de Ciro II, y templos excavados en la roca.
El imperio aqueménida ocupaba un territorio muy vasto, desde Pakistán por el este hasta Egipto por el oeste, y desde el mar de Aral al norte, hasta el Océano Índico al sur. Debido a la imposibilidad de administrar esa enorme extensión de forma directa desde la corte en Irán, el imperio se dividió en provincias o satrapías. De esa manera, se tenía un cierto grado de unificación. Sin embargo dicha uniformidad se cuestiona que se extendiera a las artes y que los restos materiales tuvieran algún tipo de homogeneidad.[1]
Era un arte monumental cortesano que simbolizaba el poder del Imperio y la grandeza del poder de sus reyes. Todos los aspectos del arte aqueménida son originales. No da la impresión de ser una arte extranjero en su conjunto, ya que fue el resultado de condiciones históricas específicas, una cierta ideología y una cierta vida social que otorgó a las formas adoptadas nuevas funciones y un nuevo significado. Por lo tanto, las adopciones y las influencias son solo formales.[2]
Las normas de la arte aqueménida, o más exactamente del estilo palaciego aqueménida, posteriormente, a mediados del siglo IV a. C., se completarían con otros modelos y motivos. El estilo palaciego aqueménida se difundió ampliamente, creando una unidad cultural de facto desde el Indo hasta el litoral de Asia Menor.[2]
Existen ciertos tipos de edificaciones y objetos que aparecen por todo el Imperio, a menudo decorados de forma característica. Ese tipo de ornamentación se denomina en ocasiones «estilo cortesano», desde la suposición de que constituía un estilo artístico oficial.[1]
Respecto a la arquitectura en concreto, los edificios de columnatas conocidos como apadanas se hallan en diversos sitios del Imperio. La utilización de cantería monumental a veces se ha determinado que es un indicio del periodo aqueménida, como por ejemplo en Fenicia.[1]
El arte aqueménida comprende relieves de frisos, trabajos en metal como el Tesoro del Oxus, decoración de palacios, mampostería de ladrillos vidriados, artesanía fina (albañilería, carpintería, etc.) y jardinería. Aunque los persas tuvieron artistas, con sus estilos y técnicas, de todos los rincones de su imperio, no produjeron simplemente una combinación de estilos, sino una síntesis de un nuevo estilo persa único.[3]
En cuanto a la iconografía, los objetos cuya decoración consiste en imágenes de personas con indumentaria meda o persa se pueden identificar con facilidad con el período aqueménida.[1]
Había objetos en uso de forma simultánea en distintas pares del imperio: Las joyas con incrustaciones polícromas son características en este período, así como los brazaletes con cabezas de animales, o incluso bisutería, como por ejemplo los colgantes de cerámica vidriada y decorada de estilo egipcio. Asimismo la artesanía, como por ejemplo los cuencos llamados fíalas, que con frecuencia son de oro y plata.[1] No obstante deberían considerarse casos excepcionales, ya que la mayoría de objetos de uso habitual no estaban diseminados a lo largo y ancho del imperio. Incluso resulta difícil reconocer la cerámica del periodo aqueménida. Así que al hablar de uniformidad de la cultura material el panorama es ambiguo en lo relativo a las distintas zonas como al tipo de objetos, y no solo los artísticos.[1]
En algunas regiones centrales del imperio hay una gran influencia aqueménida, aunque en otras se da una continuación de las tradiciones autóctonas.[4]