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El Cebro es un équido salvaje que, según numerosas fuentes medievales, habitó la península ibérica hasta el siglo XVI. A día de hoy no se sabe con certeza de qué especie se trataba, abundando las teorías y discusiones sobre este tema.[1]
El origen del término Cebro también es discutido, pero la teoría más aceptada es que proviene del latín "equiferus", que significa "caballo salvaje". La derivación del término podría haber sido equiferus - ekíferum - ecíferu - ecifru - ecefru - ecebru - ecebro - cebro. En las crónicas españolas suele aparecer con c y b(cebro/a o encebro/a, este último debido a la inserción de una 'n' a la forma más arcaica "ecebro"), aunque en algunos escritos también aparece escrito con z. En Portugal la c y la b son sustituidas por la z y la v (zevro/a o enzevro/a). Hoy en día los términos más utilizados en castellano para referirse a este animal son zebro, enzebro o encebra.[1]
Por otro lado cabe mencionar que la palabra cebra posiblemente proceda a su vez de este término. Los portugueses fueron quienes acuñaron este nombre a las primeras cebras que avistaron en lo que hoy es Sudáfrica. En esta región existía una subespecie de cebra, la cuaga, cuyo inusual color pardo y su carácter salvaje pudo recordarles al cebro ibérico. Con el tiempo el término se extendería al resto de especies de cebras.
Son escasas las fuentes directas de la época que describen a este animal. Algunas de esas descripciones son más precisas y otras están más abiertas a la subjetividad.
Según las fuentes disponibles se puede deducir que se trataba de un équido salvaje de talla similar al resto de équidos salvajes actuales (1,20-1,40 m de alzada) y de color cenizo con la región del hocico más negra y línea dorsal (raya de mulo), características asociadas a la capa que produce el gen dun, que también presentan algunos caballos y burros. Relinchaban como los caballos y varias fuentes resaltan su carácter indomable y su velocidad.
Actualmente existe una opinión bastante generalizada sobre que los cebros presentaban rayas en las patas y otras partes del cuerpo, cuando ninguna fuente medieval describe tales marcas (salvo la raya de mulo). Esta idea se debe seguramente a la comparación de estos animales con las actuales cebras, presuponiendo que el motivo principal por el que los portugueses relacionaron ambos animales fue la similitud de sus pelajes, cuando no tiene por qué haber sido así necesariamente (Un ejemplo es el caso de los jaguares, a los que los conquistadores españoles llamaron tigres). No obstante, en caballos y burros que presentan la misma capa que el cebro pueden aparecer rayas en patas y otras partes del cuerpo, por lo que es posible que los cebros también pudieran presentarlas.[1]
Numerosas citas y topónimos medievales desde al menos el siglo IX relacionadas con los cebros permiten deducir un área de distribución que en un principio se extendía por Portugal, el interior de Galicia y de Asturias, el oeste de la meseta Norte y la totalidad de Extremadura y la meseta Sur, llegando hasta el interior de la Región de Murcia y de Alicante. Durante el siglo XIII su área se redujo, desapareciendo al norte del sistema Central y contrayéndose sus poblaciones en el resto de su territorio. En el siglo XIV ya sólo quedaban tres núcleos de población aislados entre sí, uno en Badajoz y sur de Portugal, otro en el norte de Cuenca y otro en Albacete y sur de Cuenca. Los últimos ejemplares sobrevivieron en el área de Chinchilla (Albacete), hasta extinguirse en el siglo XVI.
La causa de su extinción fue la caza y persecución por parte del ser humano. El cebro era una pieza de caza y así queda recogido en numerosos escritos medievales dedicados a este tema, como el Libro de la montería de Alfonso XI. Otras fuentes mencionan el consumo de su carne, otras los problemas que ocasionaban a los campesinos al comerse sus cultivos,[1] y otras sus propiedades curativas.[2]
Numerosos autores clásicos mencionan la presencia de caballos salvajes en la península ibérica, desde el siglo I a.C. (Estrabón o Varrón) hasta el siglo VII (Isidoro de Sevilla). Cabe mencionar que en aquella época los romanos y griegos conocían los onagros y los burros, y sin embargo siempre se refirieron a estos équidos ibéricos como caballos.[1]
En 1260 el humanista italiano Brunetto Latini realiza una descripción de las cebras de Castilla la Vieja, describiéndolas como mayores que los ciervos, con raya de mulo hasta la cola, orejas largas, pies débiles, muy veloces corriendo, y de carne exquisita.
En el Libro de la montería de Alfonso XI (siglo XIV) se cita la existencia de este animal en Murcia, en los términos de Cieza, Caravaca y Lorca.
En Arte Cisoria (1423) de Enrique de Villena se menciona el consumo de carne de "enzebra".
En las "Relaciones de Chinchilla de Felipe II", realizada en 1576, se menciona por última vez la presencia de este animal, describiéndolo como un caballo de color cenizo como el pelaje de las ratas, hocico oscuro, que relinchaban como yeguas y corrían más rápido que los jinetes que intentaban darles caza.
Por otra parte, numerosos topónimos tanto de España como de Portugal se han relacionado con este término, si bien muchos de ellos proceden en realidad del nombre del acebro o acebo, sobre todo los de Galicia, Asturias, Aragón y Cataluña:[3]
Monte dos Zebros (Beira Baixa), Vale da Zebra (Ribadetejo), Ribeira de Zebro (Moura), Abrigo de los Encebros (Alacón)
El primero en escribir sobre la misteriosa identidad de este animal fue Fray Martín Sarmiento, que a mediados del siglo XVIII descubre que los montes de O Cebreiro (Galicia) en el siglo XIII se llamaban mons dicitur Onagrorum, tras lo cual se percató de que en gran cantidad de escritos ibéricos se mencionaba a un animal llamado cebro. Su conclusión fue que antaño existieron en España cebras africanas. En 1922 la Academia de las Ciencias de Lisboa planteó este enigma a lingüistas, historiadores y zoólogos, debate que hasta el día de hoy sigue abierto. Recientemente un grupo de investigadores interdisciplinares liderados por la Universidad de Oviedo está recabando la información necesaria para resolver definitivamente la cuestión.[1]
Básicamente existen cuatro hipótesis:
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