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Se denomina octava maravilla del mundo a monumentos naturales o artísticos que por su exclusividad y belleza podrían ser consideradas como una de las siete maravillas del mundo, la lista de construcciones humanas destacadas de la antigüedad clásica que los griegos pudieran admirar.[1] La lista original no recogía ninguna maravilla natural ni ninguna ruina, por majestuosa que fuera. En parte es por eso que se habló de una octava maravilla del mundo: la torre de Babel, el zigurat de Babilonia; pero este edificio estaba en ruinas cuando llegaron los soldados de Alejandro Magno y la lista de maravillas data de años después. Esa posibilidad de ser una maravilla más ha contribuido a acuñar la expresión octava maravilla del mundo para denominar a una obra humana excepcional que se adelanta a su tiempo o es muy significativa.
Con ese mismo afán, recientemente se han elaborado con el concurso popular varias listas de siete maravillas del mundo moderno y nuevas siete maravillas del mundo moderno, buscando nuevas maravillas casi todas las cuales fueron denominadas en su día como octavas maravillas. Por oposición, otros organismos han presentado listas más serias y extensas de sitios que podrían merecer la condición de maravillas, como la elaborada por la UNESCO del patrimonio de la Humanidad.
Hay que destacar que las siete maravillas del mundo —originalmente establecidas por Heródoto (o Filón de Bizancio, según los expertos— fueron edificaciones que fueron elegidas no solo porque su construcción fuese una notable proeza de la época, o por la estética y armonía que mostraron, sino también por el hecho de que influyeron profundamente en el inconsciente colectivo a través de los siglos. Por ello, ahora es vano intentar establecer una nueva clasificación (como las ya mencionadas) o añadir una octava a las ya existentes, ya que son muchas las construcciones de edificios notables que deberían ser consideradas «maravillas del mundo». Como muestra de esta inutilidad, valga el ejemplo de la propia Gran Muralla China, una construcción contemporánea del Faro de Alejandría y del Coloso de Rodas, cuya ausencia en ese selecto grupo original de maravillas se debería únicamente al desconocimiento de los historiadores antiguos que compilaron la lista, que nunca habrían viajado tan lejos: Alejandro Magno solamente alcanzó el Indo, a mitad de camino desde su partida hasta la Gran Muralla.
Es pertinente señalar que las grandes construcciones de cada época han ido mereciendo en algún momento esta consideración, ya fuesen civiles —monasterio de El Escorial, Palacio de Versalles, Palacio Real de Ámsterdam—, religiosas —las distintas catedrales, la Abadía del Monte Saint-Michel, la antigua Basílica de Santa Sofía, san Pedro del Vaticano— o hazañas técnicas —puentes del Gard, del Forth, de Quebec o de Brooklyn, canal de Panamá, presas de Asuan y de las Tres Gargantas, edificios más altos del mundo, como el Empire State, el Burj Khalifa o la misma Estación Espacial Internacional— y que también casi cada país del mundo tiene en su territorio una octava maravilla del mundo. También han merecido esta distinción algunos objetos, como el Codex Gigas, el mayor manuscrito medieval conocido.[2]
La expresión es necesariamente subjetiva y algo chovinista, reflejo no solo de la época, cultura y parte del mundo, sino también de las propias personas que la emplean, pasando a la posteridad las manifestaciones realizadas en tal sentido por todo tipo de personalidades: reyes, políticos, artistas, escritores o actualmente, celebridades. En el momento actual la expresión ha pasado a ser un reclamo o eslogan muy usado en todo tipo de campañas publicitarias y turísticas.
Figuradamente, cualquier objeto, persona o lugar que suscita una gran admiración puede ser calificado como octava maravilla del mundo Son ejemplos:
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