Museo del Juguete de Cataluña
museo de la provincia de Gerona, (España) De Wikipedia, la enciclopedia libre
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El Museo del Juguete de Cataluña se encuentra en el «Hotel París» (antigua casa solariega del Barón de Terrades, del año 1767) en la Rambla de Figueras. (provincia de Gerona, Cataluña, España).
Museo del Juguete de Cataluña | ||
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Museu del Joguet de Catalunya | ||
Bien cultural parte del patrimonio cultural de Cataluña | ||
Fachada del museo. | ||
Ubicación | ||
País | España | |
Comunidad | Cataluña | |
Provincia | Gerona | |
Localidad | Figueras | |
Dirección | Rambla Sara Jordà | |
Coordenadas | 42°16′00″N 2°57′38″E | |
Tipo y colecciones | ||
Tipo | Museo de juguetes y Museo | |
Historia y gestión | ||
Creación | 1982 | |
Inauguración | 1982 | |
Información del edificio | ||
Construcción | Edificio modernista de 1913 | |
Mapa de localización | ||
Ubicación en Gerona | ||
Sitio web oficial | ||
Se inauguró en el año 1982 y, entre las 4.000 piezas expuestas de una colección de más de 15.000 juegos y juguetes, se pueden ver los que habían pertenecido a personalidades como Joan Brossa, Quim Monzó, Ernest Lluch, Salvador Puig Antich, Terenci Moix, etc. También se puede visitar un espacio dedicado a los veinte primeros años de Salvador Dalí con sus juguetes, postales en movimiento y fotografías del álbum familiar. El recorrido se acompaña con la música de Pascal Comelade y de Erik Satie.
El Museo del Juguete de Cataluña propone un viaje por la historia del juguete industrial en Cataluña. Juegos de vuestra infancia, o la de generaciones pasadas: teatrines, caballos de cartón, cocinas, pelotas, muñecas, peonzas, juguetes de hojalata con cuerda, aviones, coches, trenes, triciclos, juegos de construcción, ositos, juegos de la oca, circos, marionetas, robots, y muchos otros compañeros añorados de los apasionantes e imaginativos momentos de juegos de la infancia.
El Museo del Juguete de Cataluña ha recibido, entre otros, el premio Nacional de Cultura Popular concedido por la Generalidad de Cataluña en 1999 y la Cruz de Sant Jordi en 2007.[1]
El juego es una actividad presente a lo largo de los siglos y de las civilizaciones, por antiguas que sean. Los primeros datos sobre juegos proceden del antiguo Egipto (3100 a. C.) y de Babilonia (2600 a. C.), donde, en sendas excavaciones arqueológicas, se han encontrado los juegos de tablero Senet y Ur, respectivamente. Tanto uno como otro eran juegos muy populares y preciados, encontrados en muchas sepulturas, incluso las reales en el caso del Ur. En el año 1000 a. C. ya se hacían volar cometas por el cielo de Oriente, aunque sus orígenes pueden ser más antiguos. Las antiguas civilizaciones grecorromanas también crearon juegos y juguetes, muchos de los cuales han perdurado hasta hoy en día: yoyós, pelotas, peonzas, bolas, muñecas, dados, figuras de animales, etc. En las excavaciones de Ampurias y Tarragona se han encontrado varios de estos objetos realizados con huesos, arcilla, marfil, cristal, plomo y piedras. Divertimentos de infancia, juegos de habilidad y fuerza, pasatiempos de azar o de estrategia (muchos de estos, practicados por adultos) eran la expresión de una actividad lúdica o de una rivalidad atlética. Se vinculaban estrechamente a las diferentes facetas de la actividad humana, incluso con un carácter religioso, festivo y funerario (las muñecas, por ejemplo, se solían introducir en las tumbas infantiles).[2]
Los juguetes que se pueden ver en esta sala, que incluye los capítulos "Jugar al aire libre", "Viajar" y "Animales", son muy diferentes entre ellos, pero podrían caracterizarse por fomentar el movimiento. Un elemento común en muchos de los juguetes que forman estos tres capítulos es la rueda. En la vitrina “Jugar al aire libre”, encontramos los llamados artículos de deporte: bicicletas, triciclos, patinetes, aros, cuerdas, patines, objetos para jugar en la playa, peonzas, bolos, etc. Son juguetes que fomentan la actividad física y el disfrute, especialmente al aire libre. En la vitrina “Viajar”, el movimiento viene determinado por los propios juguetes, que son reproducciones de medios de transporte de todo tipo, construidos con materiales diversos: trenes eléctricos, coches de diferentes características, carrozas de caballos, aviones, zepelines, motos, barcos, tranvías, etc. Finalmente, en la vitrina “Animales”, encontramos juguetes que representan animales: ocas, gatos, caballos, elefantes, etc. La mayoría de estos juguetes están hechos con cartón o madera pintada, tienen ruedas para poder arrastrarlos o funcionan como un balancín. Es interesante comparar estas piezas con el perro de arrastre de plástico fabricado por AmbiToys en Ámsterdam en el año 1995, que mueve la cola y las orejas por el movimiento que resulta de arrastrarlo.[3]
En el museo se exponen una serie de juguetes que podríamos definir como simbólicos, es decir, aquellos que permiten al niño imitar el mundo del adulto a través de la representación mental de roles sociales y objetos ficticios que reproducen la realidad de forma más o menos fiel según la época. A través del juego y del juguete, el niño asimila una gran cantidad de información referente a la vida del adulto. En este ámbito, encontramos juguetes religiosos como iglesias, altares con sus elementos que le dan sentido, figuritas que componen procesiones y algunas casullas. A principios del siglo XX, en Cataluña era habitual que los niños jugasen a hacer de curas, tal y como se puede comprobar con las diversas fotografías que acompañan las piezas. Los niños y niñas jugaban a bautizar a los muñecos, a celebrar misa o a llevar el viático. Con la proclamación de la República, en el año 1931, este juego desapareció. En este ámbito, también se pueden ver muñecas de diferentes épocas y materiales, desde las pepas, las típicas muñecas catalanas hechas de cartón, hasta las muñecas de cera, porcelana y fieltro, así como la primera Barbie, ya de plástico, que data de 1959. Tradicionalmente, la muñeca ha desempeñado la función social de preparar a las niñas para el papel que se les asignaba ya de muy pequeñas: el cuidado de los hijos y de la casa. El mundo doméstico también se ve representado con las cocinitas, los juegos de te, la comida en miniatura de las casas de muñecas y los utensilios como planchas y máquinas de coser.[4]
Hay juegos y juguetes que alteran y confunden nuestra percepción visual; otros amplían nuestra capacidad interpretativa. Aprendemos así que no todo lo que vemos es real ni toda forma es como la percibimos, y eso contradice el sentido común más elemental. Realidad y ficción se confunden y todo parece posible. En este ámbito destacan los elementos que nos crean ilusiones ópticas: figuras y juegos que engañan a nuestros ojos y estimulan nuestro cerebro, divirtiéndonos, como el anamorfoscopio, donde un espejo cilíndrico nos devuelve a las proporciones reales una imagen deformada; o el zoótropo, antecedente del cine, así como proyectores de diferente formato donde el movimiento es la clave. También hay objetos y juguetes que permiten explorar la creatividad y la interpretación: sombras chinas, circos y, en especial, teatrines (principalmente los de Palouzíe y Seix i Barral), marionetas, títeres y polichinelas, que representan personajes como el demonio, el lobo, el campesino o el pastorcito, con los que se escenifican historias sencillas que entroncan con la tradición popular catalana y donde no falta la personificación del bien y del mal. Así mismo, hay varios juegos de magia y de ilusionismo. Unos son de carácter profesional y otros son para jugar. Estos últimos son piezas para hacer trucos con los que se quería sorprender y a la vez entretener simulando los populares espectáculos que se presentaban en las variedades del teatro o del circo.[5]
Meccano es probablemente, el juguete más innovador de principios del siglo XX. La aparición de este juego de construcción ponía la ingeniería al alcance de todos los niños y adolescentes. Una de las características de este juguete es que se podía hacer más complejo a medida que el niño crecía. Se podía empezar con una caja más o menos pequeña y económica, y ampliarlo con cajas complementarias hasta obtener construcciones sofisticadas donde, además de tiras, placas y soportes, intervenían poleas, ruedas, motores y ejes. No es extraño, pues, que Meccano causara sensación también entre los adultos que empezaban a preocuparse por la función educativa de los juguetes, en línea con el nuevo modelo pedagógico de principios del siglo XX. Meccano, fabricado en 1901 en Liverpool (Inglaterra) por Hornby Trains, se empezó a exportar rápidamente por todo el mundo. Su creador, Frank Hornby (1863-1936), había solicitado una patente en 1901 para producir su invento con el nombre de Mechanics Made Easy (Mecánica hecha fácil), que se convertiría en Meccano en 1907. En Cataluña, el fabricante Palouzíe consiguió la representación para la península ibérica en 1919 y, junto con Novedades Poch, lo fabricó en Barcelona a partir de la década de 1930.[6]
El juego puede ser un acto ritual, una acción simbólica, una competición pacífica, un desafío para el intelecto y el carácter, una actividad recreativa o un simple pasatiempo. Los juegos se caracterizan por un importante aspecto lúdico y muchos incluyen, además, un contenido educativo e incluso moralizante. Esto se ve reflejado en los juegos llamados de sociedad. A finales del siglo XIX, Francisco Schmidt escribió un libro sobre estos juegos (Juegos de sociedad: colección de juegos de prendas penitencias, juegos de salón, adivinanzas, homónimos refranes y juegos al aire libre), en que aseguraba: «Estos juegos se han creado para distraer y colaborar a difundir la urbanidad y las buenas maneras, para proporcionar ocasiones de exhibir las facultades espirituales y humorísticas, y el conocimiento de las galanterías y de la caballerosidad». Los días de fiesta y de vacaciones, las comidas familiares con largas sobremesas o los días de lluvia son buenas ocasiones para jugar una partida. Pero por muy placentero que sea un juego, el objetivo es ganar, sea contra uno o más adversarios, o incluso contra uno mismo. La inteligencia, la sabiduría y la habilidad del jugador se pone al servicio del objetivo. Por este motivo, completar un rompecabezas puede convertirse en todo un desafío.[7]
En el museo hay también un espacio dedicado a la infancia y adolescencia del figuerense seguramente más internacional, el pintor Salvador Dalí Domènech (1904-1989). Se trata de una crónica con imágenes que engloba los veinte primeros años del joven Dalí, con referencias a los padres, al hermano y a la hermana, a Salvador, a la familia, a los estudios y a las primeras exposiciones y colaboraciones editoriales. Es también una evocación de Figueras y de Cadaqués, un recuerdo de la ciudad y del paisaje marinero de aquellos años. A principio del siglo XX, tanto en Figueras como en Cadaqués, Salvador Dalí Cusí, padre del pintor, era un personaje conocido, de carácter fuerte y extravagante. Era el notario de Figueras. En sus primeros años, el genio ampurdanés solo era Salvador, el hijo del notario. Aunque la familia de Salvador nunca hizo ningún álbum fotográfico, les gustaba retratarse, y es por este motivo que se conservan tantas imágenes del periodo 1900-1928. Las fotografías provienen de diversos archivos de la familia Dalí y de la familia Domènech, así como de algunas amistades de su círculo más íntimo.[8]
Si observamos los juguetes que integran los capítulos “Movimiento mágico” e “Intergalácticos”, podemos apreciar dos grandes diferencias: el material con el que están hechos y su funcionamiento. Mientras que los juguetes del “Movimiento mágico” son principalmente de hojalata litografiada y se mueven con cuerda, los “Intergalácticos” son esencialmente de plástico y funcionan con pilas. La evolución del juguete va intrínsecamente ligada al desarrollo de los materiales de producción. En Cataluña, las industrias dedicadas a la fabricación de juguetes aparecieron a finales del siglo XIX y principios del XX. Para su producción, utilizaban materiales tradicionales de aquel momento: madera, tejido, cartón, cuero, porcelana, papel, hojalata pintada o litografiada, plomo, goma, barro, vidrio... Más adelante se incorporaron nuevos materiales como la baquelita, el amberol, el celuloide y el plexiglás. A principios de 1950 el plástico empezó a utilizarse de forma masiva en la industria del juguete. Al ser un material maleable permitía fabricar juguetes de tamaños y formas muy diferentes y las empresas del sector vieron un gran potencial. El funcionamiento de los juguetes evolucionó de forma paralela. Pasaron de ser simples arrastres tirados con un cordel, a incluir mecanismos con un muelle y una llave para darles cuerda con el objetivo de ponerlos en movimiento. Así mismo, el uso de contrapesos se substituyó por las pilas alcalinas o pequeñas baterías.[9]
A finales del siglo XIX, aparecieron juguetes ingeniosos con tecnologías innovadoras. Así surgieron los trenes en miniatura que, con los años, evolucionaron hacia el maquetismo y el modelismo ferroviario. Grandes fabricantes como Märklin, Hornby, HAG, Fleischmann, etc., así como numerosos artesanos, contribuyeron a diversificar la producción de reproducciones a escala reducida de modelos específicos de la vida real. El modelismo ferroviario fue una de las grandes aficiones de Andreu Costa Pedro, constructor de esta maqueta de grandes dimensiones (7,5 × 4 m), realizada entre 1994 y 2013, y que fue donada al museo por su hija una vez fallecido su padre. En la década de 1960, con el deseo de satisfacer la petición a los Reyes Magos de Oriente incumplida año tras año, Andreu Costa compró una máquina de tren de escala H0, unos vagones y unas vías. Construyó la primera maqueta en 1964. Diez años más tarde, con más espacio en casa, realizó una segunda. Desde 1994, ya jubilado, realizó una tercera, expuesta en el museo. Además de crear el circuito y la parte eléctrica de las maquetas, Andreu Costa también pasaba tiempo decorándolas (montañas, puentes, lagos, etc.) para aportarles más realismo y detallismo.[10]
Estas piezas provienen de la generosa donación que Philippe y Dorothée Selz hicieron al museo de la colección que sus padres, Françoise y Guy Selz, reunieron durante cincuenta años (1925-1976), y que ellos mismos fueron complementando: papeles rizados, cruces, exvotos, muñecas, animales, máscaras, soldados de plomo, imágenes populares, cuadros de cromos, etc. Así se cumplía la máxima expresada por quien fue el conservador jefe del Museo de las Artes Decorativas de París, François Mathey: «Incluso la colección más secreta acaba, fatalmente, tarde o temprano, en un museo. Es bueno que el museo se enriquezca, a su vez, con todo aquello que había descuidado o ignorado». De joven, Guy Selz se interesó por la creatividad y el arte popular, lo que le llevó a coleccionar objetos insólitos, sorprendentes o cautivadores, sin jerarquías ni fronteras entre los géneros y las artes. Este espíritu se reflejaba también cuando invitaba amigos a su casa. Tanto en Ibiza, donde regentó un bar entre 1933 y 1936, como en París, donde fue crítico cultural de Elle, revista de la que también fue secretario general, estableció auténticas amistades entre la gente de la cultura: Jacques Prévert, Walter Benjamin, Gisèle Freund, André Breton, Ionescu, Rafael Alberti, Jean-Paul Sartre, Agnès Varda, Juliette Greco, Alexander Calder, Foujita y los artistas catalanes residentes en París Rabascall, Xifra, Miralda, Benet Rossell, etc.[11]
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