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sustancia química utilizada para eliminar manchas, blanquear o desinfectar, a menudo por oxidación De Wikipedia, la enciclopedia libre
La lejía, también conocida como lavandina, es el nombre dado a diferentes sustancias que, en disolución acuosa, son un fuerte oxidante y que suelen utilizarse como desinfectante (eficaz contra hongos y bacterias),[1] como decolorantes y en general como solventes de materias orgánicas. El elemento cloro es la base de los blanqueadores más utilizados, por ejemplo, la solución de hipoclorito de sodio, que en disolución acuosa solo es estable en pH básico. Al acidular en presencia de cloruro libera cloro elemental, que en condiciones normales se combina para formar el gas dicloro, que es sumamente tóxico.
Ventajas de la lejía:
Desventajas:
El proceso de blanqueo se conoce desde hace miles de años,[4] y la forma más temprana concernió a la difusión de tejidos y telas sobre un campo de blanqueo sometidos a la acción del sol y el agua.[4][5] Los blanqueadores modernos resultaron del trabajo de científicos del siglo XVIII, entre ellos el químico sueco Carl Wilhelm Scheele —que descubrió el cloro—[4] y los franceses Claude Louis Berthollet (1748–1822) —que reconoció que el cloro podía usarse para blanquear telas[4] y que hizo el primer hipoclorito de sodio (Eau de Javel, o agua de Javel)— y Antoine Germain Labarraque —que descubrió la capacidad de desinfección de los hipocloritos—. El químico e industrial escocés Charles Tennant produjo por primera vez una solución de hipoclorito de calcio, luego hipoclorito de calcio sólido (blanqueador en polvo).[4]
Louis Jacques Thénard produjo por primera vez peróxido de hidrógeno en 1818 por reacción del peróxido de bario con ácido nítrico.[6] El peróxido de hidrógeno se utilizó por primera vez para el blanqueo en 1882, pero no llegó a ser comercialmente importante hasta después de 1930.[7] El perborato de sodio fue lanzado a principios del siglo XX, pero no se hizo popular en América del Norte hasta la década de 1980.[8] Ha sido sustituido por productos industriales, tales como el hidróxido de sodio, el carbonato de sodio y el bicarbonato de sodio.
Se utiliza generalmente como una mezcla de sodio y agua (en un 2 % al 2,5 % de hipoclorito de sodio) y se considera una solución acuosa.[9]
Actualmente se prefiere el uso del hipoclorito de sodio en lugar del gas cloro en el tratamiento de agua debido a las preocupaciones de seguridad de transporte y manipulación, lo que representa un mercado de importante expansión potencial.[10]
Nombre | Región |
---|---|
agua jane agua de Jane (se pronuncia /xáne/, y no como en inglés, /yéin/) | Argentina (en desuso) |
agua de javel | traducción en desuso proveniente del francés Eau de Javel |
cloro | México Guatemala Perú |
lavandina | Bolivia Paraguay Argentina Uruguay |
Portalina® | Uruguay |
lejía | El Salvador Cuba Venezuela (en desuso) Perú Bolivia (zona oriental) Argentina (en desuso) España (en líquido) Guinea Ecuatorial Estados Unidos |
licor de Labarraque | México (en desuso) |
blanqueador | México Colombia |
límpido® | Colombia (marca registrada de Clorox Company) |
Decol |
La CEE (Comunidad Económica Europea) clasifica las lejías en función de la concentración de hipoclorito sódico que contengan, siendo así:[11]
En la actualidad la reglamentación vigente de las lejías de uso doméstico establece que las concentraciones de hipoclorito sódico sean del 3,15 al 6,3% (20 y 60 g Cl activo/L de producto), de modo que no causen reacciones cáusticas. Cuando se superan las concentraciones del 10%, se habla de lejías de uso no doméstico.[11]
Existe información limitada de las tendencias estadísticas sobre el envenenamiento mundial por hipoclorito de sodio. En Estados Unidos, los datos del centro de control de intoxicaciones demuestran que las consultas sobre este producto oscilan entre las 43.000 y 46.000 al año durante el periodo de 2012 al 2016.[12]
El hipoclorito de sodio es un oxidante debido al pH de la solución, provocando corrosión al entrar en contacto con las membranas mucosas de la piel.[12]
El mecanismo general de los oxidantes es su capacidad para introducir átomos de oxígeno, sulfuro o halógeno.
Es decir, el poder germicida de estos agentes oxidantes en general se debe a su capacidad de ceder oxígeno, provocando que muchas proteínas enzimáticas se inactiven, y, así, es como se ataca a virus y bacterias.[2]
Al ser un álcalis, cuanto más básica sea, mayor será la importancia de las lesiones que produzca en el organismo, como por ejemplo necrosis por licuefacción (el tejido se convierte en una masa líquida viscosa), saponificación de grasas o desnaturalización de proteínas. También puede provocar retención de líquidos o trombosis en algunos capilares.[11][13]
Los daños que se producen en el organismo pueden ser variables en función de la vía y tiempo de exposición (ingestión, por contacto, inhalación), propiedades físicas, y cantidad y concentración de producto que alcanza en el organismo.
Según la vía de exposición:
El diagnóstico se realiza sobre un historial detallado, en el que podemos encontrar distintos datos de la intoxicación como:[12]
Estos son algunos detalles que se necesitan para poder realizar un buen diagnóstico, otros pueden ser pistas que ayuden a ello como el olor del cloro tan particular y tan fácil de detectar.
Hay una serie de pruebas a realizar para detectar una intoxicación por lejía:[14]
El tiempo es clave para realizar esta prueba, pues se debe hacer antes de que se produzcan 48 horas de la ingesta.
Es muy importante realizarla sobre todo en casos en que existan lesiones en la boca y el paciente haya vomitado.
Tras obtener los resultados de las pruebas, se pueden clasificar las lesiones en función de la gravedad:[14]
Según el Grupo de Trabajo de Intoxicaciones de la Sociedad Española de Urgencias de Pediatría de la AEP, las intoxicaciones infantiles son producidas en primer lugar por fármacos y el segundo lugar lo ocupan los productos del hogar (28,9% de las intoxicaciones), siendo la lejía el agente predominante.[15]
Las intoxicaciones por productos del hogar se producían de manera accidental (70-80% de los casos) en niños menores de 5 años, cursando la mayoría de las veces de forma asintomática y sin requerir intervención terapéutica.[13] En un 10% las intoxicaciones se producían por errores de dosificación, y en un 9,8% se producían de manera voluntaria en niños mayores de 12 años con fines suicidas. Estas últimas son las intoxicaciones más graves, y normalmente ocurrían en mujeres.[15]
Los tratamientos son específicos para cada tipo de intoxicación y dependen de la gravedad de la misma.
Hay muchas posibilidades de recuperación si se le aplica el tratamiento apropiado y lo más rápido posible. Sin embargo, si el tratamiento no es el oportuno para el tipo de intoxicación que se ha producido o se tarda demasiado tiempo en aplicarlo después de su ingestión, lo más probables es que se presenten daños graves en la boca, garganta, esófago… pudiendo causar daños en distintos órganos corporales..
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