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filósofo francés De Wikipedia, la enciclopedia libre
Jacques Maritain (París, 18 de noviembre de 1882-Toulouse, 28 de abril de 1973) fue un filósofo católico francés, defensor del neotomismo desde donde junto a su esposa Raïssa Maritain edificó una metafísica cristiana denominada "Filosofía de la inteligencia y del existir",[1] y principal exponente del humanismo cristiano, y uno de los padres de la Democracia cristiana.
Jacques Maritain | ||
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Información personal | ||
Nombre de nacimiento | Jacques Aimé Henri Maritain | |
Nacimiento |
18 de noviembre de 1882 París, Francia | |
Fallecimiento |
28 de abril de 1973 (90 años) Toulouse, Francia | |
Sepultura | Kolbsheim | |
Residencia | Francia | |
Nacionalidad | Francesa | |
Familia | ||
Cónyuge | Raïssa Oumansoff | |
Educación | ||
Educado en | Sorbona | |
Alumno de | Henri Bergson | |
Información profesional | ||
Área | Lógica, Metafísica, Gnoseología, Filosofía moral, Filosofía política | |
Cargos ocupados | Embajador de Francia en la Santa Sede (1945-1948) | |
Empleador | Universidad de Chicago | |
Movimientos | Personalismo comunitario, humanismo cristiano, democracia cristiana y derechos humanos | |
Orden religiosa | Hermanitos de Jesús, desde 1970 | |
Miembro de | Medieval Academy of America (desde 1942) | |
Distinciones |
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Estudió en el Liceo Enrique IV y en la Sorbona, cuando imperaba el cientismo, donde se licenció en letras y en ciencias naturales. Estudió filosofía (1905).
En 1904 se casó con Raïssa Oumansoff, inmigrante judía de origen ruso, con quien compartió muchas de sus inquietudes intelectuales y obra. No consideraban que la ciencia por sí sola fuera capaz de responder a cuestiones existenciales de carácter vital. Por consejo de Charles Péguy, tomaron entonces los cursos de Henri Bergson, quien paralelamente a la deconstrucción del «cientisfismo», les comunicó el «sentido del absoluto».
De familia protestante, en 1906, Maritain, junto con su esposa, se convirtió al catolicismo, influido por León Bloy, hecho trascendental tanto en su vida como en su obra, bautizándose en la Iglesia de San Juan Evangelista de Montmartre el 11 de junio de aquel año, con León Bloy como padrino.
Jacques, junto con Raïssa, se trasladó a Heidelberg en (1906-1908), donde logró una beca para estudiar biología bajo la dirección de Hans Driesch. La teoría neovitalista de Driesch lo atrajo, ya que se vinculaba con las concepciones de Bergson.
Raïssa enfermó y, durante su convalecencia, su consejero espiritual, el dominico Humbert Clérissac, le dio a conocer la obra de Santo Tomás de Aquino, por la que a su vez ella interesó en este autor a Jacques Maritain.
Se dedicó entonces al estudio y divulgación de la escolástica tomista, en gran medida siguiendo al dominico Juan de Santo Tomás (1589-1644). Maritain junto con Étienne Gilson retomaron el tomismo para el siglo XX. Buscó que lo escrito por Tomás de Aquino fuera enseñanza continua para sí mismo, para enfrentar los desafíos culturales y políticos de su tiempo.
Mantuvo vínculos estrechos con el reconocido filósofo tomista francés Réginald Garrigou-Lagrange hasta que su amistad sufrió una ruptura con motivo de la guerra civil española.[2]
Fue profesor de Filosofía en un liceo parisino y, desde 1914 hasta 1933, en el Instituto Católico de París; dio cursos en universidades de Europa (como la santanderina Universidad de Verano), Estados Unidos (Universidades de Columbia, Universidad de Chicago y Universidad de Princeton (1948-1952) y Canadá (en el Instituto Pontificio de Estudios Medievales de Toronto, de 1933 a 1945, entre otros numerosos centros).
Por la correspondencia del cardenal suizo Charles Journet (1891-1975) se sabe de la gran influencia que ejerció Maritain para que el papa Pablo VI proclamara el Credo del Pueblo de Dios en junio de 1968.[3] De hecho, el esquema básico de esta profesión solemne sobre la fe es obra de Maritain.[4]
San Pablo VI agradeció la fidelidad a la Iglesia y la verdad a Maritain. El papa Montini hizo que se tradujeran varias de las obras de Maritain. Así mismo lo invitó como algo simbólico a nombre de los hombres de cultura y de ciencia del mundo. Es el único filósofo citado en la Encíclica Populorum progressio.[5]
Partidario de una sociedad abierta y plural inspirada en el principio de cooperación entre los diferentes, fue defensor de los sistemas democráticos basados en la participación popular, la libertad ideológica y de culto y los derechos humanos que entendía enraizaban en la ley natural. Su actitud de enfrentamiento con el régimen de Vichy, el cual simpatizaba con el nacionalsocialismo hitleriano, es coherente con estos planteamientos de su filosofía política. No obstante, durante los primeros meses de la guerra se opuso al liderazgo de Charles de Gaulle en el movimiento de La France Libre. Su apoyo a intelectuales judíos perseguidos descansa también en estos presupuestos.
Igualmente, tras hechos como el bombardeo de Guernica y las matanzas de republicanos llevadas a cabo en Extremadura por el general Queipo de Llano, se opuso a considerar la guerra civil española como una «Cruzada», ni siquiera a considerar como dignas de ser llamadas católicas a las tropas mandadas por Franco y demás generales golpistas.
Enemigo del nacionalsocialismo, lo fue también del comunismo, cuyo ateísmo suponía un vicio radical. Fue muy crítico con el Estado burgués, el sistema capitalista y una concepción liberal de la propiedad privada, pero no hasta el punto de convertirse por ello, como a veces se dijo, en un rouge chrétien. Sostiene la prevalencia de la persona sobre el mercado y el destino universal de los bienes. Condena la sociedad biempensante del liberalismo conservador burgués. Fustiga que la burguesía confunda la dignidad humana con la ilusoria imagen de un individuo abstracto sin dimensión comunitaria ni colectiva.
El Estado no tiene otro fin que asegurar el bien común. Este es distinto de la suma de los intereses particulares. El deber del Estado es la justicia. El poder político se legitima si está al servicio del hombre. Pero un hombre concreto que no se entiende sin su dimensión comunitaria. Por eso la democracia es mucho más que el cumplimiento de unas reglas constitucionales. En este sentido, la democracia está siempre por hacerse y por eso exige una revolución mucho más profunda que lo que la literatura revolucionaria conoce con ese nombre, ya que se aferra a principios más profundos.
El ala izquierda de la Democracia Cristiana reivindicó sus posiciones sociales, aunque él siempre mantuvo las distancias con los partidos confesionales.
El bien común es uno de los conceptos claves de la filosofía política de Maritain. Para este filósofo católico, el fin de la sociedad política es perseguir el bien común. Pero este bien común no es la mera suma de los bienes particulares, pues, como Aristóteles nos enseña, incluso en el orden matemático seis es algo más que tres más tres. Es decir, que el número seis tiene vigencia propia e independiente de los sumandos, e incluso puede ser resultado de otros diferentes. Y a su vez puede combinarse con entidad propia en la serie de los números en cifras de valor absoluto y relativo ad infinitum.
Repite con santo Tomás que cada persona individual es, con respecto a toda la comunidad, lo que la parte con respecto al todo. Esto diferencia el modo de pertenencia a la sociedad estatal de cualquier otra de fines específicos. El hombre se compromete por completo en esta sociedad civil, su vida, sus bienes, su honor. No así en un sindicato, un club o una academia.
Pero ese compromiso, aunque total, no ocurre en virtud de cuanto hay en la persona y cuanto le pertenece. Dice Maritain:
Formo parte del Estado en razón de ciertas relaciones con cosas de la vida común que afectan a todo mi ser, pero en razón de otras relaciones (que también afectan a todo mi ser), con cosas más importantes que la vida en común hay en mí bienes y valores que no existen por el Estado ni para el Estado y que están fuera del Estado.
Por su carácter de bonum, el bien común no puede ser una resultante del simple querer individual, el pecado rousseaniano de desencajar la voluntad de su propia naturaleza. Ni la mayoría ni la unanimidad pueden cambiar la idiosincrasia de la bondad. La democracia no es simple aritmética. Los valores humanos no obedecen a criterios estadísticos. La calidad no es procreación de la cantidad.
Por su carácter de común, este bien abarca tanto a la sociedad como a la persona. Es, pues, común «al todo y a las partes, digo a las partes como si fueren todos, porque la noción misma de persona, significa totalidad». En otras palabras, en tanto se es «individuo», se es parte de la sociedad y en cuanto se es «persona», es decir, algo más que simple fragmento de materia, se participa de lo social en cuanto se permite al hombre la realización plena de sus más altas funciones en este sentido, «per se». No es el ser humano simple elemento sirviente del Estado. Este personalismo de Maritain es asiento básico para condenar toda forma de totalitarismo que siempre pretende absorber hasta las funciones más espirituales del ciudadano. Y al mismo tiempo implica un rechazo de la tesis individualista liberal que considera al hombre como simple átomo social.
Aunque resulta obvio, no está de más insistir, y es el propio Maritain quien lo expresa, que el individuo y la persona no son dos seres distintos:
No existe en mí una realidad que se llama individuo y otra que se dice persona, sino que es un mismo ser, el cual, en un sentido es individuo y en otro es persona. Todo yo soy individuo en razón de lo que poseo por la materia, y todo entero, persona, por lo que me viene del espíritu.Maritain
Según Maritain, el bien común implica tres elementos fundamentales:
1) redistribución, ayuda al desarrollo personal; 2) autoridad, es su fundamento; 3) moralidad intrínseca.
Es decir, que la función del bien común obliga a compartir los bienes sociales para beneficio de la persona, para su perfección. De ahí que todo bien comunitario revierte sobre las personas, se redistribuye la participación común. Maritain en frase feliz trató de resumir o de empatar el doble aspecto de su doctrina: personalismo comunitario. La autoridad ha de imponerse solo tanto cuanto sea necesario a estos propósitos comunitarios. Y no se puede justificar el maquiavelismo para explicar la acción estatal. Una ley injusta no es ley.
Maritain siempre rechazó la idea de partidos políticos confesionales, pero sí ejerció una notable influencia en el desarrollo programático de las expresiones demócratas cristianas de posguerra, que fueron centrales en el proceso de reconstrucción y unificación europea, así como partícipes (en menor medida) también del escenario político de algunos países latinoamericanos.[6]
Su influencia filosófica y religiosa sobre algunos jóvenes intelectuales cercanos a la Acción Francesa y su estímulo a las iniciativas de Emmanuel Mounier contribuyeron, a principios de los años 1930, al nacimiento del personalismo de los no conformistas de esos años. Profundizó en paralelo la reflexión política y social en Humanismo integral (1936).
Su ideario político influyó poderosamente en los partidos demócrata cristianos de Europa y de América Latina después de la Segunda Guerra Mundial, siendo un referente de primer orden en su definición doctrinaria, ideológica y programática. El matemático y pensador personalista Carlos Santamaría Ansa quiso introducir sus ideas en la España franquista aunque, dado el ambiente represivo que se vivía en el país, sin mucho éxito.[7][8]
Antitotalitario, animó la resistencia francesa durante la II Guerra Mundial y se refugió en Norteamérica donde estaba enseñando en el momento en que se desató el conflicto. En 1945-48 fue embajador de Francia ante la Santa Sede. En 1947 presidió la delegación francesa en la segunda Asamblea General de la Unesco (México).
Al año siguiente, ocupó una cátedra de filosofía en la Universidad de Princeton. El 23 de junio de 1961 recibió el premio de Literatura de la Academia Francesa.
A los 78 años , en 1961, cuando murió su esposa, Jacques Maritain vivió con los Hermanitos de Jesús en Toulouse dedicándose a la vida contemplativa. Desde la creación de esa orden, en 1933, había ejercido influencia intelectual en ella. Siendo ya nonagenario se hizo Hermanito en 1970,[9] donde murió junto con ellos. Pablo VI cuando supo de su muerte, lloró.
Formado con Garrigou-Lagrange en las mejores esencias aristotélico-tomísticas y conocedor profundo de las nuevas orientaciones ideológicas, llegó a ser uno de los principales representantes del neoescolasticismo, cuyos principios aplicó, dentro de la ortodoxia católica, a la solución de los problemas contemporáneos. Sintetizó en torno al realismo tomista, la escolástica, las concepciones del iusnaturalismo o derecho natural de Francisco de Vitoria y Francisco Suárez y la doctrina católica. Consideraba que la realidad se podía conocer por la ciencia, la filosofía, el arte o la revelación, por lo que no desdeñó los trabajos puramente metafísicos y epistemológicos.
Se le otorgó el Premio Nacional de Literatura de Francia en 1963.
Profundamente conmovido por la noticia de llamada a Dios de Jacques Maritain, que seguirá siendo para todos un filósofo de alto valor, un cristiano de fe ejemplar, y para Nos mismo un amigo especialmente querido desde los tiempos de su misión ante la Santa Sede, dirigimos a la familia religiosa donde ha querido acabar sus días en la contemplación y la plegaria, la expresión de nuestra simpatía entristecida y el consuelo de nuestra bendición apostólica
Llegó a verme a la embajada de Chile. (...) Estuvo cerca de dos horas haciéndonos gozar con su vivo ingenio y la agudeza de sus juicios. Pocas veces lo vi más alerta y alegre. Bajé a dejarlo hasta el auto y cuando este ya partía, desde adentro me tomó la mano y me la besó. Escribo estas líneas largos año después y aún me sonrojo al pensar en su gesto, mezcla de bondad y de ternura. (...) El patio estaba lleno de periodistas. Uno de ellos, Luis Hernández Parker, que llenara una época del periodismo en nuestro país, y que era frío y hasta duro, todo cortado, exclamó: -¡Nunca he visto un viejo más lindo! Y realmente era hermoso y se desprendía de él un halo espiritual tan limpio, tan puro, que era imposible no sentirlo...
Maritain representa, en primer lugar, una actitud optimista frente a la sociedad temporal y a las cosas de la ciudad terrena. (...) constituye, por otro lado, un pensador coherente que marcó caminos claros y definidos en medio de profundas nieblas. (...) representó, por último, un testimonio de fe en el pueblo. A lo largo de su obra está siempre presente la idea de que ninguna transformación real y verdadera puede realizarse sin la participación plena y responsable del pueblo. El actuar con el pueblo en comunión profunda y rechazar cualquier actitud paternalista fue ardorosamente defendido por él.
Amo en él al ahijado de Léon Bloy, al cristiano generoso que, tras su conversión, no ha querido sino irradiar su fe, restaurar la filosofía tomista, dar a todos sus certezas. Amo su maravillosa inteligencia, su evidente bondad espiritual, ciertos aspectos de candor que revelan su desprendimiento interior. Amo también al escritor, cuando escribe sin notas ni referencias, a vuelapluma. No amo en él o detesto en él la caña (incluso de «oro» o «pensante»), el hombre de raíces poco profundas, el partisano, más pronto a condenar a su país que a compadecer sus sufrimientos en la ocupación y la liberación, el «racista» (porque su filosemitismo toca el racismo). No amo en él y detesto en él a quien, el primero, más responsable que nadie a causa de su inmensa influencia, contribuyó a insinuar el marxismo a la conciencia católica. No amo al autor del «humanismo integral» y «del régimen temporal y la libertad», de los que procede la descomposición acelerada del catolicismo francés, europeo y mundial. En pocas palabras, me atrae el hombre cristiano y me repele el pensador demócrata-cristiano.Louis Salleron[13]
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