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periodo de la historia de América y España De Wikipedia, la enciclopedia libre
La conquista española de América fue el proceso por el que se implantó en el Nuevo Mundo una administración que pretendía ser imitación o duplicado de la administración peninsular contemporánea.[2] Este periodo se extendió desde el 12 de octubre de 1492, día del descubrimiento de América, hasta el 13 de agosto de 1898, cuando se celebró un acto formal de arriado de la bandera española en San Juan, Puerto Rico, en cumplimiento del Protocolo de Paz de Washington firmado el día anterior con Estados Unidos. Las principales motivaciones de la expansión de la Corona de Castilla eran el beneficio a través de la extracción de recursos y la difusión del catolicismo a través de las conversiones de las poblaciones indígenas.[3]
La conquista de América fue efectuada sustancialmente por la Corona de Castilla (fundadora de los reinos indianos) y es una continuación de la primera expansión y experiencia expansionista del Reino de Castilla en las islas Canarias, en las cuales ensayó por primera vez a cierta escala la experiencia de conquistar, poblar y administrar un territorio nuevo, habitado por pueblos desconocidos, asimilándolos y cristianizándolos en el proceso. Así, las tres últimas grandes islas de Canarias fueron completamente sometidas en los años 1478-1483 (Gran Canaria), 1492-1493 (La Palma) y 1494-1496 (Tenerife) aunque el impulso conquistador arranca mucho antes, en las otras islas del archipiélago. Esta experiencia y la existencia de fórmulas desarrolladas para solucionar los problemas de fundación de nuevas ciudades, pactos y enfrentamientos con los naturales del país, designación y atribuciones de los Adelantados militares, engranaje de los aparatos administrativos: religioso, civil y militar, fueron luego ampliamente usadas en América, tienen sus antecedentes lejanos en la experiencia de la reconquista y repoblación de la península ibérica.
Se calcula que durante la España imperial (1492-1832), un total de 1,86 millones de españoles se asentaron en las Américas y otros 3,5 millones inmigraron durante la época posvirreinal (1850-1950); la estimación es de 250 000 en el siglo XVI, y la mayoría durante el siglo XVIII, ya que la inmigración fue fomentada por la nueva dinastía borbónica.[4] Por el contrario, se calcula que la población indígena se redujo en un 80% en el primer siglo y medio posterior a los viajes de Colón, principalmente por la propagación de enfermedades.[5][6] Se ha dicho que este fue el primer acto de genocidio a gran escala de la era moderna por diversos académicos, entre ellos el creador del término Raphael Lemkin.[7][8][9][10] Pero muchos académicos y autores han negado y cuestionado esta clasificación.[11][12][13][14][15][16][17]
A principios del siglo XIX, las guerras de independencia hispanoamericanas dieron lugar a la secesión y posterior división de la mayoría de los territorios españoles en América, excepto Cuba y Puerto Rico, que se perdieron en favor de Estados Unidos en 1898, tras la guerra hispano-estadounidense.
Cristóbal Colón presentó su plan a Juan II de Portugal, pero, basado en cálculos erróneos sobre el tamaño de la Tierra y la distancia entre Europa y la India, no fue tenido en cuenta. A continuación se dirigió a Castilla, involucrada entonces en la conquista de Granada, y expuso su plan a los Reyes Católicos, ayudado por los frailes de La Rábida. A pesar de los errores técnicos, se hizo con el apoyo de la reina Isabel y del cardenal Cisneros y así, tras la toma de Granada, se comenzaron a redactar los acuerdos, llamados Capitulaciones de Santa Fe, por las que los reyes concedían a Colón el título de almirante, el de virrey y gobernador de las tierras por descubrir y la décima parte de los beneficios obtenidos por la nueva ruta.
El 12 de octubre de 1492 Cristóbal Colón llegó a América, a la isla de San Salvador, ubicada en el archipiélago de las Lucayas,[nota 1] creyendo en realidad que había llegado a la India.
El 28 de octubre de 1492, Cristóbal Colón llegó a la Isla de Cuba que en aquel tiempo le habían dado el nombre de Isla Juana, siendo la segunda isla descubierta por Colón en su prímer viaje.
El 5 de diciembre de 1492 Colón llegó a la isla de La Española, actualmente dividida en dos países (República Dominicana y Haití), y formó allí la primera colonia europea en el Nuevo Mundo.
La expansión castellana hacia el oeste produjo tensiones con Portugal, pidiendo ambos reinos la mediación del papa. Por la bula Inter Caetera de 1493, el papa Alejandro VI delimitó el área de influencia que cada reino podía reclamar al otro, con una línea de polo a polo situada 100 leguas al oeste de las Azores. Poco después, el Tratado de Tordesillas de 1494, trasladó la línea fronteriza a 370 leguas al oeste de Cabo Verde, abriendo así una amplia zona al este de Sudamérica para la expansión portuguesa, que se conocería posteriormente como Brasil.
Desde los asentamientos de las zonas insulares del mar Caribe como Cuba y La Española, la Corona de Castilla emprendió la colonización del continente americano, estableciendo contactos comerciales con algunos pueblos indígenas de la costa de la actual Venezuela que permitieron la fundación de la ciudad de Nueva Cádiz en 1500 en la isla de Cubagua. A dicho reino se le concedió el monopolio real para la exploración y explotación económica de las Américas, en detrimento del resto de reinos hispánicos.
En 1518 una expedición dirigida por Hernán Cortés, llegó a la isla de Cozumel, pasando después por las costas de la península de Yucatán hasta llegar al río Grijalva, donde se produjo una lucha. El Jueves Santo de 1519 llegó toda la armada a San Juan de Ulúa, desde donde se dirigió hacia la costa de la actual ciudad de Veracruz. En ese lugar Cortés recibió la primera embajada de Moctezuma Xocoyotzin, gobernante del señorío de Tenochtitlán, fundando allí la Villa Rica de la Vera Cruz.
Una vez fundada Veracruz, Moctezuma le solicitó, mediante el envío de embajadores, detener su marcha, pero Cortés continuó hacia el interior, el día 16 de agosto de 1519, rumbo hacia al corazón del Imperio azteca. Esta expedición estuvo formada por 400 soldados castellanos, 15 caballos y 1400 guerreros totonacas. Al llegar a Tlaxcala, Cortés derrotó a Xicotencatl y estableció una importante alianza con los tlaxcaltecas, sumando así más guerreros a su ejército.
En su paso hacia Tenochtitlan tuvo lugar la matanza de Cholula. Poco más tarde se dirigió hacia el valle de México cruzando entre dos volcanes: el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl. Del otro lado, avistó por primera vez el lago de Texcoco y México-Tenochtitlan. Las fuerzas de Cortés entraron por la calzada de Iztapalapa, siendo recibidas por Moctezuma Xocoyotzin. Una vez hospedados en la ciudad, el huey tlatoani optó por someterse a la Corona en una entrevista privada. A cambio, Cortés exigió ver los libros de tributos y los mapas de la tierra. Entretanto, la empresa de Cortés no había pasado desapercibida para Diego Velázquez de Cuéllar, quien envió una expedición capitaneada por Pánfilo Narváez con órdenes expresas de aprehenderlo y llevarlo de regreso a Cuba. Por esta causa, Cortés viajó a Veracruz para luchar contra los hombres de Velázquez. Durante su ausencia, ocurrió la Matanza del Templo Mayor, que encendería la mecha de una rebelión indígena. Moctezuma intentó calmar a la multitud enardecida, pero esta lo repudió como gobernante y comenzó a lapidarlo. El huey tlatoani fue herido de gravedad y murió, siendo Cuitláhuac nombrado sucesor. De inmediato, organizó un ejército para atacar a los conquistadores.
Cortés organizó un plan de escape, pues los aztecas lo habían sitiado en el palacio de Axayácatl. En la noche del 30 de junio de 1520 procedieron a la fuga, pero fueron detectados. Durante el escape murieron ochocientos conquistadores y un indeterminado pero mayor número de indígenas aliados. Este episodio es conocido como la Noche Triste. Un año más tarde, y tras la decisiva batalla de Otumba, Cortés regresó con más tropas y más aliados; los pueblos que una vez habían sido sometidos por el imperio azteca, se aliaron a los conquistadores españoles y comenzaron a cercar la capital. La Ciudad de México-Tenochtitlan fue sitiada durante tres meses y, tras innumerables batallas por tierra y mar, fue finalmente sometida el 13 de agosto de 1521. En la batalla, los castellanos, tlaxcaltecas, texcocanos, huejotzincas, chalcas, cholultecas y demás coaligados causaron bajas al ejército de mexicas en número cercano a 40 000, de acuerdo a las propias estimaciones de Cortés, y referidas en su tercera carta de relación.
En el año 1532, el Imperio incaico sucumbió ante la conquista española que llevó a cabo Francisco Pizarro. El conquistador encontró al imperio debilitado a causa de una guerra civil iniciada en 1529 entre Huáscar y Atahualpa, los dos hermanos pretendientes al trono imperial.[19] En noviembre de 1532, Pizarro capturó a Atahualpa y, en julio de 1533, lo mandó ejecutar bajo el cargo de haber ordenado la muerte de su hermano Huáscar.[20] Doblegando la oposición de algunos generales incas, se dio inicio al dominio español que se estableció sobre la mayor parte del territorio incaico, formando así al Virreinato del Perú.[21]
Con el pretexto de las Guerras de Religión francesas, la Corona española emitió la orden del desembarco de Pedro Menéndez de Avilés con una fuerza hispana aliada a los timucuas que condujo al fin, el 2 de septiembre de 1565,[22] del establecimiento de piratas franceses en Fort Caroline —allí continúan sus tumbas— renombrado a la fortaleza como «San Mateo». Casi una semana después Avilés fundaría el fuerte, y luego ciudad, de San Agustín de La Florida, el 8 de septiembre del citado año, cuarenta y dos años antes de que los ingleses fundaran el establecimiento de Jamestown (14 de mayo de 1607), en territorio de la futura colonia de Virginia, y cincuenta y cinco años antes de que desembarcaran los Padres peregrinos (26 de noviembre de 1620) en la denominada Nueva Inglaterra para fundar, el 21 de diciembre, la ciudad de «Nueva Plymouth», capital de la futura colonia homónima.
En 1720, la expedición de Villasur desde Santa Fe conoció e intentó parlamentar con los pawnis, aliados con los franceses en lo que es ahora Nebraska. Las negociaciones fueron poco exitosas, y se libró una batalla; los españoles fueron derrotados seriamente, con solamente 13 que pudieron regresar a Nuevo México. Aunque esto fue un pequeño enfrentamiento, supuso la penetración más profunda de los españoles en las Grandes Llanuras, estableciendo allí el límite para la expansión e influencia española.
En un esfuerzo por excluir a Gran Bretaña y a Rusia del océano Pacífico Este, la Corona española envió a Juan Francisco de la Bodega y Quadra al norte desde México, en 1775 para encontrar y controlar el fabulado paso del Noroeste. En 1781, una expedición española durante la guerra de Independencia de los Estados Unidos dejó San Luis, Misuri (entonces bajo control español) y llegó hasta St. Joseph en Niles (Míchigan), donde capturaron el fuerte. Las reclamaciones territoriales españolas basadas en esta penetración al norte no fueron apoyadas en las negociaciones del tratado.
La Convención de Nutka (1791) resolvió la disputa entre España y Gran Bretaña sobre los establecimientos británicos en Oregón y la Columbia Británica. En 1791 el rey de España dio a Alejandro Malaspina el mando de una expedición científica alrededor del mundo, con órdenes de localizar el Paso Noroeste y buscar oro, piedras preciosas y cualquier establecimiento estadounidense, británico o ruso a lo largo de la costa noroeste.
En 1819 y en virtud del Tratado de Adams-Onís, España se retiró de la región, dejando numerosos topónimos españoles en la zona.
Gracias a la bula del papa Pablo III Sublimis Deus de 1537, que declaró a los indígenas hombres libres con todos los efectos y capacidades de cristianos,[23] los españoles se esforzaron en incorporar a los indígenas a su civilización y a su iglesia, incluso a costa de la anulación de su identidad cultural.[24]
El desplazamiento de españoles hacia América durante el siglo XVI apenas afectó al crecimiento demográfico de Castilla[25][nota 2][26][27][nota 3][28][29] En cambio, el llamado choque microbiano sobre todo tuvo efectos negativos en la población indígena americana. Con la llegada de los colonos castellanos surgieron en América enfermedades desconocidas en el Nuevo Mundo, como la viruela, la gripe, el sarampión y el tifus, contra las que las poblaciones nativas no tenían resistencia.[30][31] Los europeos tomaron contacto con otras enfermedades propias de América, como la sífilis, que diezmó a la población europea al propagarse en 1494 desde el sur de Italia (posesión perteneciente a la corona de Aragón).
A diferencia de otros colonizadores como los ingleses, que no admitían el mestizaje por considerar impuras otras razas que no fuesen la suya, en los virreinatos españoles se realizaron matrimonios mixtos a partir de 1514 bajo la cobertura legal de la Real Cédula de Fernando el Católico:
Es nuestra voluntad que los indios e indias tengan, como deben, entera libertad para casarse con quien quisieren, así con indios como con naturales de estos nuestros reinos, o españoles nacidos en latí Indias, y que en esto no se les ponga impedimento. Y mandamos que ninguna orden nuestra que se hubiere dado o por Nos fuera dada pueda impedir ni impida el matrimonio entre los indios e indias con españoles o españolas. y que todos tengan entera libertad de casarse con quien quisieren, y nuestras audiencias procuren que así se guarde y cumpla.(Recogida en la Recopilación de Leyes de las Indias de 1680, Ley 2.º Tit. 1.º Libro VI). En 1556 Felipe II reiteró esta Real Cédula de su abuelo.
Uno de los matrimonios más emblemáticos del siglo XVI lo protagonizaron Isabel Moctezuma (Tecuichpo Ixcazochtzin, antes de bautizarse, hija de Moctezuma II y última emperatriz de los aztecas) con el extremeño Juan Cano, con el que tuvo cinco hijos que iniciarían la genealogía de los duques de Miravista, título que todavía perdura en la actualidad. El palacio de los Toledo-Moctezuma en Cáceres es hoy sede del Archivo Histórico Provincial y en su fachada se conserva el blasón de los Moctezuma. Una parte de los descendientes de ese matrimonio vive en España y, otros, en México.
El historiador alemán Enrique Otte recoge en la página 61 de su libro Cartas Privadas de emigrantes a Indias: 1540-1616 (FCE 1993) una carta de un colonizador llamado Andrés García, fechada el 10 de febrero de 1571, dirigida a su sobrino Pedro Guiñón, en Colmenar Viejo, en la que le comunica su matrimonio con una indígena americana:
Caséme en esta tierra con una mujer muy a mi voluntad. Y aunque allá os parezerá cosa reçia en aberme casado con hindia, acá no se pierde honrra ninguna, porque es una nación la de los hindios tenida en mucho.
Aparte de los matrimonios hubo, sobre todo, uniones sexuales extramatrimoniales con mujeres indígenas. Esto se debió también a que las mujeres castellanas siempre fueron escasas en América. El ejemplo clásico es el de la Malinche, amante de Hernán Cortés, con quien incluso tuvo un hijo, Martín Cortés (al que reconoció en 1529 mediante bula papal de Clemente VII), que no hay que confundir con su hijo legítimo del mismo nombre. Pero el mestizaje extramatrimonial tuvo otras expresiones sociológicas: la barraganería, la prostitución y, también, las violaciones. La poligamia, existente en los pueblos precolombinos, fue prohibida por ser contraria a la doctrina católica. No hay estadísticas fiables sobre la proporción de matrimonios mestizos frente a las otras fórmulas ilegales de mezcla de españoles y amerindios durante la colonización española de América.[nota 4][32]
Se puede observar en la pintura de castas la variedad de combinaciones de mestizaje que convivieron en América durante la colonia. El léxico de castas testimonia también la rigidez de este sistema. Hoy en día, gracias al mestizaje, la población de los países hispanoamericanos comparte antepasados indígenas, europeos y africanos, en diversos grados.
Con la llegada de los europeos cristianos a América, se originó un intenso debate teológico y legal sobre la naturaleza de sus habitantes para su incorporación, expulsión o destrucción de los territorios que serían dominados por el Imperio español. Esta polémica se saldó con la oposición de la monarquía Hispánica a su esclavitud y la incorporación de los nativos americanos como súbditos de la Corona con todos sus derechos.[33] Otras potencias europeas como Inglaterra y Portugal no los consideraron como iguales y en los territorios dominados por ellos el trato sería de esclavitud.
Así, desde comienzos del siglo XVI, teólogos y filósofos como Juan López de Palacios Rubios o Matías de la Paz desde la Universidad de Salamanca y Martín Fernández de Enciso o Bartolomé de las Casas desde los propios territorios americanos, enfrentan el problema de la naturaleza de los nuevos pobladores desde diferentes visiones. Finalmente, en 1537 se promulga la bula Sublimus Dei del papa Pablo III, en la que se declara a los indígenas como hombres en todas sus capacidades.
A partir de este momento las leyes de la Corona Española establecieron que los indígenas americanos (amerindios) no serían sometidos a la esclavitud, sino a un régimen de servidumbre denominado encomienda, mediante el cual eran dados a encomenderos españoles. El régimen de encomienda establecía que los indígenas debían trabajar obligatoriamente para el encomendero, al mismo tiempo que este se obligaba frente a la Corona del cuidado y la evangelización de los indígenas. Uno de los críticos más famosos del sistema de encomiendas fue fray Bartolomé de las Casas, cuya obra más representativa es la Brevísima relación de la destrucción de las Indias.
Sin embargo, aquello no se cumplió totalmente, ya que los españoles hasta realizaron en algunas zonas del territorio americano un tipo de expedición armada denominado «maloca», cuyo objetivo era capturar indígenas para llevarlos a la esclavitud.
El descenso de la población de nativos americanos podría explicar una falta de mano de obra indígena que España trató de reemplazar con esclavos provenientes del África subsahariana, comprados a compañías de otras potencias europeas que comerciaban con esclavos en América. Nótese que el tratamiento de persona le fue otorgado a los nativos americanos, no así a los negros, siendo un claro exponente de este pensamiento el propio Fray Bartolomé. El número exacto de personas esclavizadas procedentes de África es controvertido y difícil de determinar; según distintas estimaciones, este puede oscilar entre los 9 y los 12 millones de personas,[34] de los cuales se calcula que 1 552 100 ingresaron a los territorios colonizados por España.[35]
En contraposición de otros colonizadores a lo largo de la historia, como ingleses, portugueses u holandeses, los colonizadores españoles desde un primer momento aceptaron a los indígenas como personas dotadas de alma,[36] y por ello centraron parte de su esfuerzo en adoctrinarlos y convertirlos a su religión.
El papa Alejandro VI, en sus bulas Inter Caetera, estableció la obligación de la Corona de Castilla de convertir a todos sus súbditos, incluidos los amerindios y afroamericanos, al cristianismo, en su vertiente católica. Las tareas para lograr la conversión se realizaron mediante una gran variedad de procedimientos y una considerable cantidad de misioneros de distintas órdenes partieron de la península ibérica hacia América a tal fin, en el marco de un movimiento renovador de la Iglesia española iniciado por Cisneros,[37][38][39] y en el que destacaron místicos como santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz, ascetas como san Pedro de Alcántara (1499-1562), predicadores como San Alonso de Orozco (1500-1591) y religiosos como san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús.
Los métodos adoptados para obtener la conversión fueron muy diversos. Una de las fórmulas empleadas fue la conocida como doctrina. Se trataba del compromiso adquirido por el conquistador para que fueran evangelizados todos los indígenas que le habían correspondido en sus repartimientos; los niños debían recibir las enseñanzas religiosas todos los días y los adultos tres días a la semana. El convento fue el centro neurálgico de la evangelización y a su alrededor se configuraron numerosas poblaciones. En él atendían los religiosos las necesidades espirituales de los nuevos cristianos al mismo tiempo que las materiales, ya que junto a las dependencias de culto y habitación de los frailes, disponían de enfermerías, escuelas y talleres. Los mismos misioneros desempeñaron un importante papel en la transculturación del indígena, al poner un especial empeño en su incorporación a las actividades artesanales de tradición europea como parte destacada de su educación. La escuela de San José de los Naturales, creada por los franciscanos en México, las organizadas por el obispo Vasco de Quiroga en Pátzcuaro (Michoacán), o las Misiones Jesuíticas en la actual Argentina, Paraguay, etc., son una referencia para comprender diferentes proyectos de vida para el indígena a partir de su incorporación al cristianismo. En ellos están presentes muchas de las ideas procedentes de los movimientos utópicos de la Edad Media y del Renacimiento, que encontraron en América un terreno propicio para su puesta en práctica.
En algunas ocasiones los religiosos católicos se relacionaron estrechamente con los pobladores nativos, involucrándose en sus problemas y en los abusos que sufrían por parte de algunos conquistadores y encomenderos, trasmitiendo las injusticias a las autoridades de la península. En muchos casos los misioneros católicos utilizaron las lenguas americanas, como el quechua, el náhuatl o el guaraní, contribuyendo a preservarlas al ser dotadas de sistemas de escritura.
La conversión al catolicismo de la población americana fue ampliamente exitosa. En 2004, cerca de la mitad de los católicos del mundo están en Iberoamérica, si bien la tendencia es decreciente.[40]
Por otra parte, el catolicismo latinoamericano tomó formas peculiares derivadas del fenómeno conocido como sincretismo religioso, mediante el cual las antiguas religiones y creencias precolombinas y africanas se integraron al cristianismo.
Entre el legado lingüístico de la población originaria, pueden contarse dos lenguas amerindias: el quechua y el guaraní, que han alcanzado el rango de lenguas cooficiales en algunos países hispanoamericanos, y cuya permanencia se debe en parte a su uso como lingua franca durante la obra evangelizadora colonial. Durante el Virreinato del Perú, el quechua fue uno de los idiomas que los misioneros católicos emplearon para evangelizar a los indígenas; se escribieron varios manuales (llamados "artes") y lexicones de este y otros idiomas importantes, como el aimara, el mochica o el guaraní, así como catecismos. Ello permitió que aumentara su influencia sobre los pueblos andinos e incluso pueblos amazónicos que antes no lo hablaban. Un ejemplo es la amplia difusión en la actualidad del dialecto llamado quichua santiagueño, popular en la provincia argentina de Santiago del Estero.
Fray Domingo de Santo Tomás publicó en Valladolid (España) las dos primeras obras en quechua: la Grammatica o Arte de la Lengua General de los Indios de los Reinos del Perú, y el Lexicón o Vocabulario de la Lengua General del PERV, llamado «Quichua».
Se denomina intercambio colombino[42] (del inglés, Columbian Exchange) al proceso ocurrido entre los siglos XV y XVI en el cual se transfirieron productos agrícolas y otros alimentos del Viejo Mundo (Europa, África y Asia) al Nuevo Mundo (el continente americano) y viceversa a finales del siglo XV y en los siglos siguientes.[43][44] Este proceso recibe su nombre del explorador italiano Cristóbal Colón y se relaciona con la colonización europea y el comercio mundial que siguió a su viaje de 1492.[43] Algunos de los intercambios fueron intencionados; otros, accidentales. Las enfermedades contagiosas de origen en el Viejo Mundo provocaron una reducción de entre el 80 y el 95 por ciento en el número de pueblos indígenas de las Américas a partir del siglo XV, siendo la zona más afectada la del Caribe.[43] Las culturas de ambos hemisferios se vieron muy afectadas por la migración de personas (tanto libres como esclavizadas) del Viejo Mundo al Nuevo. Los esclavos africanos y los colonos europeos sustituyeron a las poblaciones indígenas en toda América. El número de esclavos africanos que llegaron al Nuevo Mundo fue mucho mayor que el número de europeos que llegaron al Nuevo Mundo en los tres primeros siglos después de Colón.[45][46]
La colonización española de América y la puesta en contacto de manera regular de los mercados de Europa, Asia y América, a través de las Flotas de Indias y el Galeón de Manila, supuso la globalización de la economía mundial, lo que sentó las bases del capitalismo, tal como señalaría Marx en "El capital": «La biografía moderna del capital comienza en el siglo XVI, con el comercio y el mercado mundiales» (Comienzo del capítulo IV de la Sección Segunda, Libro Primero).[47] Además, el intercambio de productos agrícolas revolucionó los cultivos en todos los continentes, aumentó la productividad de las tierras y enriqueció la dieta de amplios sectores de la población. Todo esto conllevó transcendentales alteraciones en la geografía humana de todos los continentes.[48]
Los efectos producidos en las economías europeas y asiáticas por la puesta en circulación, por parte de los españoles, del oro y la plata que extrajeron de América en el siglo XVI, todavía son hoy objeto de estudio, sin que exista un acuerdo entre los historiadores económicos: Mientras John Lynch o David Christian sostienen la vigencia de los estudios de E. Hamilton, otros, como Jordi Nadal o Michel Morineau, critican sus análisis.
Las guerras civiles de Independencia en la América española (1809-1826) fueron conflictos de los que emergieron la mayoría de las repúblicas de Hispanoamérica en la actualidad. A partir de 1808, a causa de la invasión napoleónica se produjo la Guerra de la Independencia Española, los criollos, al igual que los peninsulares en España, establecieron juntas provisionales para gobernar las tierras en nombre del rey cautivo Fernando VII de Borbón. Esta situación, termina por enfrentar violentamente a los partidarios y detractores de una monarquía unitaria, gobernada desde España, o de repúblicas o monarquías independientes con gobiernos autónomos en América. Estas ideas del liberalismo determinaron el establecimiento de gobiernos revolucionarios en ambos hemisferios, aunque todavía conservan la figura de un rey pero sin soberanía, sometido a las Cortes o Congresos de cada país independiente. Posteriormente, la instauración de repúblicas prescinde de la figura del rey. El enfrentamiento entre los partidarios y detractores de una monarquía unitaria, dirigida desde España, se recrudece en 1814, con el establecimiento del absolutismo por Fernando VII, que consigue acabar con todo rastro de liberalismo en España, y pretende lo mismo en América.
En América del Sur, las primeras juntas criollas, como las establecidas en La Paz, Virreinato del Río de la Plata (1809), Venezuela (1810), Chile (1810), Nueva Granada (1810) y Quito (1809), fueron reprimidas por las autoridades metropolitanas españolas. La Primera Junta de Buenos Aires (1810) fue el único gobierno patrio que tuvo una continuidad histórica con los gobiernos posteriores de la Argentina. Buenos Aires comenzó su propia campaña militar en el sur del Continente. Una década más tarde, tras la sublevación en España del ejército expedicionario por Rafael del Riego, dos corrientes libertadoras de América, José de San Martín por el sur y Simón Bolívar por el norte, confluyen en Guayaquil. En 1824, el último Ejército Real que continuaba en pie en el Perú, fue finalmente derrotado en la batalla de Ayacucho por el ejército libertador al mando del mariscal Antonio José de Sucre. La guerra por la independencia en América del sur se extendió más allá por la resistencia de las guerrillas realistas, aunque los últimos bastiones de la monarquía capitularon en 1826. Una década más tarde, España renuncia en 1836 a todos sus dominios continentales americanos.[49] Una vez que las nuevas repúblicas de América de Sur se independizaron de España, y después de complejos procesos, se terminaron creando los siguientes países independientes de la actualidad: Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.
En el Virreinato de Nueva España, los movimientos insurgentes comenzaron en 1810 con el Grito de Dolores, uniéndose más tarde al Ejército Trigarante liderado por Agustín de Iturbide para declarar la independencia en 1821 como el Imperio Mexicano. Posteriormente, el país se transformó en la República de México y la independencia se consolidó en 1829. A raíz de estos complejos procesos políticos y territoriales marcados por la balcanización, surgieron las repúblicas independientes que hoy conocemos como Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, México y Nicaragua.
En 1819, Estados Unidos adquirió el territorio de Florida mediante el Tratado de Adams-Onís firmado con España, fijando además su frontera transcontinental en el norte novohispano. Esta delimitación fue ratificada posteriormente con México en 1832. Tras la Independencia de Texas en 1835 y la Guerra de Estados Unidos-México, que culminó con la Cesión mexicana en 1848, todos estos territorios fueron anexionados por Estados Unidos.
En las Antillas, la República Dominicana en 1821 se declaró independiente de España, y esta renunció a la ocupación española entre 1861-1865. En 1898, los Estados Unidos obtuvo una victoria militar en la Guerra hispano-estadounidense y ocupó las islas de Cuba y Puerto Rico, poniendo fin a estas posesiones insulares españolas en el Caribe. Cuba declaró ser independiente en 1902, aunque permaneció bajo ocupación estadounidense hasta 1934. Por su parte, Puerto Rico fue vinculado como un territorio no incorporado de Estados Unidos.
Actualmente, los países de habla hispana y portuguesa de América y Europa, se han organizado en la Comunidad Iberoamericana de Naciones, que tiene su máximo órgano de cohesión en la Cumbre Iberoamericana.
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