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opinión que una persona tiene sobre sí misma, que lleva asociado un juicio de valor De Wikipedia, la enciclopedia libre
El autoconcepto es un término utilizado en psicología para referirse a la imagen que una persona tiene de sí misma, es decir, a la percepción que tiene sobre sus características, habilidades, valores, etc.[1] El autoconcepto se forma a partir de las experiencias que vivimos y la imagen proyectada o percibida en los otros.[2] Es decir, se construye a partir de las interacciones con personas importantes en nuestras vidas.[1][2]
El autoconcepto es un todo organizado donde la persona tiende a ignorar las variables que percibe de sí misma que no se ajustan al conjunto y tiene su propia jerarquía de atributos a valorar. Además, es dinámico y puede modificarse con nuevos datos, provenientes de una reinterpretación de las experiencias vividas.[2]
El autoconcepto no es lo mismo que la autoestima, aunque están estrechamente relacionados. La autoestima se refiere a la valoración emocional que una persona tiene de sí misma, mientras que el autoconcepto se refiere a la percepción cognitiva que tiene de sí misma.[2][3]
De acuerdo con el psicólogo estadounidense Carl Rogers, el autoconcepto está compuesto por tres partes que contribuyen a la imagen que tenemos de nosotros mismos.[4]
Se destacan seis características básicas:
Además, como atributo dinámico el autoconcepto se ve retroalimentado (positiva o negativamente) por nuestro entorno social, siendo determinantes las opiniones o valoraciones de terceras personas. Así el autoconcepto también ha sido entendido como la percepción que el individuo tiene de sí mismo, basada directamente en sus experiencias con los demás, y en las atribuciones que él mismo hace de su conducta.[9]
El autoconcepto incluye valoraciones de todos los parámetros que son relevantes para la persona: desde la apariencia física hasta las habilidades para su desempeño sexual, pasando por nuestras capacidades sociales, intelectuales, en otras palabras, a la descripción de todas las facetas y características que un individuo considera propias y que emplea para identificarse,[10] por ende, tiene papel decisivo en su conducta.[11]
El autoconcepto no es estático, sino que evoluciona a lo largo de la vida. A medida que experimentamos nuevas situaciones, adquirimos nuevas habilidades y nos enfrentamos a diferentes desafíos, nuestro autoconcepto puede cambiar y adaptarse.[12]
El autoconcepto no está presente desde el nacimiento, sino que comienza a desarrollarse en la primera infancia. A medida que los niños crecen, empiezan a formar una imagen de sí mismos basada en sus características personales y en el entorno que les rodea.[13] En la etapa de 6 a 8 años, los niños comienzan a describirse a sí mismos de manera más concreta y hacen comparaciones con ellos mismos en diferentes aspectos. A medida que crecen, de 8 a 12 años, empiezan a experimentar la influencia social y se comparan con los demás en diferentes áreas de su vida.[13]
En la adolescencia, se produce el paso a la vida adulta, lo que supone importantes logros y adquisiciones. Entre otras cosas, se termina de formar la identidad personal, y el autoconcepto se va a asentar como base de la personalidad.[14] El autoconcepto en la adolescencia se desarrolla a través de dos vías fundamentales: las experiencias que vive y de las valoraciones que hace de las mismas; y las opiniones y valoraciones que recibe de los demás.[14]
Los trastornos del autoconcepto más frecuentes incluyen:[15]
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