Orator ad Brutum
obra retórica de Cicerón del 46 a, C. De Wikipedia, la enciclopedia libre
obra retórica de Cicerón del 46 a, C. De Wikipedia, la enciclopedia libre
El Orator ad Brutum o simplemente Orator (en español, El orador, a Bruto) es una obra de Cicerón sobre retórica, publicada en el 46 a. C. Cicerón también le da en su correspondencia el título De optimo genere dicendi ('Sobre el mejor tipo de discurso').[1]
Es con su De oratore y su Brutus de los tratados más importantes sobre el arte de la oratoria, según afirma el propio autor.[2]
Respondiendo a una pregunta de Marco Junio Bruto, define el perfil del orador ideal. Dotado de una profunda cultura general, debe dominar la expresión (elocutio) en todos los estilos posibles. Cicerón desarrolla una nueva teoría fundamental para la estética latina, sobre los tres niveles de estilo que debe dominar el orador ideal, los estilos sencillo, mediano o elevado, a aplicar según la importancia del tema del discurso y su objetivo, informar, complacer o sacudir a la audiencia.[3] Cicerón se apoya en esta teoría de los tres estilos para rebatir la preferencia por el estilo más estrecho y austero de sus competidores, los oradores romanos que se autodenominaban áticos.[4] Cicerón defendía así su propia práctica oratoria, especialmente en materia de juegos de palabras y ritmo; y esta práctica, y los preceptos contenidos en sus obras retóricas, sería muy estudiada por los retóricos posteriores.
Este tratado, del que sólo quedó una copia completa del siglo IX en Francia, fue encontrado en 1419 por Gérard Landriano, obispo de Lodi. Encomendó el manuscrito al humanista Gasparino de Bérgamo, que mandó hacer una copia a Cosme de Cremona.
El Orator fue una de las primeras obras que se imprimieron; de hecho, su editio princeps, que incluía la trilogía completa de las obras retóricas de Cicerón, fue publicada en Roma en 1469 por Sweynheym y Pannartz.
Cicerón aborda la cuestión de la definición del orador perfecto, que ya había abordado en su obra anterior, De optimo genere oratorum (Sobre la mejor clase de orador), que sirvió de prefacio a la traducción de dos discursos de autores áticos, Demóstenes y Esquines. Esta vez, Cicerón anuncia que va a definir al orador perfecto como un ideal platónico, es decir, un arquetipo existente independientemente de que se haya realizado o no en el mundo real (Oratore, §7-10). Este orador debe tener una formación filosófica completa (Oratore §11-19) y dominar los tres estilos de expresión, que pocos oradores griegos aparte de Demóstenes y ningún orador romano, antes de Cicerón, habían logrado (Oratore §20-23). Cicerón vuelve a criticar a los oradores contemporáneos que se autodenominan áticos, y considera un error limitarse a la imitación de Lisias, Tucídides o Jenofonte (Oratore, 24-32).[5]
Al revisar las etapas de elaboración del discurso, Cicerón pasa rápidamente de la invención (búsqueda de argumentos) y la disposición (ordenación de estos argumentos) (Oratore §44-50) para desarrollar extensamente la etapa de la elocutio, es decir, la expresión y formación del discurso (Oratore §51-236). Plantea una teoría de los estilos oratorios según una escala de tres niveles:[5]
La elección del estilo a aplicar depende del objeto del discurso (pequeñas, medianas o grandes causas) y de acuerdo con los medios de persuasión definidos por la retórica de Aristóteles: el estilo simple para informar a la audiencia (docere, enseñar), el estilo elevado para sacudirlo. Para Aristóteles, el estilo medio tiene como objetivo conciliar a la audiencia (conciliare), que Cicerón reemplaza por deleitar a la audiencia (delectare).[5] Cicerón da como ejemplos para cada estilo algunos de sus discursos: el Pro Caecina para el estilo simple e informativo, el De Imperio Cn. Pompei para el estilo medio y suave, el Pro Rabirio perdellionis reo para el estilo alto (102-110). Siguen ejemplos griegos con los discursos de Demóstenes, incluido el famoso Sobre la corona, del que Cicerón acababa de publicar la traducción al latín (Oratore §110-111).[4]
Después de definir estos tres estilos y su alcance, Cicerón afirma que el orador ideal no puede especializarse y debe ser capaz de utilizar cada estilo según el caso. En opinión de Cicerón, Lisias era un buen orador, se expresaba sólo con asuntos sencillos, y nunca tuvo que desplegar su talento más allá del estilo sencillo, mientras que Demóstenes supo practicar todos los estilos.[5]
Cicerón recuerda los conocimientos generales exigidos al orador ideal: dialéctica (§113-117), ética (§118) y filosofía (§119), derecho e historia (§120), teoría retórica (§121). Cicerón justifica haber escrito varios tratados sobre este último tema (§140-148).
Luego, Cicerón aborda la cuestión de la sintaxis del discurso y la disposición de las palabras y frases, para trabajar con tres preocupaciones: elección y disposición de las palabras (Oratore §149-162), requisitos de la eufonía (Oratore §162-167), periodización y ritmo de las frases (Oratore §168-236). La cuestión del ritmo en la prosa es también un punto de controversia entre Cicerón y los neoáticos, que lo acusan de ampuloso (inflatus, tumidus), tendente a repetirse innecesariamente (redundans) y pasando a la desmesura (superfluens), volviéndose demasiado complaciente en equilibrar períodos completos con los mismos ritmos.[6]
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