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movimiento social que reivindica la ocupación ilegal de edificios o terrenos De Wikipedia, la enciclopedia libre
El movimiento okupa es un movimiento social[1][2] radical que propugna la ocupación de viviendas o locales deshabitados,[3] temporal o permanentemente, con el fin de utilizarlos como vivienda, tierras de cultivo, lugar de reunión o centros con fines sociales, políticos y culturales, entre otros. El principal motivo es denunciar y al mismo tiempo responder a las dificultades económicas que existen para hacer efectivo el derecho a la vivienda.[4]
El movimiento okupa agrupa gran variedad de ideologías —en ocasiones asociadas a una determinada tribu urbana— que suelen justificar sus acciones como un gesto de protesta política y social contra la especulación y para defender el derecho a la vivienda frente a las dificultades económicas o sociales. El movimiento okupa también suele defender el aprovechamiento de solares, inmuebles y espacios abandonados y su uso público como centros sociales o culturales. La legislación relativa a okupación de espacios varía mucho de un país a otro. En la mayoría de países, los propietarios legales del bien inmueble cuyos bienes resultan usurpados pueden denunciarla como un delito ordinario; mientras que existen países donde puede haber una legislación que tolere condicionadamente la okupación, o donde existen concesiones temporales por parte de los propietarios a cambio del mantenimiento o alquiler del inmueble. En Países Bajos, por ejemplo, en 2008 se ha propuesto castigar esta práctica.[5]
Okupa y sus derivados procede de la palabra ocupante.[3] La ocupación de viviendas abandonadas ha existido siempre, y en España conoció un gran auge durante los años 1960 y 70, como forma de dar salida a la gran demanda generada por la afluencia de población del campo a las ciudades. También, diversas concepciones políticas insisten e influyen en la toma de tierras, medios de producción y viviendas para la construcción de su ideario social.
La okupación surge a mediados de los 80 a imagen y semejanza de los squatters ingleses, tras varios titubeos con la denominación (pues no existía en castellano ninguna palabra para nombrar la ocupación con motivos subculturales de viviendas, edificios deshabitados y locales). La diferencia entre ocupar y okupar reside en el carácter político de esta última acción, en la que la toma de un edificio abandonado no es solo un fin sino también un medio para denunciar las dificultades de acceso a una vivienda.
Se reconoce una interacción e influencia sobre los que llegarían a ser los okupas en España de parte de los squats neerlandeses, sobre todo los influidos por el colectivo PROVO de corte anarquista y libertario. Esto se dio gracias a que compartieron videos y registros gráficos y audiovisuales de las prácticas y movilizaciones que llevaban a cabo en los Países Bajos, desde enfrentamientos con la policía hasta organización interna.[6]
La palabra okupa y sus derivados han sido popularizados por la prensa de modo que es de uso corriente, tanto en la lengua coloquial como en los medios de comunicación, así como también en los diccionarios bilingües como equivalente español del inglés squat.[7] Se utiliza tanto en castellano como en catalán, euskera, gallego y otras lenguas ibéricas. Sin embargo, en su acepción popularizada por la prensa ha venido utilizándose para designar a cualquiera que se instale en una vivienda abandonada, tenga esta acción carácter político o no. El término okupa puede designar también el lugar okupado.
En cuanto a la expresión «movimiento okupa» para referirse al movimiento sociocultural que orbita alrededor de las okupaciones es también un término que ha tenido una acogida desigual. Hay quienes afirman tajantemente que no existe tal movimiento sino una multiplicidad de procesos de okupación no necesariamente relacionados. Otros prefieren el plural «movimiento de okupaciones» o «movimiento de los centros sociales» para aquellos que consideran que es el centro social lo que da identidad al movimiento.[cita requerida] La palabra «okupa» referida a personas se ha venido usando en estos últimos años.
Existen diversos motivos por los que se suele realizar una okupación, aunque generalmente se debe a alguno de los siguientes:
En algunos casos se trata de familias, grupos de personas o individuos que buscan un lugar donde poder vivir y no pueden o no quieren pagar un alquiler ni una hipoteca. Se trata de un movimiento social que entiende el artículo 47 de la Constitución española, que expresa el derecho a disfrutar de la vivienda, aunque no está recogido en los derechos fundamentales y está incluido como un derecho negativo, como la justificación moral para entrar en propiedades ajenas, tanto de particulares como de entidades, y hacerse con su uso, en ocasiones independientemente del daño y gastos económicos que ocasione a los propietarios legales de dichas propiedades. Generalmente los partidarios de la okupación suelen justificar esto argumentando que los inmuebles okupados están abandonados o son usados únicamente para especular.[8] Por otra parte, la presión[9] ejercida por las autoridades hace que al poblamiento okupa le sea inherente cierta precariedad,[10] que a su vez dinamiza el movimiento e intensifica sus acciones de protesta.
Existen numerosos casos de okupaciones promovidas por gente que busca crear alternativas culturales y asociativas en los barrios en los que viven, a través de los llamados centros sociales okupados. Para ello utilizan los espacios okupados de forma autogestionada realizando en ellos diversas actividades políticas, culturales o de cualquier otra índole. La okupación es utilizada de este modo como un instrumento para conseguir un objetivo: la transformación de la sociedad. Algunos están vinculados ideológicamente a movimientos como el comunismo o el anarquismo. No se puede hablar de homogeneidad del movimiento pues hay divergencia de medios y objetivos en cada centro social. La propia naturaleza heterogénea del movimiento dificulta su identificación con un grupo social determinado, aunque sus ideas suelen ser relacionadas con pensamientos anarquistas. Los centros sociales mantienen entre sí una comunicación fluida, aprovechando las nuevas tecnologías[11] para informar sobre sus convocatorias. Sin embargo, solo ocasionalmente participan en actividades comunes, como movilizaciones de protesta. Por lo general, un centro social responde al contexto específico del entorno en el que se encuentra, lo que determinará la índole de sus actividades.[12][13]
En los centros sociales se realizan o coordinan diversas actividades sociales, que suelen ser de acceso gratuito: charlas sobre diferentes temáticas (agricultura tradicional, conceptos políticos o concienciación ciudadana), teatro, clases de baile, talleres diversos (desde juegos infantiles a promoción del GNU/Linux), comedores vegetarianos, excursiones al campo, conciertos, recitales poéticos, servicio de biblioteca, clases de idiomas para inmigrantes, reuniones de grupos políticos, ecologistas, artísticos o anticarcelarios. Su función en muchos casos es similar a la de los ateneos libertarios de principios del siglo XX.[14]
En ocasiones la okupación se lleva a cabo únicamente con fines temporales y sin tener en mente la creación de un centro social permanente, como fue el caso de la okupación de la antigua sede del Banco Español de Crédito de Barcelona, desocupado desde 2007 y okupado por un centenar de activistas a finales de septiembre de 2010 para apoyar la jornada de huelga general del 29S.[15]
Aunque uno de los fundamentos del fenómeno es la recuperación de espacios abandonados, según algunos análisis el impacto de la okupación no es necesariamente favorable al desarrollo del área en la que se desarrolla.[16][17] El fenómeno de ocupación ha sido comparado con el modelo de crecimiento de los asentamientos de favelas en países en vías de desarrollo.[18] En los países del tercer mundo, el proceso de crecimiento urbano genera asentamientos espontáneos esclerotizados, que con el tiempo van definiendo la estructura definitiva de la ciudad en que se desarrollan. En este contexto, la proximidad con zonas urbanizadas -y las ventajas facilitadas por la comunicación y un entorno socioeconómico desarrollado- acelera el proceso de poblamiento, acentuando la concentración del poblamiento. Algunos autores han estudiado el fenómeno de la ocupación desde dos modelos de crecimiento, el llamado modelo de «agente central» y el modelo de favela:
Algunos autores[19] han descrito el desarrollo urbano como el efecto del flujo de personas y el flujo -o cambio- de estructuras. En este sentido, los asentamientos espontáneos ofrecen un paradigma a pequeña escala de un proceso de desarrollo paralelo al de la ciudad en que se inscriben. Independientemente de su entorno socioeconómico, el carácter altamente móvil de la población okupa está relacionado con el llamado flujo de movimiento económico de las ciudades tercermundistas: Según Hillier,[20] es la propia estructura de la ciudad la que determina el volumen de movimientos poblacionales. Así, "considerando una ciudad desde la perspectiva de un mapa axial, las calles más integradas -desde el punto de vista urbanístico- deberían corresponder con las zonas más desarrolladas, mientras que las calles menos integradas, y los barrios más segregados serían las zonas más pobres de la ciudad.[21] En las grandes ciudades de países en desarrollo, donde florecen los asentamientos espontáneos, la estructura urbana se caracteriza por una marcada desarticulación. El asentamiento espontáneo, por tanto, se caracteriza en ese entorno por su proximidad a zonas muy desarrolladas, una característica significativa que no necesariamente es propio de los asentamiento okupados de las ciudades del mundo desarrollado. Algunos autores señalan que aunque los factores definitorios de la distribución de asentamientos urbanos responden a unos mismos factores -a saber, disponibilidad de suelo y proximidad a zonas desarrolladas que ofrezcan perspectivas laborales- la naturaleza contrapuesta del desarrollo urbanístico de ciudades desarrolladas o tercermundistas justifica una geografía de la okupación completamente diferente.[22]
Otra de las características de la dinámica poblacional de la ciudad tercermundista es el crecimiento centralizado. El crecimiento, también definido por puntos de "atracción" favorables al asentamiento, presenta por tanto una estructura irregular, que puede crear zonas de alta concentración poblacional junto a grandes espacios que carecen de factores favorables al asentamiento y permanecen desocupados aun a largo plazo. De cualquier modo, el desarrollo de un asentamiento depende en última instancia no tanto de su propia tendencia sino de la política de las autoridades locales respecto a la alienación de la propiedad.[23] Es por ello que el factor legal reviste una importancia específica para este tipo de asentamientos.
Hasta la promulgación de un nuevo código penal a finales de 1996 no existía en España una figura legal que penalizase específicamente la ocupación de lugares abandonados. Esta, de hecho, había gozado de cierta tolerancia en las décadas anteriores como modo de resolver parcialmente el problema generado por la afluencia de gente del campo a las ciudades. En los primeros años de la democracia fueron legalizadas miles de ocupaciones alegales de viviendas de propiedad estatal.
Hasta 1996 la figura legal a la que se recurría era a la de la falta de coacciones: el propietario de la casa okupada denunciaba a los inquilinos ilegales aduciendo que le impedían utilizar su propiedad, lo cual constituía una coacción. Se abría entonces un proceso judicial civil (no penal), generalmente largo, que solía acabar con una orden de desalojo de la casa okupada.
Hubo sin embargo numerosas excepciones: en ocasiones los jueces daban la razón a los okupas. Los factores considerados eran los años de abandono del edificio, el estado del mismo y, en general, cualquier indicio que permitiera suponer ausencia de "función social" de la propiedad. En ocasiones este tipo de sentencias eran dictadas por tribunales superiores cuando los edificios en litigio ya habían sido desalojados por orden de los tribunales de primera instancia.
Aunque la mayoría de los casos acababan en desalojo, la lentitud del proceso civil daba expectativas de cierta duración de la okupación. Ello, unido al rápido incremento del precio de la vivienda, hizo que las okupaciones crecieran exponencialmente en los años 90. El nuevo código penal aprobado en 1996 pretendía restringir las mismas, tipificándolas como delito de usurpación. La consideración de delito aceleraba considerablemente el proceso de desalojo, permitiendo además que este se produjera por sorpresa, es decir, sin previa notificación a los ocupantes ilegales. Sin embargo, los juzgados solían considerar zanjada la cuestión con el desalojo de la propiedad ocupada, archivando la causa a continuación. Es decir, que casi nunca se han dictado las condenas previstas legalmente por el delito de usurpación, lo que ha generado una sensación de excesiva permisividad en algunos propietarios y poderes públicos locales. Por ello, a veces se ha recurrido a interponer denuncias no por usurpación sino por delitos más graves como desórdenes públicos, allanamiento de morada o robo. Dichas denuncias tampoco han entrañado condenas, por no haberse podido demostrar, pero sí tienen un efecto punitivo en la medida en que obligan a los acusados a hacerse cargo de un proceso judicial duro y a menudo costoso.
Las escasas condenas relacionadas con la okupación han sido las derivadas de denuncias por casos de resistencia a la autoridad durante los desalojos.
En algunos casos, los llamados centros sociales han intentado legalizar su situación iniciando un diálogo con las instituciones, a imagen de las negociaciones que se han dado en otros países europeos donde lugares inicialmente okupados han acabado por ser cedidos bajo fórmulas de alquiler bajo o incluso declarados de interés social o cultural. Este tipo de diálogos han encontrado interlocutores interesados en las instituciones, pero por lo general no han dado fruto, salvo parcialmente en casos como el de la Eskalera Karakola, Centro social Seco, y la escuela de La Prospe. También es cierto que otros centros okupados se oponen a negociar con las instituciones, pues consideran que esto crearía dependencia y/o aceptación de estas.
En la ciudad de Barcelona, la okupación ha logrado ganarse una considerable simpatía,[24] implicando activamente a las gentes de los barrios en sus actividades y defensa de los espacios, manteniendo además una red de centros sociales y casas okupadas coordinadas entre sí que ha servido de modelo para otros lugares.
El movimiento ha tenido una fuerza significativa en Alemania, Holanda y España. Sin embargo, el movimiento está presente en muchos otros lugares de Europa (Italia, Francia, Inglaterra, etc.) y América (Chile, Argentina, Brasil, México, Venezuela, entre otros).
La película El club de la lucha, dirigida por David Fincher y protagonizada por Edward Norton, Brad Pitt y Helena Bonham Carter, es exponente de esta práctica cuando el protagonista encuentra su apartamento destrozado por una explosión y se muda a lo que finalmente es una okupación. Lo mismo del propio lugar donde se realiza dicho club.
Se han realizado numerosos documentales para las televisiones de diferentes países como "Los okupas" elaborado por la Televisión chilena en 1999.
La historia de María Soledad Rosas, una joven argentina okupante de viviendas en Turín, Italia, y muerta en extrañas circunstancias (posiblemente asesinada simulando un suicidio) , inspiró al escritor Martín Caparrós para su libro Amor y anarquía. La vida urgente de Soledad Rosas 1974-1998, y a la directora de cine Agustina Macri para su película Soledad, protagonizada por Vera Spinetta.[25]
En Argentina, en el año 2000 se lanzó al aire la serie okupas, que si bien la trama principal es la ocupación de un grupo de amigos en un caserón, se les da más importancia a otros temas dentro de la serie
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