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Mateo 26 es el capítulo 26 del Evangelio de Mateo, parte del Nuevo Testamento de la Biblia cristiana. Este capítulo abarca el comienzo de la narración de la Pasión de Jesús, que continúa hasta Mateo 28; contiene las narraciones del complot de los líderes judíos para matar a Jesús, el acuerdo de Judas Iscariote para traicionar a Jesús a Caifás, la Última Cena con los Doce Apóstoles y la institución de la Eucaristía, [1] la Oración en el huerto de Getsemaní y la posterior reivindicación de las predicciones de Jesús, de traición por uno de los doce Apóstoles, y que será negado por su más cercano seguidor, San Pedro, en la las negaciones de Pedro, [2]
El texto original fue escrito en griego koiné. Este capítulo está dividido en 75 versículos, más que cualquier otro capítulo de este evangelio. El teólogo protestante Heinrich August Wilhelm Meyer identifica 32 versículos en los que hay variaciones críticas entre diferentes manuscritos tempranos y ediciones críticas.[3]
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Algunos manuscritos tempranos que contienen el texto de este capítulo son:
La New King James Version (NKJV) organiza el material de este capítulo de la siguiente manera:
Los versículos 1-5 relatan la conspiración contra Jesús.[6]
William Robertson Nicoll afirma que este versículo enlaza con los capítulos anteriores a la vez que sirve de introducción a la historia de la pasión que comienza aquí. Puede formar parte de la tradición de la pasión de Jesús que se desarrolló como recuerdo de la vida de Jesús antes que otras partes de la tradición evangélica: "De los tres estratos de la tradición evangélica relacionados respectivamente con lo que Jesús enseñó, lo que hizo y lo que sufrió, el último probablemente fue el primero en originarse" [8] Meyer, reflejando la opinión de otro teólogo alemán, Johannes Wichelhaus, señala "el hecho de que las funciones de nuestro Señor como maestro estaban ahora terminadas".[3]
Las palabras πάντας τοὺς λόγους τούτους, todos estos dichos, se tomarían más naturalmente como referidas al contenido de capítulos 24 y 25, aunque "es concebible una mirada retrospectiva a toda la enseñanza de Cristo". Pero en el caso de una retrospectiva tan amplia, ¿por qué referirse sólo a las palabras? ¿Por qué no dicta et facta (palabras y hechos)?"[8]
Los dos últimos capítulos de Marcos son de gran tensión. Destaca las acciones de las personas que intervinieron en el drama: las autoridades de Israel que llevaron a la muerte a Jesús, y los discípulos, testigos impotentes, que no entendían el sentido de los actos de Cristo, y que le dejaron solo en tan tremendo trance. En ese ámbito se levanta su majestad: Él sabe lo que le va a ocurrir y que conviene que ocurra. Por eso es Él quien toma la iniciativa en los acontecimientos. Revela a los Apóstoles el sentido de lo que está sucediendo: su muerte en cruz ha de llevarse a cabo; es el camino hacia la resurrección.
Imitemos su pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos decididamente a su cruz. Si eres Simón Cireneo, coge tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con Él como un ladrón, como el buen ladrón confía en tu Dios. Si por ti y por tus pecados Cristo fue tratado como un malhechor, lo fue para que tú llegaras a ser justo. Adora al que por ti fue crucificado, e, incluso si estás crucificado por tu culpa, saca provecho de tu mismo pecado y compra con la muerte tu salvación. Entra en el paraíso con Jesús y descubre de qué bienes te habías privado. Contempla la hermosura de aquel lugar y deja que, fuera, quede muerto el murmurador con sus blasfemias. Si eres José de Arimatea, reclama el cuerpo del Señor a quien lo crucificó, y haz tuya la expiación del mundo. Si eres Nicodemo, el que de noche adoraba a Dios, ven a enterrar el cuerpo, y úngelo con ungüentos. Si eres una de las dos Marías, o Salomé, o Juana, llora desde el amanecer; procura ser el primero en ver la piedra quitada, y verás también quizá a los ángeles o incluso al mismo Jesús.[13][14]
Los tres primeros evangelios relatan de la misma manera el inicio del drama que va a suceder: los jefes religiosos de Israel buscaban el modo de apresar a Jesús y encuentran un aliado en Judas, «uno de los doce». Cada evangelista subraya un aspecto particular. Mateo destaca el dominio de Jesús sobre los próximos sucesos pues son parte del designio salvífico universal de Dios: incluso las treinta monedas que dan a Judas por traicionarlo son cumplimiento del plan trazado por Dios en las EScrituras. Las autoridades quieren evitar el alboroto del pueblo lo que indica la popularidad de Jesús; querían prenderlo «con engaño» lo que es ya la una de las afrentas que le hacen al Señor. Después siguen otras muchas: el soborno a un traidor, los falsos testimonios, la instigación a la muchedumbre, las burlas en la cruz; y, todo, «por envidia».[15]
El episodio no puede dejar de ser un toque de atención para las personas de hoy en día :
Hoy muchos miran con horror el crimen de Judas, como cruel y sacrílego, que vendió por dinero a su Maestro y a su Dios; y, sin embargo, no se dan cuenta de que, cuando menosprecian por intereses humanos los derechos de la caridad y de la verdad, traicionan a Dios, que es la caridad y la verdad misma. [16]
Facultad de Teología. Sagrada Biblia: Universidad de Navarra (Spanish Edition) (p. 9354). EUNSA Ediciones Universidad de Navarra. Edición de Kindle.
Facultad de Teología. Sagrada Biblia: Universidad de Navarra (Spanish Edition) (p. 9354). EUNSA Ediciones Universidad de Navarra. Edición de Kindle.
En la casa de Simón el leproso, 'otro marginado que gozaba de amistad', una mujer llevó a cabo un 'acto extravagante' que apunta claramente a la condición mesiánica de Jesús como 'el ungido'.[11] En el versículo 8, los discípulos, colectivamente, expresan su preocupación por la extravagancia mostrada, mientras que en Juan 12:4 esta preocupación sólo la expresa Judas Iscariote. Meyer sostiene que el relato de Mateo "ciertamente no es contradictorio [con] el de Juan, sino sólo menos preciso".[3]
Entre la traición de Judas y el apresamiento de Jesús se encuadra la unción de Jesús por parte de una mujer en Betania. El evangelista Marcos subraya dos cosas: la generosidad de la mujer y las reacciones de los demás. El gesto de la mujer es parte de la hospitalidad oriental que honraba a los huéspedes con agua perfumada. Su detalle y su generosidad son interpretadas por algunos como un derroche. Jesús interpreta el gesto de manera distinta. Sin embargo, afirma que ella no se ha equivocado y los hombres que la juzgan sí. En las relaciones con Dios, la generosidad no se equivoca nunca; el cálculo y la tacañería se equivocan siempre:
Como Él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le dan; mas no se da a Sí del todo hasta que ve que nos damos del todo a Él.[17]
«Dondequiera que se predique el Evangelio, en todo el mundo, también lo que ella ha hecho se contará en memoria suya». El Evangelio es la buena noticia de la actuación maravillosa de Dios pero esa actuación comporta también el anuncio de acciones pequeñas, como ésta:
En todas las iglesias escuchamos el elogio de esta mujer (…). El hecho no era extraordinario, ni la persona importante, ni había muchos testigos, ni el lugar era atrayente, porque no ocurrió en un teatro, sino en una casa particular (…). A pesar de todo, esta mujer tiene hoy mayor celebridad que todas las reinas y todos los reyes, y el tiempo nunca borrará el recuerdo de lo que hizo.[18][19]
Aquella mujer que en casa de Simón el leproso, en Betania, unge con rico perfume la cabeza del Maestro, nos recuerda el deber de ser espléndidos en el culto de Dios. —Todo el lujo, la majestad y la belleza me parecen poco. —Y contra los que atacan la riqueza de vasos sagrados, ornamentos y retablos, se oye la alabanza de Jesús: opus enim bonum operata est in me —una buena obra ha hecho conmigo.[20][21]
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En contraste con el acto extravagante de la mujer que unge a Jesús, Judas Iscariote (cf. NKJV) planea un acto traicionero. El teólogo Dale Allison observa una clara distinción entre el costoso regalo desinteresado de la mujer y el egoísmo pensado por Judas para su propio beneficio, aunque "por una suma relativamente mísera".[11] Aquí, Judas se convierte en un ejemplo de ciertos seguidores de Jesús que piensan en lo que pueden sacar de él, en lugar de cómo pueden servirle.[22]
Como judío observante de la ley, Jesús celebra su última Pascua dentro de Jerusalén, cuando instituye la Cena del Señor, para conectar su acto redentor sacrificial con la 'sangre de la alianza' en Éxodo 24:8 y Jeremías 31:31 y el siervo sufriente de Isaías.[11] Los preparativos de la Pascua, la predicción de Jesús de traición por uno de los doce Apóstoles, y su negación anticipada por Pedro se registran en esta sección. Mateo 26:24 también es notable por describir la traición de Judas haciéndose eco de una frase de 1 Enoc 38:2:
¿Dónde estará, pues, la morada de los pecadores, Y dónde el lugar de descanso de los que han negado al Señor de los Espíritus? Hubiera sido bueno para ellos que no hubieran nacido.[23]<
Los gestos y palabras de Jesús en la Última Cena tuvieron especial significado así como el relato de la institución de la Eucaristía. Unos evangelistas se fijaron más en algún momento que en otros. San Mateo es el único que recuerda las palabras de Jesús sobre el carácter expiatorio por los pecados que tendrá su muerte. Las palabras del Señor vienen a dar plenitud al designio salvador de Dios.
Este designio divino de salvación a través de la muerte del “Siervo, el Justo” había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (…). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente.[24][25]
En esta corta escena se contienen las verdades fundamentales de la fe en el sublime misterio de la Eucaristía:
Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura.[26]
En primer lugar, está la institución del Sacramento y la presencia real de Jesucristo. Al pronunciar las palabras: «Esto es mi Cuerpo…, ésta es mi Sangre…», lo que no era solamente pan ácimo y vino de vid, pasa a ser —por las palabras y la voluntad de Jesucristo— su Cuerpo y su Sangre. Sus palabras no admiten interpretaciones ni explicaciones que ensombrezcan la misteriosa verdad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía: sólo cabe ante ellas la respuesta humilde de la fe que siempre mantuvo la Iglesia católica:
La perpetua instrucción impartida por la Iglesia a los catecúmenos y el sentido del pueblo cristiano, la doctrina definida por el Concilio de Trento y las mismas palabras de Cristo al instituir la Santísima Eucaristía, nos exigen profesar que la Eucaristía es la carne de Nuestro Salvador Jesucristo, que padeció por nuestros pecados y al que el Padre, por su bondad, ha resucitado. A estas palabras de San Ignacio de Antioquía, nos agrada añadir las de Teodoro de Mopsuestia, fiel testigo en esta materia de la fe de la Iglesia, cuando decía al pueblo: Porque el Señor no dijo: esto es un símbolo de mi cuerpo, y esto es un símbolo de mi sangre, sino: esto es mi cuerpo y mi sangre.[27]
La doctrina cristiana confiesa también que este sacramento fue instituido por Jesús para que fuera alimento espiritual del alma. Por él se nos perdonan los pecados veniales y se nos dan fuerzas para no caer en los mortales.[28]
Finalmente, en la Última Cena, Cristo adelantó, de modo incruento, su próxima pasión y muerte. Al instituir la Eucaristía, Jesús mandó que se repitiera hasta el fin de los tiempos y dio a los Apóstoles el poder de realizarlo. Según este pasaje, completado por los de Pablo y Lucas, Cristo instituyó también el sacerdocio, concediendo a los Apóstoles el poder de consagrar, que transmitieron a sus sucesores. Finalmente, en la Última Cena, Cristo adelantó, de modo incruento, su próxima pasión y muerte.[29]
Cada Misa que se celebra renueva el Sacrificio del Salvador en la Cruz, pues
la Santa Misa no es una pura y simple conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesucristo, sino un sacrificio propio y verdadero, por el que el Sumo Sacerdote, mediante su inmolación incruenta, repite lo que una vez hizo en la cruz, ofreciéndose enteramente al Padre como víctima propiciatoria.[30]
Jesús parece retroceder ante la inminente crucifixión, pero fija su rumbo en la voluntad de Dios y 'esto anula cualquier sentimiento que tenga sobre la muerte'.[31] La sumisión a la voluntad divina: "Hágase tu voluntad" (versículo 42; también en el versículo 39), alude al Padre Nuestro, al igual que la dirección "Padre mío" (versículo 39) y las palabras "para que no entres en el tiempo de la prueba" (RV: "no entres en tentación"; versículo 41).[31] El huerto de Getsemaní se encuentra en el Monte de los Olivos, donde el rey David oró una vez para librarse de un traidor (2 Samuel 152 Samuel 15:30-31), y un lugar adecuado para que su descendiente, Jesús, pronunciara una oración análoga.[32]
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La historia del arresto de Jesús involucra a muchas personas, uniendo 'varios hilos de secciones anteriores', con el líder judío conspirando para llevarse a Jesús 'a escondidas y evitar un motín (versículo 4; cf. versículo 16), la traición de Judas como Jesús había predicho (versículos 21, 25 y 45), la multitud de 'jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo (versículos 3-5, 14-16), así como las predicciones de Jesús sobre sus sufrimientos.[33]}
Los tres sinópticos contrastan la dramática oración de Jesús con la impotencia de sus discípulos para acompañarle. Marcos lo refiere con rasgos más acentuados. Mateo recuerda que por medio de la oración Jesucristo se identifica con la voluntad de su Padre Dios, la abraza. Señala lo costoso de la aceptación del trance: «Si es posible, aleja…». Su plegaria es un total abandono en la voluntad del Padre: «Si no es posible…, hágase tu voluntad».
Toda la pretensión de quien comienza oración —y no se os olvide esto, que importa mucho— ha de ser trabajar y determinarse y disponerse con cuantas diligencias pueda hacer su voluntad conformar con la de Dios.[34]
El relato conserva la emoción de la tradición que está en su base. Ésta debía de constituir un recuerdo vivo en la comunidad cristiana primitiva, pues, por ejemplo, también Hb 5,7 alude a este sobrecogedor acontecimiento. Teresa de Lisieux vivió su agonía en comunión con la de Jesús, verificando en sí misma precisamente la misma paradoja de Jesús feliz y angustiado:
El juicio muestra que Jesús no es una 'víctima de circunstancias trágicas e impersonales' ni una 'víctima de la maquinaria ordinaria de la justicia', sino un objetivo de ataque por parte de gente malvada.[31] Sus enemigos 'dicen falsedades (versículos 59-60), le acusan de blasfemia (versículo 65), le condenan a muerte (versículo 66), le golpean con saña y se burlan de él (versículos 67-68)'.[31] En contraste, la identidad de Jesús queda clara como el Mesías e Hijo de Dios, que construye el templo (cf. 2 Samuel 7:14), se sienta a la diestra de Dios y 'el siervo sufriente de KJV cuyo rostro es escupido'.[37]
Aunque con variaciones, los cuatro evangelios relatan el episodio. Los príncipes del pueblo acusarán a Jesús de alborotador y el título de la condena será haberse proclamado «Rey de los Judíos». Los evangelios sinópticos coinciden en señalar que la acusación contra Jesús se refería a sus palabras sobre el Templo:
Las palabras destruid este Templo y yo lo reconstruiré en tres días parecen estar en relación con aquellas otras, referidas por Mateo y Marcos, y que los falsos testigos pronuncian al final del evangelio contra Jesús. Él hablaba del Templo de su cuerpo; éstos por el contrario, aplican sus palabras al Templo hecho de piedras.[38][39]
En el episodio contrastan las actitudes de Jesús y de Pedro. Mateo presenta un relato ordenado de los ultrajes que sufre Jesús. Primero le acusan falsamente y después se le inculpa con una frase sacada de contexto. Frente a estas acusaciones el Señor callaba. Su confesión mesiánica le vale la inculpación de blasfemo, la condena a muerte y las burlas de los criados. En esa progresión el perjurio de Pedro es algoasí como la última afrenta. Pero, al final, Pedro llora. Como en otras ocasiones, Pedro no se sostiene por su fortaleza, sino por su contrición:
El santo David hizo penitencia de sus mortíferos crímenes y se mantuvo en su jerarquía. El bienaventurado Pedro, cuando derramó lágrimas amargas, se arrepintió de haber negado al Señor y siguió siendo apóstol.[40]
En la King James Version, la respuesta dice "Es culpable de muerte",[42] culpa refiriéndose al castigo debido y no al crimen como en el uso habitual en inglés.[43].
En la primera parte de este capítulo, Judas desertó, luego los discípulos huyeron cuando Jesús fue arrestado, y ahora Pedro, a pesar de su promesa (versículo 35), niega que conoce a Jesús, formando un 'clímax del fracaso de los discípulos'.[44] Este pasaje proporciona un equilibrio irónico, cuando se burlan de los poderes proféticos de Jesús, mientras que el cumplimiento literal de su detallada predicción sobre Pedro está teniendo lugar con precisión.[44] Otro equilibrio se da en el juicio, cuando Jesús y Pedro se enfrentan a tres grupos de acusadores: Jesús se enfrenta a los falsos testigos en el versículo 60, a los dos testigos en los versículos 61-62, a Caifás versículos 63-66, mientras que Pedro, no muy lejos, versículos 69-73, también se enfrenta a tres personas diferentes que le hacen frente sobre Jesús.[44]
El Evangelio de Mateo no idealiza a ningún discípulo, sino que "los presenta como completamente humanos", al igual que el Antiguo Testamento, "la biblia de la comunidad mateana de la época", no oculta los registros de los pecados de Noé, Moisés, David o Salomón.[44] Allison comenta que "Dios puede utilizar a personas corrientes para sus fines extraordinarios y, cuando caen en pecado, puede concederles el perdón", y sugiere que los lectores de Mateo habrían interpretado las faltas de Pedro y otros discípulos como habrían interpretado los fallos de los tiempos del Antiguo Testamento.[44].
La mirada de Cristo, frecuentemente descrita en el evangelio, ha sido motivo de meditación para los santos:
Considero yo muchas veces, Cristo mío, cuán sabrosos y cuán deleitosos se muestran vuestros ojos a quien os ama, y Vos, bien mío, queréis mirar con amor. Paréceme que una sola vez de este mirar tan suave a las almas que tenéis por vuestras, basta por premio de muchos años de servicio[45]
Las lágrimas de Pedro son la reacción lógica de un corazón noble, movidos por la gracia de Dios. En la doctrina de la Iglesia se denomina contrición del corazón:
Un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar.[46]
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