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Indígena y santo mexicano De Wikipedia, la enciclopedia libre
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (Cuauhtitlán, 5 de mayo de 1474-Tepeyac, 30 de mayo de 1548) fue un campesino chichimeca y «visionario mariano». De acuerdo a la tradición católica, él fue el indígena chichimeca novohispano[1] que presenció la aparición de la Virgen de Guadalupe en 1531. Fue beatificado en 1990 y canonizado en 2002, en ambos casos por el papa Juan Pablo II.[2][3] Juan Diego es el primer santo indígena de América y el tercer santo de México en ser canonizado tras San Felipe de Jesús y el grupo de 27 mártires de la Guerra Cristera.[4]
Juan Diego Cuauhtlatoatzin | ||
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Pintura de San Juan Diego en la Basílica de Guadalupe (México) | ||
Información personal | ||
Nombre de nacimiento | Juan Diego- alias Marcel Gil | |
Nacimiento |
28 de enero de 1474 Cuauhtitlán, Tenochtitlan, Imperio Mexica (ubicado en el México moderno) | |
Fallecimiento |
30 de mayo de 1548 (74 años) Tepeyac, Ciudad de México, Virreinato de Nueva España (ubicado en el México moderno) | |
Religión | Iglesia católica | |
Información profesional | ||
Ocupación |
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Información religiosa | ||
Beatificación | 6 de mayo de 1990 por el papa Juan Pablo II | |
Canonización | 31 de julio de 2002 por el papa Juan Pablo II | |
Festividad | 9 de diciembre | |
Atributos | tilma (túnica indígena) | |
Venerado en | Iglesia católica | |
Patronazgo | Pueblos indígenas | |
La primera mención de Juan Diego se encuentra en el Nican mopohua, un texto incluido en el libro Huei tlamahuiçoltica, publicado por primera vez en 1649 ―101 años después de la supuesta fecha de la muerte de Juan Diego― por Luis Lasso de la Vega, capellán encargado del templo dedicado a la Virgen de Guadalupe en Tepeyac, a unos diez kilómetros de la Ciudad de México. Él lo atribuyó a Antonio Valeriano de Azcapotzalco, quien habría sido un indígena letrado por conventos jesuitas y que presuntamente habría escrito el primer manuscrito en 1556.
Según la narración de Luis Lasso, Juan Diego había sido un indígena de la etnia chichimeca. Habría nacido el 5 de mayo de 1474 en el barrio de Tlayácac de la ciudad de Cuautitlán (28 km al estenoreste del centro histórico de la Ciudad de México), que pertenecía al reino de Texcoco.
Según Lasso, el indio fue bautizado por los primeros misioneros franciscanos en torno al año de 1524.
Juan Diego era un hombre considerado piadoso por los franciscanos y agustinos asentados en Tlatelolco, donde aún no había convento ni iglesia, sino lo que se conocía como «doctrina», una choza donde se oficiaba misa y se catequizaba. Juan Diego hacía un gran esfuerzo al trasladarse cada semana saliendo «muy temprano del barrio de Tlayacac, Cuautitlán, que era donde vivía, y caminar hacia el sur hasta bordear el cerro del Tepeyac».[cita requerida]
Según lo escrito por Luis Lasso de la Vega y de acuerdo con la tradición, en 1531, diez años después de la conquista de Tenochtitlan, el sábado 9 de diciembre de 1531 (a sus ya 57 años de edad) muy de mañana en el cerro del Tepeyac escuchó el canto de una coa mexicana (Trogon mexicanus), llamada tzinitzcan en idioma vernáculo, anunciándole la aparición de la Virgen de Guadalupe. Ella se le apareció cuatro veces entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 y le encomendó decir al entonces obispo, fray Juan de Zumárraga, que en ese lugar quería que se edificara un templo. La Virgen de Guadalupe le ordenó a Juan Diego que cortara unas rosas que misteriosamente acababan de florecer en lo alto del cerro para llevarlas al obispo Zumárraga en su ayate. La tradición refiere que cuando Juan Diego mostró al obispo las hermosas flores durante un helado invierno, se apareció milagrosamente la imagen de la Virgen, llamada más tarde Guadalupe por los españoles, impresa en el ayate. El prelado ordenó la construcción de una ermita, donde Juan Diego Cuauhtlatoatzin viviría por el resto de sus días custodiando el ayate en la actual capilla de indígenas.
En sus numerosos escritos y cartas, Zumárraga omitió dejar alguna constancia del milagro de las rosas, o de la construcción de la ermita, o de la existencia del indio Juan Diego.
Murió en la Ciudad de México en la fecha atribuida del 30 de mayo de 1548, a la edad de 74 años.[5]
Fue beatificado (junto a San José María Yermo y Parres y los beatos Niños Mártires de Tlaxcala) en la Basílica de Guadalupe de la Ciudad de México el 6 de mayo de 1990, durante el segundo viaje apostólico a México del papa Juan Pablo II. Finalmente fue canonizado en 2002 por el mismo Juan Pablo II, y la Iglesia católica celebra su festividad el día 9 de diciembre.
Se ha vuelto común traducir el nombre náhuatl Cuauhtlatoa como ‘águila que habla’ (por ejemplo, en Our Lady of Guadalupe and saint Juan Diego: the historical evidence[6] : xx ). Dicha traducción, sin embargo, requiere algunas precisiones. Si el nombre Cuauhtlatoa está efectivamente relacionado con las palabras cuauhtli, ‘águila’ y tlahtoa, ‘hablar’, este debería escribirse con una h intermedia, esto es, Cuauhtlahtoa y no Cuauhtlatoa. Más aún, una traducción más exacta sería ‘el que habla como águila’. En el náhuatl del siglo XVI, un compuesto de un sustantivo (cuauhtli) y un verbo intransitivo (tlahtoa) indica una relación de comparación en la que el sustantivo desempeña una función adverbial, esto es, el sustantivo describe la manera en la que la acción del verbo se lleva a cabo[7] : 172–173 . Algunos ejemplos de este tipo de compuesto son pitzonemi, ‘andar sucio’ (lit. ‘vivir (nemi) como cerdo (pitzotl)’, ‘hablar con rudeza’ (lit. ‘hablar como cerdo’).[8] Así entonces, Cuauhtlahtoa (lit. ‘hablar como águila/él habla como águila’) se traduce más exactamente como ‘el que habla como águila’. De forma adicional, la forma verbal cuauhtlahtoa también puede interpretarse figurativamente como ‘ejercer un gobierno militar’.[8] Como nombre propio, Cuauhtlahtoa fue el nombre del tercer rey de Tlatelolco, quien conquistó Cuauhtinchan y fue asesinado por orden de Maxtlaton, señor de Azcapotzalco[9] : 222 . La forma honorífica es Cuauhtlahtoatzin, y así aparece en una lista de hijos de Itzcoatl[9]: 203 .
Pese a las defensas de José Bravo Ugarte,[10] Robert Ricard,[11] Ernesto de la Torre Villar con Ramiro Navarro de Anda,[12] Jacques Lafaye,[13] Juan Suárez de Peralta,[14] Juan de Torquemada,[15] etc; sectores historiográficos significativos han cuestionado la existencia de Juan Diego como un personaje histórico real. [16][17]
Presentándose tesis contrapuestas para su negación, como quienes afirmarían que fue por causa de una transposición de la diosa (Tonantzin), o si fue una adaptación de tradiciones españolas hacia los indios del Reino de México (apelando a coincidencias con la patrona de Extremadura), o una invención Criollista de un proto-Nacionalismo mexicano, o una creación del sujeto basándose en la dialéctica de una epistemología Idealista. Defensores de esta tesis revisionista antiaparicionista han sido:[18][19][20]
Muñoz no conoció muchos documentos que hoy tenemos y que poquísimos habían sido editados, pero decir que por eso no existía tan siquiera una letra, una alusión sobre todo sabiendo y reconociendo él mismo que había documentos indígenas inconvertibles, por lo que se zafó del problema, suponiendo que debían ser tardíos o falsificados, llamándolos papeles mugrientos, y porque en todo caso, por ser indios, no valían nada.Fidel González, Eduardo Chávez y José Luis Guerrero (2000): El encuentro de la Virgen y Juan Diego (pág. 5). México: Editorial Porrúa, 2000.
Para Nebel, lo decisivo es la traslación injustificada de una hipótesis literaria al terreno de los acontecimientos. La hipótesis se refiere al esquema de la narración de la aparición. Tras ponerlo a partir de la historia de la Virgen de Guadalupe extremeña, y compararlo con la narración del Nican mopohua, se siente autorizado a considerar que lo más probable es que fuera una creación literaria con fines de evangelización.Fidel González, Eduardo Chávez y José Luis Guerrero, El Encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego (México: Editorial Porrúa, 2000), p. 16.
Opina que Valeriano condensó una tradición ya existida de las apariciones, y que Juan Diego existía, ligado a las mismas. Don Juan Bautista Muñoz también contradice a O’Gorman, pues afirma que la devoción comenzó a pocos años de la Conquista, y que cuando el Arzobispo Montúfar llegó, en 1554, ya encontró muy difundida la devoción guadalupana en la ermita del Tepeyac.Cfr. Miguel León Portilla, Historia documental de México (México: Editorial UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas México, 1974). Segunda edición, 2 vols.
El P. Stafford Poole se limita, en cambio, a afirmar que no hubo conversión masiva de los indígenas, sin probar su tesis. Asimismo, el P. Guerrero refuta que la idea de que la «ermita la fundó Montúfar», por medio de testimonios tan conocidos como la carta del Virrey Enríquez y el mapa de Upssala. Da también razón del porqué del «supuesto silencio documental» del acontecimiento guadalupano del siglo XVI, explicando que los españoles de la época no pudieron darle la importancia que hoy le damos los guadalupanos. Defiende también la importancia de las Informaciones de 1666, demostrando que valen más de lo que Poole les concede. Es un apéndice bastante grueso, en el que Guerrero refuta a Poole, pero interesante para quienes quieran leer las conclusiones del último y las deficiencias en que incurrió.Jesús Hernández, Impugnadores
El hecho histórico de Juan Diego es algo que se ha puesto en duda, es decir, sí existió, sí hay registros de que existió un indígena de esas características, pero no hay un registro de que se le haya aparecido la imagen, es decir, la Virgen de Guadalupe. De hecho, en los registros y en los relatos de Zumárraga, el obispo en ese entonces, no hay relato, y eso hubiera sido relevante para el hecho mismo de haberlo narrado, pero esto no quita nada que la gente siga teniendo esta parte en la creencia en el tema religioso (...) lo cuestionado por historiadores es que, quien podía tener acceso al obispo no era cualquier indígena pobre, había que tener cierto estatus para poder ser recibido. Pudo haber pertenecido a una casta, pero subordinada bajo el dominio español. Siendo de clase subalterna en términos de relación con el español, pero en términos de las comunidades indígenas pudo haber tenido cierto linaje. Por ejemplo, es como lo que sucede ahora, no cualquier peregrino podría ir a visitar al cardenal en turno. Regularmente se señala que Juan Diego sí fue parte de ciertos núcleos privilegiados.Felipe Gaytán Alcalá (profesor e investigador de la Universidad La Salle)
En reacción a las corrientes negacionistas o escepticistas, están defensores de Juan Diego y la aparición de la Virgen de Guadalupe como el cardenal Norberto Rivera,[16] el investigador Xavier Escalada[29] o la investigadora Asunción García Samper de la Biblioteca Nacional de México en Historia y Antropología.[30][31] Ambientes católicos llegarían a afirmar ese negacionismo a Juan Diego y el hecho guadalupano serían producto de un prejuicio de epistemología racionalista que niega la posibilidad de que Dios haya intervenido en el mundo material ni que pueda ser registrado tal contacto en la historia de los hombres con las experiencias de las Revelaciones divinas.[22] Como respuesta a este debate historiográfico, en 1998, la Iglesia católica (a través de la Congregación Vaticana para las Causas de los Santos) realizó una Comisión histórica que estudiaría la historicidad de Juan Diego y la Virgen de Guadalupe antes de proseguir con la canonización de Juan Diego, con el historiador Fidel González Fernández (sacerdote comboniano y profesor de las Universidades Pontificias Urbaniana y Gregoriana), experto en Historia eclesiástica, como presidente de la junta, además de ser asistido por los historiadores José Luis Guerrero Rosado y Eduardo Chávez Sánchez. Para el 28 de octubre de 1998 se hizo una exposición para resolver las dudas con respecto a la problemática histórica, concluyéndose a favor de que era un hecho demostrable, declarándolo como real, y presentando 27 archivos con testimonios indígenas guadalupanos, así como 8 de origen mestizo indo-española. Además de criticar la tesis del «silencio histórico-documental» como prueba de invención mitológica por la aparente ausencia de 20 años de documentos históricos que se refieran al hecho, afirmando que muchas fuentes de esos años habrían sido destruidas (según relatan autores de la época como fray Bernardino de Sahagún y Gerónimo de Mendieta) o perdiéndose por incendios de bibliotecas (como la del Archivo del Cabildo de México de 1692), o por la «crisis del papel» de la Nueva España, que hizo que se sacrificaran documentos para reutilizar su papel para otros fines. Mencionándose a su vez que en tiempos virreinales ya se habían propuesto investigaciones para confirmar su veracidad histórica, como un proceso en 1666 (propuesto por el obispo de Puebla y el virrey novohispano) para reconocer el hecho, o una misión personal de Lorenzo Boturini Benalluci en 1739 por el que recogió muchos documentos sobre el hecho guadalupano, o la presentación de las Informaciones jurídicas de 1666 por la Sagrada Congregación de Ritos de la Coronación Canónica de la Virgen de Guadalupe en 1894 para responder «animadversiones».[19] Finalmente, los resultados de esta comisión fueron recopiladas en un volumen de 500 páginas con el nombre de El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, que sería publicado para agosto de 1999. Ahí también se mencionaría registros arqueológicos de la existencia de una casa indígena prehispánica al lado de una pequeña capilla (debajo de una iglesia dedicada a la Virgen de Guadalupe) en donde habría nacido Juan Diego, Cuautitlán, confirmando lo relatado por las tradiciones orales.[32]
Los antiaparicionistas, sin embargo, no pueden explicar con elementos históricos algunos aspectos decisivos de la historia de México sin tener en cuenta el milagro de Guadalupe. Como, por ejemplo, el que, después una conquista dramática y tras dolorosas divisiones y contraposiciones en el seno del mundo político nahuatl, en un lugar significativo para el mundo indígena, en el cerro del Tepeyac, se levantara en seguida una ermita dedicada a la Virgen María bajo el nombre de Guadalupe, que con la Guadalupe de España coincide sólo en el nombre.No explican tampoco cómo Guadalupe se convirtió en señal de una nueva historia religiosa y de encuentro entre dos mundos hasta ese momento en dramática contraposición.
La historicidad del beato ha quedado tan fundamentada que el presidente de la Comisión creada por la Congregación romana para las Causas de los Santos, Fidel González, está estudiando los orígenes sociales de Juan Diego. No se sabe si era un noble indio o un «pobre» indio. Se trata de una confusión provocada por las traducciones del Nican mopohua al castellano.
Existen otras muchas pruebas históricas sobre la existencia de Juan Diego, como, por ejemplo, la tradición oral, fuente decisiva al estudiar a los pueblos mexicanos, cuya cultura era principalmente oral. Esta tradición, en esos casos suele obedecer a cánones bien precisos y, en el caso de Guadalupe, siempre confirma la figura histórica y espiritual de Juan Diego.
La Iglesia católica reconoce los siguientes documentos relacionados con san Juan Diego y la Virgen de Guadalupe:
Existen varios documentos escritos por funcionarios españoles de la época:[47]
Los restantes documentos históricos españoles son testamentos, donativos y mandas a favor de Nuestra Señora de Guadalupe ubicada en Tepeaquilla (Tepeyac) que van del año 1537 a 1580:
Estos son los siguientes:[68]
Según el análisis de comisiones históricas de la iglesia, se puede concluir la existencia de una convergencia en lo esencial entre todas estas fuentes examinadas:[23][19]
1. En los inicios de la presencia española en México, y precisamente en el valle del Anáhuac, después de una conquista dramática y tras dolorosas divisiones y contraposiciones en el seno del mundo político «náhuatl», en un lugar significativo para el mundo indígena, el cerro del Tepeyac, se levanta en seguida una ermita dedicada a la Virgen María bajo el nombre de Guadalupe, que con la Guadalupe de España coincide sólo en el nombre.2. Con una fuerza increíble la ermita de Guadalupe se convierte en punto de atracción devocional, en señal de una nueva historia religiosa y de encuentro entre dos mundos hasta ese momento en dramática contraposición.
3. En torno a la primitiva ermita se desarrolla una devotio creciente, ya sea de parte de los indios como de los españoles, criollos y mestizos, que ninguno ―tampoco los influyentes frailes misioneros mendicantes― pudieron frenar. Esta devotio se convierte en el punto de convergencia de los diferentes grupos, «la casa común de todos» que reconocen en María, la «Madre de Aquel por quien se vive» (como la llama el Nican mopohua), la Madre de todos.
4. Esto viene progresivamente señalado por las fuentes: con más fuerza por las indígenas y poco a poco por las españolas. Las indígenas hablan muy pronto de las apariciones e indican con claridad al indio Juan Diego; las españolas son máslentas al principio en las referencias juandieguinas y subrayan más el centro del evento, que es la mediación de la Virgen María.
5. Entre las fuentes, la tradición oral entre los indígenas ocupa un lugar privilegiado.
6. Las fuentes orales, escritas, representaciones (pinturas, esculturas...) y arqueológicas, muestran cómo en torno al hecho guadalupano se desarrolla una creciente atención y devotio, a la cual va íntimamente ligada la veneración popular del vidente beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, considerado como «embajador de la Virgen María».
7. En los lugares vinculados a la vida de Juan Diego se conserva una memoria viva entre los indígenas, ya a partir del siglo XVI, con signos crecientes de veneración. Sobre el lugar donde la tradición decía que surgía su casa natal se levantó una iglesia en honor de la Virgen. Las excavaciones arqueológicas han confirmado la existencia de una casa indígena de finales del siglo XV o principios del XVI debajo y en los aledaños del templo.
8. Los franciscanos al principio permanecieron más bien hostiles ante la aceptación del culto de la Virgen de Guadalupe. Hay que leer los motivos de tal hostilidad a la luz de su conocida metodología misionera frente al mundo cultural y religioso indígena y al miedo de un comprensible sincretismo.
9. El documento llamado Informaciones de 1666 es uno de los más seguros, por su naturaleza jurídica, por su objetivo, por su destinatario y por la calidad de los testigos, sobre todo indios, que nos dan abundantes noticias transmitidas por su tradición oral relativas al Acontecimiento guadalupano y a su paisano Juan Diego culto a los santos (1634). Sin embargo, tales disposiciones cooperaron a suspender cautelosamente formas explícitas de culto, pero sin llegar nunca a erradicarlo de la mentalidad popular, como lo demuestran los numerosos documentos de la segunda mitad del siglo XVII en adelante..
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