Historia de los Países Bajos
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La historia de los Países Bajos comienza como la de un pueblo marinero que prosperó en una llanura en el mar del Norte, en el noroeste de Europa. Cuando llegaron los romanos, y con ellos la historia escrita en el 59 a. C., la región estaba escasamente poblada por diversos grupos tribales en la periferia del imperio. Más de cuatro siglos de dominación romana dejaron efectos demográficos muy profundos, resultando finalmente en la creación de tres pueblos germánicos mayoritarios en el área: los frisones, los sajones neerlandeses, y los francos. Algunos misioneros hiberno-escoceses y anglosajones intentaron propagar el cristianismo en los Países Bajos en el siglo VIII. Los descendientes de los francos salios llegaron a dominar la zona con el paso del tiempo y, de este modo surgió el neerlandés.[2]
El dominio carolingio, el abandono del Sacro Imperio Romano y la depredación vikinga siguieron; por lo que los nobles locales dejaron a los ducados y condados altamente independientes. Durante varios siglos, las áreas de Brabante, Holanda, Zelanda, Friesland y Gelre lucharon intermitentemente entre ellas, pero al mismo tiempo, el comercio continuó y creció; las tierras fueron reclamadas y las ciudades prosperaron. Forzados por la naturaleza para trabajar juntos, con el paso de los siglos construyeron y mantuvieron una red de pólders y diques que mantuvieron lejos las inundaciones y el mar en el proceso de transformación de su paisaje.[3]
En 1433, el Duque de Borgoña había asumido el control sobre la mayoría de los territorios neerlandeses en lo que se conoce como Países Bajos Borgoñones. Bajo su reinado, comenzó la unificación de los Países Bajos y se experimentó un auge cultural sin precedentes.[4] Sin embargo, bajo el control de Carlos V y Felipe II, el territorio se convirtió en una parte del Imperio de España. La reforma protestante hizo del calvinismo la religión dominante en el norte. El contraataque español fue dirigido por el Duque de Alba y por Alejandro Farnesio. En 1566, Guillermo de Orange, un calvinista, inició la guerra de los Ochenta Años para luchar contra la monarquía católica española. La revuelta neerlandesa fue un enfrentamiento épico contra los españoles; finalmente la venció el norte con la Paz de Westfalia en 1648, pero España mantuvo el control en el sur.[5]
Así nació la República Neerlandesa, una nación de hablantes neerlandeses con una mayoría protestante, muchos católicos, y miles de judíos y una por aquel tiempo extraña política de tolerancia. Los Países Bajos se beneficiaron del declive de Amberes y la llegada masiva de los refugiados protestantes.[6]
Durante la Revuelta el comercio floreció y las Provincias Unidas prosperaron. Ámsterdam se convirtió en el mayor centro de comercio del norte de Europa. En el Siglo de oro neerlandés, que tuvo su cenit alrededor de 1667, hubo un notable florecimiento en el comercio, la industria (especialmente la marinera) y las artes (especialmente la pintura y las ciencias). Usando su poder naval y su extensa flota comercial, la provincia de Holanda creó un Imperio neerlandés universal, una potencia marítima con un alcance comercial, imperial y colonial que se extendió hasta Asia, África, y América. El comercio de esclavos era especialmente rentable.[6]
A mediados del siglo XIX comenzó su declive debido a varios factores económicos. La población era pequeña –menos de dos millones de habitantes–. El sistema político del país era dominado por regentes ricos y (algunas veces) por estatúderes extraídos de la Casa de Orange. Finalmente, Ámsterdam perdió su liderazgo como ciudad más importante del norte de Europa frente a Londres. En 1784 una guerra contra Gran Bretaña terminó desastrosamente para la nación. Hubo un creciente descontento y un conflicto entre los orangistas y los patriotas inspirado en la Revolución francesa, y luego un conflicto contra la propia Francia. Una República de Batavia profrancesa se estableció, y con la consolidación del poder francés bajo el mandato de Napoleón, los Países Bajos se convirtieron gradualmente en un estado satélite de Francia, que culminó en el Reino de Holanda, para pasar a ser simplemente una provincia imperial.[6]
Tras la batalla de Leipzig y el posterior colapso del Imperio francés en 1813, los Países Bajos fueron restaurados como un "principado soberano", proporcionando la Casa de Orange un monarca. La Conferencia de Viena en 1815 confirmó esta autoridad mediante la creación del Reino Unido de los Países Bajos. El rey Guillermo I también obtuvo dominio sobre Bélgica. Pero el abismo cultural entre el norte y el sur del país era demasiado grande. Bélgica se rebeló en 1830, y las potencias europeas reconocieron su independencia. Después de un período conservador al principio, surgieron fuertes sentimientos liberales, convirtiendo al país en una democracia parlamentaria mediante la Constitución neerlandesa de 1848, con un monarca constitucional. La industrialización y la urbanización hicieron de los Países Bajos una nación próspera, con un gran imperio.[6]
Los Países Bajos fueron neutrales durante la Primera Guerra Mundial, y los años 1920 y los 1930 fueron años tranquilos. El 10 de mayo de 1940 la Alemania nazi invadió el país, y tras destruir Róterdam, la ocuparon. Alrededor de 100 000 judíos neerlandeses fueron asesinados en el Holocausto y otros grupos étnicos sufrieron también grandes pérdidas demográficas. El 5 de mayo de 1945, la guerra terminó tras la liberación, en su mayor parte, por las fuerzas canadienses. Los años de la posguerra fueron época de penurias debido a los desastres naturales y la emigración masiva, que fue seguida por una reconstrucción con programas de obras públicas a gran escala (especialmente el Plan Delta), la recuperación económica, la integración europea, y la introducción gradual de un estado de bienestar. También hubo un conflicto con Indonesia, que terminó con la retirada neerlandesa por completo de sus antiguas colonias en 1961. Además Surinam declaró su independencia en 1975. Mucha gente de Indonesia y Surinam, y más adelante de otras naciones, se trasladó a los Países Bajos, lo que dio lugar a la transformación del país en una sociedad multicultural.[7]
La segunda mitad del siglo XX fue marcada por una paz y prosperidad relativas. En el siglo XXI, los Países Bajos se han convertido en un país moderno y dinámico con una economía exitosa (la 16.º más grande en 2010) y orientada hacia el mercado internacional, y con una alta calidad de vida.[8]