Fantasmas en las religiones mesopotámicas
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Los fantasmas en las religiones mesopotámicas son los fantasmas o espíritus merodeadores de las religiones de Sumeria, Babilonia, Asiria y otros estados tempranos de Mesopotamia. Existen muchas referencias en la literatura antigua y las huellas de estas creencias han sobrevivido en las posteriores religiones abrahámicas que llegaron a dominar la región.[1]
Este concepto de fantasmas o espectros merodeadores en las religiones del Antiguo Oriente Próximo es comparable a las sombras de los fallecidos en el Inframundo de la mitología de la Antigüedad clásica. Las sombras o espíritus de los fallecidos eran conocidos como gidim (GIDIM) en sumerio y como eṭemmu en acadio. La palabra sumeria puede analizarse como compuesta por gig "estar enfermo" y dim3 "demonio" o por gi6 "negro" y dim4 "acercarse".[2]
Estos seres sobrenaturales estaban considerados en las creencias religiosas mesopotámicas, similares a los demonios, con capacidades sobrehumanas análogas a las de los dioses, como su inteligencia, poder o inmortalidad, pero sin llegar a su nivel. Aunque no han aparecido en las listas mesopotámicas de dioses, se les clasificaba como divinos, pues llevaban a veces delante de su nombre el signo de la estrella cuneiforme como "clasificador" de divinidad.[3]
Se creía que los gidim o etemmu se creaban en el momento de la muerte, tomando la memoria y la personalidad de la persona fallecida. Viajaban al inframundo, al Irkalla, en donde se les clasificaba y les asignaba una posición, llevando una existencia, similar en algunos aspectos, a la de los vivos. Se esperaba que los familiares de los muertos hiciesen ofrendas de comida y bebida a los fallecidos para aliviar sus condiciones. Si no lo hacían así, los fantasmas podrían infligirles desgracias y enfermedades en su vida.
Si pertenecían a personas fallecidas por muerte violenta o habían tenido un rito funerario deficiente, los fantasmas se remontaban del inframundo y podían causarles también tormentos, desgracias o enfermedades. Se podían introducir por el oído y podían causar trastornos mentales. Para luchar contra estos efectos, se recurría a la "mano de espectro" (qat etemmi) para los rituales y prácticas mágicas. No se recomendaba evocar a los etemmu para practicar la nigromancia, ya que a menudo se volvían contra los que les llamaban.
En Babilonia, el fantasma más temible era el de una mujer que hubiese muerto durante el parto. Era compadecido y temido, pues su pena le había enloquecido, estando condenado a llorar en la oscuridad, aferrándose su impureza como un veneno.[4]
Las prácticas curativas tradicionales atribuían una gran variedad de enfermedades por la acción de los fantasmas, mientras que otras, eran causadas por los dioses o los demonios.[5]