El tema de la brujería en Goya tuvo un importante desarrollo. Además de los seis cuadros de brujerías que pintó a finales del sigloXVIII para el gabinete de la duquesa de Osuna —entre los que destaca el famoso El aquelarre—, el pintor españolFrancisco de Goya trató el tema en dos momentos: en la serie de grabados titulada Los Caprichos (su primera edición data de 1799 pero fue retirada enseguida porque Goya fue denunciado a la Inquisición española, debido a su patente hostilidad hacia el tribunal, como lo muestra el último grabado que se titula Ya es hora, que, según el antropólogo español Julio Caro Baroja, "parece una alusión a la hora en que inquisidores y frailes dejen de actuar en el país"). También en las Pinturas Negras: cinco de ellas aluden a la creencia en brujas: la 755, conventículo campestre; la 756, dos brujas volando; la 757, cuatro brujas por los aires; la 761, aquelarre; y la 762, bruja comiendo con su familia.[1]
Desde su llegada a Madrid en 1774, Goya se relacionó con el grupo de ilustrados de la "villa y corte" y compartió plenamente sus ideas renovadoras. Entabló una gran amistad con Leandro Fernández de Moratín, quien en la última década del sigloXVIII empezó a preparar la edición crítica de la relación del proceso de las brujas de Zugarramurdi. Según el antropólogo español Carmelo Lisón Tolosana, esa obra —que acabó publicándose en Logroño en 1811— ejerció una enorme influencia en la visión de la brujería que Goya plasmó en sus cuadros y grabados, con la finalidad de "desterrar vulgaridades perjudiciales". Así, Goya "traduce al óleo y aguafuerte la satirización de brujas que sus contertulios vierten en libros, almanaques y comedias", afirma Carmelo Lisón.[2]
Julio Caro Baroja también ha destacado la influencia que seguramente tuvo en Goya la edición crítica que hizo su amigo Moratín del proceso de Logroño, pero según este historiador y antropólogo vasco, "Goya dio un paso más adelante que Moratín", ya que "intuyó algo que hoy día vemos claro, a saber: que el problema de la Brujería no se aclara a la luz de puros análisis racionalistas... sino que hay que analizar seriamente los oscuros estados de conciencia de brujos y embrujados para llegar más allá". Así, Goya "nos dejó unas imágenes de tal fuerza que en vez de producir risa nos producen terror, pánico".[3]
Los cuadros para el gabinete de la duquesa de Osuna
El hechizado por la fuerza de Francisco de Goya (National Gallery). "La pintura representa el momento en que el personaje central, vestido de negro, se encuentra en la habitación de una bruja; sostiene, aterrorizado, una alcuza con la que está vertiendo aceite sobre una lámpara cuya luz ilumina el cuadro; con la mano izquierda se tapa la boca para que no le entre el diablo que, con cabeza de macho cabrío, sostiene la lámpara que el actor principal mantiene a la distancia que le permiten la largura del brazo y el movimiento distanciador corporal. Llena la lámpara porque cree que morirá tan pronto se consuma el aceite. Al fondo, en negro, se ven tres cabezas de asnos apoyados sobre las patas traseras y en el ángulo de la derecha, en primer plano puede leerse en un libro el principio de dos líneas: LAM DESCO que reproducen los versos Lámpara descomunal/ Cuyo reflejo civil/ Me va á moco de candil/ Chupando el óleo vital de la comedia El hechizado por fuerza de Antonio de Zamora, representado con frecuencia en tiempo de Goya. En ella y entre cadenas, grutas, mujeres con velos y hachas negras, gracia hilarante y desparpajo popular se caricaturiza la vanidad y simpleza de las creencias vulgares y se satiriza con fuerza a un ignorante clérigo tacaño, amigo de la mesa, tan dado a la superstición como a la beatería. La organización espacial del cuadro, las sombras y gestos del personaje dan la impresión, según repiten los expertos, de que Goya quiso pintar una escena teatral, escena que reproduce hasta los asnos que aparecen en los versos de la comedia".[5]
El Aquelarre, de Francisco Goya (Museo Lázaro Galdiano, Madrid). El "cuadro queda dominado por la figura de un gran buco bobalicón y cornudo, que bajo la luz de la luna avanza sus patas delanteras en gesto tranquilo y mirada ambigua para recibir de dos brujas la ofrenda de niños que tanto le agradan... Ello evoca la descripción recogida por Mongastón [del proceso de las Brujas de Zugarramurdi de 1610] que refiere cómo dos hermanas, María Presona y María Joanato, mataron a sus hijos "por dar contento al demonio" que recibió "agradecido" el ofrecimiento... [También] vemos a media docena de niños, varios de ellos ya chupados, esqueléticos y a otros colgados de un palo".[6]
Alrededor de una cuarta parte de la colección de grabados de Los Caprichos está dedicada a la brujería, "cuyos subtítulos reproducen a veces lemas de los ilustrados o condensaciones populares recogidas por aquéllos". "Goya pretende en sus Caprichos levantar la voz de la razón —idioma que espera todos entiendan— para exponer la miseria de la credulidad y desterrar la crasa ignorancia de la mente humana esclava del instinto, del interés del egoísmo". Por eso para Goya, como para Moratín y el resto de ilustrados, "la brujería es vieja, fea, celestinesca, repugnante e hipócrita. En las caras brujeriles violentamente retorcidas, en sus repulsivas y desgarradas muecas, en sus deformes bocas abiertas y expresiones infrahumanas adivinamos al agente de Satán", afirma Carmelo Lisón.[7]