Amor a los enemigos
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El amor a los enemigos como extensión del amor al prójimo destaca entre las exigencias más novedosas y graves presentadas por el cristianismo desde sus inicios.[1][2][3] El Evangelio de Mateo (5, 38-48) y el de Lucas (6, 27-36) ponen esta enseñanza en labios de Jesús de Nazaret.
Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Pues si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa váis a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles?[lower-alpha 1]Evangelio de Mateo 5, 43-47
Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen.[lower-alpha 2]Evangelio de Lucas 6, 27-28
Además, aparecen alusiones a la exigencia de amar a los enemigos en tres de las cartas auténticas de Pablo de Tarso: en orden cronológico, la Primera epístola a los tesalonicenses (5,15), la Primera epístola a los corintios (4,12), y la Epístola a los romanos (12,14.17.20),[4] como así también en la Didaché (1, 3),[5] el escrito de los Padres apostólicos probablemente más antiguo.
El precepto del amor a los enemigos fue valorado casi de forma unánime por las principales corrientes del cristianismo primitivo y por los Padres de la Iglesia como una enseñanza fundamental,[6] y los estudiosos actuales lo consideran como auténtico del Jesús histórico,[7][8][9][10][11] y característico de él: «amor a los enemigos, extranjeros y desclasados como cima del mandamiento del amor».[7]
En varias civilizaciones, religiones y corrientes filosóficas se verificó la existencia de consejos o enseñanzas tendientes al trato benevolente de los enemigos.[12][13][14] Sin embargo, la radicalidad de las palabras de Jesús de Nazaret —quien otorga al amor a los enemigos el carácter de mandato—, sumada al perdón y excusa de sus propios enemigos durante su crucifixión, distinguen su mensaje de todas las concepciones anteriores.[1][15]