Nasreddin o Nasrudín, es un personaje mítico de la tradición popular sufí que se supone que vivió en la península de Anatolia en una época indeterminada entre los siglos XIII y XV.
NOTA: Salvo en los casos que cuentan con referencia en español, la traducción de las citas incluidas en esta sección es propia del usuario que las aporta.
«—Bueno, Nasrudín. Sé que has perdido a tu único burro. La vida puede ser difícil sin él. Pero no estés tan triste hermano. —¿Parezco triste? —"Sí, muy triste... Mucho más triste que cuando murió tu esposa". [...] —“Es que entonces todos vosotros me animábais diciendo “No estés tan triste, hermano Nasrudín. Te conseguiremos una nueva esposa”. Pero ahora, ya ves, nadie me ofrece un burro para reemplazar el que perdí» . [1]
Cuando Nasrudín quiso casarse, pensó en una joven que conocía. Ella prefirió a otro hombre con el que se casó. Algunos años más tarde, aquel hombre murió de enfermedad. Nasrudín fue entonces a ver a la viuda para darle el pésame y le dijo: —“Me alegro de que te casaras con él. Podía haber sido yo el que enterraban hoy”.[2]
[habla la esposa de Nesretten Hoca]: «En nuestra sociedad, nos tratan como si las mujeres no tuvieran nombre propio; tú siempre eres la esposa de Fulano de tal. Le mencioné esto a mi esposo una vez y, créanme, no lo hice para culpar o regañar a nadie. Estaba profundamente conmovido y entristecido. Me dijo: “Tienes razón, querida esposa. De ahora en adelante, siempre que me pregunten cómo me llamo, diré: Soy el esposo de la esposa de Nasrettin Hoca”».[3]
«Mulá Nasrudín había perdido su anillo en la sala de estar. Lo buscó un rato, pero como no pudo encontrarlo, salió al patio y empezó a buscar allí. Su esposa, que vio lo que estaba haciendo, le preguntó: —“Mulá, perdiste tu anillo en la habitación, ¿por qué lo buscas en el patio?” Nasrudín se acarició la barba y contestó: —“La habitación está demasiado oscura y no veo muy bien. Salí al patio a buscar mi anillo porque aquí afuera hay mucha más luz”».[4]
—“Mulá, ¿me puedes prestar tu burro?” —“Lo siento, pero ya lo he prestado.” Pero así como terminó su frase, se oyó al burro rebuznar. El sonido provenía del establo de Nasrudín. —“¡Pero Mulá, puedo oír al burro ahí adentro!” Nasrudín cerró la puerta en la cara del hombre y dijo con dignidad: “Un hombre que cree en la palabra de un burro antes que en la mía no merece que le presten nada”. [5]
Nasrudín solía llevar su asno a través de la frontera todos los días, con las alforjas cargadas de paja. Cuando regresaba a casa todas las noches, los guardias fronterizos lo registraban una y otra vez. Registraban su persona, removían la paja, la remojaban en agua, incluso la quemaban de vez en cuando. [...] Uno de los aduaneros se lo encontró años después. —“Puedes decírmelo ahora, Nasrudín... ¿Qué fue lo que estabas contrabandeando, que nunca pudimos encontrarlo?” —“Burros”.[6]
«—“Nasrudín, tu burro se ha perdido”. —“Gracias a Dios que no estaba en el burro en ese momento, o yo también estaría perdido”».[7]
Versión similar: «Una noche Nasrudín lavó su ropa y la puso a secar en el jardín. A la mañana siguiente, al ver que la ropa había desaparecido, Nasrudín se arrodilló en el suelo y le dio las gracias a Dios con gran efusión. Sin embargo, su mujer, sorprendida, le reprendió: —“¿Te roban la ropa y le das las gracias a Dios?”. —“Pero, desdichada, no ves que yo podría haber estado dentro?”».[8]
Un amigo le dijo a Nasrudín: —“Dame un anillo. Y cada vez que lo mire, pensaré en tí”. —“No te daré ningún anillo”, respondió Nasrudín. “Así, cada vez que mires tu dedo desnudo, pensarás en mi”.[9]
Un día se debatía en presencia de Nasrudín el eterno tema de la juventud y la vejez, insistiéndose en las debilidades que progresivamente asaltan a quien se hace viejo. Mulá Nasrudín mostró así su desacuerdo: —“En el patio de mi casa hay una gran piedra. Cuando era joven no podía levantarla. Hoy sigo sin poder hacerlo. Es evidente que no me he debilitado con la edad”.[10]
Uno de sus vecinos encontró a Nasrudín esparciendo migas por toda su casa. —“¿Por qué haces eso?” —“Estoy manteniendo alejados a los tigres”, respondió Nasrudín. —“Pero no hay tigres por aquí”, dijo el vecino. —“Ajá. ¿Ves lo bien que funciona?”[11][12]
-Yo puedo ver en la oscuridad -se jactaba cierta vez Nasrudín en la casa de té.
-Si es así, ¿por qué algunas noches lo hemos visto llevando una lámpara por las calles?
-Es solo para que los otros no tropiecen conmigo.
↑ Sugeng Hariyanto. Nasreddin, A Man Who Never Gives Up (1998), ISBN 9789796721597, página 13.