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A la muerte de Fernando VII en 1833, el poder pasó a su viuda la reina María Cristina, nombrada reina gobernadora durante la minoría de edad de su hija Isabel II, que había subido al trono gracias al cambio en la ley sucesoria promulgado por su padre en 1830, poco antes de su nacimiento. El infante don Carlos, hermano del difunto soberano y desplazado en la línea de sucesión por esta modificación, se proclamó rey desde su exilio en Portugal, donde se encontraba por haberse negado a reconocer a su sobrina como legítima heredera. Estalló así la Primera Guerra Carlista, pero detrás del conflicto dinástico se escondía la pugna entre liberalismo y absolutismo: en torno a don Carlos se aglutinaron las fuerzas sociales reaccionarias, defensoras de la continuidad del Antiguo Régimen y de la integridad de sus instituciones, mientras que los cristinos propugnaban un reformismo tendente, en mayor o menor medida, a la construcción de un Estado liberal.
La nobleza, por tanto, tuvo que sentirse atraída por el carlismo, paladín de un sistema favorable a sus intereses frente a la amenaza del constitucionalismo liberal al régimen señorial, mayorazgos y vinculaciones, que eran la base de su riqueza y garantía de continuidad de su preeminencia económica y social.[1] Ahora bien, abrazar abiertamente la causa suponía enfrentarse a un Estado constituido para unirse a una insurrección rebelde, arriesgando la posición hasta el punto de poder ser privado de las posesiones, como había ocurrido al infante don Sebastián y al duque de Granada, cuyos bienes se incautaron tras incorporarse al ejército del pretendiente.[2][3] Por ello, muchos de los aristócratas simpatizantes del carlismo mantuvieron una actitud expectante, aguardando al desarrollo de los acontecimientos para decantarse por un bando u otro.[4] De esta suerte, en un informe confidencial elaborado por el gobierno cristino en 1838, comprobamos que se tenían sospechas de la tendencias carlistas de aristócratas tan señalados como los duques de Medinaceli, Villahermosa e Híjar o el conde de Corres, todos titulares de altos cargos cortesanos.[5]
El marqués de Villafranca, de firmes convicciones tradicionalistas, se inclinó de una manera más decidida por don Carlos, y en enero de 1834 entregó a un agente carlista en Nápoles instrucciones a sus administradores en España para que pusiesen a su disposición las rentas en dinero y especie de sus estados del Bierzo y Matilla de Arzón.[7] Además, remitió al pretendiente más de tres millones de reales,[7] por lo que fue probablemente el más generoso contribuyente privado a la causa.[8] Este entusiasmo pudo deberse al enardecido ambiente procarlista de la corte napolitana, que se había negado a reconocer a Isabel II y tejía una red de apoyo al carlismo con las demás naciones absolutistas, Austria, Rusia, Prusia, Cerdeña y Holanda, firmes en su política de contención del liberalismo. De hecho, el padrastro del marqués, el general Toledo, que vivía también en Nápoles, se había declarado públicamente a favor de don Carlos y actuaba como su representante ante el rey Fernando II.[9] Villafranca, de momento, mantenía oculto su apoyo al carlismo, una actitud que justificaba por razones prácticas:
Al saber de la llegada de V.M. a Navarra, hubiera volado el que expone a ponerse a su lado; pero considerando que no podía ofrecer más que su brazo y su buena voluntad, y que no verificándolo podía ayudar y cooperar más a sostener la justa causa con los medios que le ha dado su nacimiento, adoptó éste, y se lisonjea merezca la aprobación de S.M.
El gobierno cristino, que presidía entonces Martínez de la Rosa, era consciente de las ventajas de su posición como poder establecido y llevó a cabo hábiles políticas de atracción de la nobleza cortesana.[4] La más significativa fue la creación del Estamento de Próceres, una cámara alta de carácter aristocrático dentro del sistema de Cortes bicamerales establecido por el Estatuto Real, el texto constitucional que promulgó el gobierno en 1834. En el Estamento, inspirado en la Cámara de los Lores británica y la de los Pares en Francia, tenían cabida todos los grandes de España, a título hereditario, y una representación del resto de títulos del Reino, la jerarquía eclesiástica y otras élites sociales. En junio de 1834, Villafranca recibió su nombramiento de prócer del Reino nato, que le correspondía como Grande, y al igual que otros nobles carlistas que no respondieron al llamamiento o presentaron excusas, el marqués contestó que los asuntos que le retenían en Nápoles le impedirían tomar posesión de su escaño y ejercer sus funciones parlamentarias, pero lo hizo a través de su administrador, un marcado desaire al gobierno.[11][6]
1. Hablar generico sobre la nobleza y por que es atractivo el carlismo. 2. Poder establecido intenta captar a la nobleza como habia hecho FVII: Estamento de Proceres. Lo que hace Villafranca.. Frente actitud expectante de los nobles... da pasta. y escribe al pretendiente. Quizas es por estar en Napoles. 3. Todo tan obvio que le embargan bienes españoles, queda con dinero napolitano.. va al cuartel real, alli solo sirven dos grandes. Y granada en ejercito. Romana, cuñado de Orgaz y de Villafranca, se declarara mas tarde a favor de pretendiente y actuará de agente diplomático. De todos, es el de mas alcurnia y el unico de las familias de la primera grandeza que se ha comprometido.
conde de Altamira y duque de Osuna, principe Lichnowsky critico doble juego, esta actitud uso español de «vivir con todos»[12]
Sus acciones a favor del pretendiente debieron volverse más decididas, pues en 1836, el gobierno decretó el embargo de todos sus bienes en España en 1836, ... Talv vez de ecnotnrarse en la corte de Napoles, partidaria del pretendiente se nego a reconocer a Isabel II,, De hecho su padrastro, el general Toledo, r ... trunco su puesto por el de representante de don Carlos ante el rey Fernando I. Unirse a la insurrección, --- unio al cuartel real cargo de gentilhombre. Alli estaban el marques de Monesterio y el conde de Orgaz, tambien grandes, sirviendo de gentilhombres, y el duque de Granada que batallaba en el frente... , Villafranca fue el pertenecía a familias de la primera grandeza[13][14].. simpatias carlistas, no las ejercieron
En los primeros meses de 1837, los carlistas decidieron cambiar de estrategia tras el frustrado intento de tomar Bilbao y ante la urgencia de liberar al territorio vasco-navarro de la presión fiscal que soportaba para sostener su ejército y hacienda. Siguiendo un viejo plan de Zumalacárregui, se congregó la llamada Expedición Real, una fuerza de más de diez mil hombres, encabezada por el propio pretendiente, que pretendía sublevar a sus partidarios en territorio isabelino y, uniéndose a los grupos armados carlistas de Cataluña y el Maestrazgo, tomar Madrid.[15][16] Además, parecía contarse con la colaboración de la reina María Cristina, que había hecho llegar proposiciones transaccionistas a don Carlos después de los sucesos de 1836 que le obligaron a reimplantar la constitución de Cádiz y nombrar un gobierno progresista.[15] De este modo, el 15 de mayo, Villafranca salió de Estella en las filas de la expedición, pues con los otros Grandes debía seguir desempeñando sus funciones de gentilhombre durante la campaña,[17] y el día 17 acompañó a don Carlos en el paso del Arga, el momento a partir del cual se adentraban en territorio enemigo.[18]
A finales de junio, una vez la expedición había cruzado el Ebro, don Carlos lanzó una ofensiva diplomática enviando emisarios a las cortes de las potencias afines para informar del avance victorioso de la campaña y solicitar su reconocimiento formal como rey de España. Se creía que este acto de apoyo explícito a su causa supondría un golpe de efecto definitivo en la contienda y neutralizaría la activa implicación de Inglaterra y Francia a favor del bando isabelino. Así, el marqués de Monesterio partió en misión a La Haya, Viena y Berlín, el conde de Orgaz a las cortes italianas, y el marqués de Villafranca a Rusia, donde debía quedar como embajador permanente ante el zar Nicolás I.[19][20][nota 1] Villafranca dejó el cuartel real en Cherta con dirección a San Petersburgo, pasando por París donde había de entrevistarse con el marqués de Labrador, jefe de la diplomacia carlista y representante de la causa en la capital francesa, que le instruiría sobre las interioridades de la política rusa.[24]
Hasta entonces, el gobierno ruso había mostrado bastante indiferencia hacia don Carlos y si no reconoció a Isabel II fue por su política de actuar de acuerdo con las otras potencias absolutistas, Austria y Prusia.[25] De las tres naciones, Austria era la que más decididamente apoyaba a los carlistas, en gran medida debido a la convicción personal del canciller Metternich de la legitimidad de su causa y a la sintonía que con él tenía el conde de Alcudia, representante de don Carlos en Viena. A finales de 1835, los tres soberanos se habían reunido en Toeplitz para trazar un plan de actuación conjunto en la guerra española, y decidieron limitarse a prestar apoyo diplomático y financiero a los carlistas, sin reconocer oficialmente al pretendiente, ante la negativa de éste a aceptar un programa político moderado y para evitar un conflicto abierto con Francia e Inglaterra.[26][27] Ahora, en cambio, la coyuntura política era mucho más favorable, pues los sucesos de 1836 en España despertaron en las potencias del Norte el temor a un contagio de la revolución liberal en sus territorios, como había ocurrido en 1820 tras el pronunciamiento de Riego.[28] Desde Rusia, las fuentes carlistas informan del profundo cambio de actitud del zar, que «habla de nuestra causa cual pudiéramos hacerlo nosotros»,[29] un panorama inmejorable para la misión de Villafranca.[30]
Sin embargo, cuando la expedición real llegó a las puertas Madrid, la ciudad no capituló como esperaban los carlistas y don Carlos decidió no atacarla por la proximidad de un gran ejército liberal comandado por Espartero. Se dirigió en vez al norte de la provincia buscando un campo de batalla favorable, pero fue sorprendido y derrotado por las tropas isabelinas.[32][33][16] Este fracaso acabó con la euforia inicial del viaje, y a su llegada a San Petersburgo en agosto, Villafranca no encontró el recibimiento esperado por parte del gobierno ruso. Se le dio un trato que consideró indigno en la frontera[30] y cuando se reunió el vicecanciller Nesselrode, le hizo saber lo incómodo de su presencia allí[34] y puso grandes dificultades a su audiencia con el zar, que quedó pospuesta sine die.
La alta sociedad rusa, en cambio, dio una gran acogida al marqués, y según las comunicaciones diplomáticas los Villafranca frecuentaban los círculos más elitistas de la capital.[30]El 18 de agosto, el príncipe Enrique de Hohenlohe escribe al rey de Wurtemberg, a quien representa en San Petersburgo, dándole noticias de la fiesta que ofreció a su sobrino el príncipe Federico, de viaje en Rusia. Entre los invitados, además de algunos miembros de la familia imperial como los grandes duques Miguel y Elena o el duque Pedro de Oldemburgo, «se encontraba también el marqués de Villafranca, duque de Medina Sidonia y Fernandina, que ha venido a Rusia, según me aseguran, a negociar subsidios para don Carlos de España. Dicen que es portador de una carta de este príncipe para su majestad el emperador».[35] En otra de esas reuniones mundanas, el marqués conoció a George Dallas, entonces ministro norteamericano en Rusia, que anotó en su diario sus impresiones sobre el representante carlista:
Después de que nos presentaran, tuve una larga e interesante conversación con el marqués de Villafranca. Es el representante de don Carlos, el pretendiente español, y no parece incapaz. De alrededor de cuarenta años de edad, extermidades curvas, pelo y ojos negro azabache, bigote espeso y tez morena, es un Grande de aspecto joven pero severo. Anterioremente, ha ocupado distintos puestos en Nápoles y Viena representando a su país, del que lleva más de ocho años ausente. Discreto y sin pretensiones, parece bastante consciente de la peculiaridad de su situación aquí.
Pronto mejoró su situación, pues las presiones del embajador austriaco lograron una mayor deferencia del gobierno con Villafranca, en particular atendiendo a su elevada posición y a su calidad de grande de España. La condesa Nesselrode, esposa del vicecanciller, organizó una baile su honor, en palabras del marqués, «para reparar la mala impresión que me causó la frialdad con que fui recibido»,[30] pero su entrevista con el emperador continuó posponiéndose bajo distintos pretextos. Primero porque el soberano debía marchar de maniobras,[37] luego por la cuestión protocolaria del tratamiento de don Carlos, alteza o majestad, y últimamente porque se le quería recibir como súbdito napolitano, dadas sus numerosas propiedades y títulos en ese reino.[31] Por fin en diciembre, el marqués logró presentarse ante Nicolás I y entregarle la misiva de don Carlos que le acreditaba como su representante y solicitaba su reconocimiento como rey de Esapaña. Tras la reunión, Villafranca informó a la secretaría de Estado carlista que dudaba se diese ningún paso en favor del reconocimiento, a pesar de las grandes atenciones que desplegó el zar y el vivo interés que demostró por los hechos belicos de la contienda.[31] En su opinión, la única posibilidad de que Rusia cambiase su postura era que las gestiones de Alcudia en Austria tuviesen éxito, ya que «la conducta de este gobierno se arreglará siempre a la del de Viena, aunque con mayor frialdad».[38]
De todos modos, las circunstancias habían empeorado, con las noticias del regreso de la expedición real a territorio vasco, espoleada por el ejército isabelino, y el estallido de las primeras divisiones internas, como el procesamiento de los generales Zaratiegui y Elío por su actuación durante la campaña. Ante este panorama, el reconocimiento dejó de ser una prioridad para los carlistas frente a la acuciante necesidad de ayuda económica.[37] La secretaría de Estado carlista cifró el montante del subsidio en doce millones de francos,[39] y Villafranca recibió instrucciones para que centrase su actividad en lograr que el gobierno ruso accediese a aportar su parte.[nota 2] Además, se envió al barón de los Valles en misión extraordinaria a San Petersburgo para impulsar la colaboración rusa.[37] La fama de aventurero que precedía a este personaje causó embarazo al marqués,[31] que no obstante se encargó de allanarle el camino en la corte, de modo que poco después de su llegada en enero de 1838, el barón pudo reunirse con Nesselrode, el día 28, y con el propio zar, el 30.[40] Ante ellos, el barón sostuvo la teoría carlista de la falta de medios económicos como la principal causa del fracaso de la expedición real, e insistió en la urgencia del envío de fondos para poder acabar la guerra.[40]
El barón quedó encantado con las buenas palabras y el trato del zar, y aunque no obtuvo una respuesta concreta sino vaguedades, escribió a la secretaría de Estado carlista dando grandes esperanzas de colaboración rusa. Villafranca no era tan optimista, consciente de la superficialidad de las formas y la doblez del gobierno, pues si bien se tenían con él grandes consideraciones -el embajador sardo señala que «el emperador y la familia imperial tratan al matrimonio Villafranca con especial amabilidad, incluso en público»-,[42] al mismo tiempo se vetaba su nombre en la prensa para evitar compromisos con Inglaterra.[38] Cuando en marzo las potencias del Norte aportaron una nueva remesa de nueve millones de francos,[39] el barón de los Valles trató de arrogarse el éxito de la participación de Rusia, pero en realidad todo había sido organizado vía Viena en noviembre, en un acuerdo auspiciado por Metternich en connivencia con Alcudia.[38]
Tras este envío de fondos, las potencias quisieron fiscalizar su gestión y enviaron al conde Plettemberg a España para que la evaluase en el terreno.[38] Su viaje coincidió con el fracaso de la expedición del conde de Negri, que confirmaba el confinamiento de los carlistas en el territorio vasco-navarro, el cual, exhausto de sostener el ejército del pretendiente y arruinado por el bloqueo comercial del enemigo, era escenario de las primeras sublevaciones contra el dominio carlista, como la de Muñagorri en Guipúzcoa. Estos incidentes tuvieron gran repercusión internacional y agravaron el descrédito de la causa entre las naciones afines. Desde Rusia, Villafranca transmite la mala impresión generalizada del avance de la guerra y sus dudas sobre la continuidad de la ayuda económica: «dicen generalmente que falta a S.M. un buen general, temen que los fondos sean inútiles por ese motivo y que, continuando, es fuerza que se pidan más, algo que incomodaría aquí como en Austria y Prusia en las actuales circunstancias».[43] Efectivamente, a su regreso en junio, Plettemberg entregó un informe a los embajadores de las tres naciones en París en el que desaconsejaba encarecidamente seguir financiando a los carlistas.[39]
El gobierno ruso comenzó entonces a inclinarse hacia la idea de un pacto entre carlistas e isabelinos para acabar con la guerra, y se hicieron numerosas insinuaciones a Villafranca en este sentido.[39] También se mostraba gran preocupación por el carácter bárbaro que estaba tomando la contienda, y en diciembre el propio zar recalcó al marqués la necesidad de evitar atrocidades innecesarias, en particular el cruel sistema de represalias del general Cabrera.[44][45] Este desvelo por los horrores de la guerra era fruto de una campaña propagandística del Foreign Office británico, con gran repercusión en una Rusia en pleno acercamiento diplomático a Inglaterra.[44][34][nota 3] Además, la evolución de los hechos bélicos en España, claramente favorable a los liberales, hacía cada vez más complicaba la posición de Villafranca en San Petersburgo.
En febrero de 1839, el general Maroto fusiló en Estella a varios jefes de la facción integrista. Don Carlos, instigado por su confidente y secretario de Estado Arias Teijeiro, miembro de dicha facción, desautorizó públicamente a Maroto y lo declaró traidor, pero acabó retractándose pocos días después, presionado por algunos de sus más importantes generales.[49] Este asunto causó un grave perjuicio a la imagen exterior del carlismo, pues quedaron expuestas sus profundas divisiones internas, antagónicas hasta a la beligerancia, y planteaba dudas sobre la capacidad del pretendiente, que había mostrado claros signos de debilidad.[44] Ahora al mando, Maroto impulsó el nombramiento de un nuevo equipo ministerial de tendencia moderada que lanzó una campaña diplomática solicitando nuevos subsidios a las potencias amigas. Esta vez, se aceptaban condiciones que los carlistas habían rechazado sistemáticamente: el control de la gestión de los fondos y la presencia en el gobierno de consejeros político-militares enviados por las cortes absolutistas.[50][26] Pero estas concesiones de poco servía ya, en mayo Nicolás I se negó a recibir a Villafranca, que debía entregarle una nueva carta de don Carlos, y Nesselrode le dejó claro que las potencias no continuarían financiando a los carlistas.[51][50] Así, en julio, se autorizó al marqués a abandonar Rusia, y partió a Sicilia donde debía atender asuntos de su patrimonio.[34]
Exilio en Bourges[52] Villafranca sigue a la corte emigrada, gentilhombre[53]
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