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El Sínodo de Milán o Concilio de Milán puede referirse a cualquiera de varios sínodos o concilios que tuvieron lugar en la antigua ciudad tardorromana de Mediolanum (donde actualmente se erige Milán) o en la ciudad medieval de Milán en el valle del Po, en el norte de Italia.
Entre los años 353 o 354, el obispo de Roma Liberio escribió: «Hace ocho años, los diputados eusebianos, Eudocio y Martirio (que llegaron a Occidente con la fórmula en griego: μακρόστικος), se rehusaron a anatematizar la doctrina arriana en Milán». El Sínodo de Milán al que se alude en este pasaje se sitúa alrededor del año 345, poco después del Concilio de Sárdica.[1]
San Maximino participó en este sínodo.[2]
El obispo Lucifer de Cagliari fue delegado por el obispo de Roma Liberio, junto con el sacerdote Pancracio y el diácono Hilario, para que solicitaran al emperador Constancio II que se convocara a un concilio, con el objeto de tratar las acusaciones dirigidas contra Atanasio de Alejandría y su condena previa. Tal concilio fue convocado en Milán en la recién erigida Basílica Nova (o Basílica Mayor). No obstante, el concilio no cumplió las expectativas Liberio debido al abrumador número de obispos arrianos y a la ausencia inicial forzada del defensor del Credo niceno, Eusebio de Vercelli. En el concilio, el obispo Lucifer defendió a Atanasio, obispo de Alejandría, en un lenguaje muy apasionado y agresivo, lo que brindó a los adversarios de Atanasio un pretexto para el resentimiento y la adicional agresión, provocando en cambio una nueva condena de este.
Inicialmente, Dionisio, obispo de Milán, parecía dispuesto a seguir a los arrianos en su condena a Atanasio, quien era acusado no de herejía sino de lesa majestad en contra del Emperador. Con la llegada de Eusebio la situación en el sínodo cambió, pues este solicitó una suscripción inmediata del Credo niceno por parte de los obispos. Los obispos Eusebio, Lucifer y Dionisio firmaron, pero Valente de Mursia, obispo arriano, destrozó violentamente el acto de fe. El emperador Constancio, no acostumbrado a que los obispos mostraran independencia, decidió trasladar el sínodo a su palacio y trató de muy mala manera a la embajada del obispo de Roma. Hilario el diácono fue azotado y exiliado junto con Pancracio, así como los dos obispos nicenos. El sínodo, gobernado ahora por los obispos arrianos de la corte de Constancio, terminó apoyando declaraciones arrianas.
Agustín escribió De bono coniugali (c. 401; lit. La bondad del matrimonio) contra lo que aún quedaba de la herejía de Joviniano. Menciona este error en el Libro ii. cap. 23, de Nuptiis et Conc (El matrimonio y la concupiscencia). De acuerdo con Agustín, Joviniano, quien unos años atrás intentó fundar una nueva herejía, afirmaba que los católicos preferían a los maniqueos porque, contrario a lo que Joviniano profesaba, preferían la santa virginidad al matrimonio. «Tal herejía surgió de un tal Joviniano, un monje, en nuestra propia época, cuando éramos aún jóvenes». Añade Agustín que pronto fue «derrotado y extinguido», alrededor el año 390 d. C., habiendo sido condenado primero en Roma y luego en Milán. Hay cartas del papa Siricio sobre el asunto dirigidas a la Iglesia de Milán, y sobrevive la respuesta que le envió el Sínodo de Milán, presidido por san Ambrosio. Jerónimo había refutado a Joviniano, pero se afirmaba que había intentado defender la excelencia del estado virginal, a costa de condenar el matrimonio.[3]
Según su novena homilía, san Máximo de Turín participó en un «sínodo de Milán» en 389 en el que Joviniano fue condenado.[4]
En 451, Máximo de Turín se encontró nuevamente en un sínodo en Milán en el que los obispos del norte de Italia aceptaron la célebre carta (epistola dogmatica) del papa León I el Magno, en la que se establecía la doctrina ortodoxa de la Encarnación contra las ideas nestorianas y eutiquianas . Entre los diecinueve suscriptores, Máximo fue el octavo, y en tanto que el orden estaba determinado por la edad, Máximo debía tener para entonces unos setenta años.[5]
Un sínodo tuvo lugar en Milán en 860 en el que se convocó a Ingiltrud, esposa del conde Bosón , a comparecer porque haber dejado a su marido por un amante. El papa Nicolás I ordenó a los obispos de los dominios de Carlos el Calvo que excomulgaran a Ingiltrud a menos que volviera con su marido. Como la mujer no se presentó a la citación, fue excomulgada.[6]
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