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denominación dada a Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla De Wikipedia, la enciclopedia libre
Reyes Católicos fue la denominación que recibieron los esposos Isabel I de Castilla (1451-1504) y Fernando II de Aragón (1452-1516), soberanos de la Corona de Castilla y de la Corona de Aragón, cuya unión dinástica marcó el inicio de la formación territorial de España. Asimismo, Isabel y Fernando fueron los primeros monarcas de Castilla y Aragón en ser llamados por algunos cronistas «reyes de España», aunque nunca se intitularon como tales, como relata Fernando del Pulgar en su Crónica de los Reyes Católicos («Platicase asimismo en el Consejo del Rey e de la Reyna como se debían intitular, y como quiera que los votos de algunos de su consejo eran que se intitulasen reyes e señores de España, pues sucediendo en aquellos reinos del rey de Aragón eran señores de toda la mayor parte de ella, pero determinaron de lo no hacer, e y titulándose en todas sus cartas de esta manera: "Don Fernando e doña Isabel, por la gracia de Dios, rey e Reyna de Castilla, de León, de Aragón, de Cecilia, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca,...»).[nota 1][1]
Isabel accedió al trono castellano en 1474 al autoproclamarse reina tras la muerte del rey Enrique IV de Castilla y con ello provocar una guerra de sucesión (1475-1479) contra los partidarios de la princesa Juana, apodada la Beltraneja, hija del rey Enrique. En 1479 Fernando heredó el trono de Aragón al morir su padre, el rey Juan II de Aragón. Isabel y Fernando reinaron juntos hasta la muerte de ella en 1504. Entonces Fernando quedó únicamente como rey de Aragón, pasando Castilla a su hija Juana y a su marido Felipe, archiduque de Austria. Sin embargo, Fernando no renunció a controlar Castilla y, tras morir Felipe en 1506 y ser declarada Juana incapaz, consiguió ser nombrado regente del reino hasta su muerte en 1516.
La historiografía española considera el reinado de los Reyes Católicos como la transición de la Edad Media a la Edad Moderna. Con su enlace matrimonial, uniéndose provisionalmente en la dinastía de los Trastámara las dos coronas, se originó la Monarquía Hispánica. Apoyados por las ciudades y la pequeña nobleza, establecieron una monarquía fuerte frente a las apetencias de poder de eclesiásticos y nobles. Con la conquista del Reino nazarí de Granada, del Reino de Navarra, de Canarias, de Melilla y de otras plazas africanas, consiguieron la unión territorial bajo una sola corona de la totalidad de los territorios que hoy forman España —exceptuando Ceuta y Olivenza, que entonces pertenecían a Portugal—. La unión se caracterizó por ser personal, es decir, que los distintos territorios, estados y señoríos españoles compartían monarca, aunque mantuvieron su soberanía, normas e instituciones propias, siendo formalmente independientes entre sí.
Los reyes establecieron una política exterior común marcada por los enlaces matrimoniales con varias familias reales de Europa que resultaron en la hegemonía de los Habsburgo durante los siglos XVI y XVII.
Por otra parte, la conquista de América, a partir de 1492, dio inicio al Imperio español y modificó profundamente la historia mundial.
La infanta Isabel, al nacer, no era la heredera del trono de Castilla, como tampoco lo era del trono de la Corona de Aragón su futuro esposo Fernando. Isabel era hija de Juan II de Castilla (y de su segunda esposa, Isabel de Portugal) pero el heredero era su hermanastro Enrique (hijo de María de Aragón, primera esposa de Juan II) que efectivamente sucedió a su padre cuando este murió en 1454. En cuanto a Fernando sólo se convirtió en heredero tras morir en 1461 su hermanastro Carlos de Viana (hijo de Blanca I de Navarra, primera esposa de Juan II de Aragón; Fernando era hijo de la segunda esposa, Juana Enríquez).[2]
Isabel vivió alejada de la corte, al igual que su hermano menor Alfonso (también hijo de Isabel de Portugal), hasta que en 1462 fueron llamados por el rey Enrique IV poco antes del nacimiento de Juana, hija de su segundo matrimonio con Juana de Portugal —precisamente Isabel fue la madrina del bautismo de esa niña—. Pero, poco después, en la primavera de 1465, el infante Alfonso reclamó sus derechos al trono, no reconociendo a Juana como heredera, y se rebeló contra Enrique IV contando con el apoyo de una parte de la nobleza castellana encabezada por Juan Pacheco, marqués de Villena, y por Alfonso Carrillo de Acuña, arzobispo de Toledo, y ello a pesar de que Enrique IV le había ofrecido en matrimonio a su hija Juana y reconocerlo como heredero. Alfonso fue proclamado rey por los nobles sublevados y cuando murió en el verano de 1468 estos le ofrecieron el trono a Isabel, que también se había sumado a la rebelión, pero se negó, limitándose a reclamar su condición de «princesa... legítima heredera», lo que suponía que no reconocía a Juana.[3]
El 19 de septiembre de 1468 se hizo público en Guisando el acuerdo que habían alcanzado Isabel y el rey Enrique IV. Allí el legado pontificio Antonio Jacobo de Véneris absolvió a todos los que hubieran prestado juramento a Juana como heredera, el rey reconoció no estar legítimamente casado con Juana de Portugal por lo que la hija de ambos no tenía ningún derecho al trono y al mismo tiempo comunicaba que Isabel era su heredera y ordenaba que se la jurase como tal.[4]
La concordia de los Toros de Guisando incluía que Isabel contrajera matrimonio. La nobleza intentó imponerle un esposo pero Isabel no aceptó esa mediatización y trató en secreto su matrimonio con su primo segundo Fernando, heredero del trono de la Corona de Aragón. Según Miguel Ángel Ladero Quesada, la opción de Fernando era «la única manera de contar con apoyo exterior sólido, el del muy experimentado rey aragonés, y con otro interior, pues permanecían vivas en Castilla antiguas fidelidades y recuerdos anudados en torno a los "Infantes de Aragón", de los que Juan II era único superviviente. La princesa, al mostrar su independencia, conseguía, también, la simpatía de los partidarios de una Corona fuerte... aunque corría el riesgo de que el rey considerase roto lo acordado en Guisando, ya que el matrimonio se trataba sin su consentimiento y permiso».[5]
El 7 de marzo de 1469 se firmaban en Cervera unas capitulaciones matrimoniales, según las cuales se garantizaba a Isabel el pleno y libre ejercicio de su futuro poder y la ayuda que necesitara para acceder al trono en su momento. Concretamente Isabel recibiría la dote correspondiente a las reinas de Aragón ―Borja y Magallón, en el reino de Aragón; Elche y Crevillente, en el reino de Valencia; Tarrasa, en el Principado de Cataluña; y la Cámara de la Reina, en Siracusa (reino de Sicilia)―, además de 100 000 florines de oro y 4000 lanzas «si los fechos de Castilla viniesen en rotura». Fuera de las capitulaciones también se le entregarían inmediatamente 20 000 florines y un collar de balajes, por valor de 40 000 ducados, que el rey Juan II, padre de Fernando, tenía empeñado en la ciudad de Valencia como garantía de la devolución de un préstamo que esta ciudad le había concedido seis meses antes.[6]
La boda tuvo lugar siete meses después, el 19 de octubre, en el palacio de los Vivero de Valladolid a donde acudió Fernando, de incógnito, bajo la protección de arzobispo de Toledo Carrillo, que fue quien aportó una bula papal de dispensa, al tratarse de un casamiento entre primos, pero que había falsificado con la connivencia del legado apostólico Veneris. La bula auténtica llegaría dos años después, en diciembre de 1471, expedida por el papa Sixto V.[7] [8][9][10]
Cuando Enrique IV tuvo conocimiento del matrimonio de Isabel con el heredero de la Corona de Aragón, un enlace que se había realizado sin su consentimiento, dudó sobre si invalidar el acuerdo de Guisando, pero finalmente en octubre de 1470 lo hizo presionado por el marqués de Villena —que ahora encabezaba la facción nobiliaria contraria a Isabel— y volvió a reconocer a su hija Juana, de ocho años de edad, como la heredera al trono de Castilla, y así fue jurada por una parte de la nobleza y por la diputación permanente de Cortes —siete procuradores de cinco ciudades—, todos ellos seguidores del marqués de Villena.[11] Por su parte Isabel se atuvo a lo pactado en Guisando y se negó a aceptar la validez de esa decisión del rey. Fue entonces cuando entre sus partidarios se dio credibilidad al rumor que circulaba de que Juana sólo era «hija de la reina», apodándola «la Beltraneja» (al atribuir la paternidad al noble Beltrán de la Cueva, hombre de confianza de Enrique IV).[12]
Progresivamente la nobleza castellana se fue decantando por Isabel —el apoyo de la casa de Mendoza, con el obispo y futuro cardenal Pedro González de Mendoza al frente, resultaría decisiva—. Según Ladero Quesada, «el viejo programa nobiliario del marqués de Villena —gobierno de la alta nobleza con "la menor cantidad de rey posible"— había demostrado suficientemente su fracaso y un resultado indeseable para muchos con nuevos desequilibrios entre los mismos nobles; la política de Pacheco, que monopolizaba la voluntad regia entonces, lo demostraba, al provocar un flujo continuo de mercedes a favor de sus seguidores —nobles o concejos— que destruía el mismo edificio del poder monárquico».[13]
El 4 de octubre de 1474 moría Pedro Pacheco, marqués de Villena, y el 11 de de diciembre fallecía el propio rey Enrique IV sin testar. Dos días después Isabel era proclamada en Segovia reina de Castilla. Al mes siguiente Isabel y Fernando firmaban la Concordia de Segovia en la que se regulaban los poderes de cada uno en el gobierno de Castilla, desarrollando las Capitulaciones de Cervera de marzo de 1469. Pero una parte de la nobleza siguió apoyando a Juana lo que dio inicio a la guerra civil por la sucesión al trono de Castilla. Resultó decisivo que el arzobispo Carrillo se pasara al bando de Juana, lo que arrastró al resto de nobles contrarios a Isabel.[14][15]
En marzo de 1475 el rey de Portugal Alfonso V declaró su apoyo a Juana, hija de Enrique IV, y anunció que contraería matrimonio con su sobrina (la madre de Juana, de trece años de edad, era Juana de Portugal, hermana de Alfonso V). Una decisión que, según Miguel Ángel Ladero Quesada, «tenía tanto de motivaciones familiares e incluso personales, pues implicaba cierto sentido caballeresco del deber, como políticas: el rey portugués veía con inquietud la inminente unión dinástica entre Castilla y Aragón».[16] Poco después Alfonso V se casaba con Juana en Plasencia, un señorío de Álvaro de Zúñiga y Guzmán —que también apoyaba la causa de Juana— y allí mismo era proclamada como reina de Castilla. A continuación el rey portugués se apoderó de Toro y después pasó al castillo de Burgos, también señorío de los Zúñiga. El castillo fue sometido a un asedio por un ejército encabezado por Fernando, el esposo de Isabel, y caería en enero de 1476. Mientras tanto Alfonso V había sellado una alianza con Luis XI de Francia, que quería consolidar su dominio sobre los condados de Rosellón y de Cerdaña, arrebatados a Juan II de Aragón, padre de Fernando.[17]
El curso de la guerra se fue decantando del bando de Isabel, sobre todo después de que el 1 de marzo de 1476 Fernando derrotara al ejército de Alfonso V en la batalla de Toro —la ciudad sería tomada a finales de septiembre— y de que en los meses siguientes hasta junio se rechazaran los ataques de Luis XI contra Fuenterrabía —Fernando viajaría a las Vascongadas para consolidar la victoria de Fuenterrabía y para organizar una armada destinada a combatir a los corsarios franceses—. También en el terreno político porque las Cortes de Castilla reunidas en abril en Segovia y en Madrigal —aunque no todas las ciudades estuvieron presentes— juraron como heredera al trono a la princesa Isabel, hija primogénita de Isabel y de Fernando (de cinco años de edad), y concedieron un cuantioso servicio de 162 millones de maravedís —además de acordar la creación de la Santa Hermandad—.[18] [19]
En enero de 1477 Luis XI abandonaba su alianza con Alfonso V a cambio de que se le garantizara la posesión de los condados de Rosellón y de Cerdaña, mientras iba creciendo en Lisboa la oposición a la continuidad de la guerra con Castilla, encabezada por el heredero al trono, el príncipe Juan. En Castilla ya solo pervivía un foco favorable a Juana en Extremadura, que sería sofocado por Fernando en febrero de 1479 (Batalla de La Albuera). Un mes antes había muerto Juan II de Aragón, por lo que Fernando tras su victoria marchó a Zaragoza y a Barcelona para hacerse cargo de su herencia. Mientras tanto se iniciaron las negociaciones de paz con el reino de Portugal que culminarían con la firma del Tratado de Alcaçovas el 4 de septiembre de 1479 que puso fin a la guerra. Alfonso V renunció a sus pretensiones al trono castellano y a cambio se reconoció a Portugal el derecho exclusivo de navegación al sur del cabo Bojador, quedando las Islas Canarias bajo soberanía castellana. Para sellar la nueva entente se pactó el matrimonio de la infanta castellana Isabel con el infante portugués Alfonso, hijo mayor del príncipe heredero Juan. En cuanto a Juana, la hija de Enrique IV, se le dio la opción de casarse en el futuro con el príncipe Juan, hijo recién nacido de Fernando e Isabel, o ingresar en un convento portugués, pero siempre sin tomar «título de reina, ni de princesa, ni de infanta». Juana escogería esta última opción, aunque no renunciaría nunca, a título personal, a sus derechos al trono castellano.[20]
Entre octubre de 1479 y mayo de 1480 se celebraron Cortes de Castilla en Toledo con la presencia de los procuradores de las 17 ciudades con derecho a voto (los representantes de la nobleza no fueron muchos porque este estamento tenía otros cauces para defender sus intereses ante la Corona). Se juró al príncipe Juan como el nuevo heredero y se aprobaron un conjunto de medidas (monetarias, administrativas, de ferias y mercados, referentes a las rentas reales y a los beneficios eclesiásticos, sobre judíos y mudéjares, entre otras) que se promulgaron bajo la forma de ordenamiento regio.[21] Sin embargo, aún quedaba un último territorio por pacificar, Galicia, donde continuaban los abusos de la media y baja nobleza tras su victoria sobre la revuelta Irmandiña de 1467-1469, pero la enérgica y expeditiva actuación del nuevo gobernador nombrado en octubre de 1480 logró restablecer el orden entre 1482 y 1483. Los reyes viajarían a Galicia en septiembre y octubre de 1486 «para consolidar con su presencia la pacificación y nuevo orden del reino».[22]
La unión de las Coronas de Castilla y de Aragón en el reinado de los Reyes Católicos fue una unión dinástica, no una unión política o una «unión nacional». Como ha señalado Joseph Pérez, «los dos grupos de territorios se encuentran simplemente asociados gracias a la unión personal de sus soberanos. Desde ese momento hay, ciertamente, una política y una diplomacia comunes, pero, por lo demás, los dos Estados conservan su originalidad, sus leyes, sus instituciones, sus costumbres. Las conquistas exteriores se atribuyen, a su vez, a uno u otro de los dos Estados miembros: las Indias, Granada y Navarra se incorporaron a la Corona de Castilla; Nápoles a Aragón. Más que una unión nacional, conviene, pues, hablar de una doble monarquía... En cuanto al derecho: los dos Estados, Castilla y Aragón, permanecen cuidadosamente diferenciados; los dos soberanos conservan su preeminencia, cada uno en su reino».[23]
Por su parte Miguel Ángel Ladero Quesada ha destacado que en la monarquía de los Reyes Católicos se mantuvieron «los vínculos de naturaleza específicos de cada uno de sus componentes». «Los castellanos todos —unos 4 500 000— tenían el mismo vínculo de naturaleza, las mismas leyes reales y el mismo sistema fiscal —salvo alguna excepción parcial, como era la del señorío real de Vizcaya— en los 385 000 km² de su territorio. [...] Pero la situación era distinta en la Corona de Aragón, donde los habitantes del reino de Aragón (250 000), los del Principado de Cataluña (300 000), los del reino de Valencia (250 000), los del de Mallorca (50 000) y, por supuesto, los de Sicilia y Cerdeña conservaban la naturaleza respectiva y eran extranjeros recíprocamente. Lo mismo sucedió con el reino de Navarra después de su incorporación a la Corona de Castilla en 1515». Así «aun después de la unión dinástica, la capacidad regia para introducir oficiales o funcionarios "extranjeros" en cada parte era limitada... En sus respectivos testamentos, Isabel, en 1504, y Fernando, en 1515, insisten en que los oficios públicos estén en manos de "naturales" de los respectivos reinos».[24]
La posición de Fernando en la Corona de Castilla fue regulada inicialmente en las capitulaciones de Cervera del 5 de marzo de 1469, firmadas siete meses antes de celebrarse la boda en Valladolid. En ellas Fernando se comprometía a respetar las libertades y los fueros de las villas y ciudades castellanas así como la libertad eclesiástica y no podría ordenar nada si su firma no iba acompañada de la de su esposa. Tampoco podría otorgar mercedes ni nombrar cargos pues esto era una prerrogativa exclusiva de doña Isabel. Asimismo se establecía que don Fernando no podría abandonar Castilla «sin consentimiento» de su mujer y que «no tomaría empresa o haría guerra o paz sin su voluntad».[6][25]
La regulación definitiva se estableció en la Concordia de Segovia tras la proclamación como reina de Castilla de Isabel en esa misma localidad, nada más conocerse la muerte del rey Enrique IV. La fórmula escogida fue: «Castilla, Castilla, Castilla... por la reina e señora doña Isabel, e por el... rey Fernando como legítimo marido».[26] Según Joseph Pérez la Concordia firmada en Segovia el 15 de enero de 1475 «constituye el ordenamiento constitucional de la monarquía incipiente». Según este mismo historiador los puntos esenciales de la misma serían lo siguientes: «Todos los documentos oficiales serían dados en nombre del rey y de la reina, precediendo el nombre del rey al de la reina y las armas de la reina a las del rey; las tenencias de las fortalezas se darían a nombre de la reina sola; las rentas de Castilla se emplearían de común acuerdo entre los reyes; las mismas normas se seguirían en Aragón y Sicilia; las mercedes y oficios serían concesión de la reina sola; los beneficios eclesiásticos serían suplicados por los dos soberanos pero a voluntad de la reina; la administración de justicia recaería en los dos soberanos cuando estuviesen juntos y en cualquiera de ellos si se hallasen separados». El mismo Pérez concluye que «en el terreno jurídico, Isabel no cede nada: ella sigue siendo de derecho la sola reina de Castilla; pero de hecho Fernando recibe poderes muy amplios que le confieren plena autoridad en Castilla... Por otra parte, este documento, al proclamar que el reino de Castilla era propiedad de la sola reina, venía a dar satisfacción moral a todo aquel sector castellano que se mostraba receloso ante una influencia aragonesa demasiado fuerte en el Estado».[27]
Los poderes de Fernando en Castilla fueron concretados por la reina Isabel poco después, en abril de 1475, en los inicios de la guerra civil:[28]
Por ende, doy poder al dicho rey, mi señor, para que donde quiera que fuese en los dichos reynos y señoríos [de Castilla], pueda por sí e en su cabo, aunque yo no sea ende, proveer, mandar, fazer e ordenar todo lo que fuera visto e lo que por bien toviere e lo que le paresciere cumplir al servicio suyo e mío, e al bien, guarda e defensión de los dichos reynos y señoríos nuestros.
No parece que Isabel dispusiera de unos poderes semejantes en la Corona de Aragón. En abril de 1481 Fernando la nombró conregentem, gubernatricem, administraticem generalis et alteram nos in regnis nostris... coronas regni Aragonum ['corregente, gobernadora, administradora general y otro yo en nuestros reinos... de la Corona de Aragón'] y en 1488 la designó lugarteniente general, pero, según Miguel Ángel Ladero Quesada, «se trata de delegaciones circunstanciales de poder regio, no muy diferentes a las que habían tenido anteriores lugartenientes generales —por ejemplo, pocos decenios antes, la reina María de Castilla, mujer de Alfonso V el Magnánimo—,... aunque Isabel ejerciera ciertos poderes regios en los reinos aragoneses».[29] Ladero Quesada señala que Fernando era el señor e pariente mayor la Casa de Trastámara, a la que también pertenecía Isabel, y que desde el Compromiso de Caspe de 1412 reinaba tanto en Castilla como en Aragón. Como tal había sido reconocido por su padre Juan II de Aragón en 1476, tres años antes de morir:[30]
Vos, fijo, que sois señor principal de la Casa de Castilla, donde yo vengo, sois aquel a quien todos los que venimos de aquella casa somos obligados a acatar e servir como a nuestro señor e pariente mayor, e las honras que yos os debo en este caso, han mayor lugar que la obediencia filial que vos me debéis como a padre...
El cronista castellano Hernando del Pulgar escribió que se trataba de «una voluntad que moraba en dos cuerpos», de ahí que las iniciales de los nombres de los reyes y las empresas de cada uno (el yugo, de Fernando; las flechas, de Isabel)[nota 2] figuraran en monedas, documentos, edificios públicos, etc., así como la fórmula estereotipada el rey y la reina. Sin embargo, utilizar el lema Tanto monta para remarcar que los dos soberanos actuaban al unísono es equívoco pues era un lema exclusivo de Fernando (y que hacía referencia a la leyenda del nudo gordiano de Alejandro Magno que cortó el nudo con su espada, comentando: da lo mismo (tanto monta) cortar como desatar).[32]
En cuanto a los títulos Isabel y Fernando no se denominaron «reyes de España», aunque así fueron conocidos frecuentemente en el exterior (también como «rey y reina de las Españas»).[nota 3] En la Concordia de Segovia se acordó que el nombre de Fernando precedería al de Isabel pero las armas y los títulos de esta irían por delante. Así antes de la conquista de Granada la intitulación era la siguiente:[33][34]
Don Fernando e Doña Ysabel, por la gracia de Dios, Rey e Reyna de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras e de Guipúzcoa, conde e condesa de Barcelona, e señores de Vizcaya e de Molina, duques de Atenas e de Neopatria, condes de Rosellón e de Cerdanya, marqueses de Oristán e de Gociano.
Sin embargo, «en los documentos de las cancillería catalano-aragonesas es muy frecuente que aparezca el nombre de Fernando exclusivamente... Un desequilibrio semejante se observa en los tipos monetarios, pues en las monedas de Castilla figuran los cónyuges afrontados, con una leyenda en torno de carácter religioso o relativa al reinado ("Ferndinandus et Elisabeth Dei Gratia Rex et Regina Castelle Legionis»), o bien, en los reales de plata, el escudo regio, el yugo y las flechas, mientras que en la mayoría de las de ámbito catalán y aragonés figura el busto de Fernando, aunque puedan tener referencia, a veces, a totalidad de sus reinos».[36]
Por lo que respecta al soporte del escudo, el águila de San Juan, fue utilizado primeramente por Isabel siendo aún princesa en 1473. En un escudo de ese año el águila que simboliza a Juan el Evangelista aparece nimbada y no coronada, sin duda debido a que aún no había sido coronada como reina de Castilla, suceso que tendría lugar en Segovia a fines de 1474. Posteriormente fue incorporada a las armas combinadas de ambos.[37][38]
La tumba del papa Inocencio VIII (muerto en 1492), ubicada en la basílica de San Pedro y realizada por el escultor Antonio Pollaiuolo, tiene una inscripción en latín, en mármol, en donde aparece, junto a otras sentencias, la siguiente:[cita requerida]
REGI HISPANIARUM CATHOLICI NOMINE IMPOSITO
La iniciativa para conceder a Fernando e Isabel el título de «Reyes Católicos» partió de la corte española y en concreto de Enrique Enríquez, que era tío de Fernando y también consuegro del papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) (1431-1503), sucesor en el papado de Inocencio VIII.[39] En la bula Inter caetera, fechada a 4 de mayo de 1493, una de las Bulas Alejandrinas, el papa Alejandro se dirigió a los reyes en los siguientes términos:
Entre todas las obras agradables a la Divina Magestad y deseables a nuestro corazón, esto es ciertamente lo principal; que la Fe Católica y la Religión Cristiana sea exaltada sobre todo en nuestros tiempos (...). De donde (...); reconociéndoos como verdaderos reyes y príncipes católicos, según sabemos que siempre fuisteis, y lo demuestran vuestros preclaros hechos, conocidísimos ya en casi todo el orbe, y que no solamente lo deseáis, sino que lo practicáis con todo empeño, reflexión y diligencia, sin perdonar ningún trabajo, ningún peligro, ni ningún gasto, hasta verter la propia sangre; y que a esto ha ya tiempo que habéis dedicado todo vuestro ánimo y todos los cuidados, como lo prueba la reconquista del Reino de Granada de la tiranía de los sarracenos, realizada por vosotros en estos días con tanta gloria del nombre de Dios (...) Por donde, habiendo considerado diligentemente todas las cosas y capitalmente la exaltación y propagación de la fe católica como corresponde a Reyes y Príncipes Católicos, decidisteis según costumbre de nuestros progenitores (...)
En una carta de mayo de 1494, el nuncio Francisco Desprats le aconsejaba al papa que aceptase la petición de Enrique Enríquez de dar a los reyes el título de «Muy Católicos» (molt catolichs en el original).[39] Finalmente, el título de «Reyes Católicos de las Españas» fue concedido oficialmente por Alejandro VI a favor de Fernando e Isabel en la bula Si convenit, expedida el 19 de diciembre de 1496.[40]
Dicha bula fue redactada tras un debate en el Colegio cardenalicio, realizado el 2 de diciembre de 1496, con el consejo directo de los tres cardenales quienes enumeraron los méritos de los dos reyes para que se les concediera un título que nadie había poseído: Oliverio Caraffa -de Nápoles-, Francisco Piccolomini -de Siena-, y Jorge de Costa -de Lisboa- y en el que se barajaron y descartaron otros posibles títulos.
El papado fundamentó su concesión del título en seis causas fundamentales:[39]
La concesión del título generó protestas del embajador francés, que veía incompatible el nuevo título con el de Cristianísimo que ostentaba el rey de Francia desde 1464; y del embajador de Portugal, que se quejaba de que el término «las Españas» incluía a su país, que había formado parte de la Hispania romana.[39]
El papa León X, en la bula Pacificus et aeternum, de 1 de abril de 1517, concedió el mismo título de Rey Católico al rey Carlos, quedando incorporado al uso diplomático y de las cancillerías.
El título fue después heredado y conservado por sus sucesores, teóricamente hasta el actual rey Felipe VI de España. La actual Constitución Española reconoce al rey de España el uso de los títulos «que correspondan a la Corona»,[41] por lo que según algunos también podría ser llamado Rey Católico o Su Católica Majestad o Catholicus Rex[cita requerida]. Sin embargo Felipe VI nunca ha utilizado dicho título.
Dado que la unión de la Corona de Castilla y la Corona de Aragón era solo dinástica, las instituciones de los reinos que las formaban, más el Reino de Navarra desde su anexión, mantuvieron sus instituciones y leyes propias.[42]
En los reinos de Castilla y de León, desde el siglo XIII, con Alfonso X, se había comenzado un proceso de concentración de poder en la Corona, en detrimento de la nobleza, con la creación de instituciones que otorgaban un mayor control sobre el territorio y un aumento de los ingresos fiscales. Esta transformación culminó con el reinado de Isabel y Fernando y la creación del Estado Moderno.
La principal institución de gobierno fue el Consejo Real, que se remodeló en las Cortes de Toledo de 1480, haciéndolo más estructurado y dividiéndolo en partes. Los reyes delegaron algunas decisiones en él y pronto se creó un Consejo de Aragón y un Consejo de Órdenes. Además, se les empezó a dar preferencia de entrada a los letrados frente a la nobleza.
Tras la conquista del reino nazarí de Granada se formó la Audiencia de Granada y se produjo un aumento en la hacienda castellana debido a los impuestos y a los señoríos procedentes del reparto del territorio conquistado.
Para controlar el bandolerismo en los caminos, y en general el hurto, se reinstauró en 1476 la Santa Hermandad (precursora de la actual Guardia civil), que sería la primera policía estatal de Europa. Gracias a los impuestos que recaudaba esta institución, la Corona aumentó significativamente sus ingresos, con los que pudo gobernar más holgadamente y así prescindir de las Cortes.
La Corona de Aragón, en cambio, apenas se modificó. Tenía un sistema de gobierno muy rígido en cada uno de los territorios que la componían (reino de Aragón, reino de Valencia, reino de Mallorca, reino de Cerdeña, reino de Sicilia, principado de Cataluña, condado de Rosellón y condado de Cerdaña), con una serie de privilegios de la nobleza que limitaban mucho el poder del rey. Los ingresos se obtenían por aprobación de las Cortes de cada territorio, que eran prácticamente controladas por la nobleza y el clero. Con la asociación de la Corona al reino de Castilla, Fernando pudo contar con los ingresos fiscales castellanos (que eran mucho más abundantes) para no convocar las Cortes.
Mayor poder se dio a los lugartenientes de la zona y el establecimiento del sorteo electoral, que consistía en sacar de una bolsa un papel con el candidato propuesto. Esta innovación permaneció por 30 años más, quedando en el olvido cuando el rey murió.
En los municipios de señorío se instauraron los corregidores, la autoridad en el ámbito municipal, que existía en Castilla desde 1393.
Junto al afán de los Reyes Católicos de extender su dominio a todos los reinos de la península ibérica, su reinado se caracterizó por la unificación religiosa en torno al catolicismo.
El papa Inocencio VIII concedió a los Reyes Católicos el derecho de Patronato sobre Granada y Canarias, lo que suponía el control del estado en los asuntos religiosos.
Una bula del papa Sixto IV, en 1478, creó la Inquisición en Castilla para un control de la pureza de la fe. Ya que en Aragón existía desde 1248, de este modo la Inquisición española fue la única institución común para los dos reinos. Fue muy dura la etapa de fray Tomás de Torquemada como Inquisidor General.
En 1492 los Reyes decretaron la conversión forzosa al cristianismo de los judíos de sus reinos -llamándoselos «marranos»- y la expulsión o ejecución de los que se negasen. Diez años más tarde también obligaron a los musulmanes a convertirse al cristianismo —pasándose a denominarlos «moriscos»— o a abandonar España.
Instituyeron también una embajada permanente ante la Santa Sede.
La base económica durante el reinado de los Reyes Católicos estaba basada en la agricultura, la ganadería lanar y la exportación de materias primas en Castilla. Para defender la riqueza que suponía la lana, los Reyes concedieron privilegios a la Mesta con la Ley de Defensa de las Cañadas de 1489, amenazadas por los agricultores. Se protegió a los artesanos por medio del comercio interno.
Social y económicamente favorecieron medianamente a la alta nobleza, en recompensa a la lealtad y que aportaron hombres y recursos económicos para hacer frente a los conflictos bélicos, y que aumentó su poder económico con los señoríos granadinos. Las Leyes de Toro, de 1505, fortalecieron la institución del Mayorazgo.
En Cataluña se solucionó el problema de los payeses de remensa con la Sentencia Arbitral de Guadalupe de 1486, que suprimió los malos usos y obligó a los campesinos a pagar nuevos impuestos.
La exitosa política exterior expansionista llevada a cabo por Fernando e Isabel fue posible gracias a una serie de factores:
La política matrimonial de los Reyes Católicos, consistente en casar a sus hijos con los de otros monarcas europeos, fue la que aplicaban comúnmente los gobernantes de finales de la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna. En su caso se orientaron principalmente a la alianza con Portugal y a la creación de una coalición contra Francia.
Los casamientos de los hijos de los Reyes Católicos fueron los siguientes:
Una vez que Isabel y Fernando se afirmaron en el trono de Castilla, reanudaron la conquista del Reino nazarí de Granada, el último reducto musulmán de la península ibérica, aprovechando que dicho reino se encontraba en una crisis dinástica entre el sultán Abu-l-Hasan «Alí Mulei Hacén», su hijo Abu Abd-Alah, Mohámed XII «Boabdil» también llamado el Chico y Mohámed XIII «el Zagal», hermano del primero y tío del segundo.
La guerra de Granada tuvo varias fases:
La victoria de esta guerra significó:
En 1402, el rey Enrique III de Castilla concedió a Jean de Bethencourt el privilegio feudal sobre el archipiélago, dando inicio a la conquista de las islas Canarias, hasta entonces habitadas por los aborígenes canarios, pueblos de raíz bereber que vivían de forma independiente. Posteriormente la Corona de Castilla recuperó para sí el derecho de conquista sobre las islas que los señores feudales no habían podido ocupar: Gran Canaria, Tenerife y La Palma.
En 1478, en el marco de la guerra de sucesión de Castilla, los castellanos iniciaron la conquista de Gran Canaria. La soberanía del archipiélago canario le fue reconocida a Castilla por el Tratado de Alcáçovas de 1479, que limitó los territorios castellanos y portugueses así como sus respectivas áreas de influencia. Tras cinco años de conflicto bélico, la última resistencia indígena acabó por rendirse y aceptar la derrota en abril de 1483.
En 1491 los Reyes Católicos prosiguieron su empresa expansiva y colonizadora en las islas con la conquista de La Palma. Esta quedó definitivamente sometida al año siguiente. El proceso de incorporación de las islas Canarias a la Corona de Castilla se completó con el término de la conquista de Tenerife en 1496, en la llamada Paz de Los Realejos.
El Reino de Navarra estaba dividido a principios del siglo XVI en dos bandos: agramonteses y beamonteses, cada uno partidario de un rey distinto. En este enfrentamiento, los reyes de Navarra firmaron un tratado con el rey de Francia que puso en peligro a España. Debido a que los reyes de Navarra se aliaron con el rey de Francia, quien había sido declarado cismático y contra quien se iba a reunir el Concilio de Letrán, se dictó una bula de excomunión contra ellos.
En 1512 Fernando el Católico pidió permiso a Navarra —aliada natural de Francia (en el ambiente de continua rivalidad entre Aragón y Francia)— para que las tropas españolas pasaran por Navarra para atacar a Francia. La respuesta negativa por parte del rey navarro fue motivo suficiente para que Fernando el Católico ordenara a Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez, II duque de Alba de Tormes, la ocupación de Navarra, mandando así ayuda a sus partidarios —los beamonteses— y, en menos de un año, la parte del Reino de Navarra situada al sur de los Pirineos fue anexionada a la Corona de Aragón. Solo se produjo cierta resistencia armada en algunos puntos del sur; Pamplona, la capital, cayo en 3 años
Una vez finalizada la conquista de Granada, el rey Carlos VIII de Francia firmó con el rey Fernando, en 1493, el tratado de Barcelona, mediante el cual la Corona de Aragón recuperó el Rosellón y la Cerdaña a cambio de su postura neutral ante un inminente ataque francés al reino de Nápoles, ubicado en el sur de Italia.
El ejército de Carlos VIII se desplazó al sur de la península italiana, destronando a Alfonso II, rey de Nápoles y pariente de Fernando el Católico. La situación de Francia en la península itálica no gustó al papa —el valenciano Alejandro VI— puesto que ponía en peligro los Estados Pontificios, por lo cual pidió ayuda al Rey Católico. Fernando no dudó en intervenir y, en poco tiempo, el ejército de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, expulsó a los franceses, recuperando su trono el rey napolitano.
En 1500 el nuevo rey de Francia Luis XII firmó con Fernando el Católico el tratado de Granada para ocupar conjuntamente el reino de Nápoles. Fernando accedió y el rey de Nápoles, a la sazón Federico I, fue destronado. Ambos ejércitos ocuparon la zona, pero las discrepancias empezaron a surgir y comenzó una lucha de guerrillas. Pese a la inferioridad numérica de su ejército, el Gran Capitán derrotó a los franceses y los expulsó de Italia. El Reino de Nápoles fue conquistado de nuevo e incluido en la Corona de Aragón.
Durante los últimos años del reinado de Fernando el Católico, se reanudó la intervención de la Corona de Aragón en asuntos italianos. Fernando participó en la Liga de Cambrai de 1508, convocada por el papa Julio II contra Venecia. Después de esta liga comenzaron a producirse roces entre el Pontífice y Francia. Por el auxilio que pide el papa, Fernando rodeó Roma con sus tropas ante un posible ataque francés para destituir al papa.
Tras la conquista de Granada, los Reyes Católicos decidieron iniciar la conquista del norte de África, con el argumento de la continuación de la Reconquista cristiana por la antigua provincia Mauritania Tingitana de la Hispania romana, y con los objetivos estratégicos de evitar que los reinos del norte de África emprendieran una reconquista de Granada y eliminar los focos de la piratería berberisca de la zona.
La conquista comenzó con la toma de Melilla por Pedro de Estopiñán en 1497 y siguió en 1505 con la toma de Mazalquivir. Posteriormente las tropas españolas ocuparon el Peñón de Vélez, Orán, Bugía, Argel, Túnez, La Goleta y Trípoli; con destacada participación militar del cardenal Cisneros, confesor de la reina Isabel y Arzobispo de Toledo, probablemente la tercera persona más poderosa en la España de su época. La conquista del norte de África se interrumpió en 1510 debido a la reanudación de las guerras en Italia y a que empezaba a revelarse más rentable dirigir los esfuerzos a la colonización de las Indias.
En 1486, el marino Cristóbal Colón ofreció a los Reyes Católicos un proyecto: viajar a las Indias hacia el oeste, en una nueva ruta por el Atlántico. Los informes de los consejeros de los monarcas al respecto fueron muy poco favorables para Colón, y para la corona era cuestión prioritaria en esos momentos la conquista de Granada. Terminada esta, los Reyes Católicos aceptaron su proyecto. Mediante las Capitulaciones de Santa Fe, del 17 de abril de 1492, nombraron a Colón almirante, virrey y gobernador de los territorios por descubrir y le otorgaron la décima parte de todos los beneficios obtenidos. El costo de la expedición fue estimado en 2.000.000 de maravedís, más el sueldo de Colón. Es falsa la idea popular de que fue sufragado por «las joyas de Isabel la Católica».
El 3 de agosto de 1492 partió Colón del Puerto de Palos. El 12 de octubre llegaron a la isla de Guanahaní, en las Bahamas, y desde allí pasaron a Cuba y la Española, dando comienzo al Descubrimiento de América. El retorno de Martín Alonso Pinzón a Galicia y de Colón a Portugal desató una crisis diplomática entre el rey de Portugal y los Reyes Católicos que concluyó con la firma en 1494 del Tratado de Tordesillas para redistribuir la esfera de influencia territorial de cada país que se había fijado en el Tratado de Alcáçovas. Entretanto los Reyes enviaron una segunda expedición mucho mayor a las tierras descubiertas, también capitaneada por Colón. En los años siguientes, los navegantes castellanos exploraron el resto de las Antillas así como las costa continental del mar Caribe. No alcanzaron sin embargo el continente asiático, como Colón había prometido inicialmente. Esto, unido a que la colonia fundada en la Española se vio azotada por hambrunas y revueltas, terminó por llevar a los Reyes en 1499 a relevar a Colón de sus cargos, nombrar un nuevo gobernador y conceder licencias de descubrimiento a otros empresarios.
En las Indias, anexionadas al reino de Castilla, se instauraron los sistemas administrativos tradicionales del reino castellano. Se instituyó en Sevilla, en 1503, la Casa de Contratación, para monopolizar y controlar el comercio con América, Canarias y Berbería, impidiendo que cualquier otro puerto de España pudiese hacerlo. Se creó la Audiencia de Santo Domingo, en 1510 y, para la administración de los nuevos territorios, se creó un antecedente del Consejo de Indias que más tarde instituiría formalmente Carlos I, en 1523, organizándolo a semejanza del Consejo de Castilla.
Los reyes consiguieron del papa el Patronato de Indias, que les permitió controlar la Iglesia americana. Se instauraron además las encomiendas para evangelizar a los indios.
La reina Isabel murió el 26 de noviembre de 1504, con lo que Fernando quedó viudo y sin derechos claros al trono castellano. Firmada la Concordia de Salamanca, en 1505, el gobierno fue conjunto entre su hija Juana, su esposo Felipe y el propio Fernando. Pero ante discordancias entre Felipe con Fernando y por la Concordia de Villafáfila, de 1506, este último se retiró del poder de Castilla y regresó a Aragón. Así quedó reinando el matrimonio en Castilla. Sin embargo, esta situación no duró mucho, pues Felipe murió en 1506.[44][45]
Tras la muerte de su marido, se declaró a la reina Juana incapacitada mental y se nombró regente al cardenal Cisneros, que junto a las Cortes pidió a Fernando que regresara para gobernar Castilla. Fernando regresó y ocupó en 1507 su segunda regencia formando dúo con Cisneros y gobernando ambos hasta que Carlos, hijo de Juana, alcanzase la mayoría de edad.
Durante la regencia de Fernando y Cisneros se incorporó Navarra al reino de Castilla y se produjo el nuevo matrimonio de Fernando con Germana de Foix, antes de cumplirse un año de la muerte de su anterior esposa, Isabel.
Fernando el Católico murió en 1516 en Madrigalejo, Cáceres, antes de que Carlos I llegara al trono español. Así quedó como único regente en Castilla, Cisneros, que murió en el trayecto hacia Asturias para dar la bienvenida al nuevo rey, Carlos I de España. Paralelamente, en Aragón quedó como regente el arzobispo de Zaragoza, Alonso de Aragón, hasta la llegada de Carlos I de España.
Los restos de los Reyes Católicos reposan en la Capilla Real de Granada, lugar escogido por ellos mismos y creado mediante Real Cédula de fecha 13 de septiembre de 1504.
Año | Película | Director |
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1945 | La carabela de la ilusión | Benito Perojo |
1948 | Locura de amor | Juan de Orduña |
1951 | Alba de América | Juan de Orduña |
1949 | Christophe Colomb | David MacDonald |
1976 | La espada negra | Francisco Rovira Beleta |
1982 | Cristóbal Colón, de oficio... descubridor | Mariano Ozores |
1983 | Juana la loca... de vez en cuando | José Ramón Larraz |
1992 | 1492: La conquista del paraíso | Ridley Scott |
1992 | Cristóbal Colón: el descubrimiento | John Glen |
2000 | Isabel of Castille: The Royal Diaries | William Freud |
2001 | Juana la Loca | Vicente Aranda |
2006 | La reina Isabel en persona | Rafael Gordon |
2016 | La corona partida | Jordi Frades |
Año | Serie | Productora |
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2012-2014 | Isabel | Diagonal TV para RTVE |
2017 | Conquistadores: Adventum | Movistar+ |
2015 | El Ministerio del Tiempo | La 1 |
La bula papal Si convenit, de 1496, también nombró a los reyes, «rey y reina de las Españas».Porque cristianísimos y muy altos y muy excelentes y muy poderosos Príncipes, Rey y Reina de las Españas y de las islas de la mar, Nuestros Señores, este presente año de 1492, después de Vuestras Altezas aver dado fin a la guerra de los moros ...
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