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texto religioso centrado en Jesucristo que no está incluido ni aceptado en el canon bíblico De Wikipedia, la enciclopedia libre
Los evangelios apócrifos o extracanónicos son los escritos surgidos en los primeros siglos del cristianismo en torno a la figura de Jesús de Nazaret que no se incluyeron ni se aceptaron en el canon de la Septuaginta ni en ninguna de las versiones de la Biblia usadas por distintos grupos de cristianos, como la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa, la Comunión anglicana y las Iglesias protestantes.
El término apócrifo (griego: ἀποκρύπτω [apocrýptō] > ἀπόκρυφος [apókryphos]), que originalmente significaba «ocultar lejos» y luego fue derivando en «oculto», «oscuro», se ha utilizado a través de los tiempos para hacer referencia a algunas colecciones de textos y de escritos religiosos sagrados surgidos y emanados en contextos judíos o cristianos. Con él se califican una cantidad de libros que las iglesias cristianas de los primeros siglos no reconocieron como parte de la Sagrada Escritura pero que se presentan con nombres o características que los hacen aparecer como si fueran libros canónicos.
Cuestión distinta es la de si un determinado escrito, forme o no parte de la Biblia, se considera o no un libro inspirado. Cuando un determinado escrito o libro merece considerarse como formando parte de la Biblia, se dice que es «canónico». El canon consiste en un elenco de los escritos bíblicos. Católicos, cristianos no católicos y judíos tienen distintos cánones. Cuando el carácter canónico de un escrito se reconoce tardíamente se dice que es «deuterocanónico». En ocasiones un libro puede ser simultáneamente apócrifo y no canónico. Tal sucede, por ejemplo, con el Evangelio según Felipe: ni Felipe es realmente su autor ni se considera que forme parte de la Biblia. Cuestiones distintas son las de si El Libro de la Sabiduría fue o no escrito por Salomón y la de si forma o no forma parte de la Biblia.
A los evangelios apócrifos se les dio el nombre de evangelios por su aspecto, similar al de los cuatro evangelios admitidos en el canon del Nuevo Testamento. Sin embargo, difieren de los evangelios hoy llamados «canónicos» en su estilo y en su contenido[2] y se desestimaron abrupta o progresivamente por las comunidades cristianas para el anuncio de la «buena noticia» (significado etimológico del término «evangelio»).
Los evangelios denominados «canónicos» conservan el estilo propio de una predicación apostólica templada, carente de adornos. Algunos autores redactaron otros escritos distintos de los evangelios resultantes de aquella predicación apostólica. En los evangelios apócrifos se pueden encontrar relatos resultantes de abundante fantasía (en algunos de ellos, Jesús realiza milagros mucho más numerosos y extravagantes), doctrinas diferentes de las transmitidas en los evangelios canónicos y enseñanzas misteriosas reservadas a unos pocos. Las Iglesias cristianas históricas consideraron que estos escritos son el resultado de una incorrecta comprensión de lo que significa la palabra «evangelio». En general, se observa en los «evangelios canónicos» un estilo más sobrio que en los «evangelios apócrifos». Varios apócrifos ya no fueron aceptados por las primeras comunidades cristianas.[2]
A diferencia de los evangelios canónicos, cuyos escritores apenas señalan su autoría de los escritos, los autores de cada uno de los evangelios apócrifos destacan muchas veces la presunta autoría del escrito por algún personaje distinguido de la comunidad (Pedro, Felipe, Santiago, María Magdalena, Tomás, etc.) buscando un respaldo en ese nombre.[2]
Algunos de los Evangelios apócrifos surgieron en comunidades gnósticas y contienen «palabras ocultas» (en griego, ἀπόκρυφος [apókryphŏs]) al entendimiento de la mayoría, quizá con la finalidad de dar apoyo a sus doctrinas cuando estas no estaban en total acuerdo con los materiales canónicos, incluidos hoy en la Sagrada Escritura. Estos mensajes ocultos entre los discursos atribuidos a Jesús estaban reservados a los iniciados en esas comunidades. Aunque en principio se calificó como «apócrifo» únicamente a este tipo de escritos, se extendió posteriormente esta valoración a todos los materiales que no se incluyeron en el canon del Nuevo Testamento, independientemente de su finalidad, oculta o no.
Según el Diccionario de la lengua española (Real Academia Española), «apócrifo» significa «fabuloso», «supuesto» o «fingido». En nuestros días, la acepción más utilizada para el término «apócrifo» presenta una connotación de falsedad. Por tal motivo, se ha empezado a llamar también a esos escritos «evangelios extracanónicos», para evitar la evocación de algo falso, siendo que las Iglesias cristianas históricas consideran que son materiales no inspirados por Dios, aunque no por eso carentes de valor.
El término apócrifos, lejos de referirse a las consabidas acepciones adversas negativas que tiene, es una expresión que reviste otro carácter: se trata de textos cuyo acceso fue oculto, vedado, denegado ante las grandes masas de cristianos católico-ortodoxos, escritos revestidos en un aura de magia y misticismo.[cita requerida]
Se trata de otras palabras y enseñanzas de Jesús atribuidas a siete de los doce discípulos de Cristo: Felipe, Tomás, Bartolomé, Andrés (hermano de Simón Pedro), Judas Iscariote, Simón el Zelote y Jacobo, hijo de Zebedeo, conocido como Santiago el Mayor (hermano de Juan). De acuerdo con esta teoría, en los textos del Nuevo testamento solo aparecen compilados documentos escritos por cinco de estos doce discípulos: Mateo, Juan (hermano de Jacobo hijo de Zebedeo, conocido como Santiago el Mayor), Simón Pedro (hermano de Andrés), Judas Tadeo y su hermano Jacobo, hijo de Alfeo, conocido como Santiago el Menor. Se trata de escritos que alegan ser las enseñanzas ocultas de los restantes apóstoles y cuyo contenido no respalda las ideas mesiánicas comúnmente aceptadas por grupos de cristianos. Esta teoría no tiene hoy en día aceptación ninguna por falta de pruebas y de confirmación mínimamente fiable; más bien, todo indica a que es una invención moderna.[3][4][5]
Los evangelios apócrifos constan de varios evangelios, vidas de los apóstoles y otros personajes tanto bíblicos como históricos. Algunos de ellos fueron escritos evidentemente por autores gnósticos. Otros evangelios y textos de sectas tanto cristianas como judías también fueron escritos en la época pero ya eran conocidos desde entonces. Otros muchos de estos textos se descubrieron durante los siglos XIX y XX, generando una intensa oleada de especulaciones en torno a su importancia en los inicios del cristianismo entre algunos autores.[cita requerida]
Si bien los protestantes, los católicos y los ortodoxos están mayormente de acuerdo acerca de qué libros deben incluirse en el canon del Nuevo testamento, la Iglesia ortodoxa etíope solía incluir las epístolas I y II de Clemente y al Pastor de Hermas. A su vez, otras iglesias, como la Copta, tenían en sus pasajes escritos que describían la niñez de Jesús.[cita requerida]
Lutero consideraba apócrifa a la epístola de Santiago y dudaba y cuestionaba su autoría a manos de cualquiera y de los dos apóstoles llamados por el nombre de Jacobo o Santiago, que algunos atribuyen a otro Jacobo, Santiago el Justo. También porque la epístola contiene una declaración que contradice aparentemente las enseñanzas de Lutero de la salvación solo por la fe: la «fe sin obras está muerta» (2:26). Lutero, en su propia edición de la Biblia, degradó y relegó al nivel de unos simples apéndices la Epístola de Santiago y otros tres documentos: la Epístola a los Hebreos, la Epístola de Judas y el libro de Apocalipsis.[cita requerida] Posteriormente se incluyeron estos libros con el canon protestante en su Nuevo Testamento, pero los colocaron después de esos libros. Por lo tanto, los libros del Nuevo Testamento luterano (al menos en alemán) están ordenados en forma diferente a otras Biblias protestantes.
Un libro apócrifo del Nuevo testamento bien conocido es el Evangelio de Tomás, el único texto completo que se encontró en cuevas próximas al pueblo egipcio de Nag Hammadi en 1945. Junto a este texto gnóstico, también otro evangelio propio de las corrientes gnósticas dentro del cristianismo de los primeros siglos, atribuido a Judas de Carioth, el Evangelio de Judas, generó expectativa entre los seguidores de estudios y cuestiones del judeocristianismo cuando se rescató, se reconstruyó y se presentó en 2006, en esfuerzo conjunto de Maecenas Foundation y National Geographic Society.[cita requerida]
Han ejercido y ejercen un enorme influjo en la piedad y en la iconografía cristianas. Entre las tradiciones conservadas únicamente en los apócrifos, se cuentan los nombres de los padres de María, (Joaquín y Ana), el episodio de la Presentación de la Virgen niña en el templo, el número y los nombres de los Reyes Magos (Melchor, Gaspar, Baltasar) y la presencia de un asno y un buey en el pesebre donde María dio a luz. Allí también se encuentran los nombres y las historias del Buen Ladrón (Dimas) y del Mal Ladrón (Gestas); la historia de Verónica (recogida inclusive en la devoción piadosa del Via Crucis, de tradición católica); el nombre de Longinos, el centurión que atravesó el costado de Jesús en la cruz; y la primera sugerencia explícita de la virginidad perpetua de María, que se encuentra en el Protoevangelio de Santiago. La fuerte presencia de esas tradiciones en la liturgia lleva con frecuencia a olvidar que ninguno de ellos ha sido incluido entre los Evangelios canónicos.[cita requerida]
Entre los textos apócrifos se cuentan numerosos Evangelios; entre ellos están los que llevan nombres de personajes famosos de la iglesia primitiva a los que se atribuyen estos escritos, como el Evangelio de Tomás, del cual se encontraron antiguas copias en copto, manuscritas por una comunidad de cristianos gnósticos; otros se titularon por el supuesto contenido de la obra (Evangelio de la Verdad), por su origen (evangelios atribuidos a Marción, a Cerinto) o por el grupo al que estuvieron destinados (Evangelio de los Hebreos, de los Griegos, etc.).
En el siglo XIX comenzaron a hacerse unos estudios a fondo sobre estos textos. Se hallaron escritos «apócrifos» desde el año 300 a. C. hasta el Nuevo testamento que proporcionaron a los investigadores una gran riqueza como fuentes históricas y posturas divergentes sobre temas como inmortalidad y resurrección y la creencia en ellos a través de los siglos, desde un punto de vista siempre escatológico.[cita requerida]
Durante algún tiempo, varios de esos escritos fueron adoptados por comunidades o sectas del judaísmo o del cristianismo. Más aún, algunos de ellos dejaron su huella en textos, celebraciones litúrgicas y en la piedad popular.[2] Si bien muchos textos apócrifos permearon ciertos aspectos de la liturgia y de la piedad de los fieles cristianos, las Iglesias cristianas históricas tienden a considerar que los materiales apócrifos en general no aportan contenidos de relevancia para la fe de los creyentes.
En una extensa carta a Laeta, quien le había consultado sobre la crianza de su hija Paula, Jerónimo da una serie de consejos; entre ellos, que la instruya en las Escrituras, sugiriendo el orden en que ha de leerlas, y añade:
Que [Paula] evite todos los escritos apócrifos y, si ella es llevada a leerlos no por la verdad de la doctrinas que contienen sino por respeto a los milagros contenidos en ellos, que ella entienda que no son escritos por aquellos a quienes son adjudicados, que muchos elementos defectuosos se han introducido en ellos y que requiere una discreción infinita buscar el oro en medio de la suciedad.Jerónimo[6]
Entre los más de 50 descritos, pueden citarse:
Los Hechos de los Apóstoles fueron un género literario durante el cristianismo primitivo que contaba la historia del movimiento cristiano después de la Ascensión de Jesús a través de la vida y la obra de sus apóstoles, principalmente Pedro, Juan y Pablo, un converso.
El texto titulado Hechos de los Apóstoles ahora se incluye en el canon bíblico y es la segunda parte de una obra cuya primera es el Evangelio según Lucas, ambos dedicados a Teófilo y en un estilo similar.
Entre los apócrifos, varios textos tratan de la vida posterior de los apóstoles, generalmente salpicada de eventos fuertemente sobrenaturales. Existe la tradición de que escribió una parte de ellos Leucius Charinus (conocido como Hechos Leucianos), un compañero del apóstol Juan. Los Hechos de Tomás y los Hechos de Pedro y los Doce también se consideran textos gnósticos. Aunque la mayoría de los textos se escribieron en el siglo II d. C., al menos dos, los Hechos de Bernabé y los Hechos de Pedro y Pablo, pueden haberse escrito hasta el siglo V d. C.
Varias obras se estructuran en forma de visiones escatológicas y discuten el futuro, la vida después de la muerte o ambas:
Hay varias traducciones al español de los llamados Evangelios apócrifos. Entre las completas pueden citarse Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González-Blanco, Madrid, 1934, 3 tomos, reimpresa en 2 tomos por Hyspamérica-Ediciones Argentina, 1985; es la versión más completa porque incluye textos que no se consideran hoy en día apócrifos; y la edición crítica bilingüe de Aurelio de Santos Otero, Los Evangelios Apócrifos, La Editorial Católica: Biblioteca de Autores Cristianos, 1956, reimpresa varias veces, la última en 2005. Hay muchas otras que no poseen nihil obstat ni imprimatur y otras parciales. Sumándolas todas, son las siguientes:
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