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estructura para almacenar nieve generalmente en la época anterior a los refrigeradores De Wikipedia, la enciclopedia libre
El nevero artificial es un pozo excavado en la tierra con muros de contención, de pequeñas o grandes dimensiones e incluso con techo, que dispone de aberturas para la introducción de la nieve y posteriormente la extracción del hielo y cuya finalidad es conservarlo para poderlo usar posteriormente, cuando, de otra forma, la nieve ya estaría derretida. En diferentes partes de España se lo conoce con otros nombres, como nevera, pozo de la nieve, pozo de nieve o glacería.
La actividad de los neveros artificiales es conocida desde tiempos de los romanos (200 a. C.); su gran desarrollo tuvo lugar entre los siglos XVI d. C. y XIX d. C., y ha sido utilizada hasta el siglo XX d. C., cuando, con la invención de las máquinas frigoríficas, aparecen las fábricas de hielo y más tarde los frigoríficos domésticos, caen en desuso. Hasta ese momento la conservación de alimentos se realizaba gracias a la salmuera, los adobos, los ahumados, las conservas o el aprovechamiento de la nieve.
En la antigüedad clásica los médicos ya prescribían la utilización del frío con fines medicinales. Este uso se recuperó con fuerza en el Renacimiento. La primera obra monográfica europea sobre este tema, al parecer, es del médico valenciano Francisco Franco, originario de Játiva y se titula Tratado de la nieve y del uso della (Sevilla, 1569). Además de las aplicaciones médicas y de conservación, existe la vertiente lúdica de consumo de alimentos fríos o helados, tanto sólidos como bebidas. Dos años más tarde el médico hispalense Nicolás Monardes publicó el Libro que trata de la Nieve y sus propiedades; y del modo que se ha de tener en el bever enfriado con ella; y de los otros modos que ay de enfriar, en Sevilla 1571. Hasta mediados del siglo XVII d. C. aparecen tratados como el de Juan de Carvajal, Utilidades de la nieve, deducidas de la buena medicina (Sevilla, 1611), o el Methodo curativo y uso de la nieve (Córdoba, 1640) del doctor Alonso de Burgos.
El Reino de Valencia fue uno de los principales consumidores de hielo de España.[cita requerida] A finales del siglo XVIII d. C., el libro Llibre de conte y rao del arrendament de la neu y nayps permite evaluar la cantidad de nieve que llegaba a la ciudad de Valencia en unos 2 millones de kilogramos, aunque durante el transporte se perdía una cantidad no declarada. Desde el puerto de Alicante se exportaba nieve a Ibiza y el norte de África. Entonces se daban una serie de factores que favorecían este consumo: una red de ciudades litorales con formas de vida refinadas, veranos calurosos, albuferas con enfermedades en cuya terapia intervenía la utilización del frío. Algunos autores han relacionado el consumo de frío con cierto nivel de desarrollo económico y cultural.
Los usos terapéuticos más comunes del hielo han sido: rebajar la temperatura en los procesos febriles, los producidos por la epidemia del cólera, como calmante en casos de congestiones cerebrales y particularmente en la meningitis, detener hemorragias y como antiinflamatorio o en los traumatismos, esguinces o fracturas.[1]
La progresiva implantación de fábricas de hielo a partir de 1890 en diversas ciudades fue dejando de lado la red de neveros artificiales y la producción de hielo aprovechando el clima. Hasta entonces se aprovechaba un recurso natural (renovado anualmente) de manera sostenible, aunque dependiente del clima, lo que daba épocas de escasez de hielo frente a otras de grandes nevadas que llenaban las montañas de nieve y jornaleros. Un ejemplo de esto último fue documentado por Ferré y Cebrián: los días 5 y 6 de marzo de 1762, unas 1000 personas y 700 caballos se esforzaban en el Carrascal de la Fuente Roja y el Menejador.
Los trabajos en los neveros comenzaban en primavera después de las últimas nevadas. Cortaban la nieve con palas y la llevaban a los pozos de nieve, donde la prensaban para convertirla en hielo. Al pisar la nieve, esta se compactaba con doble finalidad: para disminuir el volumen ocupado y para que se conservara más tiempo en forma de hielo. Después se cubría con tierra, hojas, paja o ramas formando capas de un grosor homogéneo.
Ya en verano, se cortaban bloques de hielo que eran transportados a lomos de bestias de tiro (caballos o burros) durante la noche para evitar que se derritiera, hasta los puertos y núcleos urbanos más cercanos donde eran comercializados. La dureza del trabajo debía ser impresionante. Los neveros (trabajadores de la nieve) no disponían de abrigos y calzado moderno, y trabajaban en condiciones de frío intenso acumulando la nieve en los pozos.
A principios del XX, con la aparición de la producción de hielo en forma industrial, las viejas neveras (llamadas así porque se usaba la nieve) sustituyeron el hielo de nieve por barras de hielo industriales y, posteriormente con la popularización de los frigoríficos domésticos, se dejó de depender de la meteorología. Quedaron entonces obsoletos los almacenes de hielo y de nieve, así como las técnicas de recolección, almacenaje, extracción y transporte.
Durante los siglos XVII, XVIII y XIX, la nieve se explotó económicamente en las tres islas más altas del Archipiélago Canario: Gran Canaria, Tenerife y La Palma.
En la isla de Gran Canaria, existieron hasta cuatro pozos de la nieve, en la cumbre de la isla. El Pozo Grande, el Pozo de los Canónigos (ambos existentes hoy en día), un pozo próximo a este último destruido por la instalación militar de comunicaciones muy próxima al mismo, y un cuarto de ubicación desconocida pero próxima. Toda la zona más alta de Gran Canaria recibe el nombre de Pozos de la Nieve. En la actualidad, en el Pico de las Nieves, Gran Canaria, existen dos neveros. El pozo grande, construido en 1694, y el pozo pequeño, excavado en 1699 y rehabilitado en 1999.[6]
En los municipios tinerfeños de Arafo y La Orotava existían hasta diecinueve pozos documentados, la mayor concentración de Europa según el historiador Salvador Miranda Calderín.[7] Los Pozos de Nieve de Izaña han sido declarados Bien de Interés Cultural.
En Navarra[12] el término más corriente es el de "nevera", aunque también se denominan "nevero", "pozo de la nieve" o "pozo de hielo". Su estudio permite identificar dos tipos, los de almacenamiento (en los lugares de producción) y los de distribución (cerca de las poblaciones para la venta al por menor). Se han localizado al menos 169, de ellos se conoce la fecha de construcción de diez, la mayoría del siglo xvii. La época de mayor auge en su comercialización fue entre mediados del siglo xvii y principios del xviii. Su abandono comenzó a finales del siglo xviii y se agravó en el xix. Algunos ejemplos en Navarra de los mejores conservados son los de Burgui, Elizondo, Murillo el Fruto, Muruzábal, Olite, Pamplona, Puente la Reina, Sangüesa o Tudela. Se situaban generalmente en la cara norte de las montañas y a la mayor altura posible, encontrándose de media a unos 515 m s. n. m.. Por su forma el 76% son redondas, pero también hay irregulares (como en Azuelo), rectangulares (Añorbe), elípticas (Arizaleta), cuadrada (Osácar), ovalada (Adériz) y octogonal (Aberin). Sus dimensiones medias son 5,65 m de diámetro y 6,50 m de altura, dando una capacidad de 130 toneladas de nieve.
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