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La Penitenciaría Nacional de Guatemala fue una cárcel situada en la zona 1 Ciudad de Guatemala, junto a la Estación de los Ferrocarriles, donde desde 1971 se encuentra el Ministerio de Finanzas Públicas, el edificio de la Torre de Tribunales y la Corte Suprema de Justicia. Fue la más temida de las cárceles guatemaltecas entre 1877 y 1957, año en que fue clausurada por el presidente Carlos Castillo Armas. Fue derribada para construir los edificios mencionados en 1968.
Penitenciaría Central de Guatemala | ||
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Penitenciaría | ||
Penitenciaría Central en 1892, vista desde el Fuerte de San José Buena Vista | ||
Localización | ||
País | Guatemala | |
Ubicación | Ciudad de Guatemala, Guatemala | |
Información general | ||
Usos | edificio carcelario | |
Estilo | neoclásico | |
Finalización | 27 de febrero de 1877 | |
Construcción | 27 de febrero de 1877 | |
Demolido | 1968 | |
Propietario | Gobierno de Guatemala | |
Sistema estructural | ladrillo y hormigón | |
Diseño y construcción | ||
Promotor | Justo Rufino Barrios | |
Otros | Apodada «La Península» | |
La Penitenciaría Central fue construida durante el gobierno del general Justo Rufino Barrios, e inaugurada el 27 de febrero de 1877. Numerosas historias se cuentan sobre el destino de los presos que fueron encarcelados en sus celdas durante los gobiernos del licenciado Manuel Estrada Cabrera —1898-1920—[1] del general José María Orellana (1921-1928), del general Jorge Ubico —1931-1944—[2] y del gobierno revolucionario del coronel Jacobo Arbenz Guzmán.
Los terremotos que asolaron a la ciudad de Guatemala entre noviembre de 1917 y enero de 1918, destruyeron casi la mitad del edificio, el cual no fue completamente reconstruido. Tras pequeños trabajos, fue habilitado nuevamente como cárcel.[2]
En su artículo La Penitenciaría de Guatemala, el escritor guatemalteco Guillermo F. Hall —de origen británico, y a quien la prohibición de golpear a los extranjeros le salvó la vida mientras estuvo prisionero en la Penitenciaría—[3] describe a uno de los encargados generales durante el gobierno de Justo Rufino Barrios de la siguiente forma: «"Tata Juan" era el decano de la penitenciaría, había permanecido en ella desde su fundación. Había sido verdugo de los tiempos de Rufino Barrios y Barrundia.[a] Era la conversación favorita de este rufián el referir a sus admiradores los crímenes que había cometido, tanto por cuenta propia, como en su carácter de verdugo. [...] Hacía alarde de haber [asesinado] por su propia cuenta a veintiséis individuos; no recordaba a cuantos había dado muerte a palos en las bóvedas de la penitenciaría por orden de Barrunda y de Barrios -¡eran tantos![4] Contaba [...] el modo cómo procedía a cumplir las órdenes de sus amos; cómo después de propinar a sus víctimas doscientos o trescientos palos, se acostaba un rato a descansar al arrullo de los ayes de su "paciente" [para luego reanudar] la tarea con más encarnizamiento, dándole palos sobre los ojos para deshacérselos, porque [...] "así gritaban menos.[5]»
En el libro ¡Ecce Pericles!, de Rafael Arévalo Martínez, se cuentan las experiencias que sufrieron numerosos presos políticos durante el gobierno del licenciado Manuel Estrada Cabrera.[1]
Hall relata, en su artículo La Penitenciaría de Guatemala que pudo observar varios tormentos que ocurrían en el interior del penal:
En el libro «Ombres contra Hombres», de Efraín de los Ríos, por su parte, aparecen las historias que se dieron en el gobierno del general Jorge Ubico. Algunas historias que aparecen en detalle son:[2]
Roberto Isaac, alias Tatadiós, es una figura social-histórica guatemalense, digna de un minucioso estudio en los campos jurídico-criminológicos. Para unos, Roberto fue un delincuente vulgar, homicida reincidente; para otros, un hombre terrible, producto del hampa; para no pocos, un sujeto frustrado, de ímpetus irreflexivos; y para muy contados, nosotros entre éstos, un enfermo grave, que por haberlo abandonado nuestra sociedad que nunca o muy poco se ha preocupado de esta categoría de seres desglosados de la vida normal, se lanzó por el empinado atajo del crimen. Roberto Isaac entraba en un «estado patológico» siempre que ingería licor, el que lo obligaba a perturbaciones consecutivas mentales y hasta fisiológicas, de efectos extensivos, que lo precipitaban hacia la impulsión y hacia la tendencia morbosa. Sin libre albedrío y sin libertad moral, no cabe la responsabilidad, precisamente porque el sujeto activo del delito no está en la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. El caso de Roberto Isaac, un solo caso en sí, aun cuando sus acciones hayan sido diversas: por lógica, por justicia y por humanidad, debió ser sometido, antes que al juzgador frío que a tal hecho engrapa los dictados de tal artículo del Código Penal, a la jurisdicción del psiquiatra, y con la resolución y dictamen de éste, formularle entonces un juicio. |
Aparecen también numerosas fotografías de personas que estuvieran presas durante este período.[2]
La Penitenciaría Central contaba con una capacidad original de quinientos reos, pero llegó a albergar a más de dos mil quinientos en sus últimos años de funcionamiento entre 1954 y 1957, cuando fue clausurada por el entonces presidente, coronel Carlos Castillo Armas debido a la falta de agua y al hacinamiento
En 1968 fue demolida, cuando el gobierno del licenciado Julio César Méndez Montenegro autorizó la construcción del Centro Cívico en el lugar que ocuparon los parques de Navidad y Luna Park, la penitenciaria y el Estadio Autonomía.[13]
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