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Un pacto con el diablo (también denominado trato con el diablo o pacto fáustico) consiste en un acuerdo entre una persona y el demonio. Se trata de una creencia muy difundida en la civilización occidental, que ha dado lugar a muchos relatos folclóricos y recreaciones literarias y artísticas, como la leyenda de Fausto. En el catálogo tipológico de fábulas y cuentos de hadas de Aarne-Thompson, pertenece a la categoría AT 756B, Contrato con el demonio.
Según las creencias cristianas distintas sobre la brujería, el pacto quedaría establecido entre una persona y Satanás o cualquier otro demonio (o demonios): la persona ofrecería su alma a cambio de favores diabólicos poderosos. Estos favores varían según el relato, pero suelen incluir la eterna juventud, el conocimiento, las riquezas, el amor o el poder. Se cree que algunas personas llevan a cabo este pacto sin pedir nada a cambio, como una forma de reconocer en el diablo a su señor. Siguiendo el discurso de las religiones monoteístas occidentales, este trato resultaría muy peligroso pues el precio de tales favores es la condenación eterna del alma. Se trataría, por tanto, de cuentos moralizantes donde el condenado siempre saldría perdiendo. Por otra parte, algunos de estos relatos presentan giros cómicos donde un campesino humilde termina engañando al diablo, casi siempre con base en la letra pequeña del pacto.
Entre los más crédulos, cualquier logro aparentemente sobrehumano se atribuía a un pacto con el demonio: desde los numerosos Puentes del Diablo europeos a la técnica extraordinaria del violinista Niccolò Paganini.
El pacto con el diablo ha sido también un argumento recurrente en las persecuciones inquisitoriales o los libelos de sangre, y probablemente hunde sus raíces en la memoria de los Sacrificios humanos en la Europa Antigua.
El paganismo no desaparece en Europa hasta el siglo VIII, y su memoria perduró bajo muchas formas de religiosidad popular. Es posible establecer una analogía clara entre los ritos paganos a dioses precristianos que el cristianismo considera maléficos —para obtener su favor— y el pacto con el diablo.[1]
Especialmente, la Apologética y Demonología cristianas hicieron hincapié y exageraron los aspectos más siniestros de estos ritos, en particular los relativos al sacrificio humano.[2] Por ello, perduraba en Europa el meme cultural de los ritos secretos para obtener el favor de fuerzas maléficas.[3]
El predecesor del Fausto en la mitología cristiana es Teófilo ("amigo de Dios" o "querido por Dios"): un clérigo infeliz y desesperado por el poco éxito de su carrera mundana debido a la enemistad de su obispo. Vende su alma al diablo para triunfar, pero es redimido por la Virgen María.[4] Esta historia aparece ya en una versión griega del siglo VI escrita por un tal "Eutychianus", que asegura haber sido testigo directo de los hechos.
En el siglo IX, la historia aparece en un texto cristiano llamado Miraculum Sancte Marie de Theophilo penitente; este texto ya introduce la figura de un judío como mediador en el pacto con diabolus, su patrón. Se apunta así el libelo de sangre contra los judíos.[5]
En el siglo X, la monja poetisa Hroswitha de Gandersheim adaptó este texto para un poema narrativo que elabora sobre la bondad intrínseca del cristiano Teófilo e internaliza las fuerzas del Bien y del Mal. Así, atribuyendo al judío el carácter de mago y nigromante. Según su modelo, la Virgen devuelve a Teófilo el contrato maléfico para que se lo enseñe a su congregación, muriendo poco después. Gautier de Coincy (1177/8 – 1236) escribió un largo poema al respecto titulado Comment Theophilus vint a pénitence. Este texto sirvió de base para una obra teatral de Rutebeuf, Le Miracle de Théophile (siglo XIII) donde Teófilo desempeña un papel central, con la Virgen y el Obispo en el lado del Bien y el judío y el diablo, en el lado del Mal.
En la Demonología Cristiana, se pensaba que la persona que había hecho un pacto con el demonio prometía a cambio sacrificarle niños o al menos consagrárselos al nacer (se acusó a muchas matronas de hacer tal cosa debido a la gran cantidad de niños que morían durante el nacimiento en la Edad Media y el Renacimiento). También se suponía que participaría en aquelarres, tendría relaciones sexuales con demonios y concebiría descendencia con los súcubos (o los íncubos si era mujer).
La fantasía de la bruja que participaba en aquelarres nocturnos adorando al diablo, formando parte de un grupo clandestino que realizaba sacrificios humanos y ritos sacrílegos se remonta a la antigüedad. Los cristianos fueron acusados de realizar este tipo de actos en la época del Imperio Romano: durante el siglo II fueron acusados de celebrar reuniones clandestinas en las cuales degollaban niños y mantenían relaciones sexuales no convencionales y adoraban animales. En otras épocas fueron los judíos los acusados de practicar este tipo de aquelarres. Siempre se trataba de grupos minoritarios vistos con malos ojos por la mayoría y los gobernantes. El libro Malleus maleficarum fue el compendio de todas esas fantasías. Las brujas, en su mayoría mujeres, eran allí acusadas de ser responsables de todos los males de la sociedad.[6]
El pacto podía ser oral o escrito. El oral se realizaba mediante invocaciones, conjuros o rituales: una vez que el nigromante cree que el demonio está presente, le pide el favor que sea y ofrece su alma a cambio; de esta manera, no quedarían pruebas de lo sucedido. Sin embargo, en los juicios por brujería siempre aparecían evidencias como la marca diabólica, una señal indeleble causada por el toque del diablo al cerrar el pacto. Esta marca (que podía ser desde una peca a una cicatriz) constituía prueba suficiente de que el pacto diabólico se había producido.
El pacto escrito atraería al demonio de la misma manera pero incluiría un contrato firmado con la sangre del hechicero o de la víctima sacrifical (o, más comúnmente, tinta roja o sangre animal). Los inquisidores elaboraron sofisticados contratos falsos para acusar a sus víctimas, aunque en último término afirmaban que bastaba con haber incluido el propio nombre en un cierto Libro Rojo de Satán. Otros contratos pudieron ser escritos por personas que creían tratar realmente con el diablo.
Normalmente, estos contratos contenían signos extraños que se suponían firmas de demonios, cada uno con su propio sello.
El significado de la expresión pacto con el diablo se ha expandido hasta incluir intercambios que no tienen relación con el demonio pero implican perseguir una meta (como la venganza) por medios considerados malignos (por ejemplo, el asesinato).
A lo largo de la historia de Occidente, la idea de que algunos personajes famosos "vendieron su alma al diablo" a cambio de fama, fortuna o habilidades especiales, ha sido recurrente. Entre los más célebres se pueden citar a los siguientes:
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