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género literario De Wikipedia, la enciclopedia libre
El libro de caballerías es un género literario en el que se cuentan hazañas y hechos realizados por caballeros aventureros o andantes. Este género de novelas tuvo su origen en la península ibérica a finales de la Edad Media.
El único término usado por Cervantes y todos los demás escritores del Siglo de Oro, sin excepción alguna, fue libro de caballerías.[1]
El término anticuado incomoda hoy; «llamarle libro es no decir nada». Pero el término «libro», arcaizante incluso entonces (y los libros de caballerías están repletos de arcaísmos de toda clase), recordando el liber del latín medieval, denomina una obra completa, una obra de consulta, una obra fidedigna. Y aquí otra parte del embuste de los escritores: sus obras eran históricas, llenas de cosas que realmente pasaron.[2]
Y no son «historias»[3] de un caballero, ni de la caballería, que es una agrupación militar, sino de caballerías: los hechos famosos de los caballeros del libro.
Según la terminología moderna son ejemplos de un tipo de novela.
El término «libros de caballería» es un barbarismo que no debe usarse nunca. Se trata de una errata (tomo XL de la Biblioteca de Autores Españoles) que ha tenido fortuna.[4]
Sus características esenciales son:
Los sesenta y tres libros de caballerías, de los cuales hubo numerosas ediciones y traducciones, se suelen clasificar, a partir de eruditos del siglo XIX d. C., en pertenecientes a ciclos o sueltos. Los ciclos principales, que pueden contener otros subciclos, son los siguientes:
Entre los sueltos figuran Arderique (de autor anónimo y escrito en catalán), el antiguo Libro del caballero Cifar, Cirongilio de Tracia (de Bernardo Pérez de Vargas), Claribalte (de Gonzalo Fernández de Oviedo), Cristalián de España (de Beatriz Bernal), Febo el troyano (de Esteban Corbera), Felixmarte de Hircania (de Melchor Ortega), Florindo (de Fernando Basurto), el anónimo Guarino Mesquino, Lidamor de Escocia (de Juan de Córdoba), Olivante de Laura (de Antonio de Torquemada), los anónimos Oliveros de Castilla y Philesbián de Candaria, Policisne de Boecia (de Juan de Silva y de Toledo), Polindo y Valerián de Hungría (de Dionís Clemente).
La obra más representativa de este género fue la titulada Los cuatro libros de Amadís de Gaula, escrita al parecer en el siglo XIV d. C. en tres libros, pero cuya primera edición conocida es la de Zaragoza de 1508, en la versión refundida de Garci Rodríguez de Montalvo, quien añadió el cuarto libro y además la continuó en Las sergas de Esplandián. A este siguieron Florisando, de Ruy Páez de Ribera; el Lisuarte de Grecia de Feliciano de Silva; el Lisuarte de Grecia de Juan Díaz; Amadís de Grecia, Florisel de Niquea y Rogel de Grecia, los tres escritos por Feliciano de Silva; Silves de la Selva de Pedro de Luján y la Cuarta Parte de Don Florisel de Niquea de Feliciano de Silva. Varias de estas obras fueron traducidas a otros idiomas europeos, y con ello surgieron nuevas continuaciones, como la francesa Flores de Grèce (traducción plagiaria del Lisuarte de Grecia de Juan Díaz), trece obras amadisianas en italiano debidas a Mambrino Roseo, tres obras de la serie alemana Amadís de Francia y otras tres de la serie francesa Le Romant des Romans.
Aparte del ciclo de Amadís de Gaula, el más popular en España y Portugal fue el de los Palmerines, iniciado con la obra Palmerín de Oliva (Olivia según la primera edición), atribuida a Francisco Vázquez y continuada en español por el mismo Vázquez en Primaleón y al parecer por Francisco de Enciso Zárate en Platir. En portugués, el Primaleón fue continuado por Francisco de Moraes en el célebre Palmerín de Inglaterra, este por Gonçalo Coutinho en Crónica de don Duardos de Bretaña y Diogo Fernandes en Duardos de Bretaña, y este a su vez por Baltasar Gonçalves Lobato en Clarisol de Bretaña. En Italia también se publicó una serie de obras que continuaba el ciclo de los Palmerines, seis de ellas escritas por Mambrino Roseo, y otra, Polendos, por Pietro Lauro.
Otros ciclos populares fueron los de Clarián de Landanís, del que se conservan cinco libros impresos, aunque aparentemente fueron siete; y el del Espejo de Príncipes y Caballeros o El Caballero del Febo, del que subsisten cuatro libros impresos y dos manuscritos.
Además de estos grandes ciclos, a lo largo del siglo XVI d. C. se publicaron en España numerosos libros de caballerías pertenecientes a ciclos menores o que eran obras independientes. Entre ellos cabe mencionar Arderique, Belianís de Grecia, Cirongilio de Tracia, Claribalte, Cristalián de España, El caballero del Febo el troyano, Félix Magno, Felixmarte de Hircania, Florambel de Lucea, Florando de Inglaterra, Florindo, Floriseo y su continuación Reymundo de Grecia, Lepolemo o El Caballero de la Cruz, Lidamor de Escocia, Olivante de Laura, Philesbián de Candaria, Polindo, Rosián de Castilla y Valerián de Hungría. En español, la última obra de este género fue Policisne de Boecia, publicada en 1602. Otras, como Adramón, Bencimarte de Lusitania, Claridoro de España, Clarisel de las Flores y su reelaboración parcial Filorante, El Caballero de la Luna, Flor de caballerías, León Flos de Tracia, Marsindo, Polismán de Nápoles y Lidamarte de Armenia, quedaron inéditas, mientras que del manuscrito de Clarís de Trapisonda solamente se conservan dos folios. También se sabe de la existencia de varios de los que no se conserva ningún ejemplar, como Leoneo de Hungría, Leonís de Grecia, Lucidante de Tracia y Taurismundo.
En Portugal tuvo una especial popularidad la obra Clarimundo, que llegó a reimprimirse incluso hasta fines del siglo XVIII d. C.
En algunos estudios sobre los libros de caballerías españoles se incluyen también la obra medieval El Caballero Zifar y especialmente la novela valenciana Tirant lo Blanch, de Joanot Martorell, que fue publicada por primera vez en 1490 e impresa en castellano en 1511. También se han estudiado como parte del género diversas obras francesas e italianas, traducidas al castellano, y que relatan aventuras legendarias de los caballeros del Rey Arturo, como El baladro del sabio Merlín, La demanda del Santo Grial, Tablante de Ricamonte y Jofre y Tristán de Leonís, o de los legendarios paladines de la corte de Carlomagno, como La historia del emperador Carlomagno y de los doce pares de Francia, Reinaldos de Montalbán, Guarino Mezquino, Morgante y Espejo de caballerías. La versión española del Tristán francés fue continuada en España en una obra conocida como Tristán el joven, y los dos libros del Espejo de caballerías, refundición y arreglo de obras italianas, fueron continuados en español en un tercer volumen. Otra obra francesa cuya traducción fue muy popular en España fue Oliveros de Castilla. En Portugal, los continuadores del ciclo artúrico produjeron la obra Triunfos de Sagramor y los del carolingio prosiguieron La historia del emperador Carlomagno y de los doce pares de Francia en varias obras más.
Los libros de caballerías fueron severamente censurados por teólogos y moralistas, que incluso intentaron combatir su popularidad mediante obras llamadas libros de caballerías «a lo divino», como la Caballería celestial, El caballero del sol y Mexiano de la Esperanza, que presentaban a los lectores alegorías morales con características del género caballeresco. Sin embargo, eran muy apreciados por diversas clases sociales, y entre los aficionados a su lectura estuvieron el emperador Carlos V, santa Teresa de Jesús y san Ignacio de Loyola, y sin duda, el propio Cervantes, que tenía con ellos una extraordinaria familiaridad.
Los libros de caballerías, que en los últimos decenios del siglo XVI d. C. tuvieron un notable resurgimiento, perdieron gradualmente su popularidad, al extremo de que el Amadís de Gaula no volvió a ser impreso en España sino hasta 1837. La crítica del siglo XIX d. C. les fue en general hostil y los calificó de absurdos, tediosos e inverosímiles. Hoy, sin embargo, hay una corriente favorable a su estudio e interpretación, considerados de gran importancia para la comprensión del Quijote, y varios de ellos han sido publicados en ediciones anotadas.
El primer estudio general sobre los libros de caballerías españoles fue el Discurso preliminar de Pascual de Gayangos y Arce (1857), preliminar al primer tomo de Libros de caballerías en la Biblioteca de Autores Españoles, cuyo segundo tomo no llegó a publicarse. Se refirió también a los libros de caballerías portugueses. Gayangos dividió los libros de caballerías y las obras conexas con ellos en seis grandes clases: 1) libros de caballerías del ciclo bretón o ciclo artúrico, 2) libros de caballerías del ciclo carolingio, 3) libros pertenecientes al ciclo greco-asiático (que dividió en tres secciones: los Amadises o libros del ciclo de Amadís de Gaula y sus continuaciones, los Palmerines o libros del ciclo de Palmerín de Oliva y sus continuaciones, y los libros independientes de los ciclos anteriores), 3) Historias y novelas caballerescas (obras por lo general de corta extensión o cuya relación con el tema caballeresco es indirecta), 4) libros de caballerías a lo divino, como la Caballería celestial, El caballero del Sol y otras obras semejantes, 5) libros caballerescos fundados en asuntos históricos, principalmente españoles, y 6) traducciones e imitaciones del Orlando y otros poemas caballerescos en castellano.
Otro importante estudio sistemático del género, aunque menos conocido que el de Gayangos, fue el publicado en portugués en 1872 por el diplomático brasileño Francisco Adolfo de Varnhagen, barón de Porto Seguro, Da litteratura dos livros de cavallarias: estudo breve e consciencoso (Viena, Imprensa do Filho de Carlos Gerold). En inglés, la obra pionera sobre la materia fue la de Henry Thomas Las novelas de caballerías españolas y portuguesas (1920, publicada en español en 1952). En años recientes destacan los valiosos trabajos de Daniel Eisenberg, María Carmen Marín Pina, José Manuel Lucía Megías y muchos otros eruditos.
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