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novela de Adolfo Bioy Casares De Wikipedia, la enciclopedia libre
La invención de Morel es una novela escrita en 1940 por el argentino Adolfo Bioy Casares. La obra, que constituye un ejemplo clásico de la literatura fantástica en idioma español, probablemente sea la más famosa entre las escritas por dicho autor. En el prólogo, Jorge Luis Borges expresa, respecto de su trama, que no le parece «una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta».
La invención de Morel | ||
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de Adolfo Bioy Casares | ||
Género | Narrativo | |
Subgénero | Ciencia ficción | |
Idioma | Español | |
Artista de la cubierta | Norah Borges | |
Publicado en | 1940 | |
Editorial | Losada | |
País | Argentina | |
Fecha de publicación | 1940 | |
El Fugitivo comienza un diario después de que unos turistas lleguen a la isla desierta en la cual se esconde.[1] Aunque considera esta presencia un milagro, teme que ellos puedan atraparlo y entregarlo a las autoridades. Cuando los turistas ocupan el museo que se encuentra en la cima de la colina, sitio donde él había vivido hasta entonces, el Fugitivo se refugia en los pantanos. A través del diario descubrimos que este es un escritor venezolano sentenciado a reclusión perpetua. Él cree que se encuentra en la isla (imaginaria) de Villings, parte del archipiélago de islas Ellice (actualmente Tuvalu), aunque no está seguro. Todo lo que sabe a ciencia cierta es que en la isla existe una extraña enfermedad cuyos síntomas son similares a los del envenenamiento por radiación.
Entre los turistas se encuentra una mujer que observa el atardecer todos los días desde el acantilado al oeste de la isla. El Fugitivo espía a la mujer, llamada Faustine, y termina por enamorarse de ella. Faustine es visitada con frecuencia por un hombre, un científico con barba llamado Morel, con quien habla en francés. El Fugitivo decide tomar contacto con ella, pero la mujer no reacciona ante su presencia. Él supone que ella ha decidido ignorarlo, pero sus encuentros con los otros turistas son similares. Nadie en la isla toma nota de su presencia. Él menciona que las conversaciones entre Faustine y Morel se repiten semana tras semana y tiene miedo de estar volviéndose loco.
De forma tan repentina como habían aparecido, los turistas desaparecen. El Fugitivo regresa al museo e investiga, pero no encuentra evidencia de que allí hayan vivido personas durante su ausencia. En principio, atribuye toda la experiencia a una alucinación producida por envenenamiento de la comida; sin embargo, los turistas reaparecen esa misma noche. Si bien parecen surgir de la nada, éstos conversan como si hubieran estado allí por cierto tiempo. El Fugitivo los observa desde cerca (aunque evitando tener un contacto directo) y nota otras cosas extrañas. En el acuario encuentra copias idénticas de los peces muertos que había encontrado el día de su llegada. Durante un día en la piscina, ve a los turistas dando saltitos para entrar en calor, cuando en realidad el calor es insoportable. En el cielo observa el fenómeno más extraño de todos: la presencia de dos soles y dos lunas.
El Fugitivo imagina toda suerte de teorías sobre lo que está pasando en la isla, pero solo averigua la verdad cuando Morel revela a los turistas que ha estado grabando sus acciones de la semana anterior con una máquina de su invención que es capaz de reproducir la realidad. Afirma que la grabación capturará sus almas y que, al reproducirla, podrán revivir esa semana para siempre. De ese modo, él podrá pasar la eternidad junto a la mujer que ama. Aunque Morel no la nombra, el Fugitivo está seguro de que habla de Faustine.
Después de escuchar que las personas grabadas en experimentos previos están muertas, uno de los turistas especula (acertadamente) que ellos también van a morir. La reunión termina abruptamente y Morel se retira furioso. El Fugitivo recoge las notas de Morel y se entera de que la máquina se mantiene en funcionamiento porque el viento y las mareas la alimentan con energía cinética inagotable. Deduce entonces que el fenómeno de los dos soles y dos lunas ocurre cuando la grabación se solapa con la realidad: uno es el sol real y el otro representa la posición del sol en el momento de la grabación. Las otras cosas extrañas que ocurren en la isla tienen una explicación similar.
El Fugitivo imagina todos los posibles usos para la invención de Morel, incluyendo la creación de un segundo modelo para resucitar personas. A pesar de esto, siente repulsión por el «nuevo tipo de fotografías» que habitan la isla, pero con el paso del tiempo acepta su existencia como mejor que la suya propia. Aprende a operar la máquina y se inserta a sí mismo en la grabación para que parezca que él y Faustine están enamorados, aunque ella tal vez se haya acostado con Alec y Haynes. Esto le molesta, pero tiene confianza en que no importará en la eternidad que pasarán juntos. Por lo menos está seguro de que ella no es la amante de Morel.
En la entrada final del diario, el Fugitivo describe cómo espera que su alma se transfiera a la grabación mientras muere. Le pide un favor al hombre, que invente una máquina capaz de fusionar almas basada a la invención de Morel. Quiere que el inventor los busque y lo deje entrar en la conciencia de Faustine como un acto de clemencia:
«Búsquenos a Faustine y a mí, hágame entrar en el cielo de la conciencia de Faustine. Será un acto piadoso.»
En el comienzo de la novela se menciona que piratas japoneses hacen naufragar a un barco, que puede llegar a ser el barco de Morel: “Ni los piratas chinos, ni el barco pintado de blanco del Instituto Rockefeller la tocan. Es el foco de una enfermedad, aún misteriosa, que mata de afuera para adentro. Caen las uñas, el pelo, se mueren la piel y las córneas de los ojos, y el cuerpo vive ocho, quince días. Los tripulantes de un vapor que había fondeado en la isla estaban despellejados, calvos, sin uñas —todos muertos—, cuando los encontró el crucero japonés Namura. El vapor fue hundido a cañonazos”. La enfermedad que da muerte al protagonista y al resto de personajes es causada por radiación y los síntomas de la enfermedad descritos en el libro son similares a los síntomas de la radiación.
Jorge Luis Borges escribió en el prólogo sobre la trama que no le parecía «una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta».[2] Octavio Paz, Premio Nobel de literatura, se hizo eco de la opinión de Borges.[3] Otros autores latinoamericanos famosos también han expresado su admiración por la novela.
Mientras el fugitivo está atrapado en la sala de máquinas se promete a sí mismo que no morirá como el héroe folclórico japonés Tsuomi Sakuma, una de las víctimas del primer accidente de un submarino.
Por otra parte, la isla de Villings, donde transcurre la historia, difícilmente podría ser parte de Tuvalu: las islas de este archipiélago son atolones de coral, planicies que apenas superan el nivel del mar, sin acantilados ni colinas.
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