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En español, el género gramatical es, junto al número, una de las dos formas de flexión que afectan sistemáticamente a sustantivos y adjetivos. Desde el punto de vista lingüístico el género gramatical es un rasgo gramatical que debe ser compartido por elementos dentro de un mismo sintagma y con otros relacionados con ellos, y por tanto la principal manifestación del género es la concordancia gramatical.
En las lenguas románicas se dice que el género tiene una refracción morfológica, una determinada forma en la palabra. Sin embargo, no siempre el género se manifiesta explícitamente en la forma de la palabra, aunque sí en su concordancia, compárese:
En español, así como en las demás lenguas con género, como las lenguas romances, la presencia de esta característica es una retención del sistema de género del protoindoeuropeo tardío. Muchos autores fueron construyendo sus criterios y conceptualizaciones acerca del género gramatical en las palabras. [aclaración requerida] Por ejemplo, Rodolfo Lenz especuló sobre el origen del género, atribuyendo un carácter típicamente femenino de la -a y el carácter incoloro de la terminación o. Según él, existirían unas voces típicas indoeuropeas que harían referencia al género femenino y utilizarían la terminación -a tales como: *mamá,*cigüeña y vaca. Propone que a partir de estos seres propiamente femeninos se contagiaría al resto, el uso de esa terminación, inclusive al demostrativo indoeuropeo *-so que pasaría a *-sa.
La atribución del género gramatical se entiende hoy día como arbitraria (para los entes no sexuados y para aquellos en los que la distinción macho/hembra no tiene relevancia) lo que no evita que Jakob Grimm propusiera que el género de los nombres tenga su origen en una interpretación sexual de los objetos que pasaría por su personificación. Por ello, la tierra sería de género femenino en la mayoría de los idiomas. En esa misma línea, Leo Spitzer cree que el género femenino iría asociado a palabras con significado de continente, mientras que el masculino iría asociado a los contenidos. Corbett señala que en todas las lenguas con género gramatical existe un núcleo de palabras en que el género está semánticamente motivado (por caracteres sexuales o de otro tipo), y que frecuentemente esta diferenciación se extiende al resto de palabras por criterios fonológicos no motivados semánticamente. Por esa razón silla es una palabra femenina pero sillón es masculino, no por razones semánticas sino por la forma de su terminación.
En el mundo también existen algunas lenguas donde el género se asigna de manera consistente semánticamente, por ejemplo en tamil existen tres géneros: animado masculino, animado femenino e inanimado, que son semánticamente predecibles.
Recorrido por el enfoque de la categoría del género en algunas gramáticas:
Respecto a la gramática del español existen dos géneros, el masculino y el femenino. El género neutro, perdido a excepción de demostrativos (esto eso aquello), el pronombre ello y el artículo lo, tiene una procedencia indoeuropea y vitalidad plena en el latín o alemán. Su origen último podría estar en una oposición que no ha pervivido, animado frente a inanimado, propia de una concepción animista de la naturaleza. Debido también a la concepción animista de la naturaleza, en latín, por ejemplo, el nombre del árbol es femenino y el fruto es neutro.
Desde un momento muy temprano se toma en cuenta que el masculino, por su parte, desempeña un mayor número de funciones y así tiene más extensión semántica y consecuentemente más indeterminación que el femenino.
Tanto los seres vivos como los inanimados comparten la propiedad gramatical del género, mientras que los seres vivos tienen añadida una propiedad léxica de macho y hembra. Se ha propuesto que el género puede estar incluso en el lexema, sin necesidad de manifestarse en los morfemas. Por ejemplo, en el caso de harina o mesa, dado que no se podría conmutar su terminación por la propia del género contrario, masculino en este caso. Igualmente se debe tratar el caso de los heterónimos en cuanto al género, que emplean diferentes palabras para la distinción de géneros.
Sobre estos heterónimos opina Th. Ambadiang que en algunas parejas del tipo caballo/yegua o yerno/nuera existiría una doble marca léxica y morfológica.[6] Se viene considerando que la oposición de géneros está marcada por la terminación -a/no -a. Sería por tanto una oposición no regular en la que, por ejemplo, -e no sería un morfema flexivo sino que quizás podría tomarse como alomorfo(variación en la manifestación formal) de -o pese a no sentirse ligado a un género (como prueba padre / madre). El femenino, por su parte, presenta también variaciones de la -a como pueden ser -esa, -isa o -triz que pueden acabar regularizándose como es el caso de embajatriz que pasó a embajadora.
Algunos gramáticos, como Alsina y Blecua, consideran que, cuando el género se manifiesta por moción, el masculino se realiza mediante los alomorfos -o, -e, -Ø y el femenino por el morfo -a. Por ejemplo, en el caso de león, el masculino lo indicaría el conjunto vacío junto al lexema. Argumentan que en caso de que admitan diminutivo se facilitará la identificación de la marca -o. León: león+ Ø / león+cit+o.
La idea del monema con significante cero es criticada por J. A. Martínez[7] pese a reconocer su utilidad metodológica. Este autor indica acertadamente que podrían añadirse infinitos monemas con significado cero; por tanto, en coche (ejemplo de Alsina y Blecua) tendríamos las marcas de singular y masculino representadas por Ø, como también podrían estar representados todos los morfemas derivativos aplicables a esa palabra: cochera, cochazo, etc. Así, como observa Bussynes, un hombre soltero no es, desde luego, un hombre casado con una mujer cero.
Lo cierto es que en español la oposición morfológica -o/-a puede utilizarse en ocasiones con valor semántico, como sería el caso de el cesto/la cesta, el cubo/la cuba, aportando, por ejemplo, noción de tamaño o de árbol/fruto en manzano/manzana, castaño/castaña. Además existirían nociones menos claras como las expresadas por el punto/la punta, el suelo/la suela o algunas derivadas del neutro plural latino: leño/leña o fruto/fruta. En estas derivadas del neutro plural latino el género predominante para designar colectividades es el femenino surgido como tal por analogía con el plural neutro latino; tal es el caso de hoja en frases tales como la caída de la hoja que da idea de plural y que se opone sin variación genérica a una hoja. En la misma línea es ejemplo muy citado el de brazo frente a braza. Donde la idea de individualidad frente a conjunto se expresa con variación genérica.
Igualmente para la expresión del género, además de la moción flexiva, se puede recurrir a la moción de artículo que, como ya observa Alarcos, no deja de ser un morfema externo concordado.[8] Son ejemplos de esto el/la testigo, el/la camarada, el/la cónyuge. Caso paralelo pero de muy escasa difusión es el de los nombres de género epiceno como venían llamándose en la gramática tradicional. Abarcan un escaso número de realidades sexuadas donde el interés de la distinción sexual es escaso para la intención comunicativa. Tales son multitud, persona, etc., y nombres de animales como sardina o cigüeña junto a los que puede aplicarse macho o hembra si fuera necesario precisar.
Parece claro que la oposición de género en castellano es una de las más productivas por la cantidad de pares que abarca y por la facilidad de formación de nuevos ejemplos. Es por ello que surgen a menudo formaciones irónicas ni concilios ni concilias (en Los pazos de Ulloa) o el famoso Melibeo soy en La Celestina que pretende mostrar el extremo amoroso de Calisto teniendo muy presente la parodia del amor cortés.[10] También en el lenguaje infantil aparece idioto o desobedienta por un provecho excesivo de la recursividad de la concordancia regular. En Sudamérica se oye, por el mismo motivo, hipócrito, media dormida o pianisto.[11] Igualmente suelen aplicarse, con diverso éxito, terminaciones femeninas para nombres que en principio quedaban fuera, y así se sentían, de la distinción genérica; tal es el caso de figuranta, bachillera, rea, testiga o huéspeda[12] (algunas de estas aperacidas desde un momento muy temprano,[13] probando así la gran productividad de esta oposición).
Los artículos femeninos la y una toman obligatoriamente la forma el y un respectivamente cuando se anteponen a sustantivos femeninos que comienzan por /a/ tónica (gráficamente a- o ha-); así, decimos
Sin embargo, no debe olvidarse que estas palabras siguen siendo de género femenino, por lo que todos los demás determinantes y palabras relacionadas con ellas deben escribirse siempre en femenino (p. ej., La principal arma de Indiana Jones es el látigo); además, si la y una no se encuentran inmediatamente antes de esas palabras, sino que hay otras en medio, vuelven obligatoriamente a su forma normal (p. ej., Me bebí toda la fresca agua del vaso).[14][15] Estos casos de aparente falta de concordancia deben ser considerados un fenómeno fonológico, no como un caso de falta de concordancia. Aunque el fenómeno no parece afectar a los adjetivos:
En la Edad Media se empleaban artículos masculinos no solo ante a tónica sino también ante a átona e incluso ante cualquier vocal el espada.[cita requerida]
El feminismo se remonta a ideas surgidas en el siglo XVIII relacionadas con los derechos humanos y los conceptos de sujeto universal, sujeto de conocimiento, ciudadano, de modo que lo masculino se elevó de genérico a universal. Ya en el siglo XVII, Vaugelas declaró respecto del idioma francés
La forma masculina tiene prioridad sobre la femenina porque es más noble[16]
Tres siglos después, el feminismo sigue siendo una visión crítica que hace ver e irracionaliza. Así, frente a argumentos en contra de la forma femenina química o música, porque confunde profesional con disciplina, la teoría feminista hace ver que nunca ha habido confusión entre el frutero y el vendedor de frutas. Además, debe entenderse que no existe ningún afán de ocultación en la inclusión de profesionales femeninos bajo la designación no marcada del masculino como tampoco existe esta intención en la referencia masculina para un grupo heterogéneo; siguiendo el principio de economía.[17] De hecho, encuestas realizadas entre profesionales de la medicina indican que ellas prefieren ser caracterizadas con moción de artículo, esto es, la médico frente a médica.[18]
La lengua solamente es susceptible de captación como fenómeno de carácter solidario entre la manifestación y la subyacencia de pensamiento.[18] Es decir, los usos lingüísticos desvelan una forma de entender la realidad. Esta idea de que los usos léxicos de la lengua tienen consecuencias psicológicas y culturales en la mente de los hablantes es una creencia ligada a la programación neurolingüística y la controvertida hipótesis de Sapir-Whorf.
En otros casos, el nombre de la profesión no lleva implícita una referencia sexuada y, por tanto, podría entenderse el uso de fiscala o jueza como una caracterización innecesaria o excesiva. Actualmente la base de la problemática se encuentra en los nombres de profesiones, algunos de los cuales presentan problemática especial para su feminización. Cabe por todo lo dicho insistir en la necesidad de distinguir las actitudes sexistas respecto del funcionamiento del sistema gramatical como antes distinguíamos entre la noción de género y la de sexo.
En los últimos años, debido al auge del uso de un lenguaje no sexista, se está extendiendo la costumbre —innecesaria según la Real Academia Española—[19] de hacer explícita la alusión a ambos sexos cuando se utilizan sustantivos o adjetivos animados:
Los alumnos y las alumnas de esta clase ganaron el concurso de belleza.
Con el objetivo de economizar dicho abstruso uso del lenguaje, ha comenzado a extenderse el uso del símbolo de la arroba (@) como recurso gráfico para integrar en una sola palabra las formas masculina y femenina del sustantivo, ya que este signo incluiría en su trazo las vocales a y o:
L@s alumn@s de esta clase ganaron el concurso de belleza.
El empleo de la arroba para integrar en una sola palabra las formas masculina y femenina del sustantivo es muy frecuente en las publicaciones de organizaciones comprometidas con la igualdad de derechos entre varones y mujeres (partidos políticos de izquierdas, movimientos asociativos, prensa joven) e incluso ha sido empleado en algunas campañas institucionales. Su extensión por parte de los partidos políticos está implicado también por querer tomar un aire de modernidad y de progresismo.[20]
Sin embargo, la Real Academia Española no admite estas opciones por varios motivos:[19]
La proporción de alumnos y alumnas en las universidades se ha invertido en los últimos años.
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