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acción de coser, pegar, grapar o fijar varios pliegos o cuadernos de papel De Wikipedia, la enciclopedia libre
La palabra encuadernación proviene del latín quaternos con el prefijo quaterni ‘cuatro’. Cuadernillo es cada pliego que se dobla en forma de cruz o en cuatro, para ser incluido en un libro. Por lo tanto, la encuadernación es la unión de cuadernillos por uno de sus costados y unas tapas a modo de cubiertas.
Los tipos de encuadernación tienen por objeto facilitar tres funciones: conservación, fácil manejo y presentación artística y comercial.
Antes del siglo XIX la encuadernación se hacía artesanalmente y era relativamente costosa, aunque muchos propietarios mandaban hacer a mano encuadernaciones refinadas o utilitarias. Con la industrialización los procesos se abarataron mucho y se desarrollaron nuevas técnicas para vender libros y publicaciones a un coste más bajo, con lo que se desarrollaron para encuadernar técnicas más sencillas, más rápidas y menos costosas. La idea era llegar a un mayor número de consumidores abaratando el producto.
En la comercialización de libros se distingue entre las encuadernaciones "en tapa" y "en rústica". La encuadernación en tapa también se llama encuadernación cartoné o en tapa dura, mientras que a la encuadernación rústica, más económica y menos duradera, se denomina de tapa blanda. Ambos sistemas pueden consistir en distintos métodos en función de los materiales y la técnica empleados: encolados, cosidos o grapados, o una combinación de algunos de estos sistemas.[1] La encuadernación en rústica, en inglés conocida como paperback o softcover, es un tipo de encuadernación en la que el libro, cosido o pegado con cola, está forrado simplemente con una cubierta de papel o de cartón, generalmente fuerte pero a menudo flexible, y encolada al lomo. Si los pliegos forman cuadernillos y luego se cosen, se denomina encuadernación rústica cosida. Si no hay cuadernillos, sino que las hojas van sueltas y se unen a las cubiertas directamente encoladas por su canto, se denomina rústica fresada.
El coste es menor en rústica fresada que en cosida. Si en vez de pegarse, tanto las hojas interiores como las tapas van simplemente grapadas, el coste es menor todavía. La encuadernación grapada es de varios tipos: la más sencilla consiste en una única grapa que fija las hojas del cuaderno y las tapas. Por esta misma razón, el papel en este tipo de libros suele ser de baja calidad, de pulpa de madera (pulp).
En los últimos años del siglo XIX comenzaron a aparecer editoriales que empleaban la técnica de la encuadernación en rústica y la publicación editorial masiva para comercializar ejemplares literarios de forma barata y, por tanto, accesible a personas con menor capacidad económica. La encuadernación en rústica existe desde mediados del siglo XIX, pero se popularizó alrededor de 1930. Generalmente, los libros encuadernados de este modo son los de ediciones baratas, ya que una encuadernación así es mucho más económica que una encuadernación cartoné de cubiertas rígidas.
Las primeras publicaciones pulp de pulpa de papel eran baratas y de consumo popular y se especializaban en narraciones e historietas de diferentes géneros de la literatura de ficción. El consumo de estos productos aumentó debido a la disminución de la tasa de analfabetismo.[2] Este tipo de publicaciones eran además más propicias para el intercambio y el préstamo (por una pequeña cantidad de calderilla) en kioscos, por su escaso valor económico, su abundancia y su escasa durabilidad física. Las ediciones de bolsillo usan casi sistemáticamente la encuadernación en rústica. Las historietas cómicas o pasquines (comic books) son también un buen ejemplo de este tipo de encuadernación.
El proceso de encuadernación se divide en tres pasos principales: unión de hojas, enlomado y montaje de tapas.
La unión de hojas puede hacerse mediante cosido o encolado. El cosido ofrece más garantías, sobre todo si el libro es grueso, y consiste en unir las hojas con un hilo consistente, habitualmente de nailon, cáñamo o lino, utilizando un telar pequeño específico. La costura puede ser de varios tipos, por ejemplo de diente de perro (en zigzag, para agarrar los nervios del lomo, usado sobre todo para legajos notariales y documentales).[3] El encolado une las hojas cada una con una leve pincelada de cola en el lado pertinente; las hojas luego (pero inmediatamente, para que no se sequen) se aprietan con el instrumento denominado burro.
El propósito del enlomado es fortalecer la unión de las hojas; es un proceso necesario para que no se deshaga ni descomponga el libro, para lo que necesitaremos cabezadas (gasa o tejido claro que va unido en la parte superior a un cordoncillo de hilo de diversos colores), percalina o tarlatana (trozo de tela que se pega entre las cabezadas, para favorecer así la unión a las tapas) y un papel algo recio para hacer el forro.
El montaje de tapas es la unión de las cubiertas del libro con el lomo, variando sustancialmente en función de los materiales utilizados (tela, pergamino, cuero o piel…) Cuando se trata de una encuadernación en tela (terciopelo de cualquier color, seda...), la base es una tapa de cartón o madera que se forra con la tela designada; esta debe tener una capa de apresto o un papel en el lado posterior por evitar manchas de cola. Por la parte de fuera se le puede añadir papel o cualquier materia que sirva para darle gordo, cuerpo y redondeado a la tapa. El lomo se hace con una cartulina flexible que permita abrir el libro y cogerlo cómodamente. Cuando la tapa esté seca la cartulina del lomo se redondeará con una lomera. Las tapas se unen al cuerpo del libro mediante las hojas de guarda, de tamaño doble al de las páginas del libro, que se pegan con cola al principio y al final. Antiguamente las tapas podían tener cada una un cordón para hacer un nudo y resguardar las hojas; a veces incluso, una modesta cerradura o cerrojo. Las encuadernaciones en pergamino o rústicas de época eran consideradas menos lujosas que las de tela noble, y eran más baratas, pero también más resistentes al tiempo y los xilófagos. se cosían con hilo de cáñamo, al igual que la cabezada, cosida directamente a los pliegos de forma tal que unían cuerpo del libro y tapas, que podían llevar un cartón, una fina tabla, o pergaminos o papelotes doblados en su interior. La encuadernación en piel o tapa montada daba mayor solidez al libro (si la piel es fuerte y gruesa y no es chiflada o un sucedáneo, en las encuadernaciones a media piel o con puntas). Contiene hojas de respeto, pliegos en blanco que se colocan al principio y al final para anotaciones o proteger el libro.[4]
No empiezan a utilizarse hasta la época romana con la invención de los códices, pero ya en los volúmenes egipcios y grecorromanos se adoptó cierta encuadernación de forma rudimentaria que consistía en un envoltorio de piel sobre el rollo de papiro o de pergamino y que iba ligado al mismo con tiras o correas. Para guardar los volúmenes con su envoltorio o sin él, se colocaban verticalmente en cajas cilíndricas de madera o metal conocidas con el nombre de scrinium, las cuales podían contener cierto número de volúmenes juntos. A veces, para libros o volúmenes preciosos, se hacían estuches y cajas de metal precioso y se adornaban con pedrería, en cuyo arte destacó la España visigoda.
Rudimentos de encuadernación pueden descubrirse también en los pugilares que usaban los romanos, cuadernillos que se unían con anillas y cordones y más aún cuando tenían la forma de múltiples dípticos a modo de tapas con charnela. Pero la verdadera encuadernación no pudo tener lugar hasta que se inventaron los códices de pergamino. Al principio, debió ser muy sencilla y poco artística formando las cubiertas del códice otra piel más gruesa sobre tablitas de madera. Pero ya desde el siglo xv empieza el lujo en la encuadernación, con labores de orfebrería y escultura en las tapas, dando ejemplo y sirviendo de modelo desde el tiempo de Constantino la fastuosa Bizancio.
Tres clases de encuadernaciones se distinguen a partir de dicha época[5] y por toda la Edad Media:
Las encuadernaciones de los libros sagrados, que empezaron a hacerse lujosas desde la Paz Constantiniana, no tanto servían para la guarda y conservación de los mismos cuanto de precioso ornato. Sirvieron a este propósito láminas de marfil con relieves y planchas de oro y plata con engastes de piedras preciosas y con finas labores de repujado y filigrana. En dichas encuadernaciones pueden distinguirse cinco épocas:
Actualmente se incluyen como artes gráficas todos los procesos técnicos relacionados con la industria del libro, que antes eran tradicionalmente procesos artesanales y además la impresión digital, la digitalización y el diseño gráfico.
El gran cambio en el tipo de encuadernación es concomitante al gran cambio producido por la industrialización en la forma de crear ediciones y además ediciones de calidad a un precio más asequible. Para ello se desarrollaron nuevas técnicas de impresión y nuevas formas de aprovechar los recursos existentes.
En la Edad Moderna desaparecen casi por completo las encuadernaciones de gran lujo o con metales preciosos y solo por excepción se usan alguna vez para obsequios personales. En cambio, se hacen más artísticas las de lujo mediano e incluso las ordinarias dando Italia la norma del gusto y estilo en las mismas. Se sustituye la madera por el cartón para aliviar el peso del libro y evitar su destrucción por la carcoma, aunque todavía en el siglo xvi se encuaderna a menudo con tablas y se da más importancia que antes al lomo del libro, decorándolo e imprimiéndole rótulos ya que ha de quedar visible en la estantería. El cartón o la tabla se recubren con pergamino o pieles finas (badana, chagrín, marroquín, piel de Rusia, decoradas con gofrados y dorados de estilo plateresco y semiarabesco en los libros de lujo mientras que otros se encuadernan sencillamente con cubierta de pergamino liso. Desde el siglo xvii se admite la media encuadernación de piel sobre el lomo y en las puntas y de papel en lo restante. Llegado el siglo xix sin abandonar dichas formas, va extendiéndose la encuadernación inglesa de simple tela de percalina sobre el cartón, aunque adornada con impresiones de oro y colores y a veces con refuerzos de tarlatana en los lomos.
Desde principios del siglo XVII se extiende la encuadernación en pasta española, de color leonado o castaño, cuya badana es piel de oveja o cordero curtida y preparada con moteado o jaspeado en ráfagas de color negro o café más o menos claras, producidas por manchas de sales de sulfato de hierro o zumaque de origen vegetal, imitando el jaspeado de las vetas de las maderas, de las raíces, de las ramas y de los mármoles. Las hojas de guarda se decoran con aguas de tonos rojos, rosas, blancos y celestes con algún trazo verdoso, o con el vistoso marmoleado del plegado español desde la segunda mitad del siglo XVIII, en los trabajos de Antonio de Sancha. Pueden imponerse a las pastas motivos heráldicos en dorados como escudos, monogramas, rosetas, rosetones, abanicos, grecas, florones, granadas, racimos, motivos vegetales y o florales, cenefas, arabescos, orlas, puntillé o gofrado, enmarcados por rectángulos de hilo dorado, aunque el oro se suele reservar para el lomo. Se distingue de la pasta valenciana en que esta es de colores más vivos y variados, con técnicas de teñido igualmente varias y acabados caprichosos e imaginativos (marmoleados en colores verdes, azules, rojizos y anaranjados), para lograr una apariencia suntuosa. Destacan las pastas valencianas de plumas de aguas crema, sobre fondo azulado, con orla vegetal de oro festoneada.[7] Los investigadores y bibliotecarios deben prestar una particular atención a las guardas de los libros antiguos, ya que para darles gordo y grosor se utilizaban con frecuencia papelotes de desecho, incluyendo hojas de manuscrito, borradores de poemas, documentos, hojas de una gaceta o periódico desconocido, etcétera, que de esa manera salvaban en el tiempo textos que de otra manera no habrían podido llegar a nosotros. Un ejemplo, el hispanista James O. Crosby sacó de unas guardas los borradores de un famosísimo poema de Francisco de Quevedo.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, la producción industrial del papel y las nuevas técnicas de encuadernación permitieron abaratar la fabricación de los libros.
La invención de la prensa rotativa y diversos métodos de impresión, como flexografía, litografía ófset, ófset o rotograbado, fueron consecuencia de una mayor necesidad de comunicaciones y transmisión del conocimiento.
Entre 1875 y 1903, el desarrollo de la imprenta ófset, impresión indirecta debida a las propiedades elásticas de rodillos de caucho, dio un método de reproducción con una calidad similar a la litografía, pero con un coste mucho menor.
Las cubiertas se convirtieron en algo más que una mera protección de las páginas, adquiriendo la función de promocionar la información. La litografía multicolor, y más tarde los procesos de ilustración de semitono posibilitaron la impresión de motivos en las cubiertas.
Las técnicas de los artistas de pósteres de la época dieron el salto a la industria del libro, convirtiéndose el diseño gráfico en una práctica profesional. El atractivo visual de las cubiertas aumentó considerablemente mostrando características relativas a su contenido: "serias" para obras científicas, grabados y escenas de ambiente para literatura y revistas… Tras la Segunda Guerra Mundial las cubiertas adquirieron aún más importancia para la promoción de los contenidos; por ejemplo, informando a modo de titulares.
En los últimos años del siglo XIX comienzan a aparecer editoriales que emplearon la técnica de la encuadernación en rústica y la publicación editorial masiva para comercializar ejemplares literarios de forma barata, y por tanto accesibles a personas con menor capacidad económica. El consumo de estos productos aumentó debido a la disminución de la tasa de analfabetismo, en respuesta al creciente desarrollo económico que exigía trabajadores con mayor formación.[2] Este tipo de publicaciones eran además más propicias para el intercambio y el préstamo (por una pequeña cantidad de calderilla) en kioscos, ya que su escaso valor económico, su abundancia y su escasa durabilidad física no motivaban el coleccionismo.
Las primeras publicaciones de revistas pulp (de pulpa de papel), baratas y de consumo popular, se especializaban en narraciones e historietas de diferentes géneros de la literatura de ficción.
La fabricación del papel así mismo varió sus métodos con razón de abaratar en los costes de venta, adoptando nuevas técnicas de fabricación y evitando generar material desechado.
Se sustituyó el tipo de papel de trapos, de mayor duración y longevidad pero escaso y difícil de conseguir y por tanto más caro, por otros tipos de papel industrial extraídos de fibras vegetales, celulosa, pulpa de madera, papel reciclado y sobrantes de otros procesos industriales.
Un ahorro en los costes de producción del papel industrial se produjo además, ajustando los tamaños de fabricación a formatos específicos para evitar sobrecostes ciñéndose a medidas propuestas estándar, establecidas mundialmente. Los formatos de papel estándar en la mayor parte del mundo se basan en los formatos definidos en el año 1922 en la norma DIN 476.
Existen otros formatos de papel normalizados, aunque algunos están en desuso, y otros son menos empleados ya que su uso encarece el coste por su menor disponibilidad:
Estos tamaños también están en relación con el tamaño de los sobres que los contienen, generando un gran número de formatos para sobres, muchos de los cuales también están cayendo en desuso. La mitad de un sobre para Carta inglés se conoce como Esquela, o sea, de 140 x 220 mm. Y el Doble carta mide 220 x 560 mm.
Aunque usualmente el tamaño del papel viene dado por el tamaño del producto final que se quiere obtener y el tamaño de las máquinas impresoras, los fabricantes de papel crean otras normas. Los tamaños más habituales para Europa son expresados en centímetros. Algunos países de América como Canadá, Chile, Estados Unidos, México, Colombia, Venezuela, etc., no han llegado a adoptar las normas internacionales sobre las medidas del papel, manteniéndose los formatos basados en el sistema de medidas Imperial (Británico), y en otros se usan ambos formatos en simultáneo, como en España, Perú, Argentina o Brasil.
Un libro con textos no es lo mismo que un almanaque de imágenes y no se encuadernan con la misma sistemática. Si tradicionalmente las publicaciones ilustradas han sido desplazadas en los catálogos generales de publicaciones ha sido por su carácter de producto para el consumo inmediato, perecedero y efímero; y por la escasa valoración cultural que han tenido en general, la calificación técnica que les correspondía por ejemplo a los cuadernillos de aventuras por ejemplo, era folleto.
Hoy en día hay diversos tipos de publicaciones según el formato y otras características requeridas, como función, durabilidad, solidez o coste: cuaderno, libretas, cuadernos de notas, blocks, talonarios, álbumes ilustrados, etc.
A diferencia de los diarios o periódicos, orientados principalmente a ofrecer noticias de actualidad más o menos inmediatas, las revistas y almanaques ofrecen una revisión más exhaustiva de la información, sea de interés general o sobre un tema más especializado. Típicamente están impresas en papel de mayor calidad, con una encuadernación más cuidada, y una mayor superficie destinada a la gráfica que los diarios, pero a su vez las características de las revistas generalmente son distintas a las de los libros y manuales, diseñados para tener una mayor duración física.
Algo tan corriente como un recibo puede ser de muchas maneras diferentes como por ejemplo: Puede necesitar ser cosido, grapado y pegado todo a la vez y además perforado en varias partes para que las hojas se separen por lugares predeterminados. Constan de dato (de o para) una persona o empresa, y el detalle de facturas o servicios que se especifican con el recibo emitido, quien lo opera, quien lo revisa, quien lo recibe conforme a lo descrito, fecha de recibido, descripción de las facturas (números que se pagan), los precios totales, los descuentos y los impuestos. A veces consta de varias páginas (duplicado, triplicado, etc.) en distintos colores que tienen copias al carbón y puede ofrecer varias copias, se refiere a «copia voucher», según el uso de los interesados. Generalmente es utilizado para dejar constancia por parte de una empresa de que fue lo que se pagó o realizó con la emisión del mencionado recibo que consta en la «copia voucher».
La base de datos de encuadernación histórica de la Real Biblioteca ofrece muestras importantes para este periodo. Sus descripciones están realizadas en un alto nivel de detalle y siempre van acompañadas de la reproducción digital.
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