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Los Concilios de Tours (Concilium Turonese) se refieren a los diferentes concilios no ecuménicos celebrados durante el medievo por la Iglesia Católica en la ciudad francesa de Tours (Civitas Turonum), una importante antigua sede del cristianismo.[1]
Atenio, obispo de Rennes, participó en el Primer Concilio de Tours en el año 461. El último en firmar los cánones fue Mansueto, episcopus Brittanorum ('obispo de los británicos' en Armórica).[2] También asistieron al concilio León, obispo de Bourges y Victorio, obispo de Le Mans.[3]
Los obispos bretones declinaron asistir, ya que el obispo de Tours, Eufronio, reclamó su autoridad sobre la iglesia bretona.[4] En este Segundo Concilio, se decretó que las puertas del santuario debían permanecer abiertas para que los fieles pudieran, en cualquier momento, ir al altar a rezar (canon IV). Un obispo casado debía tratar a su esposa como una hermana (canon XII). Ningún sacerdote o monje debía compartir su cama con otra persona y los monjes no debían tener celdas simples o dobles, sino tener un dormitorio común donde dos o tres monjes debían turnarse para mantenerse despiertos y leer al resto (canon XIV). Si un monje se casaba o tenía familiaridad con una mujer, debía ser excomulgado de la iglesia hasta que regresara penitente al recinto del monasterio y luego se sometiera a un período de penitencia (canon XV).
A ninguna mujer se le debía permitir entrar al recinto del monasterio, y si alguien veía entrar a una mujer y no la expulsaba inmediatamente, debía ser excomulgado (canon XVI). Los sacerdotes, diáconos y subdiáconos casados debían hacer que sus esposas durmiesen juntas con las sirvientas, mientras ellos deben dormir separados, y si se descubriese que alguno de ellos duerme con su esposa, se le excomulgaría durante un año y lo rebajaría al estado laico (canon XIX).[5]
En el canon XVII se prescribieron oraciones y una misa de expiación para el día de Año Nuevo, prohibiéndose los bailes y explicaron que los ayunos cristianos expiarían los delitos paganos. Cuando se fijó la Navidad el 25 de diciembre, se santificó el día de Año Nuevo al conmemorar en él la Circuncisión. Los cristianos no deseaban que la celebración de esta fiesta fuera muy solemne, para que no pareciera tolerar, de alguna forma, la extravagancia pagana del año nuevo.[6]
El Concilio también observó que todavía se seguían algunas costumbres galo-romanas de culto a los antepasados. Así, el Canon XXII decretó que a cualquiera que se supiese que participa en estas prácticas se le prohibiría recibir la comunión y no se le permitiría entrar en una iglesia.[7]
Los obispos de París estaban particularmente preocupados por la práctica merovingia de apoderarse de las propiedades eclesiásticas en las áreas periféricas para financiar sus guerras intestinas.[8]
El Tercer Concilio de Tours, que se celebró en 813 decidió que los sacerdotes debían predicar sermones en rusticam Romanam linguam aut Theodiscam o sea, en lengua romance rústica o en alemán,[9] una mención al latín vulgar entendido por la gente, a diferencia del latín clásico que la gente común ya no entendía.[10] Fue el primer reconocimiento oficial de una lengua francesa temprana distinta del latín, y puede considerarse como la fecha de nacimiento del francés.[11]
Este Cuarto Concilio fue ocasionado por una controversia sobre la naturaleza de la Eucaristía. Fue presidido por el legado papal Hildebrando, más tarde papa Gregorio VII.[1] Berengario de Tours escribió una profesión de fe donde confesaba que después de la consagración, el pan y el vino eran verdaderamente el cuerpo y la sangre de Cristo.[12]
En este Quinto Concilio se establecieron diez cánones, de los que los cuatro primeros condenaban la simonía.[1] Abordaba el tema de que los hombres que se casasen con sus parientes, o aquellas mujeres que mantuviesen una comunicación impúdica con sus parientes, y se negasen abandonarlo o a hacer penitencia, serían excluidos de la comunidad de los fieles y expulsados de la Iglesia (canon IX).
Poco antes de este Sexto Concilio, Gofredo de Auxerre se reunió con el papa Alejandro III en París para solicitar la canonización de su predecesor Bernardo de Claraval. El Papa lo aplazó en ese momento debido a las muchas solicitudes similares que había recibido.[13] Durante el Concilio, Thomas Becket solicitó que se canonizara a Anselmo de Canterbury, otro arzobispo de Canterbury que había tenido dificultades con un rey. Aunque Alejandro autorizó a Becket a celebrar un concilio provincial sobre el asunto, a su regreso a Inglaterra, Becket parece no haber seguido con su intento.[14] Se publicaron diez cánones entre los que se encontraban los que abordaban la usura entre el clero, la venta de iglesias y bienes eclesiásticos a los laicos, y contra las sectas heréticas como la de los albigenses que se extendían por el sur de Francia desde Toulouse, prohibiendo toda relación sexual con ellos, proporcionarles un retiro o protección, o realizar compras y ventas con ellos.[15] El Canon IV prohibía a cualquier sacerdote aceptar cualquier cantidad por administrar los últimos ritos o presidir un entierro.[16]
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