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institución educativa regida por la Compañía de Jesús De Wikipedia, la enciclopedia libre
Colegio de la Compañía, colegio jesuita, colegio jesuítico, colegio de los jesuitas, de los padres jesuitas o expresiones similares, son denominaciones que se aplican a instituciones educativas, de muy distinto tipo, regentadas por la Compañía de Jesús; tanto las destinadas a la educación de seglares en todos los niveles de la enseñanza (enseñanza primaria, enseñanza media o enseñanza superior -Categoría:Universidades jesuitas, Categoría:Colegios jesuitas, instituciones educativas jesuitas-), como las destinadas a la formación de los propios jesuitas (noviciado, juniorado, tercera probación).[2] En el Antiguo Régimen los colegios jesuíticos funcionaron con criterios institucionales y educativos diferentes a los colegios universitarios de tradición medieval vinculados a otras órdenes religiosas, y más similares a los colegios humanistas de los siglos XV y XVI (conocimiento de los autores antiguos, respeto a la personalidad del niño, diálogo continuo entre maestro y alumno, espíritu de emulación, búsqueda del equilibrio entre cuerpo y mente y apertura al mundo).[3] Desde mediados del siglo XVI se fueron fundando en las principales ciudades europeas, y en colonias americanas y asiáticas, como uno de los principales instrumentos de la Contrarreforma. Fue muy significativa su arquitectura, especialmente notable en las iglesias anejas (iglesia de la Compañía). El documento Ratio Studiorum (1599) estableció el plan general de la "educación jesuita". Algunos de los colegios jesuitas más destacados llevaban la denominación de Collegium Maximum ("Colegio Máximo" -la denominación Collegium Minimorum -"Colegio de Mínimos"- correspondía a la Orden de los Mínimos-).[4] un colegio desconocido SU
Inicialmente los colegios jesuitas fueron simplemente residencias cercanas a universidades (París -1540-, Padua -1542-, Coímbra -1542-, Valencia -1544-, Valladolid -1545-, Alcalá -1545-, Bolonia -1546-, Barcelona -1546-, Colonia -1546- y Salamanca -1547-),[5] pues era en ellas donde los jesuitas se formaban y captaban vocaciones; pero muy pronto se dedicaron estos colegios a la docencia, primero entre los propios jesuitas y luego a todo tipo de alumnos.[6] El primero desvinculado de cualquier universidad fue el colegio de Gandía (sede ducal de Francisco de Borja, en el reino de Valencia, desde 1544-1546); aunque desde 1543, y más formalmente desde 1548, los jesuitas de la ciudad india de Goa ya impartían clases de distintas disciplinas a cientos de estudiantes locales.[7] Francisco Javier había llegado a Goa en 1542, y los portugueses de la localidad, que ya habían fundado una cofradía en 1541, le pidieron ayuda para sus proyectos educativos, petición que éste trasladó en carta a Europa, solicitando a Ignacio de Loyola que enviara profesores jesuitas. La iglesia y el Colegio de San Pablo de Goa fueron inaugurados en la festividad de la conversión de San Pablo (25 de enero) de 1543. Las noticias de Goa hicieron reflexionar profundamente a Ignacio acerca de la dimensión educativa que convenía a la Compañía, contra su inicial recelo ("no estudios ni lecciones", se ordenaba en la primera versión de las Constituciones, 1541);[5] y el año 1544 consintió que Claude Le Jay aceptara una cátedra en la Universidad de Ingolstadt, lo que le convirtió en el primer "profesor jesuita". Una generación más tarde, Roberto Belarmino fue el primer profesor jesuita en Lovaina (1570).[8] A finales del siglo XVI se había desplegado una red de dimensión mundial de colegios jesuitas; y la presencia de profesores jesuitas en las universidades era notoria.
El primer colegio que desde sus principios tuvo esa triple finalidad conjunta -ser residencia de jóvenes jesuitas estudiantes; enseñarles a ellos, total o parcialmente, las humanidades, las artes o filosofía y la teología; admitir en sus clases alumnos externos- fue el de Gandía, fundado por el duque San Francisco de Borja en 1545 y elevado al grado de universidad pontificia por Paulo III y de real universidad por el emperador Carlos. El duque intentaba, lo primero, preparar sacerdotes de lengua árabe, que luego trabajasen apostólicamente con los moriscos y musulmanes de sus estados; Ignacio, en cambio, pretendía asegurar económicamente la formación de nuevos jesuitas, si bien poco después tal fin lo asumió en gran parte el vecino Colegio de Valencia, fundado el año anterior. ... Entre 1548 y 1554 se fueron erigiendo numerosos colegios en los que, en mayor o menor grado, aquella triple finalidad era explícitamente perseguida: los de Mesina (1548) y Palermo (1549) en Sicilia, bajo la protección y con la ayuda del virrey Don Juan de Vega, íntimo amigo de Ignacio desde que era embajador imperial en Roma; en la Italia continental, los de Tívoli (1550), Venecia y Ferrara (1551); Nápoles, Perusa, Florencia y Módena, en cuatro estados diferentes, en el año 1552, y los de Argenta y Génova en 1554. En aquel mismo periodo crecieron los de España, con los de Burgos (1550), Medina del Campo[9] y Oñate, en 1551, y Córdoba el año siguiente.... a fines del siglo [XVI], sin contar los colegios puramente residenciales, los dedicados a la enseñanza media o a la media y superior, eran nueve en la Italia central, entre los que descollaba el Romano, con su aneja Universidad Gregoriana... Los de Liguria, Piamonte y Lombardía eran ocho; diez los de la República de Venecia, Romaña y Emilia, en donde descollaba el de Bolonia; once los del reino de Nápoles, y trece los de Sicilia, incluido el de Malta. Los de Cerdeña, más algunas residencias, constituían una viceprovincia dependiente de la de Aragón. ... El primero en fundarse, en tiempos de Laínez, fue el de Sácer, que en el reinado de Felipe III llegará a ser universidad pontificia y regia; a él se sumaron pronto los de Cáller, Alguer e Iglesias. En los dominios portugueses, además de los ocho de la metrópoli ... [y el] de Coímbra (el Colegio-Universidad de Évora), había otros tantos en la India oriental, dos en Japón y tres en las principales ciudades del Brasil: Bahía, Río de Janeiro y Pernambuco. En las tierras del Imperio... Viena, Graz (luego universidad), y los de Praga y Olomouc en el reino de Bohemia. En los Países Bajos [de los Habsburgo]... de sus 15 colegios, se distinguieron el de Lovaina en lo cultural, el de Amberes por su irradiación social y el de Saint Omer[10] como enclave de ingleses católicos. En Francia, tras duros enfrentamientos entre el Parlamento de París, profundamente galicano, y la Compañía de Jesús, fundacionalmente filopontificia, se llegó con Enrique IV a un florecimiento estable y creciente de sus colegios. De los cuatro de la zona norte (los de Francia, en terminología de la época), destacaban los de París (primero llamado de Clermont, por el obispado de su fundador Guillaume du Pradt, y mucho más tarde, de Louis-le-Grand) y el de Port-à-Mousson, que fue la universidad del ducado de Lorena... el de Lyon comenzó como un centro de resistencia católica... el de Tournon... el de Aviñón, ciudad pontificia... y el de Chambéry, capital del antiguo ducado de Saboya, mientras los colegios de los demás estados del duque, en Piamonte, dependían del provincial de Milán... De los nueve colegios de Aquitania... predominaron los de Tolosa y Burdeos. Los de Polonia-Lituania, iniciados por el catalán Francisco Sunyer, [no comenzaron por los de Cracovia[11] y Varsovia, sino por los de] Braunsber y Poznan hacia Prusia, el de Vilnius en Lituania y el de Riga en la antigua Livonia.... La pedagogía de todos estos colegios y universidades estaba inspirada en la cuarta parte de las Constituciones de San Ignacio, que luego será comentada, ampliada y aplicada en las sucesivas Rationes studiorum, que... fueron evolucionando desde el carácter humanístico que les dieran Ignacio y Nadal a la tardo-renacentista Ratio de 1586, hasta la definitiva e inmovilista de 1598-1599.[5]
El número de escuelas fundadas era de 444 en 1639 (cien años después de la fundación de la Compañía), llegando a 669 en 1739.[12]
Los enfrentamientos intelectuales, políticos y sociales de los jesuitas con otras instituciones, incluyendo otras órdenes religiosas, fueron numerosos. La Pragmática de 22 de noviembre de 1559, por la que Felipe II prohíbe a los estudiantes españoles salir a otras universidades (con unas significativas excepciones), y que tradicionalmente se interpretaba como una reacción católica contra la influencia protestante, pudo ser más bien una reacción antijesuítica, dado el ascendiente que la Compañía estaba alcanzando en Lovaina y otras universidades católicas. En Francia, donde el Parlamento de París expulsó a los jesuitas en 1594 (por el atentado de Jean Châtel, alumno del colegio de Clermont, contra Enrique IV -el mismo rey los readmitió en 1603-), la enseñanza jesuita se vio criticada no solo por los hugonotes (protestantes), sino por el galicanismo católico, y especialmente por los jansenistas (conventos y escuelas cistercienses de Port Royal des Champs desde 1634, Lettres provinciales de Blaise Pascal, 1656-1657). Las acusaciones que se hacían a las prácticas y teorías sostenidas por los jesuitas en sus enseñanzas, identificaron como "jesuitismo" un difuso conjunto de vicios morales e intelectuales vinculados al maquiavelismo, el tacitismo, el practicismo, el laxismo y el casuismo.[13]
Los colegios jesuitas sufrieron una radical discontinuidad a mediados del siglo XVIII con la expulsión de las principales monarquías católicas (Portugal en 1759, Francia en 1762 y España en 1767), culminando con la supresión de la Compañía por el Papa (1773), que fue ignorada en las monarquías no católicas (Prusia y Rusia). La reinstauración de la Compañía de Jesús en 1814 no significó la reocupación por los jesuitas de muchos de los antiguos edificios, a los que se había ido dando otros usos a cargo de otras instituciones, fueran o no educativas o religiosas. En España (donde volvió a expulsarse a la Compañía entre 1835 y el Concordato de 1851),[14] el antijesuitismo, como expresión de un anticlericalismo genérico o particularizado en los jesuitas, tuvo un especial campo de desarrollo en las críticas a los colegios jesuitas, habitualmente por antiguos alumnos, como en los libros de Gabriel Miró (A. M. D. G., 1910), Joaquín Belda (Los nietos de San Ignacio, 1916) o Luis Astrana Marín (Memorias de un colegial, 1915), ejemplos de lo que se ha denominado "género narrativo antijesuítico"; habiendo también defensores de los colegios jesuitas, como Rafael Pérez y Pérez (Los caballeros de Loyola, 1919)[15] y, paradójicamente, Leopoldo Alas (que, a pesar de hacer provenir de un colegio jesuita al sombrío magistral de La Regenta, recordaba con nostalgia "la infancia, aquellos plácidos días en que yo merendaba con los jesuitas en San Marcos de Keón: con aquellos padres que me daban recetas para ganar el cielo, guindas con aguardiente y muchos pellizcos en las rosadas y mofletudas mejillas").[16] Los colegios de la Compañía de Jesús volvieron a ser suprimidos en España como consecuencia de la Constitución de 1931, y reimplantados de nuevo con el nacionalcatolicismo franquista.[17]
... en el curso 1586-1587 se inicia un pleito entre la Universidad y la Compañía de Jesús que habría de durar la friolera de diecisiete años. El motivo fue la lectura de dos "lecciones" de Teología que los jesuitas tenían en su propio colegio a "puertas abiertas" a unas horas en que también se "leía" Teología en la Universidad. Esta entendía que de la lectura de Teología en los colegios particulares a estudiantes universitarios se seguían muchos inconvenientes, por lo que si los jesuitas deseaban leer Teología, debían hacerlo públicamente, es decir, en la Universidad o bajo su control. Universidad y jesuitas acudieron al Consejo Real de Castilla, donde se fueron dictando sucesivos autos que, si complacían a una de las partes, disgustaban a la otra, razón por la que el pleito se fue alargando con sucesivos recursos... no encontraría solución definitiva hasta el 1 de septiembre de 1603, en que por sentencia del Consejo... los jesuitas se salían con su pretensión, pues se les concedían dos lecciones de Teología: una de escolástica y otra de Sagrada Escritura, que debían leer en las Escuelas Menores, aunque la Universidad todos los años tenía que señalarles aula, hora y materia.[54]
Una carta de Nóbrega al general Diego Laínez (12 junio 1561) presentó nítidamente el dilema: «El P. Luis de Gra ... quiere edificar a la gente portoguesa destas partes por vía de pobreza... la cual quería ver en no poseer nosotros nada, ni haber granjerías, ni esclavos, pues éramos pocos, y sin eso, con las limosnas mendigadas nos podíamos sunstentar repartidos por muchas partes, y deseaba casas pobrecitas... yo soy de opinión ... de todo lo contrario, y me parece que la Compañía debe tener y adquirir justamente, por medios que las Constituciones permiten, quanto pudiere para nuestros Colegios y Casas de mochachos, y, por mucho que tengan, harta pobreza quedará para los que discorrieren por diversas partes, y no debemos de querer que siempre el Rey nos provea, que no sabemos quánto esto durará, mas por todas vías se perpetúe la Compañía en estas partes, de tal manera que los obreros crezcan y no mengüen.» Fue la tesis de Nóbrega la que triunfó, como era inevitable. Para levantar colegios, formar profesores, construir bibliotecas, etc., era necesario mucho dinero, con bases ciertas y ampliables indefinidamente. El primer paso y fundamental en este camino fue la fundación regia de los tres colegios: Bahía (1564), Río de Janeiro (1566) y Pernambuco[60] (1574). Colegio, en este caso, no significa una casa de enseñanza, sino la dotación para un número de misioneros que trabajasen en esa región. La fundación era de 20.000 reis por año apara 40 religiosos en el colegio de Bahía y 30 en los de Río y Pernambuco. Estos tres colegios, aunque en virtud de la fundación no se obligasen a la enseñanza, pasaron a funcionar como los primeros centros docentes del Brasil: la CJ había abierto en todas sus casas, hasta entonces, en las diversas capitanías, escuelas de primeras letras. El colegio de Bahía... antes de final de siglo, ya tenía el curso de humanidades, con dos niveles, el de filosofía en tres años y el de teología en cuatro, compuesto de dogma y moral. Hasta pidió a Roma licencia para otorgar el título de doctor, cosa que no le fue concedida.[61]
El catálogo, pues, de los colegios y casas que tiene la Compañía, pondré aquí... y comenzará por la casa profesa de México, que aunque no es la primera en tiempo de su fundación, lo es por ser cabeza de toda la provincia mexicana. El colegio de esta ciudad es el principal de toda ella, y en el cual nuestros hermanos estudiantes se forman en virtud y letras para después ser repartidos a los demás colegios de la provincia. En la misma ciudad de México hay casa de probación o noviciado aparte, como se usa en la Compañía, y además de él un colegio seminario de colegiales seglares, algunos de ellos de becas reales, en cuya compañía viven algunos religiosos nuestros, que son necesarios para su gobierno.En la ciudad de los Ángeles (que después de la de México es la mayor de la Nueva España [es la ciudad de Puebla, no debe confundirse con la ciudad californiana de Los Ángeles]) hay dos colegios, uno donde se leen estudios y facultades mayores; otro de gramática y estudios menores, a que se añade un seminario de colegiales con advocación de san Jerónimo, en el que se crían en virtud y letra en la forma y gobierno que el de san Ildefonso de México. En la ciudad de Guatemala hay otro colegio donde se enseñan unas y otras letras. En los que se siguen, tiene la Compañía escuelas de gramática, y en algunos de ellos se añaden escuelas de escribir y leer para los niños y para enseñarles la doctrina cristiana... Estos son: colegio de Oaxaca; colegio y casa de probación de Tepotzotlán; colegio de Mérida en Campeche, donde también se lee cátedra de moral; colegio de Nueva Veracruz; colegio de Querétaro; colegio de Valladolid; colegio de Pátzcuaro; colegio de Guadalajara; colegio de San Luis Potosí; colegio de Zacatecas; colegio de Guadiana; colegio de Sinaloa, que es el más remoto, y al cual tienen por cabeza sus misiones. Que por todos son estos colegios diez y seis. ... Demás de ellos tiene esta provincia de la Compañía en varios puestos y lugares las casas que llamamos residencias. Y para los que no tienen tanta noticia de la diferencia que según nuestro instituto hay entre los que son colegios y las que se llaman casas o residencias, se explicará aquí para mayor claridad de la historia. Colegios de la Compañía son aquellos en los cuales se abren escuelas para enseñar letras y virtud a la juventud de la república y de los pueblos donde se fundan... Casas profesas de la Compañía se llaman aquellas que están dedicadas para los ministerios que generalmente profesa la Compañía, fuera de las letras, que este ministerio pertenece a los colegiales; y los que en las casas profesas viven ordinariamente son profesos de cuatro votos, que se emplean en predicar, confesar, responder a casos, acudir a confesiones de enfermos, visitar cárceles y hospitales, con todos los demás ejercicios que pueden ser de provecho espiritual de las almas. Y aunque es verdad que en los lugares y pueblos donde no hay casa profesa los padres que viven en los colegios acuden a todos estos ministerios, pero donde la hay, en ella principalmente se practican y ejercitan ordinariamente; otra diferencia también hay entre los colegios y casa profesa: ésta es que por ningún caso puede tener renta ni bienes raíces esta casa, ni en común, ni en particular, ni aun para la sacristía, sino que se ha de sustentar de sola limosna. Y la misma ley corre en las casas de residencia...[64]
Antequera, en el valle de Oaxaca, fue la tercera ciudad novohispana que tuvo colegio de la Compañía. Semejante a Pátzcuaro en cuanto a la presencia de numerosos indígenas, contrastaba con aquella por la alta proporción de familias españolas, que para 1575 era de unas trescientas familias. Recibidos con recelo, porque sus privilegios chocaban con los de la orden de predicadores, evangelizadores exclusivos de la región hasta el momento, finalmente los jesuitas también fueron aceptados por la población. Establecieron clases de gramática latina, que se interrumpieron durante largos periodos, y de primeras letras, que se mantuvieron ininterrumpidamente y a las que asistían, junto con los españoles algunos pequeños "naturales". En el colegio de Oaxaca residían habitualmente diez o quince socios, entre los que uno o dos se ocupaban de predicar y confesar a los indios, con la debida separación de los españoles, para lo que erigieron una iglesia auxiliar a cierta distancia del centro, en el barrio de Jalatlaco.[67]
Lo "nórdico" en la Europa del Renacimiento se refería a los territorios al norte de los Alpes y los Pirineos.
Los liceos de Napoleón, desde muchos puntos de vista, no han hecho sino reproducir los colegios jesuitas del siglo XVIII.[73]El sistema francés... [perpetúa] la tradición de la competición por la competición, heredada de los colegios jesuitas del siglo XVIII, que hacían de la emulación el instrumento privilegiado de una enseñanza destinada a la juventud aristocrática.[74]
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