Misiones jesuíticas en América
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Las misiones religiosas en América, también llamadas reducciones, fueron poblados de indígenas organizados y administrados por los sacerdotes jesuitas en el Nuevo Mundo como parte de su obra civilizadora y evangelizadora. Las autoridades seculares y religiosas crearon el término conocido como "reducciones" en sus dominios sudamericanos recién adquiridos, el imperio español y portugués adoptaron una estrategia de reunir a las poblaciones nativas en comunidades llamadas "reducciones de indios" y portugués: "plural reduções", los objetivos de las reducciones eran impartir el cristianismo y la cultura europea.[1]
Los detractores de la obra misionera aseguran: "Los jesuitas les quitaron la libertad a los indios, los obligaron a cambiar radicalmente su estilo de vida, los maltrataron físicamente y los sometieron a enfermedades".[2] Sin embargo, se ha comprobado históricamente que los nativos americanos se adherían por propia voluntad a estos poblados, ya que enviaban emisarios a los padres jesuitas para pedirles que funden una reducción jesuítica en sus aldeas. Esto se puede verificar en libros como "Cristóbal de Mendoza: apóstol de los guaraníes", del historiador Hernando Sanabria Fernández.
Estas reducciones fueron ejecutadas con la intención de crear una sociedad con los beneficios y cualidades de la sociedad cristiana, pero sin los vicios y maldades que la caracterizaban. Los jesuitas fundaron estas misiones en toda la América colonial, y según Manuel Marzal, sintetizando la visión de otros estudiosos, constituyen una de las más notables utopías de la historia.[3]
Para lograr su objetivo, los jesuitas desarrollaron el contacto técnico y la atracción de los indígenas. Pronto aprendieron sus lenguas, y desde ahí se reunirían en pueblos que albergaban muchas veces miles de personas. Eran en larga medida autosuficientes, disponían de una completa infraestructura administrativa, económica y cultural que funcionaba en un régimen comunitario, donde los nativos fueron educados en la fe cristiana y enseñados a crear arte con elevado grado de sofisticación, pero siempre siguiendo el modelo europeo. Después de un inicio poco sistemático marcada por intentos fallidos a mediados del siglo XVII el modelo misionero ya estaba bien establecido y generalizado en la mayor parte de América, pero tuvieron de continuar enfrentando la oposición de algunos sectores de la Iglesia católica —que no coincidían con sus métodos—, del resto de la población colonizadora —para quienes no valía la pena el esfuerzo de cristianizar a la población indígena—, y los bandos de cazadores de esclavos, que aprisionaban a los indígenas para someterlos a trabajos forzados dentro de la economía colonial de explotación a la vez que destruían sus aldeas, causando muchas muertes. Incluso con muchos problemas para superar, las misiones en su conjunto prosperaron hasta un punto en la mitad del siglo XVIII, donde los jesuitas se convirtieron en sospechosos de tratar de crear un imperio independiente, éste fue uno de los argumentos usados en la intensa campaña difamatoria que sufrieron en América y Europa y, que acabó dando como resultado la expulsión de las colonias españolas a partir de 1759 y en la disolución de la orden en 1773. Con esto, el sistema misionero jesuita se derrumbó, causando la dispersión de los pequeños pueblos indígenas.[4]
El sistema misionero buscó introducir el cristianismo y un modo de vida civilizado, integrando, sin embargo, varios de los rasgos culturales de los propios indios, y estaba basado en el respeto de la persona y sus tradiciones grupales, hasta donde estas no entrasen en conflicto directo con los conceptos básicos de la nueva fe y de la justicia. La extensión del mérito y el éxito de este esfuerzo han sido objeto de debate entre los historiadores, pero el hecho es que fue de vital importancia para la primera organización del territorio y de los fundamentos de la sociedad americana como es conocida hoy en día. Varios monumentos misioneros son ahora Patrimonio de la Humanidad.[3][4][5][6]