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Consagración y entrega a María
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Durante siglos, las devociones marianas entre los católicos han incluido muchos ejemplos de actos personales o colectivos de consagración y entrega a la Virgen María, habiéndose utilizado en este contexto los términos latinos oblatio, servitus, commendatio y dedicatio.[2] La Consagración es un acto por el cual una persona se dedica a un servicio sagrado, o un acto que separa un objeto, lugar o región de un modo común y profano a uno de uso sagrado.[3] La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos aclara que, en este contexto, "debe recordarse, sin embargo, que el término "consagración" se utiliza aquí en un sentido amplio y no técnico: la expresión es el uso de 'consagrar a los niños a la Virgen', con lo que se pretende poner a los niños bajo su protección y pedir su bendición maternal para ellos".[2]
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La consagración a la Virgen María por parte de los católicos ha tenido lugar desde tres perspectivas: personal, social y regional, y bajo distintos títulos: la Inmaculada Concepción, al Corazón Inmaculado de María, o más recientemente a María, Madre de la Iglesia. A principios del siglo XX, san Maximiliano Kolbe, llamado el "Apóstol de la Consagración a María", inició un vigoroso programa de promoción de la consagración a la Inmaculada.[4] En las enseñanzas católicas, la consagración a María no disminuye ni sustituye el amor a Dios, sino que lo realza, pues toda consagración se hace en última instancia a Dios.[5] El teólogo Garrigou-Lagrange designó la consagración personal a María como el nivel más alto entre las devociones marianas.
El lema del papa Juan Pablo II, Totus Tuus (totalmente tuyo), reflejaba su consagración personal a María. Consagró el mundo entero al Corazón Inmaculado de María.[6].