Escultura neoclásica
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La escultura neoclásica corresponde a la producción escultórica del Neoclasicismo, una corriente de la filosofía y estética de una influyente difusión que se desarrolló entre mediados del siglo XVIII y del siglo XIX en Europa y América. El impacto de la novedad de los nuevos hallazgos de la Antigüedad fue menor que en otras artes como la pintura y la arquitectura, debido a que los escultores ya estaban bebiendo en las fuentes clásicas desde el siglo XV, muy presentes si se considera el gran número de piezas que las excavaciones iban sacando a la luz, además de las colecciones que se habían ido formando a lo largo de los siglos.
Como reacción contra la frivolidad del decorativismo del rococó, la escultura neoclásica se inspirará en la antigua tradición greco-romana, adoptando principios de orden, claridad, austeridad, equilibrio y propósito, con un fondo de moralizante. La mayoría de las esculturas neoclásicas se hicieron en mármol blanco, sin policromar, puesto que así se pensaba que eran las esculturas antiguas, predominando en ellas la noble sencillez y la serena belleza que Winckelmann había encontrado en la estatuaria griega. En este mismo sentido habían ido las teorías de Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) que en su libro Laocoonte, o de los límites de la pintura y de la poesía (1766) había tratado de fijar una ley estética de carácter universal que pudiera guiar a los artistas; sus concepciones sobre la moderación en las expresiones y en el plasmado de los sentimientos son reglas que adoptará el modelo neoclásico.
Así, los escultores crearán obras en las que prevalecerá una sencillez y una pureza de líneas que los apartará del gusto curvilíneo del Barroco. En todos ellos el desnudo tiene una notable presencia, como deseo de rodear las obras de una cierta intemporalidad. Los modelos griegos y romanos, los temas tomados de la mitología clásica y las alegorías sobre las virtudes cívicas llenaron los relieves de los edificios, los frontones de los pórticos y los monumentos, como arcos de triunfo o columnas conmemorativas. El retrato también ocupó un importante lugar en la escultura neoclásica: Canova representó a Napoleón como Marte (1810, Milán) y a su hermana Paulina como Venus Victrix (1807, Roma) tomando así los modelos de los dioses clásicos. No obstante otros prefirieron un retrato idealizado pero al tiempo realista que captara el sentimiento del retratado, como Jean-Antoine Houdon (1741-1828) con su Voltaire anciano (Museo del Hermitage) o el bello busto de la emperatriz Josefina (1806, castillo de Malmaison) de Joseph Chinard (1756-1813).
El estilo neoclásico en escultura se fue imponiendo progresivamente, comenzando con un período de transición en el que algunos escultores abandonaron los estilos barroco y rococó para volverse hacia lo antiguo, siguiendo lo que el conde de Caylus llamó el «retorno a la razón».[1] A partir de 1745, Edmé Bouchardon (1698-1762), considerado el mejor escultor francés de su generación, adoptó un estilo más clásico para su fuente de las Quatre-Saisons en París,[1] y en 1748 representó a Luis XV como emperador romano para la estatua ecuestre destinada a la plaza Luis XV (actual plaza de la Concordia).[2] Representantes de esta transición como Bouchardon, Jean-Baptiste Pigalle y Augustin Pajou todavía mostraban en sus obras sentimentalismo y carácter teatral, como se puede comprobar en el Mausoleo del Mariscal de Sajonia en Estrasburgo. Con Houdon se afirma más claramente un clasicismo inspirado en la antigüedad, a través de su Voltaire sentado y su Diana cazadora de 1780.[3]
Los artistas europeos que viajaron a Roma en el contexto del Grand Tour, y entre ellos los escultores, afirmarán y establecerán el estilo neoclásico confrontando los restos antiguos y estableciendo contactos con los teóricos del regreso a la Antigüedad, como Winckelmann o Quatremère de Quincy. Entre ellos el escultor sueco Johan Tobias Sergel que escribe: «A mi llegada a Roma, comprendí que no había otro maestro a seguir que los antiguos y la naturaleza».[4] De este grupo Thomas Banks, amigo de Füssli, fue el primer escultor británico que adoptó el estilo neoclásico a partir de 1760 antes de su estancia en Roma. Se ajustó a las doctrinas de Winckelmann, en fidelidad a los viejos maestros, con su Muerte de Germánico de 1774, un altorrelieve de mármol que muestra la influencia de Poussin y Gavin Hamilton.[5][6]
Con Antonio Canova (1757-1822) se impuso el neoclasicismo escultórico que dominaría a partir de finales del siglo XVIII. Autodidacta de formación barroca, admirador de Bernin, su encuentro con el pintor y anticuario Gavin Hamilton y el teórico Quatremère de Quincy le revelaron las antigüedades. Retomó sus principios, conservando siempre un carácter naturalista que atestiguaba, ya en sus primeras obras, una ambivalencia en su adopción del modelo griego y romano.[7] Se oponía al uso de copias de modelos antiguos, prefiriendo la originalidad de la inspiración,[7] como muestra su célebre grupo Psique revivida por el beso de amor (1798).[8] Con un estilo de gran sencillez racional fue a principios del siglo XIX cuando su estilo se radicalizó mientras se convertía en el escultor oficial del régimen napoleónico.[8] El danés Bertel Thorvaldsen (1770-1844) fue el otro gran representante del neoclasicismo en la escultura y rival de Canova. Influenciado por los escritos de Winckelmann durante su estancia en Roma, estuvo marcado por la escultura helenística y adoptó un estilo severo y más estático que el de Canova, voluntariamente distante y frío, lo que le llevó a apodarlo el «nuevo Fidias».[9] Su Jasón o Marte y el Amor reflejan esa fidelidad al modelo griego. Más dogmático que su homólogo italiano, se oponía a las concepciones de este último, al que reprochaba su expresividad.[10] Estas controversias sobre los matices del neoclasicismo daran lugar a dos tendencias antagónicas en la escultura, personalizadas por estos dos escultores.[4]
El inglés John Flaxman (1755-1826), a la vez dibujante y escultor, continuó en la línea del neoclasicismo riguroso, que expresó en bajorrelieves, medallones y grupos escultóricos.[9] Al llegar a Roma en 1787, su primera obra importante fue el grupo Las furias de Athamas, esculpido entre 1790 y 1794, que tuvo un gran éxito a pesar de las debilidades estilísticas.[11] Johann Gottfried Schadow (1764-1850), formó parte de la primera generación de escultores alemanes que se convirtieron al neoclasicismo. Su estancia en Roma en 1785 le acercó a Canova. A su regreso de Roma, creó la cuadriga de la puerta de Brandeburgo, realizada en cobre repujado sobre modelos de madera.[12] Su estilo naturalista, lejos de la austeridad de Thorvaldsen, caracterizó la originalidad de sus esculturas, siendo una de las más famosas el grupo de mármol que representa a las Princesas Luisa y Federica de Prusia esculpido en 1796, inspirado en el grupo antiguo de San Ildefonso que representaba a Castor. y Pólux, transponiendo la pose y mostrando a sus modelos vestidas a la manera griega.[13] En esto era fiel al ideal de gracia de la estatuaria helenística defendido por Winckelmann.[13] Su contemporáneo Johann Heinrich Dannecker también permaneció en Roma, donde conoció a Canova, cuyo trabajo tuvo un profundo impacto en él. Su obra maestra fue un grupo esculpido en mármol, sin patrocinador, Ariadna montando una pantera considerada la escultura alemana más popular del siglo XIX.[14] En Austria, el principal exponente de la escultura neoclásica fue Franz Anton von Zauner. Durante su aprendizaje bajo la enseñanza de Jacob-Christoph Schletterer, descubrió la escultura antigua. Tras una estancia en Roma realizó varias copias, entre ellas una del Apolo del Belvedere. Su obra más importante fue la estatua ecuestre de José II realizada en bronce de 1795 a 1800.[15]
En España la escultura neoclásica está representada por el andaluz José Álvarez Cubero (1768-1827) y los catalanes Damià Campeny (1771-1855) y Antonio Solá (1780-1861). En Roma, Campeny conoció a Antonio Canova que inspiraría su obra. De regreso a Barcelona, retomó su escultura más famosa, La Muerte de Lucrecia, que había iniciado en yeso en 1804, y que finalizaría en mármol treinta años después, en 1834. La obra atestigua la influencia de Canova y del estilo neoclásico, particularmente en el tratamiento del cuerpo desnudo.[16]
- Cupido haciéndose un arco de la maza de Hércules (1761), de Edmé Bouchardon
- Diana cazadora (1780), de Jean-Antoine Houdon (Museo Calouste Gulbenkian)
- Amor y Psique (1787), de Johan Tobias Sergel (Museo Nacional de Estocolmo)
- Las princesas Luisa y Federica de Prusia (1795-1797), de Johann Gottfried Schadow (Nationalgalerie, Berlin)[17]
- La muerte de Lucrecia (1804), de Damià Campeny
- Ariadna cabalgando una pantera (1812), de Johann Heinrich Dannecker
- Sátiro y bacante (1834), de James Pradier (Louvre)